Este fin de semana participamos en el encuentro de Cine por venir de Valencia que proponía una exploración sobre lo que es el presente y el futuro del cine.
Las prisas se llevan mal con la profundidad. El sábado por la tarde coincidíamos cinco presentaciones de unos cuarenta minutos. Las condiciones del formato determinan demasiado el poder profundizar en los temas pero al menos vale como primer intercambio.
En los últimos dos encuentros de éste último mes, en el del Reina Sofía con Subtramas y en éste, hubieron preguntas y dificultades sobre nuestra exposición que se han repetido casi de manera idéntica. Pequeños tests que nos permiten reflexionar.
El “sin Autor” de nuestro apelativo, por ejemplo detona parte de esas dificultades porque es muy escasa la experiencia de un cine construido con real participación de personas cualquiera. Casi todo el ambiente que ese respira en este tipo de encuentros (casi todo en general de lo que se refiere a cine -y al Arte en general-) tiene que ver con sus profesionales y con la obra individual o como mucho grupal profesional.
¿Por qué ese “sin Autor”? preguntaba una y otra vez una de las participantes insistiendo, creemos, más en sus propios fantasmas que en nuestra exposición.
Una vez más nos da que pensar hasta qué punto gran parte de la dinámica del “Arte” y sobre todo del cine está edificada sobre el individualismo autoral y cualquier enunciado o práctica que lo pone bajo sospecha o lo mueve de sitio, suscita recelos y suspicacias. Y esto a pesar de que quitar la autoridad y propiedad del gueto profesional sobre la producción cultural, es un tema demasiado viejo para que suscite polémicas y aún así, las suscita.
¿Por qué no quitar ese tipo de autoridad y propiedad, ese tipo de autoría, el autor? ¿Por qué no renunciar a ese tipo de subjetividad insuficiente cuando tenemos posibilidad de disfrutar y amplificarnos en una narrativa y expresión colectiva, sabiendo que hay condiciones para democratizar radicalmente esa producción?
Una serie de tópicos sobre nuestra exposición casi venían a decir que desde los 70 existe el cine colectivo con la aparición del video ya que hay una gran cantidad de video amateur que se ha hecho con familias y amigos y que por tanto, ¿para qué resaltar en el título de una forma de producción como la nuestra, ese molesto “sin autor”?
O ¿cómo no ver el peligro de que este modo de hacer cine se puede convertir en una nueva marca que el mercado absorberá? seguía diciendo la compañera sumando una serie de sospechas infundadas o fundadas en sus propios temores o prejuicios. Más bien parecía ser su pensamiento -le comentaba otro participante- el que provenía del mercado.
Lo útil, en todo caso, es que nuestro nombre está puesto así, conscientemente, para que evidenciando el tipo de autor que hemos decidido erradicar, nos permita reflexionar y tener que pensar y repensar nuestra prácticas heredadas.
Otra pregunta interesante que apareció de forma idéntica en los dos encuentros que mencionamos, fue la duda sobre la utilización de la “película”, que alguien, bajo la sombra de Benjamin y de su conocida reflexión sobre “el autor como productor” nos comentaba: ¿por qué si se desactiva el sistema de producción, se sigue hablando de película, que es una forma proveniente de ese sistema del que renegamos?
La película es un asunto estratégico de comunicación -decíamos-, un punto necesario de relación y entendimiento con la gente no especializada con la que debemos encontrar una mínima zona de encuentro para poder trabajar juntos, un acuerdo mínimo que luego la propia tarea colectiva irá desactivando. Todos podemos hacernos una rápida noción de lo que es una película, aunque luego descubramos diferencias y terminemos desactivando muchos o todos sus atributos durante su fabricación.
El diálogo entre los especialistas (artistas de cualquier tipo del mundo cultural) con la, digamos, gente común, comporta generalmente ese elitismo de clase del que no logramos deshacernos. Si decimos “película”, rapidamente podemos suponer un acuerdo para ponernos a hacer. Si dijéramos, por ejemplo (y lo hemos hecho) “vamos a hacer una obra audiovisual pero no piensen en película porque nosotros no utilizamos este concepto porque estamos desactivando el modelo de producción convencional bla bla bla”, nos metemos y metemos a la gente en un berenjenal inútil que causa más confusión que claridad. Pero al margen de esta posible confusión nos preguntamos siempre ¿por qué introducir a las personas no especializadas en una conflictividad de expertos sin que hayan ejercido nunca el derecho y vivido la experiencia de ser verdaderamente, alguna vez, productores de un film? Si ni siquiera en la elite de la reflexión cinematográfica, está tan claro lo que es o no es una película y que atributos la conforman.
Con el tiempo nos ha parecido incluso muy útil partir de supuestos entendibles ( “vamos a hacer una película juntos”) ya que sabemos que luego iremos seguramente experimentando, en la práctica, que una película no es una película como lo solemos entender (o sÍ), que un guión no es lo que pensábamos que era (o sí), que la duración de una película no es aquella a la que nos han habituado (o sí), etc etc.
La mañana del domingo rondó en torno a varias reflexiones sobre el estado de la distribución.
Una cosa, entre todas las exposiciones que se ofrecieron, nos quedaba permanentemente planeando en la cabeza: ¿dónde está el dinero que hoy día puede sostener la actividad cinematográfica?
Nadie de quienes expusieron lo sabe. El desconcierto sobre la formas de hacer cine de una manera minimamente sostenible (ya no decimos rentable) es realmente desconcertante.
Ni siquiera una buena trayectoria y una reputación favorable en la crítica cinematográfica como la que exponían los miembros del colectivo Los Hijos, aseguran hoy día un mínimo de retribución económica que al menos les permita seguir dignamente con su trabajo.
Parece entonces que ni las viejas y clásicas trayectorias que una obra de calidad (aún siendo esa calidad valorada por el mismo sector de la crítica) ofrecen seguridad para el mantenimiento de una apuesta cinematográfica. Los circuitos del cine se nos presentan como una especie de esqueleto, de estructura muerta, de vitrina ficticia donde la sabia del dinero ya ni circula más que para escasísimos y muy encumbrados casos. Toda ese complejo escaparate que constituyen los doscientos sesenta festivales de cine nacional y los siete mil festivales europeos, ¿terminan constituyendo una gran feria a la que acudir dejando el pellejo y los ahorros particulares que acaban sumergiendo a quienes pretenden ocuparlo en una aún mayor precariedad de vida y de medios? Y si todo este edificio del siglo pasado no asegura ni siquiera mayor cantidad de espectadores ¿para qué acudir a él con el esfuerzo enorme que supone?
Parece confirmar la sensación cada vez más arraigada de que hay que huir con la mayor rapidez posible de este castillo encantado y glamouroso.
Demasiadas preguntas para tan vertiginoso tiempo de encuentro que se acabó sin respuestas.
Al menos algunas cosas pudimos pensar. Para nosotros, que mañana volvemos a la Fábrica de Cine sin Autor donde diariamente y a todas horas estamos inmersos en estos debates porque a todas horas tenemos que resolver diferentes “problemas” de cine que se nos anteponen a velocidad de vértigo, creemos que aunque estos encuentros nos ayudan a difundir los trabajos y las ideas, el asunto fundamental sigue estando en sacar al sector cinemtográfico de quicio, sacarlo de los lugares de siempre, sacarlo de entre los entendidos, desplazarlo y forzar su producción hacia la calle, las casas, las oficinas, las vidas cotidianas, al gran plató que hoy es el mundo. Sobre todo, y de eso se habló también en una parte del debate, porque el cine ya está ahí, en manos de cualquiera.
Y entonces, si ya está ahí -preguntaban y nos preguntábamos-, ¿para qué poner a operar un Cine sin Autor?
Justamente decíamos, porque ese cine que ya está fuera del cine está siendo continuamente ignorado por el gran castillo encantado de los entendidos y los propietarios de siempre y bueno sería que aceptara en su deshabitado castillo a la gente común. Esa es una de las funciones por lo que vemos necesario enunciar una Política de la Colectividad, una nueva política pública, un nuevo marco legal, una nuevo interés para la inversión y en definitiva una restructuración de todo el sistema, de toda esa gran mansión casi deshabitada que hemos conocido. Una retroalimentación mutua entre el cine y la gente que revitalice su edificio caduco y permita relacionarse productivamente del cine y su historia. Una democratización radical de su sistema parece un camino más que necesario. Que la población derribe las puertas del castillo encantado y lo habite de una puñetera vez.
Las prisas se llevan mal con la profundidad. El sábado por la tarde coincidíamos cinco presentaciones de unos cuarenta minutos. Las condiciones del formato determinan demasiado el poder profundizar en los temas pero al menos vale como primer intercambio.
En los últimos dos encuentros de éste último mes, en el del Reina Sofía con Subtramas y en éste, hubieron preguntas y dificultades sobre nuestra exposición que se han repetido casi de manera idéntica. Pequeños tests que nos permiten reflexionar.
El “sin Autor” de nuestro apelativo, por ejemplo detona parte de esas dificultades porque es muy escasa la experiencia de un cine construido con real participación de personas cualquiera. Casi todo el ambiente que ese respira en este tipo de encuentros (casi todo en general de lo que se refiere a cine -y al Arte en general-) tiene que ver con sus profesionales y con la obra individual o como mucho grupal profesional.
¿Por qué ese “sin Autor”? preguntaba una y otra vez una de las participantes insistiendo, creemos, más en sus propios fantasmas que en nuestra exposición.
Una vez más nos da que pensar hasta qué punto gran parte de la dinámica del “Arte” y sobre todo del cine está edificada sobre el individualismo autoral y cualquier enunciado o práctica que lo pone bajo sospecha o lo mueve de sitio, suscita recelos y suspicacias. Y esto a pesar de que quitar la autoridad y propiedad del gueto profesional sobre la producción cultural, es un tema demasiado viejo para que suscite polémicas y aún así, las suscita.
¿Por qué no quitar ese tipo de autoridad y propiedad, ese tipo de autoría, el autor? ¿Por qué no renunciar a ese tipo de subjetividad insuficiente cuando tenemos posibilidad de disfrutar y amplificarnos en una narrativa y expresión colectiva, sabiendo que hay condiciones para democratizar radicalmente esa producción?
Una serie de tópicos sobre nuestra exposición casi venían a decir que desde los 70 existe el cine colectivo con la aparición del video ya que hay una gran cantidad de video amateur que se ha hecho con familias y amigos y que por tanto, ¿para qué resaltar en el título de una forma de producción como la nuestra, ese molesto “sin autor”?
O ¿cómo no ver el peligro de que este modo de hacer cine se puede convertir en una nueva marca que el mercado absorberá? seguía diciendo la compañera sumando una serie de sospechas infundadas o fundadas en sus propios temores o prejuicios. Más bien parecía ser su pensamiento -le comentaba otro participante- el que provenía del mercado.
Lo útil, en todo caso, es que nuestro nombre está puesto así, conscientemente, para que evidenciando el tipo de autor que hemos decidido erradicar, nos permita reflexionar y tener que pensar y repensar nuestra prácticas heredadas.
Otra pregunta interesante que apareció de forma idéntica en los dos encuentros que mencionamos, fue la duda sobre la utilización de la “película”, que alguien, bajo la sombra de Benjamin y de su conocida reflexión sobre “el autor como productor” nos comentaba: ¿por qué si se desactiva el sistema de producción, se sigue hablando de película, que es una forma proveniente de ese sistema del que renegamos?
La película es un asunto estratégico de comunicación -decíamos-, un punto necesario de relación y entendimiento con la gente no especializada con la que debemos encontrar una mínima zona de encuentro para poder trabajar juntos, un acuerdo mínimo que luego la propia tarea colectiva irá desactivando. Todos podemos hacernos una rápida noción de lo que es una película, aunque luego descubramos diferencias y terminemos desactivando muchos o todos sus atributos durante su fabricación.
El diálogo entre los especialistas (artistas de cualquier tipo del mundo cultural) con la, digamos, gente común, comporta generalmente ese elitismo de clase del que no logramos deshacernos. Si decimos “película”, rapidamente podemos suponer un acuerdo para ponernos a hacer. Si dijéramos, por ejemplo (y lo hemos hecho) “vamos a hacer una obra audiovisual pero no piensen en película porque nosotros no utilizamos este concepto porque estamos desactivando el modelo de producción convencional bla bla bla”, nos metemos y metemos a la gente en un berenjenal inútil que causa más confusión que claridad. Pero al margen de esta posible confusión nos preguntamos siempre ¿por qué introducir a las personas no especializadas en una conflictividad de expertos sin que hayan ejercido nunca el derecho y vivido la experiencia de ser verdaderamente, alguna vez, productores de un film? Si ni siquiera en la elite de la reflexión cinematográfica, está tan claro lo que es o no es una película y que atributos la conforman.
Con el tiempo nos ha parecido incluso muy útil partir de supuestos entendibles ( “vamos a hacer una película juntos”) ya que sabemos que luego iremos seguramente experimentando, en la práctica, que una película no es una película como lo solemos entender (o sÍ), que un guión no es lo que pensábamos que era (o sí), que la duración de una película no es aquella a la que nos han habituado (o sí), etc etc.
La mañana del domingo rondó en torno a varias reflexiones sobre el estado de la distribución.
Una cosa, entre todas las exposiciones que se ofrecieron, nos quedaba permanentemente planeando en la cabeza: ¿dónde está el dinero que hoy día puede sostener la actividad cinematográfica?
Nadie de quienes expusieron lo sabe. El desconcierto sobre la formas de hacer cine de una manera minimamente sostenible (ya no decimos rentable) es realmente desconcertante.
Ni siquiera una buena trayectoria y una reputación favorable en la crítica cinematográfica como la que exponían los miembros del colectivo Los Hijos, aseguran hoy día un mínimo de retribución económica que al menos les permita seguir dignamente con su trabajo.
Parece entonces que ni las viejas y clásicas trayectorias que una obra de calidad (aún siendo esa calidad valorada por el mismo sector de la crítica) ofrecen seguridad para el mantenimiento de una apuesta cinematográfica. Los circuitos del cine se nos presentan como una especie de esqueleto, de estructura muerta, de vitrina ficticia donde la sabia del dinero ya ni circula más que para escasísimos y muy encumbrados casos. Toda ese complejo escaparate que constituyen los doscientos sesenta festivales de cine nacional y los siete mil festivales europeos, ¿terminan constituyendo una gran feria a la que acudir dejando el pellejo y los ahorros particulares que acaban sumergiendo a quienes pretenden ocuparlo en una aún mayor precariedad de vida y de medios? Y si todo este edificio del siglo pasado no asegura ni siquiera mayor cantidad de espectadores ¿para qué acudir a él con el esfuerzo enorme que supone?
Parece confirmar la sensación cada vez más arraigada de que hay que huir con la mayor rapidez posible de este castillo encantado y glamouroso.
Demasiadas preguntas para tan vertiginoso tiempo de encuentro que se acabó sin respuestas.
Al menos algunas cosas pudimos pensar. Para nosotros, que mañana volvemos a la Fábrica de Cine sin Autor donde diariamente y a todas horas estamos inmersos en estos debates porque a todas horas tenemos que resolver diferentes “problemas” de cine que se nos anteponen a velocidad de vértigo, creemos que aunque estos encuentros nos ayudan a difundir los trabajos y las ideas, el asunto fundamental sigue estando en sacar al sector cinemtográfico de quicio, sacarlo de los lugares de siempre, sacarlo de entre los entendidos, desplazarlo y forzar su producción hacia la calle, las casas, las oficinas, las vidas cotidianas, al gran plató que hoy es el mundo. Sobre todo, y de eso se habló también en una parte del debate, porque el cine ya está ahí, en manos de cualquiera.
Y entonces, si ya está ahí -preguntaban y nos preguntábamos-, ¿para qué poner a operar un Cine sin Autor?
Justamente decíamos, porque ese cine que ya está fuera del cine está siendo continuamente ignorado por el gran castillo encantado de los entendidos y los propietarios de siempre y bueno sería que aceptara en su deshabitado castillo a la gente común. Esa es una de las funciones por lo que vemos necesario enunciar una Política de la Colectividad, una nueva política pública, un nuevo marco legal, una nuevo interés para la inversión y en definitiva una restructuración de todo el sistema, de toda esa gran mansión casi deshabitada que hemos conocido. Una retroalimentación mutua entre el cine y la gente que revitalice su edificio caduco y permita relacionarse productivamente del cine y su historia. Una democratización radical de su sistema parece un camino más que necesario. Que la población derribe las puertas del castillo encantado y lo habite de una puñetera vez.
¿Conferencias sin autor?
ResponderEliminar¿Dónde está el dinero que hoy día puede sostener la actividad cinematográfica? Hoy por hoy el poco dinero que fluye sobre la actividad cinematográfica alternativa viene de conferencias, encuentros y talleres. Siendo Festivales etc efectivamente una vitrina para legitimar a toda la gente que va a dar todos esas conferencias, encuentros y talleres.