Canal + emitió hace algún tiempo un documental llamado España, plató de cine. Se trata de un recorrido por diferentes películas del cine hegemónico que han utilizado como escenario sitios de España.
El documental va siendo contado por algunos directores de localización, personas propietarias de los lugares utilizados para el rodaje de las películas, recepcionistas de hoteles y alguna figurante.
El movimiento que produce en la población una empresa de esta naturaleza ya lo conocemos y lo hemos mencionado en otras ocasiones: suelen desencadenar una corriente de curiosidad, admiración, fascinación hacia el equipo de producción y sus labores y sobre todo hacia sus directores, actrices y actores principales.
Generalmente dicha actividad, produce ciertos beneficios económicos momentáneos siendo posiblemente en el ámbito afectivo-imaginativo donde se produce el mayor impacto. En su condición de espectador, de espectadora que pueden presenciar un rodaje.
Seguimos encontrando paralelismos entre la producción cinematográfica de las películas del viejo cine y un enclave de fabricación de tipo capitalista, una maquila, una fábrica.
Sabemos que estas últimas se implantan en un sitio para obtener “sus beneficios” y muy colateralmente producir alguna migaja de recompensa en los alrededores.
Tanto el equipo productor como la fábrica capitalista pueden llegar a ser deseados y aceptados por el vecindario donde se dispone a operar. Producen la alegría obvia del mal menor. En zonas de gran depresión económica con ingresos cero, la oferta de ingresos 0.1 ya supone una satisfacción ante la inactividad. En medio del desamparo laboral, tener cualquier trabajo, supone un aparente avance y una recuperación mínima de la dignidad perdida a causa, justamente, del mismo sistema de producción que luego trae el enclave como fórmula de salvación.
En el caso de una película del viejo cine, la dinámica está trasladada al plano del capital representacional cinematográfico. La gente está ansiosa porque se produzca en su localidad un film o una serie de estas características y están dispuestos a recibir cualquier migaja que caiga del limbo espectacular para sentirse por un momento parte de aquel planeta de lo aparente.
Mientras que los enclaves de esclavización de manufacturación de otros productos buscan instalarse por el tiempo que duren las condiciones humanas, legales, policiales que les permitirán sacar el beneficio planificado, la película es una inmersión de algunas semanas que nunca permanece físicamente más allá del tiempo de rodaje, el tiempo subjetivo que viene pautado sobre todo por el director y sus presupuestos.
Los beneficios-migaja que una película derrama sobre una población local van vinculados al consumo de su equipo profesional (alojamiento, alimentación, manías, etc), a los gastos de imprevistos en su equipamiento, a todo lo relacionado al escenario por el que se ha venido a rodar (las incidencias que haya que hacer en el paisaje), y el gasto en figurantes que generalmente son del lugar y siempre que se les pague.
Los beneficios simbólicos son los más curiosos porque son los que golpean directamente en la fantasía común ya que aparecen o quedan como experiencias muy fuertes para las personas.
Decíamos que el modo de producción capitalista opera por medio de minorías corporativas que diseñan condiciones de miserabilidad laboral como estrategia habitual y que son las que aseguran la mayor rentabilidad de sus minorías y una vez que lo logran, crean enclaves productivos acordes a esas nuevas circunstancias de miserabilización jugando una doble función laboral de salvar, lo que casi habían matado. Las prácticas militares de muchas dictaduras también lo hacían: torturar hasta casi matar y “rescatar en el último aliento” como forma de obtener sus objetivos informativos.
Puede parecer exagerado pero en el plano simbólico, el Viejo Cine capitalista, opera estrategias con cierto parecido. Viene un siglo actuando sobre condiciones de producción que miserabilizan cinematográficamente excluyendo a las personas cualquiera de todo protagonismo fílmico, de toda participación productiva, construyendo su propia versión del mundo como si fuera la única, haciendo primar sus narrativas y estéticas (su ideología tecnológica de seducción mercantil), inflando su start system como agresión alucinatoria, instaurando guerras comerciales devastadoras, para luego, un día, en una película, descender con un enclave de producción hasta un lugar, en busca de escenarios y extras, haciendo efectivo así, su “instante de naturalización”, su acercamiento al común por el breve momento en que dure la extracción de su beneficio escénico.
En términos de territorios afectivo-imaginarios y de representación, su modo de producir nos acostumbró a una máxima: “usted es una mierda al lado de nuestra espectacular vida porque mire cuánto podemos gastarnos en una película, cuánto podemos rentabilizarla si hacemos las cosas bien y con qué glamour vivimos". Luego, de vez en cuando, se acerca con un rodaje y nos dice: “pero fíjese que aunque usted sea una mierda le voy a dejar que durante unas semanas me sirva la comida, haga de figurante en mis planos (incluso le pagaré unos centavos de mi abultado presupuesto), me localice el hotel o la casa donde le daré el honor de hospedarme, me satisfaga mis antojos, y hasta le permitiré hablarme cuando me vea por la calle”.
La fantasía espectacular en chandal y a pie de calle. Hete aquí el honor.
Esto como mecánica estructural, como circunstancia de producción. No estamos haciendo un análisis psicológico o moral de personas. Que ya sabemos que todas somos buenísimos ciudadanos.
El documental de Canal +, es justamente una sucesión de testimonios de gente que ha estado vinculada por trabajo directo o indirecto al equipo profesional y expresan (aunque alguno lo disimule concibiéndolo como parte de su trabajo) satisfacción por haber estado durante unas semanas de su vida, perteneciendo a ese enclave de producción efímero ya sea como contratado o simplemente por correr fanáticamente tras tal actor o actriz.
Es un documental de exaltación. Se entrevista a ciertas personas de las capas medias o bajas de la cadena de producción del rodaje que fue. Se saca de ellas lo que interesa resaltar. Se entrevista al beneficiario de la lotería para que cuente su euforia. Si se entrevista a todo el resto que no pilló nada, pues.... ya sabemos lo que pueden decir. Somos muy básicos.
El anecdotario que queda detrás de un cine de alto presupuesto son las migajas que posibilitan los hábitos de producción desarrollados por las corporaciones del “Cine transnacional”, el de las castas privilegiadas del cine que sienten el mundo como plató.
El documental España, plató de cine, puede verse con la ingenuidad y el orgullo de sentir que varias localidades españolas con algunas de sus gentes, han aparecido en ciertos planos de La lista de Marcel langenegger, El ultimátum de Bourne de Paul Greengrass, El imperio del sol de Steven Spielberg, Lawrence de Arabia de Thomas Edward, Indiana Jones y la última cruzada de Steven Spielberg así como en otras tantas películas producida por españoles transnacionales, Almodóvar (su mayoría), Amenabar u otros con unas ganas bárbaras de sufrir el rapto transnacional.
El orgullo nacional que se nos propone es poder colar un paisaje urbano o desértico en el circuito de la gran producción. Así vamos. Colar un paisaje, colar una película, colar un director para sentirnos parte (partecita) del accionar imperial.
Luego vienen los argumentos (ingenuos) que justifican este accionar: “-hombre, ¿qué mal hacen con venir a rodar? - Si es super guay. -Por lo menos dan algo de trabajo. , - Es que es superemocionante. -Si son como nosotros, super majos...."
Y este turismo de altísimo standing no se puede leer solamente como responsabilidades individuales. La mayor responsabilidad consiste en saber si queremos producir como ellos o nos animamos a producir de otra manera. La respuesta masiva es que sí.Que nos gusta producir como "ellos".
Woody Allen cuenta en este documental cómo llega a hacer Vicky Cristina Barcelona diciendo que:
Lo que pasó es que en Barcelona ponían el dinero y yo ponía la película
Me llamaron de la productora en Barcelona y me dijeron:
- ¿Quieres hacer una película aquí?
Y yo dije: claro
Me dijeron: nosotros la financiamos
A mi mujer le encantaba la idea de vivir en Barcelona con los niños
así que por qué no...
Según este relato, en Barcelona hubo otra repetidora de ondas comerciales que propone el negocio. Y así seguimos. No sabrían en qué invertir y dijeron: digámosle a Woody si se viene. No a Pepito González, o el colectivo Panopla o la Asociación “A tomar por culo”. No, no, llamemos a Woody que debe andar mal de pelas y que venga con su mujer y nos llenen de glamour.
¿La población dónde se va a rodar? Pues es que fueron solamente unas localizaciones, unas casas de recontra pijos catalanes y algo más...
Y dirá alguno desde una tribuna de la izquierda irreproductible por irreconstruible:
- ¡Pero Woody Allen mola y es supercrítico!
- Ya, sí, chaval... - diremos - Vete por ahí a emancipar a las cabras, que estamos hablando de modelos de producción y los niños deben dormir contando ovejas postmodernas....
El cine fundamentalmente en su versión dominante, en casi toda su versión, es una operativa de trastorno de clases.
No necesariamente de clases económicas sino de clases de producción: la clase de los que producen las imágenes fílmicas y la clase espectadora que no la produce. El encuentro entre ambas categorías de personas, se da en el visionado de lo que los primeros hacen para que los segundos perciban (consuman)... pagando... en lo posible.
Muchos directores y directoras buscar que el trastorno provoque en el o la espectadora determinados efectos emancipadores mientras que la mayoría se mueve en un modelo que ha sido hecho para que el trastorno tenga los efectos colonizadores de siempre.
La producción de una película en cuanto dinámica en el tejido social sigue siendo un asunto de clases que tiene muy poco de inocente, que no se da en igualdad de condiciones entre productores y espectadores. Es verdad que hay un énfasis de ocultamiento sobre todos los procesos de producción del capitalismo salvaje (tampoco nos preocupamos de cómo se producen los zapatos, ni los ordenadores ni nada de lo que usamos) y esto hace que la mayoría de la clase espectadora se encuentre con el cine sin saber cómo realmente se produce.
Así que un rodaje cerca de nuestras casas, sigue produciendo aún los efectos de la fascinación de un mundo desconocido perteneciente a unas minorías de las que no se sabía (y poco se sabe aún) cómo trabajan, cómo son, cómo se mueven fuera de la pantalla.
No se ha naturalizado el encuentro.
Se nos acaba el espacio.
Una ráfaga final con lo que siempre decimos:
Otro modelo, claro. Cine Naturalizado, inmerso, habitual, cercano, permanente, sin autor, des-autor-izado, colectivo, habitado, a pie de vida, con el vecino, en tu misma casa, des-privatizado, emancipador, participado, en cualquier calle......or-ga-ni-zan-do.......se....
El documental va siendo contado por algunos directores de localización, personas propietarias de los lugares utilizados para el rodaje de las películas, recepcionistas de hoteles y alguna figurante.
El movimiento que produce en la población una empresa de esta naturaleza ya lo conocemos y lo hemos mencionado en otras ocasiones: suelen desencadenar una corriente de curiosidad, admiración, fascinación hacia el equipo de producción y sus labores y sobre todo hacia sus directores, actrices y actores principales.
Generalmente dicha actividad, produce ciertos beneficios económicos momentáneos siendo posiblemente en el ámbito afectivo-imaginativo donde se produce el mayor impacto. En su condición de espectador, de espectadora que pueden presenciar un rodaje.
Seguimos encontrando paralelismos entre la producción cinematográfica de las películas del viejo cine y un enclave de fabricación de tipo capitalista, una maquila, una fábrica.
Sabemos que estas últimas se implantan en un sitio para obtener “sus beneficios” y muy colateralmente producir alguna migaja de recompensa en los alrededores.
Tanto el equipo productor como la fábrica capitalista pueden llegar a ser deseados y aceptados por el vecindario donde se dispone a operar. Producen la alegría obvia del mal menor. En zonas de gran depresión económica con ingresos cero, la oferta de ingresos 0.1 ya supone una satisfacción ante la inactividad. En medio del desamparo laboral, tener cualquier trabajo, supone un aparente avance y una recuperación mínima de la dignidad perdida a causa, justamente, del mismo sistema de producción que luego trae el enclave como fórmula de salvación.
En el caso de una película del viejo cine, la dinámica está trasladada al plano del capital representacional cinematográfico. La gente está ansiosa porque se produzca en su localidad un film o una serie de estas características y están dispuestos a recibir cualquier migaja que caiga del limbo espectacular para sentirse por un momento parte de aquel planeta de lo aparente.
Mientras que los enclaves de esclavización de manufacturación de otros productos buscan instalarse por el tiempo que duren las condiciones humanas, legales, policiales que les permitirán sacar el beneficio planificado, la película es una inmersión de algunas semanas que nunca permanece físicamente más allá del tiempo de rodaje, el tiempo subjetivo que viene pautado sobre todo por el director y sus presupuestos.
Los beneficios-migaja que una película derrama sobre una población local van vinculados al consumo de su equipo profesional (alojamiento, alimentación, manías, etc), a los gastos de imprevistos en su equipamiento, a todo lo relacionado al escenario por el que se ha venido a rodar (las incidencias que haya que hacer en el paisaje), y el gasto en figurantes que generalmente son del lugar y siempre que se les pague.
Los beneficios simbólicos son los más curiosos porque son los que golpean directamente en la fantasía común ya que aparecen o quedan como experiencias muy fuertes para las personas.
Decíamos que el modo de producción capitalista opera por medio de minorías corporativas que diseñan condiciones de miserabilidad laboral como estrategia habitual y que son las que aseguran la mayor rentabilidad de sus minorías y una vez que lo logran, crean enclaves productivos acordes a esas nuevas circunstancias de miserabilización jugando una doble función laboral de salvar, lo que casi habían matado. Las prácticas militares de muchas dictaduras también lo hacían: torturar hasta casi matar y “rescatar en el último aliento” como forma de obtener sus objetivos informativos.
Puede parecer exagerado pero en el plano simbólico, el Viejo Cine capitalista, opera estrategias con cierto parecido. Viene un siglo actuando sobre condiciones de producción que miserabilizan cinematográficamente excluyendo a las personas cualquiera de todo protagonismo fílmico, de toda participación productiva, construyendo su propia versión del mundo como si fuera la única, haciendo primar sus narrativas y estéticas (su ideología tecnológica de seducción mercantil), inflando su start system como agresión alucinatoria, instaurando guerras comerciales devastadoras, para luego, un día, en una película, descender con un enclave de producción hasta un lugar, en busca de escenarios y extras, haciendo efectivo así, su “instante de naturalización”, su acercamiento al común por el breve momento en que dure la extracción de su beneficio escénico.
En términos de territorios afectivo-imaginarios y de representación, su modo de producir nos acostumbró a una máxima: “usted es una mierda al lado de nuestra espectacular vida porque mire cuánto podemos gastarnos en una película, cuánto podemos rentabilizarla si hacemos las cosas bien y con qué glamour vivimos". Luego, de vez en cuando, se acerca con un rodaje y nos dice: “pero fíjese que aunque usted sea una mierda le voy a dejar que durante unas semanas me sirva la comida, haga de figurante en mis planos (incluso le pagaré unos centavos de mi abultado presupuesto), me localice el hotel o la casa donde le daré el honor de hospedarme, me satisfaga mis antojos, y hasta le permitiré hablarme cuando me vea por la calle”.
La fantasía espectacular en chandal y a pie de calle. Hete aquí el honor.
Esto como mecánica estructural, como circunstancia de producción. No estamos haciendo un análisis psicológico o moral de personas. Que ya sabemos que todas somos buenísimos ciudadanos.
El documental de Canal +, es justamente una sucesión de testimonios de gente que ha estado vinculada por trabajo directo o indirecto al equipo profesional y expresan (aunque alguno lo disimule concibiéndolo como parte de su trabajo) satisfacción por haber estado durante unas semanas de su vida, perteneciendo a ese enclave de producción efímero ya sea como contratado o simplemente por correr fanáticamente tras tal actor o actriz.
Es un documental de exaltación. Se entrevista a ciertas personas de las capas medias o bajas de la cadena de producción del rodaje que fue. Se saca de ellas lo que interesa resaltar. Se entrevista al beneficiario de la lotería para que cuente su euforia. Si se entrevista a todo el resto que no pilló nada, pues.... ya sabemos lo que pueden decir. Somos muy básicos.
El anecdotario que queda detrás de un cine de alto presupuesto son las migajas que posibilitan los hábitos de producción desarrollados por las corporaciones del “Cine transnacional”, el de las castas privilegiadas del cine que sienten el mundo como plató.
El documental España, plató de cine, puede verse con la ingenuidad y el orgullo de sentir que varias localidades españolas con algunas de sus gentes, han aparecido en ciertos planos de La lista de Marcel langenegger, El ultimátum de Bourne de Paul Greengrass, El imperio del sol de Steven Spielberg, Lawrence de Arabia de Thomas Edward, Indiana Jones y la última cruzada de Steven Spielberg así como en otras tantas películas producida por españoles transnacionales, Almodóvar (su mayoría), Amenabar u otros con unas ganas bárbaras de sufrir el rapto transnacional.
El orgullo nacional que se nos propone es poder colar un paisaje urbano o desértico en el circuito de la gran producción. Así vamos. Colar un paisaje, colar una película, colar un director para sentirnos parte (partecita) del accionar imperial.
Luego vienen los argumentos (ingenuos) que justifican este accionar: “-hombre, ¿qué mal hacen con venir a rodar? - Si es super guay. -Por lo menos dan algo de trabajo. , - Es que es superemocionante. -Si son como nosotros, super majos...."
Y este turismo de altísimo standing no se puede leer solamente como responsabilidades individuales. La mayor responsabilidad consiste en saber si queremos producir como ellos o nos animamos a producir de otra manera. La respuesta masiva es que sí.Que nos gusta producir como "ellos".
Woody Allen cuenta en este documental cómo llega a hacer Vicky Cristina Barcelona diciendo que:
Lo que pasó es que en Barcelona ponían el dinero y yo ponía la película
Me llamaron de la productora en Barcelona y me dijeron:
- ¿Quieres hacer una película aquí?
Y yo dije: claro
Me dijeron: nosotros la financiamos
A mi mujer le encantaba la idea de vivir en Barcelona con los niños
así que por qué no...
Según este relato, en Barcelona hubo otra repetidora de ondas comerciales que propone el negocio. Y así seguimos. No sabrían en qué invertir y dijeron: digámosle a Woody si se viene. No a Pepito González, o el colectivo Panopla o la Asociación “A tomar por culo”. No, no, llamemos a Woody que debe andar mal de pelas y que venga con su mujer y nos llenen de glamour.
¿La población dónde se va a rodar? Pues es que fueron solamente unas localizaciones, unas casas de recontra pijos catalanes y algo más...
Y dirá alguno desde una tribuna de la izquierda irreproductible por irreconstruible:
- ¡Pero Woody Allen mola y es supercrítico!
- Ya, sí, chaval... - diremos - Vete por ahí a emancipar a las cabras, que estamos hablando de modelos de producción y los niños deben dormir contando ovejas postmodernas....
El cine fundamentalmente en su versión dominante, en casi toda su versión, es una operativa de trastorno de clases.
No necesariamente de clases económicas sino de clases de producción: la clase de los que producen las imágenes fílmicas y la clase espectadora que no la produce. El encuentro entre ambas categorías de personas, se da en el visionado de lo que los primeros hacen para que los segundos perciban (consuman)... pagando... en lo posible.
Muchos directores y directoras buscar que el trastorno provoque en el o la espectadora determinados efectos emancipadores mientras que la mayoría se mueve en un modelo que ha sido hecho para que el trastorno tenga los efectos colonizadores de siempre.
La producción de una película en cuanto dinámica en el tejido social sigue siendo un asunto de clases que tiene muy poco de inocente, que no se da en igualdad de condiciones entre productores y espectadores. Es verdad que hay un énfasis de ocultamiento sobre todos los procesos de producción del capitalismo salvaje (tampoco nos preocupamos de cómo se producen los zapatos, ni los ordenadores ni nada de lo que usamos) y esto hace que la mayoría de la clase espectadora se encuentre con el cine sin saber cómo realmente se produce.
Así que un rodaje cerca de nuestras casas, sigue produciendo aún los efectos de la fascinación de un mundo desconocido perteneciente a unas minorías de las que no se sabía (y poco se sabe aún) cómo trabajan, cómo son, cómo se mueven fuera de la pantalla.
No se ha naturalizado el encuentro.
Se nos acaba el espacio.
Una ráfaga final con lo que siempre decimos:
Otro modelo, claro. Cine Naturalizado, inmerso, habitual, cercano, permanente, sin autor, des-autor-izado, colectivo, habitado, a pie de vida, con el vecino, en tu misma casa, des-privatizado, emancipador, participado, en cualquier calle......or-ga-ni-zan-do.......se....
es curioso que ese modo de producción del cine se ha extrapolado tambien a otros campos como el de la literatura y sus ferias del libro o los megafestivales musicales... las masas fascinadas por el despliegue del capital, fascinadas más por las vidas de los autores que por las obras, enculadas por una nube artificial que les crea el efecto de estar flotando junto a las estrellas de un cielo que no existe,
ResponderEliminarexcelente reflexión,