En estos días de inactividad impuesta por el calendario, se suceden los balances, bastante ridículos por cierto, ya que si la maquinaria del vivir va a tope y no encontramos ni mínimos resquicios en la vida diaria para pensarnos con distancia, serenidad y cierta disciplina, de poco vale un relato anual que nos contamos entre turrones, desajustes emocionales y cuentas familiares generalmente irresolubles. Pero vamos a ser optimistas y a pensar que hay gente que se la pasa muy bien en este berenjenal de cortocircuitos sanguíneos.
Si tenemos que hacer ese ejercicio evaluativo de lo que fue el año 2012 del Cine sin Autor, que por suerte hacemos cada semana pero sin tanto turrón, pues destacaríamos la sucesión de encuentros.
Hace un año, justamente, quienes iniciamos el colectivo, nos encontrábamos bastante solos y dispersos, acosados por el estallido de este homicidio social al que le llaman crisis.
El año 2012, lo comenzábamos con una reunión, justamente, de crisis, donde el tema central era la ineficacia que provocaba nuestra dispersión. Posiblemente lo comentamos aquí. Cada quien estaba inmerso en su propio autismo de precariedad.
Luego de esa reunión apareció la idea de crear la Fábrica de Cine sin Autor, que se planteó como un nuevo objetivo grupal, una revitalización del cuidado mutuo, y un horizonte de exigencia en el trabajo para la amplificación de la acción cinematográfica. Solos, decíamos, nos disolveríamos en el padecimiento de la agresión social, en la desarticulación de lo que nos había dado coherencia y en la pérdida, en definitiva, del sentido común, del sentido que habíamos elaborado por años, en común.
Decir “vamos a poner a funcionar una Fábrica de Cine sin Autor”, fue un ilusionante acuerdo aún cuando ni sabíamos si era posible, ni dónde, ni cuánto esfuerzo podía suponer. Coincidir en el hablar es muy fácil.
Poco más de tres meses después, nos encontrábamos en la nave de Intermediae de Matadero Madrid, entre estructuras de hierro, soldadoras, maderas, sierras, herramientas, cables y varios amigos y amigas que nos ayudaron a construir las casetas. Muchas decisiones por minuto, muchos desacuerdos a la hora, muchas diferentes visiones, mucho cansancio, mucho lío, mucha intensidad.
Desde aquellos primeros días de mayo hasta hoy, todo esto no paró de crecer. A la caseta le siguió habitarla, a habitarla le siguió tomar las cámaras y salir, a tomar las cámaras y salir le siguió encontrarnos con gente, y a los encuentros le siguió una organización incipiente en la que estamos, ahora, decenas de personas y a las que se siguen sumando otras.
Nos hemos ido poblando de gente que quiere hacer cine bajo un modelo de producción diferente. Acompañantes, asesores, colaboradores, curiosos, kamikazes, viajeras, estudiantes, profesionales, niños, jóvenes, viejos. Estamos habitando de presencia la idea original en la que coincidíamos. Muchas cosas no han ido como queríamos y otras han ido inimaginablemente mejor.
Lo cierto, casi lo único, es que a un año de aquella reunión, finalmente no nos disolvimos en la soledad de la precariedad para morirnos de nostalgia y de queja. Nos disolvimos en una más amplia colectividad que acrecentó nuestro comunitarismo de vida y nuestro sueño productivo. Estamos más vivos, intensos y locos que al principio. Eso es bueno. Tenemos más incertidumbres, más desafíos y más precariedad que hace un año. Pero cada vez hay “más común” para enfrentarlas.
Encontrarse está bien, pero organizarse duele y emociona a la vez. Frustra y deja perplejo. Detiene y acelera. Hace perder y multiplica. Evidencia la carencia y amplifica la potencia. Es decir, duele, frustra, detiene, hace perder y evidencia la carencia vivida individualmente. Emociona, deja perplejo, acelera, multiplica, amplifica la potencia cuando se lo vive en colectivo.
Pero lo nuestro no es una excepción. La reorganización de las alianzas de vida para operar mejor, está en aumento.
La certeza que se ha ido instalando en nuestra incipiente y ampliada comunidad sinautoral como sentimiento profundo de este 2012, es que hay que saltar socialmente hacia delante y generar, en la dimensión que a cada uno le toque, otro modelo de vivir y de hacer. Nos rozan los talones una banda de terroristas que para implantar su modelo dictatorial de gobernanza, dinamitan la vida social sector por sector y con pasmosa precisión. Somos para ésta banda, los ratones y ratonas de su laboratorio de homicidio social. Dinamita por aquí y dinamita por allá, y ahí va la ratonada en shock corriendo de un lado para el otro ante el desastre. Luego sigue la represión y encierros de los ratones revoltosos o despistados en pleno shock, se acostumbran a la protesta y finalmente ejecutan la reforma específica. Lo sabemos.
Pero la realidad no es tan burda como este relato. Entre la ratonada también se hacen alianzas, se tejen formas de vida, se conspira, se llegan a acuerdos para hacer presión, se inventan formas de organización, se contagian, se agrupan para salvarse, miran al futuro, se defienden, se cuidan... en definitiva, improvisan laboratorios sociales donde encontrar fórmulas más favorables para poder vivir.
Pero otra vez la realidad no es tan burda como este relato. La dinámica social es más compleja. En realidad, cualquier sociedad es un permanente laboratorio de experimentación. A veces más vivibles para la mayoría de la población, a veces insoportables.
Así que en eso andamos la ratonada del Cine sin Autor cuando pensamos en el 2013. Fabricando, nuestro modelo social para vivir y hacer un cine más humano. Veremos si la Fábrica de Cine sin Autor puede afianzarse como otro laboratorio de improvisación y planificación constante, de encuentro y organización. Un lugar donde concentrar poder que nos posibilite un mejor hacer que nos entrene y libere el imaginario.
Hacer películas es antes que nada ponerse de acuerdo en plasmar en la pantalla contenidos que interesen a quienes participan. Si el trabajo se hace a conciencia, los intereses de un grupo de personas comunes, deberían ser de interés para más personas comunes, debería generar contagio, provocar réplicas, amplificar encuentros.
Nuestro espacio de Cine sin Autor ha permitido vislumbrar que puede constituirse como una zona donde hacer cortocircuitos y alianzas, un laboratorio para practicar la fuga, un territorio de venganza contra la asfixia, un hervidero de conspiraciones para la pantalla.
Pero todo es muy frágil. Está muy bien imaginar utopías, pero lo más interesante y difícil es habitarlas diariamente a través del trabajo conjunto. Las ideas comunes, la coincidencia en esa interminable carga de reuniones en que se convierte a veces “lo cultural”, es la parte placentera de la utopía, su zona adolescente e imberbe. Pero luego hay que materializar todo ello y poner en juego el territorio de los cuerpos, del mundo sensible, de la acción, de las propias capacidades llevadas al límite, de las prioridades de agendas despistadas, de las neurosis particulares, de las cualidades y potencias propias. Caminar juntos significa meter todo ello en las alforjas. Saberlas gestionar es lo que genera organización. La eficacia solo la mide el tiempo que somos capaces de hacer durar el trabajo. Cuanto más dure, más se afirmará la habitación de la utopía.
Para el 2013, no esperamos mucho más de lo que podamos procurarnos colectivamente. No es tiempo de regalos. El bombardeo seguirá acosándonos las formas de vivir y las aspiraciones y hay que seguir confiando en la solidez con que se puedan entablar las relaciones y ponernos a prueba mutuamente. Es una guerra. Y en la guerra cambian las estrategias, la velocidad y las acciones. Por eso son también tiempos de cortes, de concentrar economías, de abandonar alianzas a medias y espacios de palabrería ineficaz y compañías blandas. No hay lugar para la ingenuidad, ni para hipócritas alianzas de salón.
A un clima social como el que vivimos solo le cabe una imaginación desmedida, una disciplina férrea, una conciencia despierta, una velocidad inusual y unas estrategias preñadas de sueños.
Así nos preparamos para el 2013. Así confiamos que otros y otras puedan vivirlo.
Gracias a quienes nos han acompañado mucho y bien, cada quien en su posible medida.
Seguiremos ocupando socialmente el cine. Que no quepa la menor duda.
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