Si bien Edison convirtió en industria lo que los hnos. Lumière y Georges Méliès habían desarrollado como espectáculo, cuentan que Charles Pathé fue uno de los dos pioneros que que en Francia afianzó la industrialización del cine cuando construyó la primer fábrica en Joinville, en el casco antiguo de Vincennes, allá por el año 1906.
“Para producir estas mercancías de celuloide, una legión de técnicos y artistas asalariados trabajan contra reloj con sueldo fijo y enmarcados en una rígida organización productiva que no perseguía más fin que una alta rentabilidad de sus productos”, relata Román Gubern en su Historia del Cine.
El cine producido industrialmente tomaba todo su auge.
La etapa inicial de los hnos. Lumiere y Georges Meliés, que también había sido un buen e incipiente negocio, quedaba atrás.
El reinado de Pathe como primer productor mundial duraría hasta la primera guerra mundial.
Digamos que la historia está escrita y por más que quisiéramos imaginar otras posibles derivas que podría haber tomado la producción de cine, debemos aceptar la que, según los historiadores, ha sido.
Si avanzamos rapidamente tres años más adelante y cruzamos el atlántico, nos encontramos con un Adolph Zukor en EEUU que en 1912 y con treinta y nueves años ya, compraba los derechos del film d’rt "Elizabeth Reina de Inglaterra" que acababa de obtener un enorme éxito en países europeos y organizaba una función con invitados cuidadosamente seleccionados en la sala del Frohman’s Lyceum Theatre que terminó en ovación.
Este éxito le llevaría primero a fundar la empresa Actores famosos en obras famosas (el film d’art francés consistía más o menos en eso y de ahí copiará la organización de su negocio) para tiempo después asociarse con varios empresarios y crear la Paramount Corporation, que se erigirá como gran imperio cinematográfico.
Saltándonos la basta complejidad de esas dos primeras décadas del cine, tan convulsas como fascinantes, estamos ante el nacimiento y expansión a gran escala del espectáculo cinematográfico.
El negocio Pathe, contaría con un gran capitán al frente de la realización de películas de corte ya narrativo: Ferdinand Zecca.
Si creemos en esa historia contada a través de nombres propios debemos aceptar que era una producción comandada por una subjetividad casi personal que diseñaba y controlaba la fabricación en serie de las películas que nutrían las salas más importantes.
La historia es la que aquí tanto repetimos. El cine como un trasvase de imaginario de la subjetividad privada de sus productores a la subjetividad receptora de sus consumidores.
Es en esa ruptura de la propiedad privada de la producción fílmica donde nos ubicamos.
Digamos que la industrialización del cine se produciría por la iniciativa de unos tipos, que al ver las altas posibilidades de beneficio económico, invertían un determinado capital en la creación de una fábrica, contrataban “una legión” de técnicos, diseñaban películas que intuían que podían captar la atención de un público, se aseguraban los canales de distribución de esas mercancías y llegaban a acuerdos con una multitud de salas para que fueran exhibidas.
Esa era la realidad del cine hace aproximadamente un siglo.
Hoy, al comienzo de una segunda historia, cuando nosotros, diminutas hormigas, nos planteamos el Cine sin Autor en una operativa de Fábrica, nos imponemos pensar en otro tipo de actividad.
Haciendo un paralelismo con ese período y esas prácticas de industrialización, diríamos en este momento, que sin capital de inversión, instalar una Fábrica es poner en activo unas operativas sociales de producción de películas al servicio de la población que esté dispuesta a fabricarlas y gestionarlas. La subjetividad productora y el control de fabricación deben ser desplazados desde los propietarios o gestores iniciales de esas operativas e instalaciones a la población que se vincule y quiera hacer uso progresivo de ellas.
Una anécdota de la semana a éste respecto es que nos visitó un primer posible trabajador de nuestra naciente fábrica. En las primeras salidas a la calle a buscar nuestros productores y protagonistas de películas, encontramos a un señor con muletas que padece una enfermedad que muchas veces le impide levantarse. Grabamos una breve charla donde nos contó cómo sería su película si tuviera la oportunidad de hacerla y nos prometimos volver a encontrarnos para seguir adelante.
La anécdota es que ésta semana Jesús, como se llama, apareció por la nave de Intermediae en mitad de su dificultoso paseo para ver cómo habían quedado sus imágenes. Un compañero se sentó con él, las compartieron y grabó el momento. Jesús nos invitó ya a su casa.
Quizá puede parecer un hecho irrelevante. Para nosotros es un discreto anticipo de lo que debería suceder. Jesús es un habitante del Plató de nuestra fábrica, el barrio, un vecino que, cuando puede, sale a hacer su paseo. En ese paseo se acordó que le ofrecimos ver sus imágenes y le abrimos la posibilidad de hacer su película. Él, con naturalidad, nos tomó la palabra e hizo uso del derecho que le ofrecimos.
Los operarios, actores, productores y guionistas de nuestra fábrica deberán ser la propia gente que habita el plató, esos entornos urbanos del Matadero. Si deseamos que una cantidad de gente haga sus películas no los pensamos com aquellos asalariados de la fábricas de Charles Pathé sino todo lo contrario. La Fábrica funcionará bien si diferentes grupos de vecinos y vecinas y también personas individuales, van conformando la actitud que ésta semana tuvo Jesús, a quien se le despertó el interés por ver su material y nos ofreció la oportunidad de poner nuestro trabajo técnico a su servicio para que comience a vislumbrar su película. Pero conseguir que a cualquier persona le resulte natural pasar un rato por la fábrica a ver su material, intervenirlo, apropiárselo, compartirlo, cocrearlo, es un terreno lleno de dificultades.
Ofrecemos un entorno de creación de cine que ponemos a disposición. La gente en general no siente necesidad de realizar sus películas porque en general es una oferta inhabitual. Bastante tenemos con sobrevivir al exterminio económico como para meternos en actividades que parecen superfluas. El primer desafío es, justamente, abrir un espacio de posibilidad para que esa necesidad, curiosidad o interés por hacer sus películas tenga condiciones favorables para despertarse.
El cine, para la gente, siempre ha sido ese espacio de experiencia espectadora, un lugar de exposición de una secuencia audiovisual fabricada para impactarle, entretenerle, conmoverle, hacerle reflexionar. Las Fábricas, nacieron como ese lugar donde sus profesionales fabricaban asalariadamente y a puerta cerrada, aquellas secuencias de imágenes y sonidos que se expondrían en las salas.
El cine, hoy, pretendemos que sea una nueva forma de comprender e imaginar audiovisualmente el propio paisaje y la propia vida social en la que estamos inmersos cada día. Y también para imaginarla diferente, para soñarla distinta. La Fábrica de Cine sin Autor, hoy, es más que nada esa serie de operativas de fabricación de cine puestas a la disposición ciudadana para que puedan crear y gestionar su propia cinematografía.
Hay que desindustrializar el cine, romper la costumbre excluyente, hermética y de puro negocio espectacular que implementó, entre otros, Charles Pathé con sus asalariados hace más de un siglo.
Industrializar a la sociedad sería ofrecer entornos de creación cinematográfica cercanos y duraderos donde lentamente la gente se acostumbre a pasarse horas allí, en compañía de técnicos, debatiendo los temas de sus películas, protagonizándolas, revisándolas una y otra vez y gestionando su uso social y sus oportunidades de exhibición.
Fabricación de películas en serie creadas por la propia gente. Profesionales inmersos en la sociedad, al servicio de ese bien común que es la imaginación, que aunque tan agredido hoy día, será la que nos permita ejercer el derecho a imaginarnos cómo, socialmente, queremos ser.
“Para producir estas mercancías de celuloide, una legión de técnicos y artistas asalariados trabajan contra reloj con sueldo fijo y enmarcados en una rígida organización productiva que no perseguía más fin que una alta rentabilidad de sus productos”, relata Román Gubern en su Historia del Cine.
El cine producido industrialmente tomaba todo su auge.
La etapa inicial de los hnos. Lumiere y Georges Meliés, que también había sido un buen e incipiente negocio, quedaba atrás.
El reinado de Pathe como primer productor mundial duraría hasta la primera guerra mundial.
Digamos que la historia está escrita y por más que quisiéramos imaginar otras posibles derivas que podría haber tomado la producción de cine, debemos aceptar la que, según los historiadores, ha sido.
Si avanzamos rapidamente tres años más adelante y cruzamos el atlántico, nos encontramos con un Adolph Zukor en EEUU que en 1912 y con treinta y nueves años ya, compraba los derechos del film d’rt "Elizabeth Reina de Inglaterra" que acababa de obtener un enorme éxito en países europeos y organizaba una función con invitados cuidadosamente seleccionados en la sala del Frohman’s Lyceum Theatre que terminó en ovación.
Este éxito le llevaría primero a fundar la empresa Actores famosos en obras famosas (el film d’art francés consistía más o menos en eso y de ahí copiará la organización de su negocio) para tiempo después asociarse con varios empresarios y crear la Paramount Corporation, que se erigirá como gran imperio cinematográfico.
Saltándonos la basta complejidad de esas dos primeras décadas del cine, tan convulsas como fascinantes, estamos ante el nacimiento y expansión a gran escala del espectáculo cinematográfico.
El negocio Pathe, contaría con un gran capitán al frente de la realización de películas de corte ya narrativo: Ferdinand Zecca.
Si creemos en esa historia contada a través de nombres propios debemos aceptar que era una producción comandada por una subjetividad casi personal que diseñaba y controlaba la fabricación en serie de las películas que nutrían las salas más importantes.
La historia es la que aquí tanto repetimos. El cine como un trasvase de imaginario de la subjetividad privada de sus productores a la subjetividad receptora de sus consumidores.
Es en esa ruptura de la propiedad privada de la producción fílmica donde nos ubicamos.
Digamos que la industrialización del cine se produciría por la iniciativa de unos tipos, que al ver las altas posibilidades de beneficio económico, invertían un determinado capital en la creación de una fábrica, contrataban “una legión” de técnicos, diseñaban películas que intuían que podían captar la atención de un público, se aseguraban los canales de distribución de esas mercancías y llegaban a acuerdos con una multitud de salas para que fueran exhibidas.
Esa era la realidad del cine hace aproximadamente un siglo.
Hoy, al comienzo de una segunda historia, cuando nosotros, diminutas hormigas, nos planteamos el Cine sin Autor en una operativa de Fábrica, nos imponemos pensar en otro tipo de actividad.
Haciendo un paralelismo con ese período y esas prácticas de industrialización, diríamos en este momento, que sin capital de inversión, instalar una Fábrica es poner en activo unas operativas sociales de producción de películas al servicio de la población que esté dispuesta a fabricarlas y gestionarlas. La subjetividad productora y el control de fabricación deben ser desplazados desde los propietarios o gestores iniciales de esas operativas e instalaciones a la población que se vincule y quiera hacer uso progresivo de ellas.
Una anécdota de la semana a éste respecto es que nos visitó un primer posible trabajador de nuestra naciente fábrica. En las primeras salidas a la calle a buscar nuestros productores y protagonistas de películas, encontramos a un señor con muletas que padece una enfermedad que muchas veces le impide levantarse. Grabamos una breve charla donde nos contó cómo sería su película si tuviera la oportunidad de hacerla y nos prometimos volver a encontrarnos para seguir adelante.
La anécdota es que ésta semana Jesús, como se llama, apareció por la nave de Intermediae en mitad de su dificultoso paseo para ver cómo habían quedado sus imágenes. Un compañero se sentó con él, las compartieron y grabó el momento. Jesús nos invitó ya a su casa.
Quizá puede parecer un hecho irrelevante. Para nosotros es un discreto anticipo de lo que debería suceder. Jesús es un habitante del Plató de nuestra fábrica, el barrio, un vecino que, cuando puede, sale a hacer su paseo. En ese paseo se acordó que le ofrecimos ver sus imágenes y le abrimos la posibilidad de hacer su película. Él, con naturalidad, nos tomó la palabra e hizo uso del derecho que le ofrecimos.
Los operarios, actores, productores y guionistas de nuestra fábrica deberán ser la propia gente que habita el plató, esos entornos urbanos del Matadero. Si deseamos que una cantidad de gente haga sus películas no los pensamos com aquellos asalariados de la fábricas de Charles Pathé sino todo lo contrario. La Fábrica funcionará bien si diferentes grupos de vecinos y vecinas y también personas individuales, van conformando la actitud que ésta semana tuvo Jesús, a quien se le despertó el interés por ver su material y nos ofreció la oportunidad de poner nuestro trabajo técnico a su servicio para que comience a vislumbrar su película. Pero conseguir que a cualquier persona le resulte natural pasar un rato por la fábrica a ver su material, intervenirlo, apropiárselo, compartirlo, cocrearlo, es un terreno lleno de dificultades.
Ofrecemos un entorno de creación de cine que ponemos a disposición. La gente en general no siente necesidad de realizar sus películas porque en general es una oferta inhabitual. Bastante tenemos con sobrevivir al exterminio económico como para meternos en actividades que parecen superfluas. El primer desafío es, justamente, abrir un espacio de posibilidad para que esa necesidad, curiosidad o interés por hacer sus películas tenga condiciones favorables para despertarse.
El cine, para la gente, siempre ha sido ese espacio de experiencia espectadora, un lugar de exposición de una secuencia audiovisual fabricada para impactarle, entretenerle, conmoverle, hacerle reflexionar. Las Fábricas, nacieron como ese lugar donde sus profesionales fabricaban asalariadamente y a puerta cerrada, aquellas secuencias de imágenes y sonidos que se expondrían en las salas.
El cine, hoy, pretendemos que sea una nueva forma de comprender e imaginar audiovisualmente el propio paisaje y la propia vida social en la que estamos inmersos cada día. Y también para imaginarla diferente, para soñarla distinta. La Fábrica de Cine sin Autor, hoy, es más que nada esa serie de operativas de fabricación de cine puestas a la disposición ciudadana para que puedan crear y gestionar su propia cinematografía.
Hay que desindustrializar el cine, romper la costumbre excluyente, hermética y de puro negocio espectacular que implementó, entre otros, Charles Pathé con sus asalariados hace más de un siglo.
Industrializar a la sociedad sería ofrecer entornos de creación cinematográfica cercanos y duraderos donde lentamente la gente se acostumbre a pasarse horas allí, en compañía de técnicos, debatiendo los temas de sus películas, protagonizándolas, revisándolas una y otra vez y gestionando su uso social y sus oportunidades de exhibición.
Fabricación de películas en serie creadas por la propia gente. Profesionales inmersos en la sociedad, al servicio de ese bien común que es la imaginación, que aunque tan agredido hoy día, será la que nos permita ejercer el derecho a imaginarnos cómo, socialmente, queremos ser.
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