sábado, 19 de septiembre de 2009
Una idea de cine no es una idea de cine.
Ya hemos comentado haber dejado atrás la figura de los/las cineastas como aquellas personas o grupos aislados que conciben su obra en la soledad de sus alquimias personales para luego ofrecerla a un público que debe reaccionar ante ella: el arte en su esquema de exhibición.
Hemos planteado, también, que un o una cineasta (o un colectivo) es una persona que decide hacer entrar en crisis su sistema de producción artísitica individual y migrar hacia una manera colectiva de realización: quien se suicida autoralmente, que hace de su realidad como creador un vacío político, estético, cultural, que mata sus intereses personales, somete su ego y se desinteresa por su propio mundo subjetivo.
Por eso cuando hablamos, dentro de este realismo extremo que estamos desarrollando, de “tener una idea de cine”, no estamos hablando de la vieja concepción: “soy cineasta, tengo una idea, es decir un tema y una forma de realización para abordarlo...escribiré el guión o las ideas de guión, estudiaré la manera de realización de acuerdo a mis conocimientos y los del equipo de producción, buscaré los medios y cuando los tenga haré la película que exhibiré para ver si le gusta a alguien, o para que les guste a determinado sector de la población con el que quiero comunicarme...bla bla bla”
En nuestro caso, tener una idea de cine no es tener una idea sino “tener la necesidad de un encuentro social que produzca una película” y para el caso de los/las cineastas el encuentro parte del gesto concreto de su “suicidio autoral” del que hemos hablado en anteriores ocasiones. Se trata de un criterio metodológico de realización de carácter político,que nada tiene que ver con algún tipo de humildad, falso altruismo o alguna otra práctica afectiva o moral. Una actitud de migración individual en un doble sentido: por un lado la migración desde el sistema habitual de creación individual, un movimiento interior de desposesión en la manera de concebirse como autor o autora. El/la cineasta sinautoral parte de una voluntaria desautorización de su propio saber, formación estética, cultural e incluso de sus posturas ideológicas. Por la práctica sabemos que esta desautorización no significa para nada una especie de pérdida de identidad individual sino una mutación de lo individual en relación de lo colectivo. Algún día hablaremos más de este asunto porque el ego autoral es uno de los pilares desde donde se sostiene el edificio burgués-capitalista de la producción cultural oficial.
A la vez de esta migración hay otra no menos importante: la desterritorialización de los/ las cineastas y la ruptura de fronteras sociales. La búsqueda de un encuentro con personas concretas para la realización de un film, provoca movimiento social: alguien decide dejar su entorno habitual para sumergirse en otro con una intención política, cultural a través de la realización cinematográfica. A su vez, un grupo social determinado, metido en su rutina habitual debe abrirse o rechazar una propuesta tan inhabitual como inédita: autoproducir, dirigir, protagonizar el propio film..
Imaginemos toda la complejidad que tienen encuentros de este tipo entre un grupo de video-creadores y unas personas cualquiera sumergidas en algún tipo de conflictividad vital, social y política.
Ahora bien, justamente en el artículo pasado hablábamos de las preguntas fundamentales del cine: ¿qué filmar, cómo y para qué?.
Y solo analizando el punto de arranque de un realismo extremo como el que definimos, se puede ver la complejidad del gesto inicial que supone en los/las cineastas: “tengo una idea de cine// tengo una idea de encuentro social”. Su elección es evidentemente política en extremo porque las preguntas desde el arranque, son, cuanto menos, removedoras: ¿con qué grupo social siento deseos de vincularme cinematográficamente, por qué y qué sentido tiene hacer un film con estas personas concretas?.
Quizá podrá obtener una respuesta parcial de las tres preguntas, pero lo más seguro es que su respuestas verdaderas solo se descubrirán con el tiempo y durante el proceso socio-cinematográfico mismo del film.
Definamos nuestro sitio social, que un poco de honestidad nunca viene mal: quien escribe es integrante activo de la burguesía progre intelectualilla que programamos varias revoluciones a la semana en ensordecedores cafés de Madrid algunos días a la noche, pero que nunca llevamos a cabo. En nuestra práctica, nos hemos visto varias veces ya en la dificultad que supuso migrar de nuestro lugar social, hacia sectores que nos eran ajenos y con los que nos interesaba relacionarnos: en un caso, las trabas administrativas nos impidieron directamente llegar al grupo objetivo con el que queríamos entrar en relación (jóvenes de un hogar de menores de Madrid); en otro intento logramos una convivencia que dejó logros y documentos fílmicos parciales y una riqueza humana muy grande (el caso del centro okupado Patio Maravillas y experiencias derivadas de ésta) pero cuyo proceso tampoco llegó a término como hubiéramos querido. El año pasado pusimos en marcha las experiencias que mencionamos en este blog, Tetuán, por ejemplo, que aún está abierta y nos ofrece desafíos de continuidad complejos, y en Humanes con el grupo de jóvenes del que hemos hablado en más de una ocasión, que quizá pueda ser la primer experiencia que recorra el proceso deseado.
Por eso cuando hablamos de una idea de cine como un deseo político de encuentro de cineastas o videoactivistas sinautorales con un grupo de personas o viceversa, planteamos gestos tan concretos como difíciles de desarrollar cinematográficamente ya que, además, nuestro deseo sería que toda esta complejidad social pudiera ser registrable para integrar este material como parte misma de la película.
Una idea de cine, entonces, en nuestra concepción, puede nacer, también, a la inversa: que un grupo determinado de personas demande a un/una cineasta o equipo sus servicios cinematográficos. Incluso sería la condición ideal. Aquí en España es bien conocido el caso de la película que dio origen a “20 años no es nada” de Joaquín Jordá, dónde un grupo de obreros y obreras en huelga de la fábrica Numax llaman al director para hacer su película y lo financian con su propia caja de resistencia. Este doble gesto de Jordá tanto en el acto de acudir la primera vez en los 80 como en el de retomar las vidas más de 20 años después, es digna de elogio por exigirle a ese tirano, muchas veces maldito y déspota tiempo del cine que se someta al tiempo de la vida y sus espesores.
Una idea de cine como concepción de un espacio social, encuentro político provocado por la necesidad de autorepresentación propia, puede estar en cualquier parte. Pero una vez más nos topamos con la colonización mercantil que todos y todas llevamos dentro. El cine es algo que no nos pertenece más que como espectadores pasivos y consumidores activos, parece ser la costumbre asumida.
No han sido pocas las veces que, en diversas partes, que hemos preguntado a personas cualquiera: ¿crees que tu vida puede ser motivo de una película? ¿La harías?. Las respuestas son muy diferentes cuando las hay, pero siempre encontramos una dificultad para responderla: es una pregunta inhabitual porque parece desubicada, no creíble como posibilidad, una pregunta de broma. Parece que no se hace una película de cualquiera, parece que es un proceso especial y privilegiado para “esa gente del cine, algún personaje conocido, famosos de la alta clase acomodada”.
Cuanto más el cine se haga natural con la vida, la vida lo tomará como algo natural a ella. Nadie se sorprende de que una persona diga hoy día: te voy a sacar una foto. Pero imaginemos en 1888 cuando George Eatsman lanza al mercado la primer cámara fotográfica llamándola Kodak, fundando con ello la casa del mismo nombre. Cualquier persona no estaba en condiciones de decir: “te voy a sacar una foto”. En aquel momento, tanto las cámaras como el conocimiento de su utilización estaban disponibles solo para una minoría.
Hoy, de manera individual, sobre todo las nuevas generaciones ya disponen y conocen la tecnología para capturar, montar y exhibir una película. Pero seguimos careciendo de programas y políticas educativas y socio-culturales que estimulen el desarrollo de procedimientos colectivos de realización que no sigan los procedimientos mercantiles, competitivos e individualistas de las prácticas capitalistas. En nuestro deseo de un Nuevo Cine Popular, nos gustaría que cualquier grupo de personas considere habitual, natural y necesario hacer su propia filmografía local, barrial, familiar, asociativa, etc. Nos gustaría que fuera tan natural como hacerse la foto de familia. Nos gustaría que los y las profesionales del cine entendieran que lo cinematográfico es un servicio para la gente y no solamente un negocio.
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