Hablábamos hace algún tiempo de aquellas películas que hacen de un rodaje su tema o donde aparecen rodajes dentro de su trama. Mencionábamos Cautivos del mal de Vicente Minnelli, Salvaje Inocencia de Philippe Garrel, Vivir Rodando de Tom Dicilo, Le Mepris, For Ever Mozart de Jean Luc Godard entre otras.
Por ahí nos dio por volver a ver (esperando que la noche del verano se active) La noche americana, de Francois Truffaut.
Una película del año 1973 sobre el rodaje supuesto de Les presento a Pamela que en realidad no es más que la excusa del film.
Esta película marcará un duro enfrentamiento epistolar entre los dos extremos ideológicos de la Nouvelle Vague. Mientras en el 72 terminaba Jean Luc Godard su época maoista con el grupo Dgiga Vertov presentando Tout va bien su colega obtendría en 1974 con La noche americana el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.
Una película de anecdotario de rodaje más que de verdadero desenmascaramiento de lo que pasa en el cine.
Godard lo explicitaba en su carta envenenada:
“Querido François, ayer vi La noche americana y, como probablemente nadie va a acusarte de mentiroso, yo lo haré”. Godard le ofrecería una posibilidad de resarcirse si le financiaba una película donde realmente se pusiera de manifiesto eso. “A fin de cuentas, seguía, es por culpa de películas como la tuya que nadie quiere poner dinero en películas como las mías, y no queremos que el público quede con la sensación de que el único cine posible es el que haces tú, ¿no?”.
Truffaut se despacharía con una serie de acusaciones contra Godard: “Todas tus consignas y tu preocupación por las masas han sido siempre puramente teóricas. En realidad, nadie te importa salvo tú mismo. No sólo eres un mentiroso y un falso sino un narcisista, un elitista, un sorete en un pedestal, la Ursula Andress de la militancia. Te recuerdo estas cosas para que puedas ser todo lo honesto que te propones en tu película, que no seré yo quien financie".
No cabe duda que ambos se dijeron verdades.
Pero dejando atrás este alborotado burdel francés de otros años, vamos a lo que nos hizo reflexionar de la película. Con todo la acusación de Godard no deja de ser un tema de reflexión para nosotros, ahora tan lejos.
Mirando La noche americana, hay que reconocer que Truffaut, decora la maquinaria del cine como si fuera una especie de comedia de enredos con final feliz cuando sabemos que los intereses que lo mueven son más intestinales, ideológicos y políticos que lo que siempre nos muestran.
El director mismo escribió alguna vez que: La noche americana gira en torno a la pregunta: "¿Es el cine superior a la vida?", sin darle respuesta porque no la hay, como tampoco la hay para: "¿Son los libros superiores a los films?". Sería lo mismo que preguntar a un niño si prefiera a su padre o a su madre".
Esa visión intencionadamente blanda del cine es la habitual. La máxima contradicción del film son los enredos amorosos y las manías de los actores y algunos profesionales. No plantea problemas de fondo.
Su personaje, Ferrand, le dice a uno de sus actores en un momento de crisis: "...Las películas son más armoniosas que la vida, Alphonse. No hay atascos en los films, no hay tiempos muertos. Las películas avanzan como los trenes, ¿lo comprendes?, igual que los trenes en la noche. Las gentes como tú, como yo, estamos hechas para ser felices en el trabajo... en nuestro trabajo de cine".
Así viviría el cine Truffaut, suponemos. No necesariamente es solo eso, lo sabemos.
En el film todo empieza, ocurre y termina en los estudios Victorine de la ciudad de Niza..
El personaje de la veterana actriz interpretado por Valentina Cortese, Severina, reflexiona en un momento en que comparten la mesa:
"Qué vida la nuestra...Nos conocemos, trabajamos juntos, nos queremos y luego...
en cuanto empezamos a retener algo....¡desaparece! ¿Ves?, ya no está..."
A nivel vital, estas “comunidades efímeras” son originadas fundamentalmente por el dinero, raras veces por el interés profesional y nunca, dentro del cine conocido, por un interés social que lleve a democratizar la experiencia cinematográfica.
Cuando hablamos de “naturalizar el cine”, es porque también nos apasiona la manera en que se produce. Lo que rechazamos es justamente, que una experiencia tan fascinante sea un privilegio privatizado y escandalosamente excluyente.
A la gente con las que vamos creando nuestros documentos también les atrapa entrar a fabricar sus imágenes.
El rodaje es otro de los fuertes momentos que deberíamos colectivizar más.
En realidad, nos mueve lo que a cualquier activista que busca el bien común: la supresión del privilegio, del disfrute minoritario.
Sería interesante que en vez de solamente comunidades efímeras mercantiles el “asunto cine” originara comunidades, asociaciones, grupos locales que se organizaran en torno a él como colectividades estables de producción. No en torno a un cine-club para ejercer su derecho de espectador, sino a un laboratorio de análisis y acción, para ejercer compartidamente su derecho a la producción cinematográfica de su entorno y lejos de todo glamour mercantil.
En otro escrito, Truffaut decía que: Existe una contradicción entre la vida y el espectáculo. La vida va hacia la degradación, la vejez y la muerte; el espectáculo va hacia lo que yo llamaría exaltación.
Es un simplismo vago decir esto, realmente. La degradación biológica de la vida es un proceso natural y lo natural no es degradante, solamente es. La exaltación que produce el espectáculo tal cómo está planteado, no necesariamente es un orden ascendente de nada. A lo sumo, es un ejercicio de mercantilización pasajera, de reconocimiento masivo para quien se ubica en un sitio de más exposición, solo una efervescencia de protagonismo.
Es el cine, en realidad, el que muere al nacer como registro y como film. Una creación solo sostenida por el beneficio económico, cuando la hace perdurar o por el juicio espectador o crítico, cuando la salva de su inevitable desaparición. El cine es un difunto en celuloide o (en nuestra época) un cadáver en dígitos. Un cadáver a los que la mecánica o la informática puede resucitar por medio de un proyector o un reproductor.
Cualquier film está amenazado de indiferencia social. Por eso ha crecido tanto la demencial carrera de pre-estimulación por merchandising. El “espectador sobrestimulado” se distrae demasiado. Hay que apabullarlo.
Esa comunidad de “La noche americana” es doblemente efímera. Representan una comunidad cinematográfica en rodaje que desaparecerá y a la vez fueron una colectividad cinematográfica en rodaje que desapareció.
El cine tiene esa parte fascinante del trabajo de rodar, de crear situaciones para ser documentadas por las cámaras, esa posibilidad de invención real de escenas que crean posibles situaciones de vida. Este es justamente lo que sería digno de colectivizar, de naturalizar: la revivencia o la invención de situaciones a vivir para hacer de la proyección de esos rusches del viejo cine, un acto de encuentro y producción social. Los "rusches" son los primeros positivados que se hacen de lo que se rodó en la jornada de trabajo. En varios momentos de esta película todos y todas las participantes del rodaje se juntan a ver las escenas rodadas durante el día.
Cuando presentamos un documento fílmico la experiencia se debería parecer más a esto. Pero creemos que así como en un grupo de rodaje hay una plena conciencia e interés por ver el resultado de un esfuerzo conjunto, en el plano social, aún estamos lejos y eso nos supone mayores esfuerzos, largos esfuerzos por colectivizar tanto el trabajo como su visionado.
A partir de ver esta película nos reafirmamos en la necesidad de desprivatizar ese privilegio del cine que solo viven sus minorías profesionales.
Y a pesar de la blandura del film, el mismo Truffaut se plantea la duda casi al final de su guión cuando reflexiona ante la muerte (en la ficción) del veterano actor Alexandre (Jean Pierre Aumont) y el acoso de los aseguradores que quieren detener el rodaje o terminarlo en solo cinco días para no asumir un mayor presupuesto:
"Desde que hago cine, - reflexiona la voz en off del director- he temido que pasase esto: el rodaje interrumpido por la muerte de un actor. Con Alexandre, desaparece una época del cine".
Dejaremos los estudios y rodaremos en la calle, sin actores o guiones.
No se harán películas como "Les presento a Pamela".
Truffaut no es el único cineasta que imaginó un futuro diferente para el cine. Y aunque la desaparición de esa época a la que se refiere sigue ahí, mutándose capitalísticamente, nosotros, lentamente creemos que estamos de lleno embarcados en ese cine del futuro que imaginó el director: un cine en cualquier parte y con cualquier persona, hecho colectivamente... Mucho trabajo queda...
Por ahí nos dio por volver a ver (esperando que la noche del verano se active) La noche americana, de Francois Truffaut.
Una película del año 1973 sobre el rodaje supuesto de Les presento a Pamela que en realidad no es más que la excusa del film.
Esta película marcará un duro enfrentamiento epistolar entre los dos extremos ideológicos de la Nouvelle Vague. Mientras en el 72 terminaba Jean Luc Godard su época maoista con el grupo Dgiga Vertov presentando Tout va bien su colega obtendría en 1974 con La noche americana el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.
Una película de anecdotario de rodaje más que de verdadero desenmascaramiento de lo que pasa en el cine.
Godard lo explicitaba en su carta envenenada:
“Querido François, ayer vi La noche americana y, como probablemente nadie va a acusarte de mentiroso, yo lo haré”. Godard le ofrecería una posibilidad de resarcirse si le financiaba una película donde realmente se pusiera de manifiesto eso. “A fin de cuentas, seguía, es por culpa de películas como la tuya que nadie quiere poner dinero en películas como las mías, y no queremos que el público quede con la sensación de que el único cine posible es el que haces tú, ¿no?”.
Truffaut se despacharía con una serie de acusaciones contra Godard: “Todas tus consignas y tu preocupación por las masas han sido siempre puramente teóricas. En realidad, nadie te importa salvo tú mismo. No sólo eres un mentiroso y un falso sino un narcisista, un elitista, un sorete en un pedestal, la Ursula Andress de la militancia. Te recuerdo estas cosas para que puedas ser todo lo honesto que te propones en tu película, que no seré yo quien financie".
No cabe duda que ambos se dijeron verdades.
Pero dejando atrás este alborotado burdel francés de otros años, vamos a lo que nos hizo reflexionar de la película. Con todo la acusación de Godard no deja de ser un tema de reflexión para nosotros, ahora tan lejos.
Mirando La noche americana, hay que reconocer que Truffaut, decora la maquinaria del cine como si fuera una especie de comedia de enredos con final feliz cuando sabemos que los intereses que lo mueven son más intestinales, ideológicos y políticos que lo que siempre nos muestran.
El director mismo escribió alguna vez que: La noche americana gira en torno a la pregunta: "¿Es el cine superior a la vida?", sin darle respuesta porque no la hay, como tampoco la hay para: "¿Son los libros superiores a los films?". Sería lo mismo que preguntar a un niño si prefiera a su padre o a su madre".
Esa visión intencionadamente blanda del cine es la habitual. La máxima contradicción del film son los enredos amorosos y las manías de los actores y algunos profesionales. No plantea problemas de fondo.
Su personaje, Ferrand, le dice a uno de sus actores en un momento de crisis: "...Las películas son más armoniosas que la vida, Alphonse. No hay atascos en los films, no hay tiempos muertos. Las películas avanzan como los trenes, ¿lo comprendes?, igual que los trenes en la noche. Las gentes como tú, como yo, estamos hechas para ser felices en el trabajo... en nuestro trabajo de cine".
Así viviría el cine Truffaut, suponemos. No necesariamente es solo eso, lo sabemos.
En el film todo empieza, ocurre y termina en los estudios Victorine de la ciudad de Niza..
El personaje de la veterana actriz interpretado por Valentina Cortese, Severina, reflexiona en un momento en que comparten la mesa:
"Qué vida la nuestra...Nos conocemos, trabajamos juntos, nos queremos y luego...
en cuanto empezamos a retener algo....¡desaparece! ¿Ves?, ya no está..."
A nivel vital, estas “comunidades efímeras” son originadas fundamentalmente por el dinero, raras veces por el interés profesional y nunca, dentro del cine conocido, por un interés social que lleve a democratizar la experiencia cinematográfica.
Cuando hablamos de “naturalizar el cine”, es porque también nos apasiona la manera en que se produce. Lo que rechazamos es justamente, que una experiencia tan fascinante sea un privilegio privatizado y escandalosamente excluyente.
A la gente con las que vamos creando nuestros documentos también les atrapa entrar a fabricar sus imágenes.
El rodaje es otro de los fuertes momentos que deberíamos colectivizar más.
En realidad, nos mueve lo que a cualquier activista que busca el bien común: la supresión del privilegio, del disfrute minoritario.
Sería interesante que en vez de solamente comunidades efímeras mercantiles el “asunto cine” originara comunidades, asociaciones, grupos locales que se organizaran en torno a él como colectividades estables de producción. No en torno a un cine-club para ejercer su derecho de espectador, sino a un laboratorio de análisis y acción, para ejercer compartidamente su derecho a la producción cinematográfica de su entorno y lejos de todo glamour mercantil.
En otro escrito, Truffaut decía que: Existe una contradicción entre la vida y el espectáculo. La vida va hacia la degradación, la vejez y la muerte; el espectáculo va hacia lo que yo llamaría exaltación.
Es un simplismo vago decir esto, realmente. La degradación biológica de la vida es un proceso natural y lo natural no es degradante, solamente es. La exaltación que produce el espectáculo tal cómo está planteado, no necesariamente es un orden ascendente de nada. A lo sumo, es un ejercicio de mercantilización pasajera, de reconocimiento masivo para quien se ubica en un sitio de más exposición, solo una efervescencia de protagonismo.
Es el cine, en realidad, el que muere al nacer como registro y como film. Una creación solo sostenida por el beneficio económico, cuando la hace perdurar o por el juicio espectador o crítico, cuando la salva de su inevitable desaparición. El cine es un difunto en celuloide o (en nuestra época) un cadáver en dígitos. Un cadáver a los que la mecánica o la informática puede resucitar por medio de un proyector o un reproductor.
Cualquier film está amenazado de indiferencia social. Por eso ha crecido tanto la demencial carrera de pre-estimulación por merchandising. El “espectador sobrestimulado” se distrae demasiado. Hay que apabullarlo.
Esa comunidad de “La noche americana” es doblemente efímera. Representan una comunidad cinematográfica en rodaje que desaparecerá y a la vez fueron una colectividad cinematográfica en rodaje que desapareció.
El cine tiene esa parte fascinante del trabajo de rodar, de crear situaciones para ser documentadas por las cámaras, esa posibilidad de invención real de escenas que crean posibles situaciones de vida. Este es justamente lo que sería digno de colectivizar, de naturalizar: la revivencia o la invención de situaciones a vivir para hacer de la proyección de esos rusches del viejo cine, un acto de encuentro y producción social. Los "rusches" son los primeros positivados que se hacen de lo que se rodó en la jornada de trabajo. En varios momentos de esta película todos y todas las participantes del rodaje se juntan a ver las escenas rodadas durante el día.
Cuando presentamos un documento fílmico la experiencia se debería parecer más a esto. Pero creemos que así como en un grupo de rodaje hay una plena conciencia e interés por ver el resultado de un esfuerzo conjunto, en el plano social, aún estamos lejos y eso nos supone mayores esfuerzos, largos esfuerzos por colectivizar tanto el trabajo como su visionado.
A partir de ver esta película nos reafirmamos en la necesidad de desprivatizar ese privilegio del cine que solo viven sus minorías profesionales.
Y a pesar de la blandura del film, el mismo Truffaut se plantea la duda casi al final de su guión cuando reflexiona ante la muerte (en la ficción) del veterano actor Alexandre (Jean Pierre Aumont) y el acoso de los aseguradores que quieren detener el rodaje o terminarlo en solo cinco días para no asumir un mayor presupuesto:
"Desde que hago cine, - reflexiona la voz en off del director- he temido que pasase esto: el rodaje interrumpido por la muerte de un actor. Con Alexandre, desaparece una época del cine".
Dejaremos los estudios y rodaremos en la calle, sin actores o guiones.
No se harán películas como "Les presento a Pamela".
Truffaut no es el único cineasta que imaginó un futuro diferente para el cine. Y aunque la desaparición de esa época a la que se refiere sigue ahí, mutándose capitalísticamente, nosotros, lentamente creemos que estamos de lleno embarcados en ese cine del futuro que imaginó el director: un cine en cualquier parte y con cualquier persona, hecho colectivamente... Mucho trabajo queda...
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