Teatro de Blanca, localidad de Murcia. Unas 300 personas acuden al visionado de la primera versión de la película Negra Blanca. El segundo visionado será el domingo para el cual ya se estaban comprando las entradas. Casi todos se conocen, porque una grandísima parte de los asistentes no son espectadores habituales, sino protagonistas, guionistas colectivos, familiares de intérpretes, colaboradores que aportaron objetos, casas, informaciones, comidas y todo lo que un rodaje de 9 meses puede necesitar.
Película que comenzó cuando nuestra compañera Helena de Llanos, según relataban al incio de la exhibición, colgó el ahora conocido cartel ¿hacemos una peli? por todo el pueblo.
Nadie sabía que podía pasar. Ahora se sabe que se desato un temporal cinematográfico en esta localidad murciana de 6000 habitantes y que aún no acaba.
No aparecía director o directora en los créditos. Aparecía una definición de equipo base y equipo flotante, en una lista interminable de personas. Es una película gestionada colectiva, con metodología de Cine sin Autor.
La emoción y el entusiasmo no es relatable pero se puede imaginar. Posiblemente sea una experiencia bastante única en el panorama cinematográfico.
Aunque los y las compañeras del infatigable equipo base lo planteaban como un visionado para poder debatir, aquello tomó tintes de un emotivo estreno.
Pero más que una crónica periodística, los que fuimos de Madrid a disfrutar y colaborar con el evento, preferimos meternos en el espesor y ahondar en unas breves líneas algo que supondrá reflexiones y trabajo para los próximos meses y nuestra obsesiva búsqueda de un nuevo modelo de producción social de cine.
El material de Negra Blanca que se proyectó el viernes es realmente impactante por varios aspectos: la calidad visual, el nivel interpretativo de la gente del lugar y la complejidad del guión que al menos juntaba en ella varias capas narrativas nada fáciles de entrelazar.
Un hombre, el leñador, abre la película con su perro, en mitad de una bello paisaje, añorando la muerte de su mujer. Personaje tenso y conflictivo del pueblo donde una buena parte le rechaza violentamente por ese episodio que parece guardar misterio. Una niña que investiga obsesivamente sobre un pasado que le lleva a descubrir una leyenda sobre una máquina de hacer dinero y que se internará físicamente en una casa abandonada donde presencia un crimen producido en otra época. El mismo interés que despertará en ella y los alumnos y alumnas de su clase por momentos de la guerra civil que se plasmará en un emotivo encuentro con mujeres mayores que narrarán de manera fresca y profunda sus vivencias. Epoca que aparece puesta en escena en la vieja y aún presente actividad de fabricación de esteras para mostrarnos el trabajo manual de las mujeres de tres generaciones. Un veterano panadero que se jubila y nos abre a la producción artesanal del pan que seguramente alimentó a más de una generación de Blanca. Intrigas, misterio, dulzura y belleza fotográfica que se sucederán bajo la mirada de un personaje, Ammar, creado colectivamente como “aquel que todo lo ve”.
Una mala sinopsis que hacemos con apurada brevedad para ubicar al lector por el periplo singular de Negra Blanca.
Recapacitemos en que han sido nueve meses intensos de guión y rodaje donde se involucraron bastante más que un centenar de personas. Una primer superproducción sin pasta, decía alguien a la entrada entre bromas. Pero puede no ser broma. La cantidad de lugares, objetos, arreglos, vestuario, alimentación, gastos de equipo técnico y trabajo de tantas personas, valorados económicamente, no corresponde quizá una superproducción pero sí un no desestimable presupuesto.
Recordemos que a pesar de los continuos montajes que se fueron entregando entre rodaje y rodaje, el equipo base de Negra Blanca realizó este primer corte inicial en mes y medio para poder llegar a la fecha pactada por la gente. Ahora seguirán remontando el material con sugerencias y diferentes validaciones.
La etapa de rodaje es un mundo muy diferente a la de montaje. Imaginemos que no se trata solo de un grupo profesional responsable de todo y dedicado a ello, sino de un grupo numeroso de gente cualquiera con la complejidad de sus vidas, horarios, actividades y responsabilidades, que con todo ello se embarcan en una aventura cinematográfica como ésta. El rodaje supone pura presencia, pura corporeidad, puro espacio vivido, pura tecnología en tensión con la realidad a la que debe organizar para su captura, traslados de equipo y cosas materiales, recorridos de localizaciones, planificación de muchas agendas. Una colectividad de vecinos y vecinas organizándose, conociéndose, trabajando a la par con el equipo profesional. El montaje, en cambio, supone casi un largo trabajo sedentario de visión, audición y trabajo casi artesanal sobre el teclado y los monitores.
El material que se exhibió en el teatro de Blanca este viernes parecía aún una bomba comprimida en el tiempo de la película a punto de estallar. La múltiple narrativa es ya una costumbre en las películas de Cine sin Autor. Provienen de la inteligencia colectiva que nunca es lineal y que para alcanzar un sentido medianamente comprensible, hace falta una larga maduración de sucesivos montajes. Cuanto más numeroso es el número de personas que conforman el colectivo productor, más riqueza narrativa aparece y más aumenta la dificultad para arribar a una narrativa común y final.
La experiencia de Negra Blanca nos pone de frente a un asunto crucial de nuestra apuesta máxima en Cine sin Autor: la democratización total del proceso cinematográfico. Porque la pregunta es una: ¿cómo puede contarse un pueblo a través del cine?
Y para responderla, el equipo de Negra Blanca no se sentó alrededor de una asamblea técnica para buscar una respuesta especulativa e intelectual a esta pregunta. Tomó sus equipos, se atragantó de riesgo y se perdió hace nueve meses entre la gente de la localidad. Eso tiene un nombre para nosotros. Se llama suicidio autoral. Largarse al ruedo sin preámbulos, sin prevenciones, ponerse al servicio, aniquilar los egos, desgastarse físicamente, violentarse, abandonar las propias certidumbres. Desaparecer entre el gentío para renacer y posibilitar lo común. Negra sobre Blanca respira una gran fiesta de encuentro y solidaridad entre vecinos y vecinas.
Pero siempre debemos rescatar los aprendizajes. Los límites siempre están ahí y reconocerlos supone el primer paso para superarlos. La pregunta específica ahora sería: ¿cómo se monta una película verdaderamente democrática como Negra Blanca? Quizá deberíamos ocupar tantos meses como los que supuso el rodaje. Esto recién ha comenzado su finalización. Montar es volver a vivir para reorganizar la experiencia vivida, distanciarse, mirar el material como los rastros de la vida que no se pudo organizar. El equipo base se ha internado en ello ahora. Con presupuesto cero nuevamente, solo porque creen, como decían en la presentación, en otro modelo de producción de cine.
El miércoles pasado hacíamos el evento final del año en la Fábrica de Cine sin Autor en Intermediae Matadero Madrid que coincide también con el final de casi todos los rodajes. Es común la sensación generalizada de que la película ya casi está y sólo hace falta montarla. ¿¡Sólo hace falta montarla!?.
No es de extrañar que parezca tan fácil porque es la tarea más oculta de la construcción fílmica.
Pero también porque el rodaje es más parecido al vivir que al montar. Estamos socialmente acostumbrados a vivir, pero no ha organizar solidamente un discurso, una narrativa, un montaje sobre nuestra propia experiencia. No estamos acostumbrados a volver sobre el complejo asunto de nuestra memoria para remezclar nuestras vivencias como un acto consciente de montaje y para que nos fortalezca el presente y nos aclare el futuro.
Es una deficiencia sin más, una falta de disciplina en el existir, una falta de rigor.
El montaje del cine, si algo tiene, es justamente esa terapéutica de la contemplación del registro. Esa re-escriturización del pasado filmado que nos abre al futuro mostrable. Esa superación de la euforia sensible y emocional del presente, tan conmovedor como inestable.
Rodar (vivir) y Montar (organizar lo vivido para presentarlo) son dos operativas que el cine enseña y a los que habría que darles el máximo rigor social, la máxima democratización posible. En él está en juego la visión que tenemos de la historia próxima con sus ficciones y de la ficción que debemos ser capaces de hacer con nuestra historia.
A veces pasa. Y lo que ha pasado entre la simple pegada de un cartel en A4 por las paredes y comercios del pueblo de Blanca preguntando ¿hacemos una peli? y lo que se exhibió este viernes último de junio en su teatro, es un viaje social que nos desafía con lo más difícil de concebir para nuestro tiempo: la posibilidad, aún, de la utopía.
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