En una conferencia sobre el cine Hollywoodense de hace unos años, el historiador Patrick Brion enfocaba el tema de la edad de oro entre los años 1912 y los años 60 y desarrolla la primera parte de su exposición recorriendo el perfil personal de los grandes productores que crearon e impulsaron los grandes estudios.
Remarcaba la idea ya conocida de que el funcionamiento de estos enclaves productivos pivotaban sobre el productor que a partir de asegurarse un guionista, organizaba el resto del trabajo.
Aparte de resaltar su circunstancia común de inmigrantes y apasionados negociantes, el autor los pinta como hombres ambiciosos, pero sin una gran cultura.
Cuando se mira con perspectiva histórica, desde hoy, el cine de las grandes fábricas, viene merecidamente acompañado de una repulsa por su evidente ambición de conquista, su funcionamiento jerárquico y tiránico y un extenso etc que los demoniza con razón dado lo que hoy sabemos.
Pero esa reflexión del autor sobre el carácter inculto de sus más claros impulsores, nos hacía pensar en como el gigantesco edificio se levantó desde el imaginario de estos negociantes sin cultivo, digamos, intelectual. La gran maquinaria del cine no ha sido edificada sobre eruditos, académicos o intelectuales de clase media. Estos han ejercido de oposición variada y contraproducción para el caso de los directores, pero sin alcanzar altos grados de impacto masivo, salvando las excepciones conocidas. De hecho, la élite autoral de directores que ha constituido el cine, en general han realizado un cine para minorías críticas y cinefilias cultivadas sin alcanzar altas cuotas de público. Hablamos de la tendencia general por su puesto sin analizar las excepciones.
En España, CIFESA fue la única productora que emuló aquel funcionamiento hollywoodiense y que se mantuvo por más tiempo (desde 1932 a 1956) produciendo películas. Creada en 1932 por la familia valenciana Trénor y adquirida luego por la familia Casanova cuyo patriarca había hecho fortuna con negocios aceiteros fue mantenida por éstos hasta su cierre. Es decir que la mayor productora española y con más popularidad en sus películas, proviene otra vez de una tipología de personas de negocios, a quienes se les atribuye un perfil conservador y una sensibilidad poco creativa propia de un industrial valenciano al que las cosas le habían ido bien. De ahí que su cine se haya atenido a fórmulas previsibles, simples y fáciles de entender. Su producción, sin embargo, alcanzará el éxito en taquilla durante la República, se resentirá durante la guerra civil y alcanzará mayores éxitos aún durante la dictadura franquista. Desaparecerá en el año 1956.
Mientras leíamos y escuchábamos estas cosas, nos preguntábamos sobre el imaginario y la intuición de estos hombres de negocio que supieron organizar la actividad cinematográfica para alcanzar taquilleros resultados, al menos en ciertos períodos y bajo evidentes formatos expansivos.
Por resumir grotescamente en una dicotomía, parecería ser que el cine de los incultos del negocio parece haber conectado mejor con la supuesta inculta población que el cine elitista de los intelectuales según los períodos.
El cine de la minoría intelectual, generalmente directores, no han conectado mayoritariamente con la gente y solo parece haber logrado un mercado minoritario para minorías coincidentes con sus enfoques, sus esquemas, su estéticas.
Ya sabemos que una dicotomía así es insostenible si no se analiza el complejo contexto de producción de estos hechos que definen el funcionamiento del cine comercial y del cine autoral.
Una de las continuas reivindicaciones históricas del cine militante ha sido el problema central de los monopolios de la distribución cinematográfica. Algo así como una cuartada que solo ahora ha podido entrar en cierta y relativa crisis y a la que habrá que poner mucha atención sobre su resolución. Antes parecía más evidente decir que “Ah. es que si nuestras películas críticas, estéticas, iluminadoras, intelectuales, formativas, concientizadoras pudieran verse en igualdad de condiciones que las otras, el cine ”.
Pero habrá que ir aceptando el desafío en un mundo tan convulso donde el funcionamiento del sistema audiovisual está profundamente perturbado: ¿cómo afrontamos un panorama donde el acceso a los contenidos parece encontrar menos barreras y los archivos de películas circulan de mano en mano, de ordenador en ordenador y de soporte en soporte?
Quedará por ver si el colonialismo audiovisual y las supuestas preferencias del público eran un problema de distribución y guerra mercantil solamente.
Pero también queda por saber si en la antigua estructuración del sistema había alguna relación entre el gusto de esos incultos negociantes del espectáculo que solo buscaban rentabilidad y el gusto del público.
Es una pregunta que nos atraviesa hoy a nosotros y para la cual no tenemos respuesta. Pongamos que nuestro modelo de fabricación de Cine sin Autor va calando socialmente y que con los años permitiera la emergencia de cinematografías hecha desde la gente. Pongamos que se logra sostenibilidad y duración en las experiencias de producción y no las precarizadas condiciones actuales. Recién a partir de ahí, comenzaríamos a acercarnos a posibles respuestas.
¿Qué pasará con las películas cuya forma y contenido provienen de la gente?¿Estas películas tendrán mejor conexión con el público en general al no provenir del sector profesional comercial o autoral? No sabemos si una cinematografía hecha por la gente corriente conectará mejor con la gente espectadora corriente. Hoy por hoy, los resultados en términos de interés general, siguen siendo una incógnita y una hipótesis de trabajo.
Hace semana y media cerrábamos la etapa de rodaje en la Fábrica de Cine sin Autor, luego de un año de intenso y desbordante trabajo. Estos meses montaremos las cinco películas y a partir de septiembre empezaremos a planificar lo que debe pasar con ellas, que conexiones encontramos, qué deriva pueden tomar, qué interés pueden o no despertar.
Saben los y las lectores que presupuesto no ha habido, así que lo que más ha alimentado todo este trabajo, es una sucesión de encuentros y de rostros, de historias y experiencias, de horas de trabajo, de cansancios, fatigas, discusiones, de momentos insólitos, raros, inhabituales, tensos, anormales, locos, descabellados, políticos, inconclusos, definitivos, incomunicables, evidentes.
Es verdad que no sabremos lo que le depara el futuro a nuestras películas hechas en común y si las estéticas y las historias diferentes que se han generado despertarán interés en espectadores desconocidos.
Más allá de lo que pase, sabemos que han sido atravesadas por las múltiples intensidades del vivir de la gente común y que son películas dificultosamente embarazadas de vida.
No somos productores incultos con ambición de poder y mucho dinero que invertir. Tampoco somos directores elitistas que reducen el campo del cine a su subjetividad.
Hemos soltado las riendas del poder y la autoridad creadora de las películas en las manos de gente cualquiera y lo que sea que pase con nuestras películas, tendrá que aportar luces en el camino democratizador del cine. Buscamos convertirlo en un cálido y productivo refugio para la imaginación social, un refugio donde poder resguardarnos de tanta pedrada contra el sueño.
Es muy interesante esta reflexión, pero parte de un presupuesto marcadamente falso: la hipótesis injustificada de una supuesta "incultura" de quienes realizaban las películas de los grandes estudios en la edad de oro entre los años 1912 y los años 60.
ResponderEliminarEl perfil de los propietarios de los estudios, por una parte, bien puede ser el de "hombres ambiciosos, pero sin una gran cultura". De acuerdo. Pero tanto los guionistas como los directores fueron hombres de gran cultura e inmensa capacidad intelectual. Y si bien es cierto que los grandes productores tenían la última palabra sobre las películas, esa palabra "inculta" se daba sobre fabricaciones intelectuales muy meticulosas de guionistas y directores que intentaban hacer llegar sus historias al gran público (un público relativamente inculto entre el que se puede contar a los propios productores, a quienes primero debían convencer).
Es en esa "edad dorada" de los grandes estudios cuando se fabrican tanto los códigos narrativos que pasarán a ser hegemónicos como el gusto del público, en una misma operación indisociable del monopolio hollywoodiense de las pantallas cinematográficas de todo el mundo. Esto es un hecho histórico indudable. Aparte de eso, es importante pensar que también el público se fabrica, como la publicidad fabrica la necesidad sobre los productos que pretende vender.
¿Era incultos Chaplin,Ford, Lang, Huston, Hawks? No, por favor. Eran engranajes de una máquina de cultura colonizadora, de eso no hay duda, pero no fue ni mucho menos desde la incultura que se fabricó esa colonización mundial del público a partir de una experimentación de los códigos narrativos realizada por creadores de gran cultura. Por eso, incluso cuando estos realizadores participaron en gran medida de esa empresa de colonización mundial, sus películas siguen siendo enormes creaciones capaces de poner en cuestión los propios códigos narrativos cuya hegemonía colaboraron a construir.
Me parece extraordinaria la idea de un "cine inculto". Me parece fundamental quebrar los códigos hegemónicos creados en esa "época dorada" y que forman ya parte de nuestra cultura masiva a partir de desvíos operados desde la "incultura" cinematográfica de los no expertos, de los no cineastas y la gente común. Pero me parece realmente tramposo tratar de legitimar un trabajo de reproducción de los códigos hegemónicos con las personas cualquiera a partir de la falsedad de decir que también esos códigos fueron fabricados desde la incultura, porque esto es meridianamente falso.
Ánimo y enhorabuena, siempre me hace pensar este blog.
Abrazos