En una película de Cine sin Autor, existen al menos dos sujetos sociales que van empujando las ideas hacia un lugar común. Las personas cualquiera y el equipo de técnicos. De los primeros estalla la chispa del contenido que debe mantener su combustión durante el largo tiempo de trabajo.
El segundo debe allanar el camino para la emergencia de ese imaginario.
El trabajo disolverá las fronteras entre unos y otros.
Montar una obra colectiva supone volver sobre el material de una larga conversación que produce sentidos, derrotero de escuchas no siempre fácil, de disputas, de miedos, de fascinaciones y sobre todo de trabajo compartido. El montaje es una reafirmación sobre los laberintos filmados del pasado.
La casa del individualismo va siendo derribada para acceder al lugar de lo común, de lo que termina por interesarnos al conjunto.
Nuestro privado imaginario se hace público. No todos quienes acuden hablan. La diversidad fluctúa con los tiempos. El silencioso. La equilibrada. El impositivo. La ingeniosa. El impulsivo. Luego cada uno va cambiando de etiqueta. Durante los meses que duran los procesos vemos levantarse lentamente el edificio no siempre reluciente de la película. Ahora toca revisar todos los rincones, ajustar, solventar deficiencias, repetir escenas si se puede, tomar decisiones de coherencia.
Hay algo vago en el funcionamiento colectivo. Algo narcotizante. En la indefinición individual se afirma lo colectivo. La danza del sentido deambula en ese limbo que es pensar entre todos.
En mitad de los diferentes condicionamientos de la gente común, la narrativa aparece y se esconde entre la vida y sus inconvenientes.
La semana pasada, sin ir más lejos, estando ya en la casa donde iríamos a realizar una de las escenas de Mátame si puedes, una de las protagonistas no llegó por problemas familiares. Estando todos allí y ante la imposibilidad de hacer la escena planteada, se reguionizó el trabajo. Teníamos la casa, el tiempo semanal para rodar y el resto de personajes. Nos volvimos a narrar y creamos otra escena del puzzle. Es la ventaja de ser propietarios de nuestra propia historia y de serlo en todo momento.
Como en cualquier puzzle, a las películas se le podrían seguir agregando piezas. Las historias son como la vida, o al menos deberían serlo. Están embarazadas de múltiples destinos.
Pensar juntos. Moldear la materia cinematográfica. Cada persona empuja la narrativa con su imaginación. Nudos que se arman y se desarman. Esperas, silencios, controversias. Una amalgama de sentidos que se mueve entre nosotros como si fuera un líquido difícil de contener en su cause.
A la narrativa del Cine le hemos ido abriendo las puertas para respirar los aires matinales de las ficciones de cualquiera. ¿Cuánta vida de la calle a impregnado el cine sin restricciones? Quizá tampoco muchas.
Deleuze decía en su Rizoma, hablando sobre los significados de los libros “Un libro sólo existe gracias al afuera y en el exterior. Puesto que un libro es una pequeña máquina, ¿qué relación, a su vez mesurable, mantiene esa máquina literaria con una máquina de guerra, una máquina de amor, una máquina revolucionaria, etc...De todas formas, qué idea más convencional la del libro como imagen del mundo. Verdaderamente no basta con decir ¡Viva lo múltiple!, aunque ya sea muy difícil lanzar ese grito... Lo múltiple hay que hacerlo, pero no añadiendo constantemente una dimensión superior, sino, al contrario, de la forma más simple, a fuerza de sobriedad, al nivel de las dimensiones de que se dispone...”
La película es otra máquina en relación con el mundo. Una maquina construida también desde lo múltiple. Una máquina cargada de personas que se han reflejado como huella en un film.
En realidad, la película es el resultado de un esfuerzo múltiple que entrará en relación con un mundo cargado de multiplicidades.
Poner en circulación una película es como proyectar una ventana hacia la microsociedad que la hizo nacer y desde donde poder contemplar la vida social que la constituye.
No llega el cine a tanto. Es apenas un limitado rastro. La otra, aquella que crearía una representación del mundo, es la película imposible.
Quizá cuando el Cine conservaba el mito del cine total que dijera A. Bazin, “el mito del realismo integral, de una recreación del mundo a su imagen”, sus mercaderes se empeñaban en construir esa película imposible. Luego, el realismo del Realismo fotográfico nos acercó a los cuerpos, a la materia. Pero el Cine siguió bipolar debatiéndose entre las imágenes imperiales y las imágenes cercanas a la vida. Es la tensión que ha ido componiendo los capítulos de una convulsa historia del Cine.
Ahora, los múltiple va ocupando progresivamente la realidad audiovisual de nuestro tiempo. Mercaderes y profesionales siguen casi instintivamente su obsesión por la película imposible, pero la vida cotidiana de las personas se ha poblado con sus propios medios. Germina la imagen del cine en cualquier sitio. Es la nueva era de la que somos privilegiados testigos y, quizá, únicos responsables. Debemos ayudar para que a la imagen de los mercaderes le crezca como nueva maleza la ficción desmesurada de la gente común.
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