La semana pasada lanzábamos algunas dudas a la vez que afirmaciones sobre el tema de “ese estado general de dispersión” enunciado por Franco Ingrassia, del que nos hacíamos eco señalando que también ha sido una sintomatología social contra la que nosotros hemos reaccionado. Franco a la vez nos anotaba en un correo personal otro asunto de su interés: la cuestión del espectador y los modos de recepción de la producción estética actual.
Mirando nuestro salpicadero de ideas en este blog, vemos que es un tema que hemos abordado en más de una ocasión aunque arrastrados en cada caso por conclusiones surgidas muchas veces de la práctica.
Aprovechamos la oportunidad para precisar algunas otras cosas.
Una aclaración: El Cine sin Autor es fundamentalmente una serie de procedimientos, operativas y prácticas de realización cinematográfica orientadas a originar procesos sociales de producción de representación con personas no productoras de audiovisual. Es, a la vez, una progresiva batería de enunciados que esa práctica valida o no y que lo hace para cada caso. Busca naturalizar los procedimientos del cine, su democratización y a la vez convertirlo en herramienta de beneficio social.
Por lo tanto, no nos movemos con categorías abstractas sino operativas.
Para empezar, “el espectador” así dicho, no existe más que como enunciado. Existen espectadores y espectadoras de muy diversas características y existen situaciones momentáneas, intermitentes de “ser espectador” que duran lo que su expectación frente a una obra o pieza. Nadie es 24 horas al día espectador de obras.
En el cine occidental, vemos dos tipos de espectadores que son los que el propio cine ha creado: aquel que mira las imágenes creadas por otros y aquel que mira las imágenes que el mismo crea.
El primero es generalmente al que se refiere la abstracción: “el espectador”.
El segundo es el estado del que gozan las élites productoras como primeros espectadores de su obra en proceso: equipo de realización, actores, productores, etc.
Espectador imaginado, supuesto, hipotético, definido por categorías vagas, estadísticas de audiencia o estudios de marketing antes del film. Espectador como hecho pasado: aquellos que vieron tal o cual película, en tal o cual lugar y en determinadas circunstancias.
En el cine, el origen de “este” espectador tiene día y lugar preciso: 28 de diciembre de 1895, salón Indien, 14, Boulevard Des Capucines, Paris. Primera exhibición del invento Lumière. Nacimiento del “espectador rentable de films” al pagar su entrada para la proyección en el café parisino. Poca gente acudió, pero el gesto se hizo eterno y habitó entre nosotros.
Podríamos imaginarnos que en la villa Lumière, el visionado previo de aquellas primeras fotografías en movimiento reveladas y proyectadas tienen que haber originado unos espectadores primeros, gratuitos: posiblemente integrantes de la familia Lumière, operarios, allegados.
“El espectador cualquiera” tuvo que pagar para existir como tal. Es hijo y producto de un acto mercantil. Nace mercantilizado. Y este gesto es sobre el que se va a edificar toda la actividad cinematográfica hasta convertirla en lo que es hoy.
Se trata de un “espectador” creado dentro y por “el sistema de producción cinematográfico” que adquirió características muy concretas: lo constituyeron como grupo social valorándolo fundamentalmente por su poder adquisitivo en relación a poder o no pagar la entrada de una proyección.
Su perfil inicial no dejó de afirmarse.
1) Debía pagar sus entradas para mantenimiento del negocio. Así, las características formales y estéticas del cine se desarrollaron para captar su atención en cápsulas audiovisuales de aproximadamente hora y media. Estética persuasiva del entretenimiento.
2) Debía contemplar y conmoverse ante las imágenes que se le presentan a manera de consumidor estético (no crítico en cuanto a su forma de producción)
3) Se le había concebido como No-productor de films. Por tanto, no debía mutar de dicha condición ni ocurrírsele producir imagen o sonido alguno. De hecho durante casi un siglo le fue impensable e inalcanzable hacerlo.
4) Debía ignorar cómo se producen tales imágenes para conservar el potencial de su asombro rentable.
Es el espectador de la era pre-digital. Otros caminos se han recorrido ya en cuanto a modelos de producción de películas.
El camino que llevamos en el CsA, alimentándonos de otras experiencias, va orientado al diseño de un modelo No-capitalista de hacer cine. Y a la hora de mover cada una de las piezas, también, por supuesto, se mueve la de este “espectador” del viejo cine.
Otro modelo de espectador solo es posible dentro de otro modelo de producción. Esto supone sustituir tanto el enunciado que lo define como las operativas, procedimientos y acciones que lo fabrican.
Si el cine es una organización social de producción de imágenes fílmicas, en gran parte y hasta hace poco solo de tipo empresarial, nos hemos propuesto como CsA una organización social entre personas cualquiera y cineastas para hacer dichos films sin la mecánica ni los esquemas formales del negocio. La jerarquía de la cadena de producción es tiranía obligada del viejo cine. Solemos romper cualquier vínculo jerárquico.
Nuestra experiencia nos ha hecho pensar la ruptura con ese viejo espectador en estos términos:
1) El cine no necesita espectadores para existir. No tiene por qué montar el sentido de su fabricación solo en “el momento transitorio” en que las personas asisten a una proyección. Al no haber espectador a persuadir “lo cinematográfico” puede desarrollarse en otras direcciones. Por ejemplo, puede orientar sus métodos de realización al desarrollo de una estética de la dignificación que sustituya a una estética de la persuasión para tiempos de ocio.
2) Su vinculación (la del espectador habitual) con los grupos productores de cine puede dejar de establecerse sobre su potencial comprador y sobre la explotación comercial del encuentro del espectador con la obra en una sala cualquiera. Su vínculo al cine puede desarrollar su potencial participativo, productor, relacional, inventivo, imaginativo, político, etc .
3) Las condiciones tecnológicas pueden posibilitar que “el viejo espectador” viva otras experiencias en el cine más allá de las solas programaciones sensoriales, perceptivas y narrativas que proponen sus viejos productores. Podría pasar de una mera función receptiva a vivir otras funciones expresivas.
4) El dispositivo cinematográfico (cineasta o equipo de realización) debe favorecer y estimular igualmente todas estas posibilidades muriendo a su vieja función de autoría propietaria. La sinautoría de la que siempre hablamos. Debe permitir mutar al espectador para que alterne a su experiencia de espectador remoto (perceptor de obras de otros), la del espectador primero (perceptor crítico de su propia obra) y la de co- productor-protagonista-gestor de sus imágenes fílmicas.
Por eso, pensar en cómo un espectador recepciona en la actualidad las obras, supone, al menos para nosotros, hablar de un tema antiguo: si admitimos un perceptor es porque admitimos un productor-emisor de films. Hemos roto ya con esta tipo de función productora.
A lo que estamos abocados, como cineastas, es a crear las condiciones de producción en nuestros procesos abriendo la posibilidad, ya no de que el espectador perciba obra al viejo estilo, sino que la co-produzca, la protagonice, la gestione y se exprese en ella. El cine como campo delimitado de experiencia social.
Lejos estamos, parece, en general de poder vivir unas condiciones mínimas para que esto suceda.
Lejos... o cerca en lo particular.
El 10 de noviembre lanzamos un Estudio Abierto de CsA en el Instituto de adultos de Tetuán, el barrio donde interactuamos. Al parecer unos cuantos jóvenes tendrán un primer contacto con la experiencia de CsA. Es el quinto proceso que abrimos, el tercero en la etapa en que obtenemos mejores resultados y el segundo con jóvenes de un instituto de secundaria. Nos hemos habituado a no pensar en espectador alguno. Para nosotros, las personas son simplemente posibles compañeros y compañeras de viaje. Abrimos ese “campo social de producción” que se rige por operativas no capitalistas de hacer cine y echamos a andar. Cuando uno pone a funcionar otro modelo, el anterior entra en conflicto. Nos metemos, así, de lleno en eso que llamamos la crisis socio-cinematográfica. En la reunión de preparación para el lanzamiento de la experiencia en el instituto, el profesorado que pensaba en la convocatoria se inquietó: pueden llegar a haber 80 alumnos - decían- ... ¿qué pasa si todos y todas se anotan? Justo, pensábamos, no lo sabemos. Solo encenderemos las cámaras y asumiremos que se habrá puesto en marcha otro proceso de Cine sin Autor. Sabremos que, por lo menos, el desconcierto será filmable. Que las tensiones se dispararán y que nos pasará lo de siempre: nos olvidaremos de las categorías predeterminadas del cine. Nos perderemos en la experiencia y nos olvidaremos de ese “viejo espectador” del que veníamos hablando. Siempre sucede cuando, ante las cosas de la vida, es el Cine el que se queda en blanco.
Mirando nuestro salpicadero de ideas en este blog, vemos que es un tema que hemos abordado en más de una ocasión aunque arrastrados en cada caso por conclusiones surgidas muchas veces de la práctica.
Aprovechamos la oportunidad para precisar algunas otras cosas.
Una aclaración: El Cine sin Autor es fundamentalmente una serie de procedimientos, operativas y prácticas de realización cinematográfica orientadas a originar procesos sociales de producción de representación con personas no productoras de audiovisual. Es, a la vez, una progresiva batería de enunciados que esa práctica valida o no y que lo hace para cada caso. Busca naturalizar los procedimientos del cine, su democratización y a la vez convertirlo en herramienta de beneficio social.
Por lo tanto, no nos movemos con categorías abstractas sino operativas.
Para empezar, “el espectador” así dicho, no existe más que como enunciado. Existen espectadores y espectadoras de muy diversas características y existen situaciones momentáneas, intermitentes de “ser espectador” que duran lo que su expectación frente a una obra o pieza. Nadie es 24 horas al día espectador de obras.
En el cine occidental, vemos dos tipos de espectadores que son los que el propio cine ha creado: aquel que mira las imágenes creadas por otros y aquel que mira las imágenes que el mismo crea.
El primero es generalmente al que se refiere la abstracción: “el espectador”.
El segundo es el estado del que gozan las élites productoras como primeros espectadores de su obra en proceso: equipo de realización, actores, productores, etc.
Espectador imaginado, supuesto, hipotético, definido por categorías vagas, estadísticas de audiencia o estudios de marketing antes del film. Espectador como hecho pasado: aquellos que vieron tal o cual película, en tal o cual lugar y en determinadas circunstancias.
En el cine, el origen de “este” espectador tiene día y lugar preciso: 28 de diciembre de 1895, salón Indien, 14, Boulevard Des Capucines, Paris. Primera exhibición del invento Lumière. Nacimiento del “espectador rentable de films” al pagar su entrada para la proyección en el café parisino. Poca gente acudió, pero el gesto se hizo eterno y habitó entre nosotros.
Podríamos imaginarnos que en la villa Lumière, el visionado previo de aquellas primeras fotografías en movimiento reveladas y proyectadas tienen que haber originado unos espectadores primeros, gratuitos: posiblemente integrantes de la familia Lumière, operarios, allegados.
“El espectador cualquiera” tuvo que pagar para existir como tal. Es hijo y producto de un acto mercantil. Nace mercantilizado. Y este gesto es sobre el que se va a edificar toda la actividad cinematográfica hasta convertirla en lo que es hoy.
Se trata de un “espectador” creado dentro y por “el sistema de producción cinematográfico” que adquirió características muy concretas: lo constituyeron como grupo social valorándolo fundamentalmente por su poder adquisitivo en relación a poder o no pagar la entrada de una proyección.
Su perfil inicial no dejó de afirmarse.
1) Debía pagar sus entradas para mantenimiento del negocio. Así, las características formales y estéticas del cine se desarrollaron para captar su atención en cápsulas audiovisuales de aproximadamente hora y media. Estética persuasiva del entretenimiento.
2) Debía contemplar y conmoverse ante las imágenes que se le presentan a manera de consumidor estético (no crítico en cuanto a su forma de producción)
3) Se le había concebido como No-productor de films. Por tanto, no debía mutar de dicha condición ni ocurrírsele producir imagen o sonido alguno. De hecho durante casi un siglo le fue impensable e inalcanzable hacerlo.
4) Debía ignorar cómo se producen tales imágenes para conservar el potencial de su asombro rentable.
Es el espectador de la era pre-digital. Otros caminos se han recorrido ya en cuanto a modelos de producción de películas.
El camino que llevamos en el CsA, alimentándonos de otras experiencias, va orientado al diseño de un modelo No-capitalista de hacer cine. Y a la hora de mover cada una de las piezas, también, por supuesto, se mueve la de este “espectador” del viejo cine.
Otro modelo de espectador solo es posible dentro de otro modelo de producción. Esto supone sustituir tanto el enunciado que lo define como las operativas, procedimientos y acciones que lo fabrican.
Si el cine es una organización social de producción de imágenes fílmicas, en gran parte y hasta hace poco solo de tipo empresarial, nos hemos propuesto como CsA una organización social entre personas cualquiera y cineastas para hacer dichos films sin la mecánica ni los esquemas formales del negocio. La jerarquía de la cadena de producción es tiranía obligada del viejo cine. Solemos romper cualquier vínculo jerárquico.
Nuestra experiencia nos ha hecho pensar la ruptura con ese viejo espectador en estos términos:
1) El cine no necesita espectadores para existir. No tiene por qué montar el sentido de su fabricación solo en “el momento transitorio” en que las personas asisten a una proyección. Al no haber espectador a persuadir “lo cinematográfico” puede desarrollarse en otras direcciones. Por ejemplo, puede orientar sus métodos de realización al desarrollo de una estética de la dignificación que sustituya a una estética de la persuasión para tiempos de ocio.
2) Su vinculación (la del espectador habitual) con los grupos productores de cine puede dejar de establecerse sobre su potencial comprador y sobre la explotación comercial del encuentro del espectador con la obra en una sala cualquiera. Su vínculo al cine puede desarrollar su potencial participativo, productor, relacional, inventivo, imaginativo, político, etc .
3) Las condiciones tecnológicas pueden posibilitar que “el viejo espectador” viva otras experiencias en el cine más allá de las solas programaciones sensoriales, perceptivas y narrativas que proponen sus viejos productores. Podría pasar de una mera función receptiva a vivir otras funciones expresivas.
4) El dispositivo cinematográfico (cineasta o equipo de realización) debe favorecer y estimular igualmente todas estas posibilidades muriendo a su vieja función de autoría propietaria. La sinautoría de la que siempre hablamos. Debe permitir mutar al espectador para que alterne a su experiencia de espectador remoto (perceptor de obras de otros), la del espectador primero (perceptor crítico de su propia obra) y la de co- productor-protagonista-gestor de sus imágenes fílmicas.
Por eso, pensar en cómo un espectador recepciona en la actualidad las obras, supone, al menos para nosotros, hablar de un tema antiguo: si admitimos un perceptor es porque admitimos un productor-emisor de films. Hemos roto ya con esta tipo de función productora.
A lo que estamos abocados, como cineastas, es a crear las condiciones de producción en nuestros procesos abriendo la posibilidad, ya no de que el espectador perciba obra al viejo estilo, sino que la co-produzca, la protagonice, la gestione y se exprese en ella. El cine como campo delimitado de experiencia social.
Lejos estamos, parece, en general de poder vivir unas condiciones mínimas para que esto suceda.
Lejos... o cerca en lo particular.
El 10 de noviembre lanzamos un Estudio Abierto de CsA en el Instituto de adultos de Tetuán, el barrio donde interactuamos. Al parecer unos cuantos jóvenes tendrán un primer contacto con la experiencia de CsA. Es el quinto proceso que abrimos, el tercero en la etapa en que obtenemos mejores resultados y el segundo con jóvenes de un instituto de secundaria. Nos hemos habituado a no pensar en espectador alguno. Para nosotros, las personas son simplemente posibles compañeros y compañeras de viaje. Abrimos ese “campo social de producción” que se rige por operativas no capitalistas de hacer cine y echamos a andar. Cuando uno pone a funcionar otro modelo, el anterior entra en conflicto. Nos metemos, así, de lleno en eso que llamamos la crisis socio-cinematográfica. En la reunión de preparación para el lanzamiento de la experiencia en el instituto, el profesorado que pensaba en la convocatoria se inquietó: pueden llegar a haber 80 alumnos - decían- ... ¿qué pasa si todos y todas se anotan? Justo, pensábamos, no lo sabemos. Solo encenderemos las cámaras y asumiremos que se habrá puesto en marcha otro proceso de Cine sin Autor. Sabremos que, por lo menos, el desconcierto será filmable. Que las tensiones se dispararán y que nos pasará lo de siempre: nos olvidaremos de las categorías predeterminadas del cine. Nos perderemos en la experiencia y nos olvidaremos de ese “viejo espectador” del que veníamos hablando. Siempre sucede cuando, ante las cosas de la vida, es el Cine el que se queda en blanco.
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