Mucho se habla en estos tiempos de lo colectivo en la producción cultural. Esta semana, una compañera del colectivo participó de una mesa en un programa de radio sobre este tema.
Como siempre, a eso siguieron nuestras reflexiones internas sobre lo que allí se habló. El mismo día, habíamos tenido la segunda sesión con un nuevo curso de alumnos y alumnos, jóvenes adultos del CEPA-TETUÁN donde desarrollamos la experiencia de Cine sin Autor en un ámbito educativo.
Entre los alumnos hay un rapero.
En la primer sesión le habíamos planteado si quería improvisar unas rimas sobre lo que se había hablado en la sesión y dijo que sí, se subió en una tarima que tiene el salón de actos donde trabajamos, se puso una base musical que traía en su pequeño reproductor e improvisó sus versos.
Como en la mayoría de estos cantantes-poetas, la fluidez del texto resulta impactante y más cuando minutos antes el mismo joven se definía como alguien que estaba en ese instituto luego de años de fracasar. Improvisó dos veces hasta que se le trabó el verso y lo dejó. Pero fue suficiente para ver sus cualidades.
En esta segunda sesión, luego de grabar las primeras escenas, le planteamos nuevamente si quería improvisar y esta vez venía más preparado y lo volvimos a grabar.
Del resto de compañeros y compañeras casi nadie le había escuchado. Alguna chica le preguntó si hacía actuaciones.
Desde el comienzo este joven planteó si podía hacer la banda musical del trabajo cinematográfico que hiciéramos.
Cuando terminó su improvisación le preguntamos si tenía más temas y si podíamos escucharlos para saber si podría encajar alguno ya terminado con los temas que han salido a debate.
Entonces dijo que tenía uno allí, en su reproductor. Así que lo pusimos y el resto de sus compañeros y compañeras se pusieron a mirar el piso en posición de atenta escucha.
Tema largo, donde la mezcla no dejaba oír bien la letra. Pero el trabajo era una vez más bueno.
Luego de acabado le hicieron algunas correcciones que nuestro rimador escuchó con atención y se debatió sobre el tema.
Pero ¿qué es una obra colectiva? nos preguntamos en el título de este artículo.
Cuanto más hemos avanzado en el tema de la producción colectiva, más nos hemos detenido, enlentecido, confundido a veces pero profundizado mucho en la complejidad que supone, en lo duro que resulta hacerlo en nuestra sociedad, totalmente inhabituada a este tipo de prácticas creativas. La pregunta la hemos ido formulando mejor y agregamos que no solo hay que preguntarse qué es, sino también entre quiénes y cómo se produce.
La preocupación fundamental que hemos tenido desde el principio en el Cine sin Autor ha sido la producción de obra colectiva con cualquier persona no vinculada a la creación. La pregunta que nos hacemos ahora es: ¿qué es una obra socialmente colectiva?
¿Es colectiva la obra que hace un grupo de artistas que se juntan a producir y luego la lanzan directamente y sin intermediarios a la red o a cualquier forma de circulación alternativa? Sí, claro.
¿Es socialmente colectiva? Creemos que no.
La diferenciación la hacemos en la elección del sujeto que produce la obra o el hecho cultural. Necesitamos diferenciar si
a) una obra la producen artistas en exclusividad,
b) gente cualquiera o
c) artistas y gente cualquiera funcionando en colectivo.
a) Si se trata del primer grupo, se trata de un gueto particular de entendidos y su obra les representa a ellos. Surge de una subjetividad artística que no implica a más subjetividades sociales. Es decir que no ha habido en la operativa de producción otras sensibilidades que no sean las artísticas. El público puede llegar a identificarse con ella, claro que sí, pero no la ha producido.
b) Si se trata del segundo grupo, estaríamos ante personas no creadoras de obra, a las que se les puede haber ocurrido hacer algún tipo de pieza o acción cultural. Hablamos de una subjetividad social sin conciencia ni práctica en lo que puede ser el arte y la cultura que les antecede o que solo se ha impregnado de ella como espectador.
c) Si se trata de una mecánica conjunta entre artistas y sectores no vinculados a la producción cultural, deben establecerse operativas nuevas para su funcionamiento dado que la relación entre los dos sectores ha sido siempre de creador productor exhibidor a espectadores- público.
Sobre la cultura no se construye una conciencia de que nos pertenece al conjunto de la sociedad sean o no artistas y que por lo tanto deberíamos participar, opinar e intervenir en su producción como ejercicio de un derecho a la libertad de representación propia, a que no nos cuenten unos cuando es la imagen de la sociedad.
Para el caso del cine, al menos para nosotros, hay dos maneras de democratizar su producción si queremos pensar en otro modelo. Dos caminos de sinautoría, de desaparición de la antigua autoría, autoridad y propiedad.
Cuando nuestro rapero se sube a la tarima e improvisa, está funcionando dentro del modelo habitual: autor de obra frente a un resto de personas que instantáneamente se identifica como público, degustador, apreciador.
Cuando nuestro joven improvisador se baja de la tarima y se sienta en la ronda para exponer su otro tema grabado y se somete a las apreciaciones de sus compañeros y compañeras y además se crea cierto compromiso para que su obra pueda ser elegida para representar ciertas temáticas comunes que se están planteando y a parte se abre la posibilidad de que se le encargue por su talento una obra específica que represente el sentir colectivo, es en ese nuevo entorno de creación donde creemos que se generan las condiciones específicas de producción para generar una obra participada que represente al grupo, una obra socialmente colectiva.
Es cuando el joven poeta abandona su vieja función social de autor, trasciende su individualismo por voluntad propia y somete su autoridad, su propiedad y su obra a la autoridad, intervención y apropiación activa de un colectivo específico para alcanzar mayor representación social, cuando empiezan a forjarse condiciones para una obra colectiva. Previamente, el funcionamiento social habitual debe haberse puesto en crisis escénica y operativa.
¿Qué pasa en ese momento en que el autor se baja de la tarima?
Muchas cosas.
1) El autor se sienta a la par de los demás y somete lo que su subjetividad personal ha creado, que ya es una obra individual aceptada, a la opinión activa de sus compañeros y compañeras con el fin de recrearse.
2) Que el autor renuncia a la inmunidad de su creación y de su persona y acepta la posibilidad de modificación de su obra o incluso el encargo de otra bajo la dirección y según los intereses de los demás.
3) Que se rompe el evento "autor-que expone su obra-a un público", como acto inmodificable y como estructura inapelable
4) Que se amplifican los contenidos y formas posibles de una obra al integrar otras sensibilidades, ideas e intereses.
5) Que el autor adquiere otra función social y política de responsabilidad ante un colectivo que le interpela a la vez que reconoce y promueve su talento.
6) Que el colectivo si podrá verse representado en la obra final porque ha ido interviniéndola e incluso participando en ella activamente.
El modelo que tenemos solo contempla un tipo de funcionamiento social que supone una diferenciación de status entre artistas-productores y gente cualquiera en una cultura basada en el evento: el acto de ofrecer una obra acabada a un público. Un concierto, la presentación de un libro, la exhibición de una película e incluso una performance o instalación que incluya a sus participantes dando herramientas que puedan modificar parcialmente el espacio y su contenido, no habrá contemplado la participación social en su diseño. ¿Por qué esa instalación, por qué ese sitio de exposición, ese diseño, esas herramientas y no otras, quién y cómo se beneficia de esa acción, quién gestiona el hecho cultural antes y después de que se produzca?
Digamos que el gesto de nuestro rapero al bajarse de su tarima y someterse él y su obra a la autoridad e intervención de su grupo específico es una forma de colectivización de la autoría, un gesto de sinautoría, como le llamamos. Un camino que es posible cuando existe previamente un autor.
Cuando no hay autor ni obra que colectivizar, los métodos inclusivos que utilizamos en el Cine sin Autor crean obra desde esa ausencia autora previa. Todo se produce entonces desde el colectivo en horizontalidad, circulación de poder, diseño común, etc. Ya lo hemos expresado en muchas ocasiones.
Nos parece entonces importante que para hablar de obra colectiva, se debe establecer al menos una pregunta a su proceso de creación y gestión:
a) ¿Sus métodos de producción y gestión contemplan o no operativas que abren la subjetividad, la autoridad, la propiedad y la gestión del proceso a cualquier persona a la que convoca?
Si la respuesta es que no, estaremos ante una obra de producción artística, donde la propiedad del diseño, la autoridad, la autoría y la gestión de dicha obra está reducida al campo de los saberes y propiedad profesionalizados del Arte.
Si la respuesta es que contempla operativas inclusivas, participativas, que permiten la apropiación inmediata o progresiva de su proceso de construcción y gestión, estaremos ante una obra social colectiva, dado que amplifica su potencia social incluyendo a otras personas, otras sensibilidades, otros intereses, que no son solo los del gueto artístico.
Ya saben ustedes, si nos siguen, que nosotros apostamos por una cinematografía producida socialmente, porque apostamos por un modelo de realización y gestión del cine en el que sus operativas de producción y gestión, están diseñados para ello, suponen una metodología inclusiva, de participación activa de cualquier persona, de protagonización interpretativa, decisiones comunes, desaparición de status social entre cineastas-productores y gente no vinculadas a la producción de cine, saberes puestos al servicio de lo común, poder circulante de funciones, gestión compartida, etc.
El camino de la obra colectiva supone un estado social de base acostumbrado a lo colaborativo, a lo horizontal, a ejercer responsabilidad sobre la manifestación común que nos implica, a la erradicación de jerarquías de unos saberes sobre otros, al ejercicio político de propiedad común sobre lo que nos representa culturalmente. En definitiva, a un tipo de vivencia y práctica social que nos queda muy lejos aún, al menos en esta España tan neoliberal, tan violenta y tan dada a la imposición de minorías enquistadas en su prepotencia.
Quienes estamos haciendo obras colectivas, no deberíamos perdernos en el pequeño éxito de nuestros ensayos puntuales. Facilmente escuchamos con exceso de optimismo hablar de lo colectivo cuando nuestro trabajo aún solo origina indicios, rastros, luces discretas, proyecciones posibles, fábricas que deberían ponerse en marcha, políticas que debemos echar a andar pero que aún no están. La obra colectiva, hoy, desde donde escribimos al menos, tiene el digno valor que tiene toda acción resistente. Los creadores y artistas, aún ni siquiera hemos aprendido a domesticar con gusto político, al pretencioso e insolente autor que nos habita.
Como siempre, a eso siguieron nuestras reflexiones internas sobre lo que allí se habló. El mismo día, habíamos tenido la segunda sesión con un nuevo curso de alumnos y alumnos, jóvenes adultos del CEPA-TETUÁN donde desarrollamos la experiencia de Cine sin Autor en un ámbito educativo.
Entre los alumnos hay un rapero.
En la primer sesión le habíamos planteado si quería improvisar unas rimas sobre lo que se había hablado en la sesión y dijo que sí, se subió en una tarima que tiene el salón de actos donde trabajamos, se puso una base musical que traía en su pequeño reproductor e improvisó sus versos.
Como en la mayoría de estos cantantes-poetas, la fluidez del texto resulta impactante y más cuando minutos antes el mismo joven se definía como alguien que estaba en ese instituto luego de años de fracasar. Improvisó dos veces hasta que se le trabó el verso y lo dejó. Pero fue suficiente para ver sus cualidades.
En esta segunda sesión, luego de grabar las primeras escenas, le planteamos nuevamente si quería improvisar y esta vez venía más preparado y lo volvimos a grabar.
Del resto de compañeros y compañeras casi nadie le había escuchado. Alguna chica le preguntó si hacía actuaciones.
Desde el comienzo este joven planteó si podía hacer la banda musical del trabajo cinematográfico que hiciéramos.
Cuando terminó su improvisación le preguntamos si tenía más temas y si podíamos escucharlos para saber si podría encajar alguno ya terminado con los temas que han salido a debate.
Entonces dijo que tenía uno allí, en su reproductor. Así que lo pusimos y el resto de sus compañeros y compañeras se pusieron a mirar el piso en posición de atenta escucha.
Tema largo, donde la mezcla no dejaba oír bien la letra. Pero el trabajo era una vez más bueno.
Luego de acabado le hicieron algunas correcciones que nuestro rimador escuchó con atención y se debatió sobre el tema.
Pero ¿qué es una obra colectiva? nos preguntamos en el título de este artículo.
Cuanto más hemos avanzado en el tema de la producción colectiva, más nos hemos detenido, enlentecido, confundido a veces pero profundizado mucho en la complejidad que supone, en lo duro que resulta hacerlo en nuestra sociedad, totalmente inhabituada a este tipo de prácticas creativas. La pregunta la hemos ido formulando mejor y agregamos que no solo hay que preguntarse qué es, sino también entre quiénes y cómo se produce.
La preocupación fundamental que hemos tenido desde el principio en el Cine sin Autor ha sido la producción de obra colectiva con cualquier persona no vinculada a la creación. La pregunta que nos hacemos ahora es: ¿qué es una obra socialmente colectiva?
¿Es colectiva la obra que hace un grupo de artistas que se juntan a producir y luego la lanzan directamente y sin intermediarios a la red o a cualquier forma de circulación alternativa? Sí, claro.
¿Es socialmente colectiva? Creemos que no.
La diferenciación la hacemos en la elección del sujeto que produce la obra o el hecho cultural. Necesitamos diferenciar si
a) una obra la producen artistas en exclusividad,
b) gente cualquiera o
c) artistas y gente cualquiera funcionando en colectivo.
a) Si se trata del primer grupo, se trata de un gueto particular de entendidos y su obra les representa a ellos. Surge de una subjetividad artística que no implica a más subjetividades sociales. Es decir que no ha habido en la operativa de producción otras sensibilidades que no sean las artísticas. El público puede llegar a identificarse con ella, claro que sí, pero no la ha producido.
b) Si se trata del segundo grupo, estaríamos ante personas no creadoras de obra, a las que se les puede haber ocurrido hacer algún tipo de pieza o acción cultural. Hablamos de una subjetividad social sin conciencia ni práctica en lo que puede ser el arte y la cultura que les antecede o que solo se ha impregnado de ella como espectador.
c) Si se trata de una mecánica conjunta entre artistas y sectores no vinculados a la producción cultural, deben establecerse operativas nuevas para su funcionamiento dado que la relación entre los dos sectores ha sido siempre de creador productor exhibidor a espectadores- público.
Sobre la cultura no se construye una conciencia de que nos pertenece al conjunto de la sociedad sean o no artistas y que por lo tanto deberíamos participar, opinar e intervenir en su producción como ejercicio de un derecho a la libertad de representación propia, a que no nos cuenten unos cuando es la imagen de la sociedad.
Para el caso del cine, al menos para nosotros, hay dos maneras de democratizar su producción si queremos pensar en otro modelo. Dos caminos de sinautoría, de desaparición de la antigua autoría, autoridad y propiedad.
Cuando nuestro rapero se sube a la tarima e improvisa, está funcionando dentro del modelo habitual: autor de obra frente a un resto de personas que instantáneamente se identifica como público, degustador, apreciador.
Cuando nuestro joven improvisador se baja de la tarima y se sienta en la ronda para exponer su otro tema grabado y se somete a las apreciaciones de sus compañeros y compañeras y además se crea cierto compromiso para que su obra pueda ser elegida para representar ciertas temáticas comunes que se están planteando y a parte se abre la posibilidad de que se le encargue por su talento una obra específica que represente el sentir colectivo, es en ese nuevo entorno de creación donde creemos que se generan las condiciones específicas de producción para generar una obra participada que represente al grupo, una obra socialmente colectiva.
Es cuando el joven poeta abandona su vieja función social de autor, trasciende su individualismo por voluntad propia y somete su autoridad, su propiedad y su obra a la autoridad, intervención y apropiación activa de un colectivo específico para alcanzar mayor representación social, cuando empiezan a forjarse condiciones para una obra colectiva. Previamente, el funcionamiento social habitual debe haberse puesto en crisis escénica y operativa.
¿Qué pasa en ese momento en que el autor se baja de la tarima?
Muchas cosas.
1) El autor se sienta a la par de los demás y somete lo que su subjetividad personal ha creado, que ya es una obra individual aceptada, a la opinión activa de sus compañeros y compañeras con el fin de recrearse.
2) Que el autor renuncia a la inmunidad de su creación y de su persona y acepta la posibilidad de modificación de su obra o incluso el encargo de otra bajo la dirección y según los intereses de los demás.
3) Que se rompe el evento "autor-que expone su obra-a un público", como acto inmodificable y como estructura inapelable
4) Que se amplifican los contenidos y formas posibles de una obra al integrar otras sensibilidades, ideas e intereses.
5) Que el autor adquiere otra función social y política de responsabilidad ante un colectivo que le interpela a la vez que reconoce y promueve su talento.
6) Que el colectivo si podrá verse representado en la obra final porque ha ido interviniéndola e incluso participando en ella activamente.
El modelo que tenemos solo contempla un tipo de funcionamiento social que supone una diferenciación de status entre artistas-productores y gente cualquiera en una cultura basada en el evento: el acto de ofrecer una obra acabada a un público. Un concierto, la presentación de un libro, la exhibición de una película e incluso una performance o instalación que incluya a sus participantes dando herramientas que puedan modificar parcialmente el espacio y su contenido, no habrá contemplado la participación social en su diseño. ¿Por qué esa instalación, por qué ese sitio de exposición, ese diseño, esas herramientas y no otras, quién y cómo se beneficia de esa acción, quién gestiona el hecho cultural antes y después de que se produzca?
Digamos que el gesto de nuestro rapero al bajarse de su tarima y someterse él y su obra a la autoridad e intervención de su grupo específico es una forma de colectivización de la autoría, un gesto de sinautoría, como le llamamos. Un camino que es posible cuando existe previamente un autor.
Cuando no hay autor ni obra que colectivizar, los métodos inclusivos que utilizamos en el Cine sin Autor crean obra desde esa ausencia autora previa. Todo se produce entonces desde el colectivo en horizontalidad, circulación de poder, diseño común, etc. Ya lo hemos expresado en muchas ocasiones.
Nos parece entonces importante que para hablar de obra colectiva, se debe establecer al menos una pregunta a su proceso de creación y gestión:
a) ¿Sus métodos de producción y gestión contemplan o no operativas que abren la subjetividad, la autoridad, la propiedad y la gestión del proceso a cualquier persona a la que convoca?
Si la respuesta es que no, estaremos ante una obra de producción artística, donde la propiedad del diseño, la autoridad, la autoría y la gestión de dicha obra está reducida al campo de los saberes y propiedad profesionalizados del Arte.
Si la respuesta es que contempla operativas inclusivas, participativas, que permiten la apropiación inmediata o progresiva de su proceso de construcción y gestión, estaremos ante una obra social colectiva, dado que amplifica su potencia social incluyendo a otras personas, otras sensibilidades, otros intereses, que no son solo los del gueto artístico.
Ya saben ustedes, si nos siguen, que nosotros apostamos por una cinematografía producida socialmente, porque apostamos por un modelo de realización y gestión del cine en el que sus operativas de producción y gestión, están diseñados para ello, suponen una metodología inclusiva, de participación activa de cualquier persona, de protagonización interpretativa, decisiones comunes, desaparición de status social entre cineastas-productores y gente no vinculadas a la producción de cine, saberes puestos al servicio de lo común, poder circulante de funciones, gestión compartida, etc.
El camino de la obra colectiva supone un estado social de base acostumbrado a lo colaborativo, a lo horizontal, a ejercer responsabilidad sobre la manifestación común que nos implica, a la erradicación de jerarquías de unos saberes sobre otros, al ejercicio político de propiedad común sobre lo que nos representa culturalmente. En definitiva, a un tipo de vivencia y práctica social que nos queda muy lejos aún, al menos en esta España tan neoliberal, tan violenta y tan dada a la imposición de minorías enquistadas en su prepotencia.
Quienes estamos haciendo obras colectivas, no deberíamos perdernos en el pequeño éxito de nuestros ensayos puntuales. Facilmente escuchamos con exceso de optimismo hablar de lo colectivo cuando nuestro trabajo aún solo origina indicios, rastros, luces discretas, proyecciones posibles, fábricas que deberían ponerse en marcha, políticas que debemos echar a andar pero que aún no están. La obra colectiva, hoy, desde donde escribimos al menos, tiene el digno valor que tiene toda acción resistente. Los creadores y artistas, aún ni siquiera hemos aprendido a domesticar con gusto político, al pretencioso e insolente autor que nos habita.
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