Imaginemos un momento. Si no necesitamos plató porque nuestro plató es el mundo que nos rodea, el barrio, sus gentes, sus casas, sus lugares comunes. Si no necesitamos actores y actrices que finjan nada porque la propia gente se organiza para interpretar sus narrativas. Si no necesitamos guionistas porque el discurso fílmico sale del debate común. Si tampoco necesitamos la burocracia del negocio porque no buscamos hacer el ridículo simulando filmografías infladas a dinero. Si no necesitamos los códigos de persuasión formal y narrativas pensados para públicos abstractos porque la magia de nuestro cine es su producción social compartida y no solo su venta. Si nos ahorramos el desgaste y gasto promocional que ocuparíamos en convencer no se sabe a quién de que nuestra película es magnífica. Si nos quitamos de un plumazo toda esa parafernalia de la vetusta y anquilosada forma de fabricación de la política de estudios o la política de autor. Si la propia gente que participa es será la que difunde y gestiona artesanal o virtualmente sus propia filmografía. ¿Que es lo que nos queda?
Pues, el Cine en estado puro. El cine en su origen: unos operadores, la realidad filmada, el procesamiento del material y compartirla a través de su proyección.
Y ¿qué pasaría con el sector cinematográfico, con sus profesionales? se preguntará algún trasnochado que se levanta desde el sonambulismo del siglo pasado y que frotándose los ojos, dirá: "pero, pero ¿el Cine no era aquello?"
Pues seguramente el sonambulismo profesional despertaría en otro planeta del que parecen no tener idea, del que parece no querer enterarse, al que parece que por puro orgullo profesional y mercantil no quieren entrar. Entrarían en el planeta del Cine del siglo XXI. Al planeta de la imagen surgida de la población y no de la élite cultural. El planeta del Cine en código abierto. Entrarían a otro tipo de profesionalismo que pone su saber al servicio de la gente, que reaprende el cine compartiéndo su producción con la gente.
Ayer presentamos en el auditorio Sabatini del Centro Reina Sofía de Madrid la película “+101...”
Luego de la exhibición, seis jóvenes que la protagonizaron y crearon se sentaron al frente para el debate. No hubo intermediario entre las preguntas del público, los organizadores del ciclo y ellos. Para el equipo de Cine sin Autor, son momentos privilegiados. Cuando el control y gestión de la representación ya no está en nuestras manos como tampoco lo está el proceso de la película. Ayer se trataba de soltar la palabra sobre el cine. Los y las chicas contestaron a su manera las preguntas. Quién mejor que quien hace la obra puede defenderla y debatir sobre ella. Y una vez más constatamos que el camino para llegar al nuevo planeta del Cine está en que los profesionales nos dejemos de tanta tiranía técnica, de tanta aura sobre nuestro saber, de tanta apropiación indebida sobre lo que es y no es la cultura, de tanta prepotencia estética sobre cómo se deben hacer las cosas.
Y surgió una pregunta de entre el público, una pregunta que se repite una vez más: "¿han pensado en hacer otra película?"
Y fue el único momento en que preferimos, desde el equipo, responder. Nosotros la formularíamos de otra manera, dijimos. Cada vez que avanzamos en nuestro trabajo y pasamos experiencias cómo estas, sobre todo con jóvenes, vemos que no es algo que se pueda contestar aisladamente. Nuestras vidas están siendo atravesadas por una miserabilización y una precariedad sin precedentes. En esta España de hoy día, se está haciendo imposible la simple subsistencia. Respuesta a la pregunta: es posible que no continuemos con una segunda película aunque en el fondo lo deseamos. Es el segundo proceso donde se interrumpe el proceso al finalizar y exhibir la película.
Así, que gran parte de la pregunta deberíamos hacérnosla como sociedad, decíamos: ¿por qué el placer de hacer cine, o cualquier otra cosa que nos haga bien, colectivamente, termina no siendo posible? ¿Por qué cada vez que tenemos un logro colectivo, luego viene la guadaña del despropósito político, cultural y económico que nos arrasa? ¿Por qué estos y estas chicas no pueden seguir disfrutando de algo que durante un año les ha permitido gozar de su potencia creadora, de pasársela bien, de imaginar, de soñar, de protagonizar, de decidir su propio discurso, de debatir, de escucharse, de organizarse? ¿Por qué nosotros como equipo no podemos seguir disfrutando de esta experiencia? ¿Por qué lo que nos hace colectivamente mejores está condenado a ser interrumpido en cuanto apenas empieza a ser?
Y habrá razones que atañen a la situación de cada uno y una. Pero hay unas cuántas que se refieren a la simple precariedad de este estado de shock que no nos permite imaginarnos más allá del inhóspito presente. Y en este naufragio financieramente dirigido, no están solo los chicos y chicas de la película "+101..." sino todos nosotros. Que para continuar los proyectos debemos lanzarnos contra la ola que busca hundirnos al mar profundo de la inactividad, buscando salir salvos.
La Fábrica de Cine sin Autor que echaremos lentamente a andar tiene ese propósito: el de durar, el de crear una referencia estable donde poder permanecer en los procesos y aunque parezca descabellado pensarlo en este momento, introducir en la práctica cultural y cinematográfica un modelo radicalmente diferente de producción. Un lugar donde se pueda ver en directo nuestra forma de producir y sirva de punto de mira para cualquier persona que quiera embarcarse en las prácticas de un nuevo modelo de producción audiovisual.
No deja de extrañar que el sector mercantil e incluso parte del sector profesional del cine siga envuelto en su pañuelo de lágrimas añorando tiempos pasados y que la reacción se reduzca a llorar por los presupuestos que se le ha quitado sin poner un mínimo de imaginación en plantearse un más allá.
La injusticia que supone el robo y el criminal reparto de presupuesto público, es algo condenable pero no solo para el sector del cine, sino para la propia estructuración de los sectores productivos de la sociedad y de la población en general. Ya sabemos que estamos en un estado de guerra que tiene como plan liquidar sin más, las buenas o medianas condiciones de vida de la gente cualquiera.
Pero no estaría mal que con la misma vehemencia con la que debemos hacer evidente el robo tuviéramos el arrojo de reinventarnos otras formas de producir acorde a los tiempos tecnológicos y sociales que vivimos y no solo los políticos y económicos que padecemos.
Pere Portabella en la introducción al libro Mutaciones del Cine Contemporáneo, al referirse a la mutación sobre la Producción dice lo siguiente: “ otra mutación fundamental que no podemos olvidar es la reducción a pasos agigantados, de la distancia entre el mundo audiovisual profesional y el doméstico... La industria audiovisual ya no puede ser reconocida como marca de calidad exclusiva, pues, en gran medida, ha desaparecido el trecho que hasta hace no mucho mediaba entre los proyectos profesionales y las “buenas intenciones de los domésticos” o incluso, las maneras del underground. Nos dirigimos hacia un territorio donde la calidad creativa será la única diferencia entre unos y otros. El propio mercado garantiza hoy la posibilidad de producir y realizar audiovisuales ‘sin salir de casa’ (salvo para rodar y sólo cuando sea necesario)... Al fin y al cabo, los que verdaderamente estorban aquí son los nombres mediáticos, tan buenos profesionales como el que más, pero con sueldos inasumibles para un nuevo modelo productivo en el campo del cine que tiende a la socialización de los medios de producción y la democratización de la distribución...”
Por suerte, dentro del cine, no faltan voces mucho más lúcidas y atentas. En este sentido, cabe preguntarse si la maquinaria mercantil y autoral del cine que se relentiza y puede engrosar la fila del paro, es solo un asunto de recortes. Si viniera un milagroso gobierno y les llenara de billetes, ¿sería para producir con los modelos de siempre y mantener al sector en su limbo? ¿Estarían ya contentos de tener sus recursos para volver a una cinematografía que no hace más que estar de espaldas a la sociedad y sus complejidades, anclada en los puertos del siglo XX?
Habrá que sacar al cine del debate arcaico de que “deberíamos” hacer películas que se parezcan a las que hacen las mentalidades del negocio, o más parecidas a ciertos enclaves del progresismo europeo o más adecuadas a los gustos personalistas, subjetivos y arbitrarios de cierta crítica.
Retomando el Cine al desnudo que describíamos al principio, no tenemos duda de que una Fábrica de Cine sin Autor puede mantenerse un año produciendo decenas de películas y otras obras audiovisuales, con un presupuesto menor al de esas películas que se plantan en costos muchas veces infames.
¡¿Una fábrica por el costo de una película?! dirá nuestro sonámbulo del siglo XX. Claro, y según los presupuestos de ciertos consagrados cineastas, no solo una sino decenas de Fábricas de Cine sin Autor que podrían tener, sin ninguna duda, un presupuesto anual asegurado si contara con el despilfarro de una película de elite. Créalo quien quiera creerlo. Nosotros no entramos ya en debates estériles. Es mejor ponerse a hacer las cosas aunque lleven gran esfuerzo. Hacer. La única forma de volver la carencia en potencia de acción.
Pues, el Cine en estado puro. El cine en su origen: unos operadores, la realidad filmada, el procesamiento del material y compartirla a través de su proyección.
Y ¿qué pasaría con el sector cinematográfico, con sus profesionales? se preguntará algún trasnochado que se levanta desde el sonambulismo del siglo pasado y que frotándose los ojos, dirá: "pero, pero ¿el Cine no era aquello?"
Pues seguramente el sonambulismo profesional despertaría en otro planeta del que parecen no tener idea, del que parece no querer enterarse, al que parece que por puro orgullo profesional y mercantil no quieren entrar. Entrarían en el planeta del Cine del siglo XXI. Al planeta de la imagen surgida de la población y no de la élite cultural. El planeta del Cine en código abierto. Entrarían a otro tipo de profesionalismo que pone su saber al servicio de la gente, que reaprende el cine compartiéndo su producción con la gente.
Ayer presentamos en el auditorio Sabatini del Centro Reina Sofía de Madrid la película “+101...”
Luego de la exhibición, seis jóvenes que la protagonizaron y crearon se sentaron al frente para el debate. No hubo intermediario entre las preguntas del público, los organizadores del ciclo y ellos. Para el equipo de Cine sin Autor, son momentos privilegiados. Cuando el control y gestión de la representación ya no está en nuestras manos como tampoco lo está el proceso de la película. Ayer se trataba de soltar la palabra sobre el cine. Los y las chicas contestaron a su manera las preguntas. Quién mejor que quien hace la obra puede defenderla y debatir sobre ella. Y una vez más constatamos que el camino para llegar al nuevo planeta del Cine está en que los profesionales nos dejemos de tanta tiranía técnica, de tanta aura sobre nuestro saber, de tanta apropiación indebida sobre lo que es y no es la cultura, de tanta prepotencia estética sobre cómo se deben hacer las cosas.
Y surgió una pregunta de entre el público, una pregunta que se repite una vez más: "¿han pensado en hacer otra película?"
Y fue el único momento en que preferimos, desde el equipo, responder. Nosotros la formularíamos de otra manera, dijimos. Cada vez que avanzamos en nuestro trabajo y pasamos experiencias cómo estas, sobre todo con jóvenes, vemos que no es algo que se pueda contestar aisladamente. Nuestras vidas están siendo atravesadas por una miserabilización y una precariedad sin precedentes. En esta España de hoy día, se está haciendo imposible la simple subsistencia. Respuesta a la pregunta: es posible que no continuemos con una segunda película aunque en el fondo lo deseamos. Es el segundo proceso donde se interrumpe el proceso al finalizar y exhibir la película.
Así, que gran parte de la pregunta deberíamos hacérnosla como sociedad, decíamos: ¿por qué el placer de hacer cine, o cualquier otra cosa que nos haga bien, colectivamente, termina no siendo posible? ¿Por qué cada vez que tenemos un logro colectivo, luego viene la guadaña del despropósito político, cultural y económico que nos arrasa? ¿Por qué estos y estas chicas no pueden seguir disfrutando de algo que durante un año les ha permitido gozar de su potencia creadora, de pasársela bien, de imaginar, de soñar, de protagonizar, de decidir su propio discurso, de debatir, de escucharse, de organizarse? ¿Por qué nosotros como equipo no podemos seguir disfrutando de esta experiencia? ¿Por qué lo que nos hace colectivamente mejores está condenado a ser interrumpido en cuanto apenas empieza a ser?
Y habrá razones que atañen a la situación de cada uno y una. Pero hay unas cuántas que se refieren a la simple precariedad de este estado de shock que no nos permite imaginarnos más allá del inhóspito presente. Y en este naufragio financieramente dirigido, no están solo los chicos y chicas de la película "+101..." sino todos nosotros. Que para continuar los proyectos debemos lanzarnos contra la ola que busca hundirnos al mar profundo de la inactividad, buscando salir salvos.
La Fábrica de Cine sin Autor que echaremos lentamente a andar tiene ese propósito: el de durar, el de crear una referencia estable donde poder permanecer en los procesos y aunque parezca descabellado pensarlo en este momento, introducir en la práctica cultural y cinematográfica un modelo radicalmente diferente de producción. Un lugar donde se pueda ver en directo nuestra forma de producir y sirva de punto de mira para cualquier persona que quiera embarcarse en las prácticas de un nuevo modelo de producción audiovisual.
No deja de extrañar que el sector mercantil e incluso parte del sector profesional del cine siga envuelto en su pañuelo de lágrimas añorando tiempos pasados y que la reacción se reduzca a llorar por los presupuestos que se le ha quitado sin poner un mínimo de imaginación en plantearse un más allá.
La injusticia que supone el robo y el criminal reparto de presupuesto público, es algo condenable pero no solo para el sector del cine, sino para la propia estructuración de los sectores productivos de la sociedad y de la población en general. Ya sabemos que estamos en un estado de guerra que tiene como plan liquidar sin más, las buenas o medianas condiciones de vida de la gente cualquiera.
Pero no estaría mal que con la misma vehemencia con la que debemos hacer evidente el robo tuviéramos el arrojo de reinventarnos otras formas de producir acorde a los tiempos tecnológicos y sociales que vivimos y no solo los políticos y económicos que padecemos.
Pere Portabella en la introducción al libro Mutaciones del Cine Contemporáneo, al referirse a la mutación sobre la Producción dice lo siguiente: “ otra mutación fundamental que no podemos olvidar es la reducción a pasos agigantados, de la distancia entre el mundo audiovisual profesional y el doméstico... La industria audiovisual ya no puede ser reconocida como marca de calidad exclusiva, pues, en gran medida, ha desaparecido el trecho que hasta hace no mucho mediaba entre los proyectos profesionales y las “buenas intenciones de los domésticos” o incluso, las maneras del underground. Nos dirigimos hacia un territorio donde la calidad creativa será la única diferencia entre unos y otros. El propio mercado garantiza hoy la posibilidad de producir y realizar audiovisuales ‘sin salir de casa’ (salvo para rodar y sólo cuando sea necesario)... Al fin y al cabo, los que verdaderamente estorban aquí son los nombres mediáticos, tan buenos profesionales como el que más, pero con sueldos inasumibles para un nuevo modelo productivo en el campo del cine que tiende a la socialización de los medios de producción y la democratización de la distribución...”
Por suerte, dentro del cine, no faltan voces mucho más lúcidas y atentas. En este sentido, cabe preguntarse si la maquinaria mercantil y autoral del cine que se relentiza y puede engrosar la fila del paro, es solo un asunto de recortes. Si viniera un milagroso gobierno y les llenara de billetes, ¿sería para producir con los modelos de siempre y mantener al sector en su limbo? ¿Estarían ya contentos de tener sus recursos para volver a una cinematografía que no hace más que estar de espaldas a la sociedad y sus complejidades, anclada en los puertos del siglo XX?
Habrá que sacar al cine del debate arcaico de que “deberíamos” hacer películas que se parezcan a las que hacen las mentalidades del negocio, o más parecidas a ciertos enclaves del progresismo europeo o más adecuadas a los gustos personalistas, subjetivos y arbitrarios de cierta crítica.
Retomando el Cine al desnudo que describíamos al principio, no tenemos duda de que una Fábrica de Cine sin Autor puede mantenerse un año produciendo decenas de películas y otras obras audiovisuales, con un presupuesto menor al de esas películas que se plantan en costos muchas veces infames.
¡¿Una fábrica por el costo de una película?! dirá nuestro sonámbulo del siglo XX. Claro, y según los presupuestos de ciertos consagrados cineastas, no solo una sino decenas de Fábricas de Cine sin Autor que podrían tener, sin ninguna duda, un presupuesto anual asegurado si contara con el despilfarro de una película de elite. Créalo quien quiera creerlo. Nosotros no entramos ya en debates estériles. Es mejor ponerse a hacer las cosas aunque lleven gran esfuerzo. Hacer. La única forma de volver la carencia en potencia de acción.
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