domingo, 26 de mayo de 2013

NO-director. ¿Para qué sirve un cineasta? Del cine, el poder, la autoridad y lo común en la representación cinematográfica.


En cada proyecto de los que hemos hecho o tenemos en marcha, la figura del equipo técnico y sobre todo de quien coordina la realización, se siente atravesada por la tensión que da el poder socialmente otorgado a la figura del director en cine: el que manda, el que sabe, el que tiene el guión, el responsable de las decisiones, el que controla el oficio.
Como en cualquier organización humana orientada a un objetivo, el poder de ejercer la autoridad y la propiedad sobre lo que ese grupo hace, siempre está ahí como valor y operativa de intercambio, como potencia en disputa.
Quizá lo más difícil para un planteo de funcionamiento horizontal a la hora de hacer el cine, no es la propia realización técnica, que también, sino la capacidad que se tenga para gestionar el poder, la autoridad y la propiedad de decidir lo que allí ocurra, y hacerlo de forma justa y particpada.
Conversábamos de esto esta semana con el equipo de ¿Hacemos una peli? en la localidad de Blanca, en Murcia y Helena de Llanos, la compañera que coordinó el proyecto  desde el principio, nos hablaba de esta tensión.
Luego de 8 meses de un agotador, intenso y fascinante desgaste para terminar la etapa de rodajes, con decenas de personas, localizaciones de las más diversas en lugares públicos y privados de toda la localidad, y una amplia participación de habitantes del lugar, analizábamos algunos aspectos del trabajo y nos preguntábamos, al fin y al cabo ¿qué es un cineasta o un profesional cualquiera de Cine sin Autor entonces? ¿cual es su verdadera función?
Decimos cineasta para englobar a aquellos que desempeñan por su formación y saberes los aspectos puramente técnicos de un proceso cinematográfico pero  también específicamente lo que en cine es la figura del director. La pregunta más bien sería: ¿qué es un NO-director en nuestro caso? 
De las diferentes experiencias que hemos desarrollado en estos años en Cine sin Autor, un factor común que parece claro, es que un o una cineasta que se enmarca en una “Política de la Colectividad” es aquel o aquella que practica la SINAUTORÍA. Alguien que oficia como “garantizador del funcionamiento democrático del acontecimiento social de creación”. Alguien que vela porque  la autoridad y propiedad de decidir lo que allí ocurra en cada sesión, en cada actividad, en los diferentes momentos, sea participado y atravesado por el conjunto de quienes estén implicados. Desde el que aporta un martillo para una escena determinada al que la protagoniza, desde quien aporta la comida del rodaje hasta el cámara. El cineasta es quien garantiza que el poder compartido, la autoridad común, no se vea interrumpida, arrebatada, secuestrada por el individualismo de alguien o de algunos, que se tome para si, por algún motivo humano o técnico, la exclusiva autoridad  sobre los hechos y las decisiones de la película.
Y esto vale para todos los niveles que supone la creación y gestión de un film.
El o la cineasta  como reguladores del poder se desempeña por igual tanto en el ámbito de la relación puramente humana como específicamente cinematográfica.
En el aspecto cinematográfico la o el NO-director no es necesariamente quien más sabe sobre un determinado aspecto (encuadre, puesta en escena, interpretación, sonido) sino aquel que conociendo el oficio asegura que las decisiones cinematográficas no se conviertan en un ámbito de exclusividad del técnico. ¿Por qué habría de serlo? ¿Por qué no someter las decisiones técnicas al común que está construyendo sus imágenes? Al fin y al cabo, el especialista produce un tipo de imagen y por más sublime que ésta sea, tendrá que ser asumida por quienes la están creando, sean técnicos o no, quienes dirán si esta representa o no lo que se había imaginado colectivamente?
Este es un lugar de especial tensión generalmente. Por un lado porque se asume desde siempre, que el cine lo hacen sus profesionales y punto. Es decir, se asume una diferenciación de clase: los profesionales y el resto de la población. Y lo asumimos por partes iguales como un asunto heredado por la cultura audiovisual en general. 
Por tanto, esa garantía de que la autoridad y la propiedad, el poder de realización y gestión del film, circule, alterne y se participe, se transforma en una función dinámica, compleja, continua y difícil por momentos.
La tendencia de la gente no profesional es delegar en los técnicos el hacer, por pura inercia y para no hacerse responsable de lo que salga o para evitar el esfuerzo de comprender lo que se está haciendo.
Y con respecto a ellas, no se trata de ofrecerles un curso rápido de la especialidad para qué la puedan desempeñar. Se trata de permitir juzgar activamente la imagen que se produce para que su opinión entre en el juego de la autoridad común.
No se trata de comprender como funciona una cámara, sino de juzgar si lo que ella produce, tiene o no que ver con el punto de vista que se ha decidido entre el conjunto de participantes.
Pero por parte de los técnicos también se necesita una constante desactivación para no tomar microdecisiones que pueden acelerar el trabajo pero que responden simplemente al saber y la decisión individual. Y hay infinidad de momentos en lo que esto se puede producir y en efecto, se produce. Decidimos en soledad y según nuestro saber personal que proviene de nuestra formación, por no decir que muchas veces de nuestro maniático capricho. Decidimos individualmente evitando que se ponga en debate y posiblemente se enriquezca nuestra decisión.
Este viernes culminamos también el rodaje con los niños del colegio Legado Crespo y decidimos hacer una pregunta final: ¿qué película crees que has hecho?
Queríamos saber simplemente qué eran capaces de expresar de la experiencia que han vivido durante estos meses. Hicimos la pregunta al conjunto de niños y niñas y preguntamos si tenían dudas. Pidieron algunas aclaraciones, las contestamos y luego pasamos a hacerlas.
Pero en el equipo habían muchas dudas sobre la formulación, sobre si la habían entendido o no, sobre si no sería mejor otra pregunta. Dudas de adultos. Los niños dijeron que la habían entendido. Y por supuesto que algunos la habrían entendido y otros no y algunos podrían responderla mejor y otros no. Se trataba simplemente de dejarlos solos frente a la cámara para comprobar qué decían. Cuántas veces los adultos ni siquiera nos entendemos entre nosotros. La comunicación es un campo de confusiones donde solo merodeamos ciertas certezas y ciertos supuestos acuerdos.
Pues varios del equipo, ante el silencio o la dificultad de los niños y niñas para contestar comenzaban a hacer  otras preguntas de modo inductivo con el fin de “ayudarles” a sacar más información. Era un claro rechazo adulto ante el silencio o la dificultad. Si el niño no quiere decir nada, vale el registro. Si se expresa más, vale también. Si evalúa o es más descriptivo, pues es su respuesta.
No se sabía bien quién tenía la dificultad de asumir el hecho simple: hacemos una pregunta y dejamos libertad para que hagan y digan lo que quieran. Si hicimos la pregunta mal, el registro nos pone en evidencia. Si arranca una buena respuesta, el registro evidencia el acierto. Quizá cuando interveníamos con preguntas  estábamos intentando evitar que el registro evidenciara nuestra equivocación. Pasan mucho estos detalles. Intervenir por presupuestos y miedo al encuentro desnudo con el Otro. Y nos justificamos con una batalla de argumentos, siempre y todos relativos.
Lo sustancial en Cine sin Autor es  la emergencia de un imaginario no profesional y dialogado en común, un imaginario que se pone en debate grupal buscando que el film represente exclusivamente a la parte no profesional del grupo. Si los técnicos queremos hacer una película y expresar nuestro imaginario, pues, lo hacemos bajo una política autoral y punto. Nadie nos lo impide.
Así que cuando los técnicos colocan una cámara o componen un escenario para ser filmado, sus decisiones deben interpretar lo mejor posible ese debate y esas decisiones comunes. Y la mejor manera es que ese debate y esas decisiones, una vez abandonada la sesión donde se origina la narrativa, se continúe en la puesta en escena. Pero una vez acabado el rodaje, la mejor manera de asegurar la representación de lo común, es que se continúe dialogando abiertamente sobre el montaje de esas escenas para saber si expresan la narrativa que se había decidido y así con todo el proceso.
Quien no ha vivido en profundidad experiencias de Cine sin Autor, generalmente siente resistencia, desconcierto  y hasta rechazo, con este tipo de dinámicas de creación colectiva. Afloran comunmente argumentos tópicos y desconocimientos evidentes que anteponen prejuicios y miedos más que certidumbres metodológicas, técnicas o simplemente humanas.
Lo peor y lo mejor, siempre juntos, es que no hay recetas para el manejo del poder. La única clave en la función de un profesional de Cine sin Autor, es que garantice que la dimensión cinematográfica y humana de la construcción de una película no será secuestrada por individualidades avallazadoras que se impongan sobre los demás, que en todo grupo siempre aparecen. 
El poder de lo común se aprende cuando se asume rigurosamente que nadie está confinado al segundo lugar por capricho divino o quién sabe que designios misteriosos y que cualquiera, cualquiera, en un proceso de Cine sin Autor puede tomar el poder del primer plano y de la dirección si respeta profundamente el derecho que los demás  también tienen de ocuparlo.

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