“Se necesitan coser 17 distintos vestuarios para la protagonista de Exitº, recrear los interiores de la comisaría donde un trámite de renovación de papeles se convierte en musical, limar los detalles de arte, cerrar los últimos detalles del guión, dar con los últimos figurantes (si te apetece, estás a tiempo, escribe)… para que Adrián Silvestre, director de la película, grite “Acción” y la claqueta suene para poner a rodar a las más de cien personas –equipo técnico y artístico- que trabajan en este experimento que es corto a la carta.”
Así reza uno de los útlimos post del proyecto alojado en el Blog de Intermediae Matadero Madrid.
Un número considerable de gente alrededor de historias reales de mujeres inmigrantes que ellas mismas protagonizan. Un director, Adrián Silvestre, que plantea una forma muy digna de tratar la realidad con muchos e interesantes puntos de fuga en la propiedad del proceso de producción. Una realización que rompe los tópicos: mujeres, inmigrantes, que cuentan sus historias complejas y problemáticas. Puf, ya imaginamos por dónde va. Pero no. No imaginan por dónde va.
El viernes acudimos al estreno de la película Exitº. corto a la carta en la Cineteca de Matadero Madrid.
Que sea una película lo decimos nosotros y quizá ya entraríamos en debate con la intención de su título, que creemos hace alusión más al uso interactivo que ofrece al espectador que a su ingeniosa narrativa .
Exitº Corto a la carta es una colección de casi una veintena de cortos donde luego de ver cada uno, siempre existe una opción de menú en la que los y las espectadoras deben tomar una decisión para continuar.
En el sentido de su uso, es correcto el nombre: elegimos menú.
Pero no lo es en el sentido de su narrativa total. Todos los cortos hablan de historias de mujeres. Mujeres que fueron llamadas por un casting al que se presentaron muchas, según parece y de las que fueron quedando eso, perdón por la inexactitud, entre unas 15 o 20, la mayoría de las cuales estaban, por supuesto, en el estreno.
El primer rasgo a resaltar está fuera de la propia película. Algo que nos gusta y por lo que trabajamos en Cine sin Autor: el cine debe ser capaz de dónde no la hay, formar colectividad humana y donde la hay reafirmarla y hacerla crecer.
Y aunque tenemos pocos datos, estamos solo haciendo notas casi a término de estreno, este proceso de dos años de producción parecería haber sido capaz de crear al menos una colectividad de intercambio de historias de vida, con todo lo complejo y fascinante que sabemos que eso conlleva. “Nos reímos mucho y también lloramos”, algo así decían en la presentación de éste largo camino. Parece un resumen trivial pero sabemos que un grupo de personas desconocidas no llegan a esos estados con tanta facilidad y bien podría tomarse como los dos extremos de un amplio mosaico de experiencias.
Es una película de director, autoral, por lo que se deduce, un ejercicio de propiedad en el amplio conjunto de decisiones que supone una película.
Pero es una dirección que sorprende por sus fugas.
1) Se trataba de mujeres casi en su mayoría ajenas a la interpretación e imaginamos que a la producción audiovisual en general. Las historias provienen de cada una de ellas que decidieron ponerla en esa mesa especial de la realización, con la apertura y la valentía a que el plato a preparar sería una película.
Pero el trabajo de interpretación es realmente excelente por el inusual equilibrio entre la naturalidad de las personas que parecen conservar su singularidad y el alcance interpretativo que es de factura impecable.
Obviamente que no es una novedad para el cine trabajar con personas no profesionales pero también sabemos que es un territorio complicado. Que personas cualquiera cuenten sus historias y que logren naturalizar un guión manteniendo el equilibrio entre ser (en la vida) e interpretar delante de la pantalla, requiere mucha precisión para no caer en las aguas apacibles del documental ni en la caricatura grotesca de una “mala interpretación” por falta de oficio.
2) El propio planteo de la exhibición es otro asunto rescatable. Al final de cada parte o corto, la película se detiene y aparece un menú con dos opciones en las que el público debe elegir por cual debe seguir la historia.
Hace tiempo atrás decíamos que la relación de un material de cine con sus espectadores y espectadoras debía ofrecerse con la naturalidad de quien está haciendo uso de él para romper con el estado alucinatorio y persuasivo que el cine siempre busca producir con sus películas. Eso lo hacemos frecuentemente en Cine sin Autor para los documentos fílmicos pero no para la película acabada, para la exhibición al espectador remoto que no ha participado de la realización.
Las reacciones espontáneas de elección de continuidad se hacían casi por aclamación. Aunque el viernes era un ambiente muy especial por ser su estreno, creemos que es un formato de exhibición útil si se quiere romper el estado hipnótico habitual al acto de ver una película en sala, para abrirlo a la participación del público. Romper, el estado perceptivo fascinante pero también enajenante, que ha sido y es inherente al cine.
3) Cuando decíamos que ese Corto a la Carta hace alusión al uso interactivo que se ofrece al usuario-espectador pero que igualmente lo llamamos largomentraje, es justo porque el hecho de que sea una sucesión de cortos y que se pueda elegir la continuidad en su uso, no quita que el conjunto de las narraciones tiene una coherencia interna propia de un largo y que todas las piezas tienen que ver con un imaginario común: situaciones vividas por mujeres inmigrantes.
Es, en el fondo, una sola historia, con un inteligente recurso de continuidad, ya que aunque continúe la historia no la protagoniza nunca la misma mujer.
No se construyen personajes durante el conjunto de la narración total. Una mujer sustituye a la otra en la misma situación en la que la habíamos dejado la película antes de elegir opción de menú.
Esta traslación constante de “la protagonista”, parece indicarnos que lo importante no es el personaje sino la historia común que cualquiera podría vivir. Hay una opción por deconstruir nada menos que el personaje que sería central en el cine habitual y hacerlo en favor de enfatizar el aspecto social de sus historias, todas ellas marcadas profundamente por la búsqueda de su propia realización, en medio de una estructuración social claramente desfavorable, sutilmente macabra, sombriamente inhumana.
Se rompe entonces esa típica “construcción del héroe o la heroina” que va creciendo en virtudes, defectos, profundidad a medida que vence o es derrotado por situaciones a lo largo de una película. Se rompe para hablarnos de una posible historia común, esa historia común que seguramente estas mujeres tuvieron que compartir y profundizar, escuchar y opinarse entre ellas y con los técnicos. Historias individuales progresivamente colectivizadas. Los efectos meta-fílmicos del cine. La amplificación de la experiencia privada que nos hace encontrarnos en territorios comunes para re-presentarnos juntas. La transgresión de esa barrera muchas veces infame del individualismo que nos hace callar, silenciarnos sobre nuestros dramas o sobre nuestras alegrías, por quién sabe que maldita enfermedad social que nos deja solas y solos, como si las vidas de los demás, de los próximos y próximas, fueran un asunto privado.
Para eso vale hacer cine y lo repetiremos hasta el cansancio, para encontrarnos y contarnos juntos sin esperar la iluminación de no se sabe qué narrador o narradora habilitada desde quién sabe que limbo que parecen tener un carnet especial que le autoriza a contarnos a los demás, a los anónimos.
4) Si hay otra cosa clara en Exitº Un corto a la carta, es que los efectos del cine pueden dignificar a la gente común, sacarla al primer plano y hacerlo con seriedad cinematográfica, con finura estética. Tampoco es novedad esta dignificación del cine hacia la gente común en la ficción. Pero no es habitual que se respete el relato, la historia y la sensibilidad de la experiencia vivida y se lleve a la pantalla con buen dominio estético y una eficaz variación de géneros internos como los que tiene ésta película.
Este trabajo demuestra en gran medida, a un tipo de profesionalidad que buscamos. Aquella que se concibe a sí misma como un servicio y pone su saber a disposición, no de un imaginario también profesional de guionistas y directores, sino al servicio del imaginario cualquiera, que ya vemos que no es tan cualquiera si se le pone los medios, el respeto y el tiempo para contarse desde la propia experiencia.
Por último (habría mucho más), queremos resaltar una grata sensación sobre el director Adrián Silvestre (a quién no conocemos de nada para que no se confunda ésto con el peloteo habitual del gueto cultural) porque deja claramente entrever sus puntos de fuga a la hora de ser autor. Esa película no podría hacerse, creemos, dentro de una política de autor al uso donde sabemos que la propiedad sobre el proceso tiene claros y reducidísimos dueños a la hora de tomar las decisiones. Sabemos por experiencia que para dejarse ocupar por un imaginario no propio, de personas cualquiera, como lo son éste grupo de mujeres, hace falta un mínimo camino de vaciamiento personal, de escucha profunda y de honestidad continua para no imponer sus preferencias sino proponer sus sugerencias, sean de la índole que sean. Cuando un autor organiza una película desde su imaginario, todo funciona como es debido. Pero cuando un autor se lanza a construir desde un imaginario ajeno no profesional, todo entra en cortocircuito.
Nos alegra ver que siendo de autor, la película Exit. Un corto a la carta refleja indicios de mucho respeto y mayor escucha para recibir las historias contadas por éstas mujeres y con ellas, atravesar el selvático territorio de la realización y llegar, al final, a hace una obra realmente digna en todos sus aspectos. Que cunda el ejemplo y que éste modo de hacer películas sea más frecuente, por favor.
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