Este fin de semana estuvimos en la localidad de Blanca en Murcia, en el rodaje final de ¿hacemos una peli?, una película de Cine sin Autor que arrancó en octubre del año pasado cuando nuestra compañera Helena de Llanos se trasladó allí haciendo uso de una de las dos residencias para artistas que el Ayuntamiento de la localidad había ofrecido.
Sin más apoyo oficial que el del alojamiento, que ni siquiera estuvo listo cuando se trasladó Helena hacia allí, nuestra compañera comenzó esta aventura que terminó en el fin de semana su etapa de rodajes.
Una primer convocatoria por carteles pegados por el pueblo convocó al primer grupo de personas con lo cual se dio arranque al proceso. Desde el primer momento se formó un equipo de colaboradores y colaboradoras que acudieron desde Madrid y desde Murcia gracias al apoyo de Virginia Villaplana, docente universitaria de aquella ciudad que facilitó la conexión de la experiencia con algunos de sus alumnos. La gente del lugar y un grupo de colaboradores entregados formaron un colectivo que durante 8 meses han estado sin parar imbuidos en sesiones de narrativa, rodajes y visionados, un coctel cinematográfico de altísima y desbordante intensidad que llegó a apuntar en sus listas de personas vinculadas a más de 150 habitantes de una población cercana a las seis mil.
Este fin de semana, asistimos al rodaje del plano final de una narrativa en lo alto del castillo.
El sábado, cuando estábamos por aparcar en el parking frente al ayuntamiento, una enorme pizarra en una vereda nos anunciaba las últimas sesiones y los últimos rodajes.
A las 9 de la mañana del domingo, alrededor 30 personas, mujeres mayores y jóvenes, hombres y niños, se juntaban frente a la iglesia para iniciar un camino empinado de estrechas escaleras, donde, en procesión, veíamos subir a diferentes velocidades y según la edad, la ruta hacia el castillo donde se rodaba el plano final que acabó bajo cámaras en una desbordante comilona de especialidades culinarias caseras.
Si el apoyo del Ayuntamiento ha sido practicamente nulo, la respuesta de la gente ha sido una vez más impecable y cuantiosa, incluso en el cuidado de la alimentación del equipo que coordinó Helena durante los 8 meses que llevan allí.
En un breve recorrido por el pueblo que hiciéramos el sábado, distintas personas se acercaban a los integrantes del equipo para ultimar detalles de lo que sería el rodaje del domingo. Ya nos lo habían anunciado en el almuerzo: cada vez que bajamos al pueblo nos preguntan, conocidos y desconocidos por igual que cómo va la peli.
Dos de las chicas que nos habían dejado para dirigirse a hacer un recorrido por las casas de algunas personas que tenían responsabilidades para el siguiente día, al alacanzarnos traían con ellas varias bolsas con diferentes tipos de comida casera para la noche. Todo un trueque que al parecer se hizo habitual desde las primeras semanas en que arrancara la película allá por octubre. Comida a cuerpo de rey. Cine por alimentación exquisita. El placer de imaginar una película correspondido en especies.
Desde hace unos años, en Cine sin Autor habíamos tenido la hipótesis no confirmada, de que un modelo de producción cinematográfica como el nuestro, que promueve la democratización de todas las etapas de producción y gestión del cine, en un pueblo relativamente pequeño, donde una mayoría de gente se conoce, podía desplegar toda su potencia.
¿Hacemos una peli? es la aventura que lo confirma.
El ecosistema social de cercanía entre la gente, hace que la irrupción del “cine” en una población pequeña, no necesite de grandes esfuerzos de difusión para colocar en el saber cotidiano y el boca a boca, el hecho de que se esté rodando allí una película, cosa impensable en una ciudad de mayor tamaño.
Dadas la escasas ofertas culturales que hay en una población pequeña, un modelo de producción incluyente y horizontal es una vedadera tentación para la motivación de todo tipo de personas, desde niños y hasta mayores.
Muestra de ello lo presenciamos en la asamblea que se generó entre la treintena de personas que subieron hasta el castillo a la hora de decidir el plano final que se iba a rodar.
Un debate de casi media hora en donde tanto las proposiciones de los niños como de los mayores fueron discutidas intensamente hasta llegar a un acuerdo: dónde se coloca cada quién, cómo entran en el plano y en qué momento, cómo lograr la continuidad con la última escena que se había rodado el día anterior, quién gritaría corten, como se introducirían algunos diálogos que habían sido pensados, dónde estarían las cámaras, cuando empezarían a tocar sus cornetas los dos músicos jóvenes que llegaron, cual era la estrategia de “calentamiento de cabeza” con el espectador al elegir una dirección narrativa u otra, todo aquello se discutió vehementemente bajo el sol intenso que acompañó la jornada.
Pero como siempre, no nos gusta detenernos solo en la parte exitosa que casi siempre queda enmarcada en la experiencia social que desde el año 2007 comprobamos que se detona volcánicamente en cada experiencia de Cine sin Autor.
En medio de la intensa locura del fin de semana, hablamos también del futuro de la película y de la nula articulación que ha habido, por las causas que seguramente abordaremos en otras ocasiones, con la autoridades del lugar, que bien se puede resumir como de indiferencia inexplicable hacia el proyecto a pesar de su pleno conocimiento de la actividad.
Por un lado, además de Helena que ha estado ocho meses a tiempo completo, el resto del equipo que acompañó la experiencia, prácticamente han terminado viviendo por breves o extensos períodos en Blanca. Varias y varios han estado trasladándose semanalmente desde Madrid para poder seguir el desarrollo del proyecto y a costa de su propio bolsillo, poniendo sus equipos a disposición e inventándose soluciones de todo tipo para hacer avanzar la película. Por otro lado, la gente del lugar se volcó no solo en la participación activa de la narrativa, de las localizaciones, del propio protagonismo de la ficción y, como decíamos, incluso de la alimentación del equipo técnico, han dado lugar a una convivencia inédita en torno y a consecuencia, una vez más, del cine.
Es posible que debamos revisar nuestra manera tan militante de hacer las cosas si lo que recibimos una y otra vez, de parte de quienes tienen el poder de apoyar este tipo de iniciativas culturales, es una especie de reconocimiento distante que no solo apoya escasamente sino, inclusive, que obstaculiza el funcionamiento social de las actividades. Más cuando hablamos de experiencias de participación activa de gente y ejercicios democráticos en el terreno de la creación cinematográfica,.
Y poco tiene que ver con la crisis, o la falta de presupuestos o las habituales excusas tan convenientes a las que se nos acostumbran desde unos años.
Tanto aquí en Madrid como en esta última aventura de Cine sin Autor en Blanca, no terminamos de entender por qué una intervención claramente incluyente en el campo de la cultura, que es capaz de convocar a decenas de personas comunes en la producción de una obra siempre compleja como es una película, pasan totalmente desapercibidas para las autoridades de aquí y de allá cuando sería medianamente fácil articular artístas-técnicos, personas comunes y estructuras públicas y cuando seguimos viendo delante de nuestras narices, como ha vuelto a pasar en Blanca, que de repente se prioriza un apoyo desmedido a formatos y personajillos artísticos que no aportan más que un pequeño vómito de su subjetividad elitista y egocéntrica, que se materializa en objetos o instalaciones que dejan expuestos durante algún tiempo en algún rincón de una institución para que algún público azaroso lo contemple.
Como siempre, no ayudan las generalizaciones. Digamos que no hemos dado con las personas adecuadas ni con el momento adecuado. Hagamos un poco de autocrítica y digamos que somos caballos desbocados que nos lanzamos a hacer películas pero que no somos claros en la demanda de apoyo público que requiere cada experiencia cinematográfica de Cine sin Autor que lanzamos. Disfrutemos de las diversas e intensas experiencias de encuentro social que siempre nos llenan de vida, de saberes, de personas. Gocemos de cómo nos mejoramos en cada película. Hagamos todo esto, claro, pero, también cabe, ser eficazmente honestos y decir, que hay un sector de la gestión de la cultura, a la que la democratización verdadera de la producción artística y la inclusión de gente común en el protagonismo, diseño y gestión de una obra les importa una mierda y que notamos cada día, que siguen anclados en sus clientelismos ostentosos, su mercantilismo turístico-cultural barato y su mediocridad intelectual irreparable. Al menos para ser conscientes del circo político putrefacto en el que, aunque no sea siempre, habitualmente trabajamos.
Fin de rodaje en Blanca de ¿Hacemos una peli? y los detalles de una utopía discretamente posible. Volveremos sobre lo interesante de su narrativa.
Como colabora del proyecto sé muy bien de qué hablais, pues hemos sentido la indiferencia de quien más tendría que habernos apoyado.
ResponderEliminarEspero que disfrutáseis de vuestra estancia en Blanca.
Besis :D