En los últimos años hemos ido definiendo, reflexionando y realizando diferentes experiencias cinematográficas. Aunque retrasados con respecto a los plazos que teníamos, estamos haciendo las correcciones del segundo Manifiesto de Cine sin Autor que esperamos publicar en este primer semestre. En él, bajo el título "La Política de la Colectividad" hemos concebido el sistema de cine que imaginamos para el futuro, un sistema creado a la inversa de lo que el Cine ha sido en su primer siglo. En lugar de pensarlo desde arriba de la industria, la inversión y la profesionalidad lo hemos concebido desde la base social, la gente común y como un sistema de fabricación de películas donde sea esa misma gente, la que tenga en propiedad la producción y gestión de la actividad cinematográfica.
Hace dos semanas hablamos del concepto de fábrica analizando muy brevemente las “fábricas de películas amateur” de Michel Gondry y remarcando sus aciertos pero dibujando sobre todo la potencia que tiene lo que a su modelo, aún, le falta.
El modelo extendido en el cine desde el negocio Lumière hasta hoy día, ha sido el de Fábrica en Sistema de Estudios cerrado. Una fábrica controlada y diseñada por sus propietarios hasta el menor detalle y, fundamentalmente, para el lucro de sus dueños. Fábricas dentro de la dinámica capitalista.
Muchos (la mayoría) de los emprendimientos fílmicos incluso autorales copian este modelo jerárquico. O son los directivos de la fábricas o es el director y su equipo quien controla el diseño total de la fabricación de la película según sus ideas e intereses tanto económicos como de forma y contenido.
Nosotros imaginamos un mundo lleno de otras fábricas de cine, fábricas de todo tamaño que funcionen en Sistema de Estudio Abierto. Este Sistema de Estudio Abierto es la esencia para que las fábricas puedan ser ocupadas progresivamente por los habitantes de la localidad donde operen y donde el dinero obviamente sea un medio para su desarrollo pero no el motor que condicione la producción de representación, los contenidos, las formas, la estética, la narrativa que allí se genere.
Donde haya una persona con cámara, ordenador y proyector, profesional o no del sector, dispuesto a realizar películas de Cine sin Autor en Sistema de Estudio Abierto, hay potencialmente una fábrica de cine. El crecimiento de este tipo de fábricas no vendrá dado por la vía del éxito comercial y monetario sino por la progresiva organización social que se genere en torno a la actividad cinematográfica y a medida que la gente local ocupe el Cine y ocupe, si las hay, las instalaciones donde se fabrican. Fábricas cooperativas si queremos ser muy simples.
La materia prima del cine del primer siglo, ha sido indiscutiblemente el dinero. Las fábricas y productoras en general siempre han hecho sus películas para rentabilizar el negocio y continuar con él. Es el dinero el que se valió de la creación, distribución y exhibición de películas para rentabilizarse a sí mismo y ofrecer beneficios a sus inversores. El fracaso de una película industrial siempre ha sido su incapacidad para la obtención de dichos beneficios, buscados a través del pago de entradas. Han sido minoritarias aquellas experiencias donde, primando un interés no monetario en los contenidos, pudieron asegurar su continuidad al no asegurar dichos beneficios. La continuidad de una cinematografía no rentable solo pudo ser mantenida cuando una política estatal-cultural podía o puede asegurar su funcionamiento.
La materia prima de las fábricas que diseñamos desde el Cine sin Autor no es el dinero, sino el potencial social de representación que se genera desde los plató-mundo y sus habitantes. No ha explorado el Cine ni remotamente las posibilidades que ofrece la sola realidad, con sus calles, sus casas, su gente, sus parques, sus tiendas, sus bares, sus hábitos sociales y su imaginación como fuente de narratividad y contenidos fílmicos. Esa será la materia prima cinematografiable que las Fábricas en Sistema de Estudio Abierto van a procesar para dar como resultado películas.
Hoy mismo salían unas decorativas y aburridas declaraciones de George Cloonye en ambiente de Oscars diciendo que: “Cada vez es más difícil encontrar algo que me apetezca seguir leyendo pasada la décima página. Quizá es que llevamos haciendo películas más de 100 años y se nos están agotando las historias. O que el sistema de estudios no busca buenos guiones sino grandes espectáculos”...“La esperanza está en todos esos chavales con cámaras que serán capaces de contar mejores historias”.
Menudo descubrimiento. El agotamiento imaginativo del Sistema de Estudios no es solo un problema de las historias sino de todo su modo de producción envejecido desde hace medio siglo después de que pariera en su época de esplendor al cine clásico.
La situación audiovisual actual ya nos permite ver la emergencia de una producción desordenada e inabarcable de nuevos operadores que están haciendo de la realidad inmediata motivos de sus grabaciones, videos y películas, algo que nos remite al mismísimo catálogo inicial de los Lumiere que contenía registros de fotografías en movimiento de su entorno inmediato, sus familiares, sus conocidos, sus lugares frecuentados, sus acontecimientos próximos, etc. Ese segundo origen del cine del que siempre hablamos.
Si la industria se constituyó fundamentalmente como un conjunto de fábricas en régimen fordista que luego fue adoptando la deslocalización del ordenamiento global del trabajo y mutó a fábricas deslocalizadas en formato maquila, la nueva industria de cine popular tiene las condiciones de poder constituirse como un conglomerado industrial de fábricas anónimas. El estado de producción audiovisual actual de la gente, no ha estructurado aún un tipo de organización social diferente a la empresarial de su primera historia y ya es tiempo de hacerlo.
Y cuando decimos una industria basada en fábricas anónimas, no nos referimos a que no sepamos quienes las gestionan sino a un anonimato de producción en términos de un desplazamiento global de identidad propietaria. Frente a la fuerte "marca" reconocible y explotable de los negocios y autores que han dado y dan identidad a sus productos comerciales y estéticos, las fábricas anónimas ofrecerán una identidad basada en los contenidos que emerjan desde los plató-mundos y sus gentes sin importar la firma sino el lugar y los habitantes que producen su propia filmografía. Películas tan diferentes entre sí como lo son los grupos y colectividades entre ellos, tan diversas como los lugares desde donde se implanten estas fábricas populares de cine. Anonimato estético, también, que obviará la firma y estilo que las películas puedan tener entre sí ya que no responderán a las antiguas políticas del mercado y la profesión cinematográfica.
Esta semana comenzamos un proceso con un segundo grupo del mismo centro público CEPA-TETUÁN. Y este segundo grupo, a pesar de ser alumnos del mismo centro han elegido ante la pantalla vacía que les propusimos, trabajar sobre el tema de su propio fracaso escolar eligiendo como plató al mismo instituto. Contenido y formas muy alejados de los del primer grupo con el que trabajamos. Ni es el mismo tema, ni los mismos protagonistas, obviamente, ni las mismas localizaciones, ni serán los mismos cámaras, etc. Cada grupo desarrolla un universo particular si no se le impone un canon preconcebido.
Una fábrica en un medio rural no puede dar películas parecidas a otra que se aloje en un barrio céntrico de una capital. Si es así, dentro de nuestra Política de la Colectividad, algo habrá fallado de manera notoria.
Cuando imaginamos fábricas operadas y gestionadas por la gente, ocupadas creativa y productivamente por sus vecinos, es porque intuimos ya que el movimiento general de la actividad cinematográfica fuera de la producción convencional, camina hacia un realismo de arraigo e inmersión en realidades concretas como materia de producción audiovisual. No hablamos de industria en los términos de esos grandes focos industriales que siempre han dominado la producción sino justamente de una industria compuesta por multitud de fábricas independientes autogestionadas sin necesaria organización entre ellas. Al contrario, la riqueza la dará la diversidad y la autonomía.
Hoy día esto es ya una realidad en crecimiento. Las experiencias de autorganización cinematográfica y audiovisual han ido emergiendo con mucha más fuerza en la era digital. Digamos que el Cine que apareció en occidente como águila imperial que sobrevolaba el planeta para entretener a espectadores de todo el mundo, fue perdiendo progresivamente (y eso no es de ahora) su exclusividad euronorteamericana teniendo que aceptar el nacimiento de otras macroexperiencias industriales como la india o la nigeriana o las diferentes producciones más locales indígenas del continente americano. No estaría mal en otro momento hacer un mapa global de la producción actual para ver que el eje euronorteamericano del cine, ya no es la referencia mundial en términos de producción aunque conserve su tiranía estética.
Bien podemos decir, entonces, que la producción de cine ha ido desde su origen, aterrizando, encarnándose, diversificándose, acercándose a lo local. Ahora quizá ya es tiempo de que deje de planear sobre la realidad y tenga la valentía y los métodos de fabricación que surjan de esa gente que, por largo tiempo, solo fueron espectadores del cine de las minorías.
Y si el Cine se ha mantenido siempre a través de la explotación comercial de sus películas en un Mercado de espectadores. ¿Qué puede pasar con el Cine de una industria basada en fábricas anónimas?
Cabe recordar aquellos debates sesenteros que tenían que encajar la emergencia de cines nacionales desconocidos y desafiantes cuando el, por ese entonces, joven crítico y cineasta francés Jean Louis Comolli hablaba de “la necesidad de revisar los instrumentos de la crítica y de inventar un nuevo espectador” según recoge Antoine de Baecque en “La política de los autores” . Incluso a la novedosa Nouvelle Vague le traía problemas el hecho de enfrentarse a cines emergentes ante los cuales se encontraba “desprovista de recursos o falta de referencias” - dice el autor.
Así está el cine hoy para poder leer la emergencia filmográfica de estas posibles “fábricas anónimas” para las cuales deberá reinventarse en sus cánones críticos, estéticos e incluso historiográficos. Pero también y quizá sobre todo, debe reinventarse en sus métodos de realización, gestión y circulación de películas si no quiere arrinconarse histéricamente como un Cine asustado ante el incipiente Cine.
La industria cinematográfica del siglo pasado sigue anclada en unas inversiones abultadas exigidas por el sistema de negocio. La sensibilidad social para acudir a las salas disminuye drásticamente y obliga a una gran inversión promocional para convencer al público a que acuda a las salas y esto encarece enormemente los presupuestos de por sí altos. El propio éxito de la actividad sigue anclada en la recuperación mediante la explotación comercial de su exhibición y venta para la que no termina de encontrar el equilibrio de beneficios que tanto le obsesiona.
Si a este panorama en crisis del cómodo sistema de distribución y exhibición del que gozó el cine, le sumamos una democratización radical de su producción abriendo fábricas locales anónimas ocupadas y gestionadas por la gente, parece claro que el sistema cinematográfico podría reventar por ineficaz y quedarse obsoleto o subsistiendo a base de ingentes inyecciones de dinero que le asegure su funcionamiento espectacular y la mastodóntica dinámica del ensayo y error del negocio cinematográfico.
La nueva industria de fábricas anónimas en occidente podría crecer con una primera reacción social parecida en parte a la que Michel Gondry plantea como tesis en “Rebobine, por favor”, con un nuevo espectador-productor que quizá aún se encuentra agazapado y paralizado por la industria y el mercado, pero que en cuanto le dejen ocasión de ver películas construidas por gente común como él, cambie sus gustos y se empiece a inclinar por las obras hechas en las fábricas anónimas de cine popular, en las que incluso sabe que puede ser protagonista, productor y gestor. Y si no veamos qué tipo de gustos posibilitó la emergencia abrumadora de la industria nigeriana.
Un Nuevo sistema cinematográfico. Una Nueva Política de la Colectividad. Nuevas estrategias de realización de películas. Nuevos platós. Nuevas fábricas. Nuevos sistemas de funcionamiento de esas fábricas. Nuevo espectador. Nueva industria. (Todos los conceptos que exponemos aquí se pueden consultar en diferentes post que sería largo de referenciar).
Hace años que venimos hablando de todo esto componiendo e intuyendo un cine muy diferente del que hemos conocido. No hacemos más que afinar al máximo la precisión de lo que imaginamos. El futuro, ya lo vemos. Pero no basta con verlo. La palabra reflexionada o se materializa o se vuelve ineficaz. Tal como hemos hecho con el resto de los procesos para validarlos en la realidad, tendremos que abrir una primera fábrica para vivir el camino de sus virtudes y sus complejidades. En eso estamos. Ya os contaremos.
Hace dos semanas hablamos del concepto de fábrica analizando muy brevemente las “fábricas de películas amateur” de Michel Gondry y remarcando sus aciertos pero dibujando sobre todo la potencia que tiene lo que a su modelo, aún, le falta.
El modelo extendido en el cine desde el negocio Lumière hasta hoy día, ha sido el de Fábrica en Sistema de Estudios cerrado. Una fábrica controlada y diseñada por sus propietarios hasta el menor detalle y, fundamentalmente, para el lucro de sus dueños. Fábricas dentro de la dinámica capitalista.
Muchos (la mayoría) de los emprendimientos fílmicos incluso autorales copian este modelo jerárquico. O son los directivos de la fábricas o es el director y su equipo quien controla el diseño total de la fabricación de la película según sus ideas e intereses tanto económicos como de forma y contenido.
Nosotros imaginamos un mundo lleno de otras fábricas de cine, fábricas de todo tamaño que funcionen en Sistema de Estudio Abierto. Este Sistema de Estudio Abierto es la esencia para que las fábricas puedan ser ocupadas progresivamente por los habitantes de la localidad donde operen y donde el dinero obviamente sea un medio para su desarrollo pero no el motor que condicione la producción de representación, los contenidos, las formas, la estética, la narrativa que allí se genere.
Donde haya una persona con cámara, ordenador y proyector, profesional o no del sector, dispuesto a realizar películas de Cine sin Autor en Sistema de Estudio Abierto, hay potencialmente una fábrica de cine. El crecimiento de este tipo de fábricas no vendrá dado por la vía del éxito comercial y monetario sino por la progresiva organización social que se genere en torno a la actividad cinematográfica y a medida que la gente local ocupe el Cine y ocupe, si las hay, las instalaciones donde se fabrican. Fábricas cooperativas si queremos ser muy simples.
La materia prima del cine del primer siglo, ha sido indiscutiblemente el dinero. Las fábricas y productoras en general siempre han hecho sus películas para rentabilizar el negocio y continuar con él. Es el dinero el que se valió de la creación, distribución y exhibición de películas para rentabilizarse a sí mismo y ofrecer beneficios a sus inversores. El fracaso de una película industrial siempre ha sido su incapacidad para la obtención de dichos beneficios, buscados a través del pago de entradas. Han sido minoritarias aquellas experiencias donde, primando un interés no monetario en los contenidos, pudieron asegurar su continuidad al no asegurar dichos beneficios. La continuidad de una cinematografía no rentable solo pudo ser mantenida cuando una política estatal-cultural podía o puede asegurar su funcionamiento.
La materia prima de las fábricas que diseñamos desde el Cine sin Autor no es el dinero, sino el potencial social de representación que se genera desde los plató-mundo y sus habitantes. No ha explorado el Cine ni remotamente las posibilidades que ofrece la sola realidad, con sus calles, sus casas, su gente, sus parques, sus tiendas, sus bares, sus hábitos sociales y su imaginación como fuente de narratividad y contenidos fílmicos. Esa será la materia prima cinematografiable que las Fábricas en Sistema de Estudio Abierto van a procesar para dar como resultado películas.
Hoy mismo salían unas decorativas y aburridas declaraciones de George Cloonye en ambiente de Oscars diciendo que: “Cada vez es más difícil encontrar algo que me apetezca seguir leyendo pasada la décima página. Quizá es que llevamos haciendo películas más de 100 años y se nos están agotando las historias. O que el sistema de estudios no busca buenos guiones sino grandes espectáculos”...“La esperanza está en todos esos chavales con cámaras que serán capaces de contar mejores historias”.
Menudo descubrimiento. El agotamiento imaginativo del Sistema de Estudios no es solo un problema de las historias sino de todo su modo de producción envejecido desde hace medio siglo después de que pariera en su época de esplendor al cine clásico.
La situación audiovisual actual ya nos permite ver la emergencia de una producción desordenada e inabarcable de nuevos operadores que están haciendo de la realidad inmediata motivos de sus grabaciones, videos y películas, algo que nos remite al mismísimo catálogo inicial de los Lumiere que contenía registros de fotografías en movimiento de su entorno inmediato, sus familiares, sus conocidos, sus lugares frecuentados, sus acontecimientos próximos, etc. Ese segundo origen del cine del que siempre hablamos.
Si la industria se constituyó fundamentalmente como un conjunto de fábricas en régimen fordista que luego fue adoptando la deslocalización del ordenamiento global del trabajo y mutó a fábricas deslocalizadas en formato maquila, la nueva industria de cine popular tiene las condiciones de poder constituirse como un conglomerado industrial de fábricas anónimas. El estado de producción audiovisual actual de la gente, no ha estructurado aún un tipo de organización social diferente a la empresarial de su primera historia y ya es tiempo de hacerlo.
Y cuando decimos una industria basada en fábricas anónimas, no nos referimos a que no sepamos quienes las gestionan sino a un anonimato de producción en términos de un desplazamiento global de identidad propietaria. Frente a la fuerte "marca" reconocible y explotable de los negocios y autores que han dado y dan identidad a sus productos comerciales y estéticos, las fábricas anónimas ofrecerán una identidad basada en los contenidos que emerjan desde los plató-mundos y sus gentes sin importar la firma sino el lugar y los habitantes que producen su propia filmografía. Películas tan diferentes entre sí como lo son los grupos y colectividades entre ellos, tan diversas como los lugares desde donde se implanten estas fábricas populares de cine. Anonimato estético, también, que obviará la firma y estilo que las películas puedan tener entre sí ya que no responderán a las antiguas políticas del mercado y la profesión cinematográfica.
Esta semana comenzamos un proceso con un segundo grupo del mismo centro público CEPA-TETUÁN. Y este segundo grupo, a pesar de ser alumnos del mismo centro han elegido ante la pantalla vacía que les propusimos, trabajar sobre el tema de su propio fracaso escolar eligiendo como plató al mismo instituto. Contenido y formas muy alejados de los del primer grupo con el que trabajamos. Ni es el mismo tema, ni los mismos protagonistas, obviamente, ni las mismas localizaciones, ni serán los mismos cámaras, etc. Cada grupo desarrolla un universo particular si no se le impone un canon preconcebido.
Una fábrica en un medio rural no puede dar películas parecidas a otra que se aloje en un barrio céntrico de una capital. Si es así, dentro de nuestra Política de la Colectividad, algo habrá fallado de manera notoria.
Cuando imaginamos fábricas operadas y gestionadas por la gente, ocupadas creativa y productivamente por sus vecinos, es porque intuimos ya que el movimiento general de la actividad cinematográfica fuera de la producción convencional, camina hacia un realismo de arraigo e inmersión en realidades concretas como materia de producción audiovisual. No hablamos de industria en los términos de esos grandes focos industriales que siempre han dominado la producción sino justamente de una industria compuesta por multitud de fábricas independientes autogestionadas sin necesaria organización entre ellas. Al contrario, la riqueza la dará la diversidad y la autonomía.
Hoy día esto es ya una realidad en crecimiento. Las experiencias de autorganización cinematográfica y audiovisual han ido emergiendo con mucha más fuerza en la era digital. Digamos que el Cine que apareció en occidente como águila imperial que sobrevolaba el planeta para entretener a espectadores de todo el mundo, fue perdiendo progresivamente (y eso no es de ahora) su exclusividad euronorteamericana teniendo que aceptar el nacimiento de otras macroexperiencias industriales como la india o la nigeriana o las diferentes producciones más locales indígenas del continente americano. No estaría mal en otro momento hacer un mapa global de la producción actual para ver que el eje euronorteamericano del cine, ya no es la referencia mundial en términos de producción aunque conserve su tiranía estética.
Bien podemos decir, entonces, que la producción de cine ha ido desde su origen, aterrizando, encarnándose, diversificándose, acercándose a lo local. Ahora quizá ya es tiempo de que deje de planear sobre la realidad y tenga la valentía y los métodos de fabricación que surjan de esa gente que, por largo tiempo, solo fueron espectadores del cine de las minorías.
Y si el Cine se ha mantenido siempre a través de la explotación comercial de sus películas en un Mercado de espectadores. ¿Qué puede pasar con el Cine de una industria basada en fábricas anónimas?
Cabe recordar aquellos debates sesenteros que tenían que encajar la emergencia de cines nacionales desconocidos y desafiantes cuando el, por ese entonces, joven crítico y cineasta francés Jean Louis Comolli hablaba de “la necesidad de revisar los instrumentos de la crítica y de inventar un nuevo espectador” según recoge Antoine de Baecque en “La política de los autores” . Incluso a la novedosa Nouvelle Vague le traía problemas el hecho de enfrentarse a cines emergentes ante los cuales se encontraba “desprovista de recursos o falta de referencias” - dice el autor.
Así está el cine hoy para poder leer la emergencia filmográfica de estas posibles “fábricas anónimas” para las cuales deberá reinventarse en sus cánones críticos, estéticos e incluso historiográficos. Pero también y quizá sobre todo, debe reinventarse en sus métodos de realización, gestión y circulación de películas si no quiere arrinconarse histéricamente como un Cine asustado ante el incipiente Cine.
La industria cinematográfica del siglo pasado sigue anclada en unas inversiones abultadas exigidas por el sistema de negocio. La sensibilidad social para acudir a las salas disminuye drásticamente y obliga a una gran inversión promocional para convencer al público a que acuda a las salas y esto encarece enormemente los presupuestos de por sí altos. El propio éxito de la actividad sigue anclada en la recuperación mediante la explotación comercial de su exhibición y venta para la que no termina de encontrar el equilibrio de beneficios que tanto le obsesiona.
Si a este panorama en crisis del cómodo sistema de distribución y exhibición del que gozó el cine, le sumamos una democratización radical de su producción abriendo fábricas locales anónimas ocupadas y gestionadas por la gente, parece claro que el sistema cinematográfico podría reventar por ineficaz y quedarse obsoleto o subsistiendo a base de ingentes inyecciones de dinero que le asegure su funcionamiento espectacular y la mastodóntica dinámica del ensayo y error del negocio cinematográfico.
La nueva industria de fábricas anónimas en occidente podría crecer con una primera reacción social parecida en parte a la que Michel Gondry plantea como tesis en “Rebobine, por favor”, con un nuevo espectador-productor que quizá aún se encuentra agazapado y paralizado por la industria y el mercado, pero que en cuanto le dejen ocasión de ver películas construidas por gente común como él, cambie sus gustos y se empiece a inclinar por las obras hechas en las fábricas anónimas de cine popular, en las que incluso sabe que puede ser protagonista, productor y gestor. Y si no veamos qué tipo de gustos posibilitó la emergencia abrumadora de la industria nigeriana.
Un Nuevo sistema cinematográfico. Una Nueva Política de la Colectividad. Nuevas estrategias de realización de películas. Nuevos platós. Nuevas fábricas. Nuevos sistemas de funcionamiento de esas fábricas. Nuevo espectador. Nueva industria. (Todos los conceptos que exponemos aquí se pueden consultar en diferentes post que sería largo de referenciar).
Hace años que venimos hablando de todo esto componiendo e intuyendo un cine muy diferente del que hemos conocido. No hacemos más que afinar al máximo la precisión de lo que imaginamos. El futuro, ya lo vemos. Pero no basta con verlo. La palabra reflexionada o se materializa o se vuelve ineficaz. Tal como hemos hecho con el resto de los procesos para validarlos en la realidad, tendremos que abrir una primera fábrica para vivir el camino de sus virtudes y sus complejidades. En eso estamos. Ya os contaremos.
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