Posiblemente si uno cuenta que la agenda de una reunión para planificar el año sean temas como vivienda, situación monetaria de cada quien, ocupación de la planta de un edificio para abaratamiento común, crianza compartida de una niña, vaticinios sobre el devenir político de la crisis, análisis del tejido institucional cultural donde estamos metidos, pues no parecería que estamos hablando exactamente de producción cinematográfica.
No sabemos si todos los colectivos artísticos pasaran por lo mismo pero es posible que sí, que al menos aquí, la producción cultural de cualquier grupo de personas que se embarque en ello, tenga que tantear lucidamente el piso antes de que algún tipo de inspiración creativa le venga. Al menos a nosotros, la primera reunión de CsA se ha ido con esos temas.
Rápidamente uno puede hacer asociaciones superficiales y decir cosas como ¡en el tiempo de crisis tenemos que ver como comemos y donde vivimos para luego pensar en la creación cultural! o simplemente ¡la cosa está chunga! y de ahí seguir con un discurso apabullante de la catástrofe, que obviamente, es real.
Ahora bien, es honesto decir que para nosotros, la materialidad de la vida de cada quién puesta sobre la mesa y la materialidad de lo que producimos y cómo producimos, han estado ligadas indisolublemente desde el principio.
Se puede decir con términos más rimbombantes. Las relaciones de vida determinan la relación con los medios de producción y con lo que se produce. Se atraviesan constantemente.
Pero es verdad que no todo es subjetivismo solidario y voluntarismo de autogestión. “Somos la hostia y podemos con todo”. Pues no. El año pasado fue un año, lo notamos ahora a la distancia, en que nos desbocamos en la Fábrica de CsA de Intermediae Matadero y alcanzamos una intensidad de trabajo que tuvo sus convulsiones en la relación colectiva y dificultades varias para mantener los objetivos.
Al final ¡salimos vivos!, solemos decir. Es que a veces, incluso de los proyectos y momentos más ilusionantes no se sale vivo, como colectivo. Seguir viviendo es algo tan natural como morirse, en la vida individual como en la vida colectiva y aunque a la muerte, la desintegración, la desaparición de las cosas las tengamos como algo accidental. Es la ridiculez de gran parte de la deformación cultural y educativa, emocional y política en la que nos enredamos increíblemente.
Luego de compartir en la reunión todos los temas esos que poníamos al principio nos descubrimos que estamos más o menos cubiertos para vivir otro año más y no necesariamente porque hallamos recibido alguna macrosubvención, que nada, sino simplemente porque los compromisos de cuidados mutuos en todos los aspectos parece que han sumado el ¡poder seguir vivos y que cada uno consiga hacer lo que más o menos desea!, lo que más le apetece, aparte de ciertas tareas que pueden ser más obligatorias. Así, ya respiramos realmente mejor.
Luego de años uno se va dando cuenta de cosas simples: un colectivo se hace fuerte cuando uno se responsabiliza de la vida de los demás.
Simple y no tan simple. La vida de los demás implica también lo inaguantable, lo imprevisible, los atacado, lo cíclico de los demás.
Y luego descubre otra cosa simple, que eso es directamente proporcional a cuanto uno se hace responsable de la propia vida, es decir, también de lo inaguantable, lo imprevisible, los ataques, las neuras y los ciclos de uno mismo.
Simple y no tan simple todo esto. Pero es lo que forma el tejido sustancial para cualquier manera de organizarse para que luego se transforme en acción productiva, cultural, cinematográfica en nuestro caso.
Y, al menos para nosotros, (no existen formas universales ni recetas para el buen vivir), vivir la experiencia de lo común primero en nuestra sobrevivencia termina impregnando las prácticas productivas, las elaboraciones teóricas, las películas.
Un cine de la escucha no puede venir de un colectivo de sordos entre sí. Un cine horizontal no puede venir de un colectivo que verticaliza sus relaciones de poder. Un cine de la espera no puede venir de un colectivo de apurados, atropellados e imperativos. Una estética diferente no puede venir de unos procedimientos automatizados que jamás se cuestionan. Al menos para nosotros es así.
El año pasado hablábamos muchas veces sobre lo que nos unía, y no era tan fácil definirlo. Nunca es tan fácil enunciar las corrientes subterráneas que nos mueven. Y eso parecía uno de esos chistes que empiezan diciendo: y... ¿qué tiene en común un italiano de 23 años con un uruguayo de 48, con un alemán de 28, una valenciana de 40, una francesa de 28, otra madrileña de 30 y otro de 36 y otra de.... Pues en principio nada. Si uno viene de constantinopla y el otro del polo norte, si una está en Toulouse, y el otro viene de Roma, y la otra se forma en EEUU y la otra en Valencia. Si unos están definiendo su futuro, la otra se fuga del futuro cada vez que puede y el otro lo cambia todos los años porque se aburre; si uno vive encerrado y la otra estalla como un volcán, si el uno es un maniático del orden y el otro no concibe la vida sin ver los partidos de la Lazio. Pues, a no ser que uno diga que es el colectivo-manicomio, pues no es tan fácil encontrar algo común.
Que nos gusta la gente, que nos gusta el cine y que estamos dispuestos a echarle todas las horas posibles para que el cine y la cultura se democraticen parecen ser los únicos elementos que nos unen. ¡Bah, menudo descubrimiento! diremos. Pues si, la verdad.
Pero al final no nos juntamos con los iguales sino con los diferentes. Es más, lo colectivo es el cultivo de la diferencia, la perfección de la diferenciación. Pero también nos da la impresión con el tiempo, que lo que más conforma y estructura a un colectivo es la corriente subterránea, lo inexplicable, lo paralelo a lo que se aparenta y se presenta, algo que cuesta tiempo evidenciar pero se vive. Potenciar las diferencias y hacer evidentes la corrientes profundas que nos unen, parecen dar como resultado la duración, la permanencia, la fidelidad. La fidelidad solo se mide en el tiempo. Sin tiempo no hay fidelidad, solo hay declaración de intenciones.
Al menos a nosotros nos une cierta corriente ética, cierto marco moral, ciertos riesgos ocultos que queremos correr, ciertas provocaciones que estamos masticando cada quien en silencio, ciertos deseos que no encontraban canalización en otra parte. Lo colectivo es el sano cultivo del individualismo puesto a disposición, aprovechado, mejorado por lo común.
Simple y no tan simple.
Luego viene el mundo de fuera y sus hostias y sus oportunidades.
¡Vamos a democratizar el Cine y si podemos la cultura! - “Ala, si, fenomenal, nos ponemos”
Parece ser que es más fácil cuando la casa está salvo, es decir, cuando las guerras de exterminio e imposición ya no son internas. En esa situación parece, parece decimos, que podemos entablar con cierta consistencia y hasta con cierto método las guerras que nos hacen otros, la perversión de fuera, la crisis diabólica.
Así comenzamos el año de producción de Cine sin Autor. Ordenando estos entresijos de la vida y con una convicción intacta que perdura. No nos gusta esta sociedad que heredamos y el tipo de relación humana que nos hace entablar. No nos gusta su modo de producción de la cultura. Trabajamos por un modelo de cine democratizado. Seguiremos estudiando y enunciando hasta cansar y cansarnos para dibujar otro futuro, para que se beneficie más gente. No creemos que la cultura sea un anexo, que el cine sea un agregado de la vida. Apostamos por un cine que nos ejercite severamente en un tipo de organización social que, a su vez, nos convulsione los rincones dormidos de nuestra imaginación. Entrenamos la imaginación para vivir diferentes, para sentir diferente, para representarnos diferentes. Poco a poco. Al ritmo del propio vivir.
En un día como hoy en que la aspiración olímpica de Madrid 2020 se ha evidenciado como una inconsistencia, quizá, deberían aprender los cínicos entusiastas del circo político que un sueño colectivo, no es un sueño impuesto, no es un bagaje de mentiras vendidas en informes, no es una simple ilusión de minorías ambiciosas por más trabajo que le echen. Quizá, simple y no tan simple, un sueño colectivo surge mejor cuando se cuida la vida, la vivienda de cada quien, el bienestar de la mayoría posible, la crianza de los pequeños, el trabajo del que quiere trabajar, la materialidad constante de lo cotidiano del vivir, que si está bien, si se siente protegido, pues a lo mejor se permite un buen sueño.
Muy bella reflexión, Gerardo.
ResponderEliminarSoy el anónimo que planteó un comentario sobre el Cine entre incultos. También me pareció óptimo tu post de respuesta.
Felicidades y ánimo