Ubiquémonos en un poblado de tipo rural. Pongamos que en ese poblado se monta un modesto estudio de cine. Agreguémosle una planificación de trabajo: los lunes, martes y miércoles se ruedan cortometrajes y los jueves y viernes se montan. Pongamos que el sábado se consagra a la preparación del film de la semana próxima. Digamos que aquellos films son rodados en las colinas que rodean dicho poblado. Que este estudio rueda series en torno a un actor, un personaje. Digamos que sus métodos de rodajes buscan la economía: resulta imposible hacer una segunda toma y muchas veces los films son montados durante el rodaje y luego distribuidos por determinados canales. Que las actividades rurales van vinculadas a la cría de ganado ya que las praderas son grandes latifundios. Digamos que aparte del actor principal se genera empleo para decenas de personas que controlan esas faenas rurales. Que para muchas escenas se requieren caballos. Pongamos que si estos actores secundarios tienen caballo propio ganan cincuenta dólares al día por actuar y si no lo tienen solo ganan siete y medio. Digamos que las escenas con tareas que requieren una acción violenta, al comportar peligros, se pagan aparte. Por ejemplo, que se pagan cinco dólares por una caída y veinticinco por saltar encima del caballo desde alguna altura. Pongamos que se llega a una caracterización de esas escenas de peligro y se pagan de manera diferente, cincuenta, cien, ciento cincuenta y quinientos dólares según su complejidad. Digamos que cada uno de estos extras, si tiene suerte, trabaja tres o cuatro días a la semana en los films del estudio. Agreguemos que estos actores son muchas veces al mismo tiempo extras, dobles o especialistas en escenas peligrosas. Que son extras cuando no tienen empleo. Que la forma de vestir de los pobladores se hace habitual en las películas de dicho estudio y se empiezan a fabricar sus trajes para poderlos alquilar en los rodajes. Digamos que el estudio separa a todos estos extras según especialidades y características físicas y los cataloga según la tipología de los papeles. Que por ejemplo unos pueden hacer de facinerosos dado su aspecto. Otros interpretan a padres dignos o a curas. Que la apariencia de algunas mujeres les permite abordar papeles de buenas chicas, ingenuas y otras aparecer más combativas... que las hay con cara de niña, las morenas sensuales... etc etc. Pongamos que se estandariza incluso la música para cada tipo de personajes. Digamos que la repetición de personajes, escenas y situaciones también se va estandarizando llegándose con el tiempo a tener un inventario de temas y situaciones que aparecen una y otra vez en los guiones...
Digamos que no les va mal porque van vendiendo sus películas y aquella población se hace conocida por sus films.
Bueno, digamos que acabamos de entresacar textos de la descripción que hace Jean Louis Leutrat en la segunda parte de La historia general del cine publicada por Cátedra y dedicada a América entre el período entre 1915 y 1928 sobre el Apogeo de los Géneros. Digamos que hemos ocultado en este relato que hablábamos de los años 20, que el poblado se llamaba Hollywood, que el modesto estudio era la Casa Universal en sus comienzos cuando era simplemente una más de las pequeñas compañías independientes, que los extras que deambulaban con sus caballos ofreciendo sus habilidades eran los tan conocidos cowboys y que la estandarización de todos aquellos procedimientos escénicos y narrativos, es lo que constituyó el mismísimo nacimiento del western, el padre de todos los géneros.
El mismo texto habla de que en aquel poblado no solo estaba la Universal. No conocemos Hollywood y menos el de los años 20. Pero la descripción del autor nos deja imaginar cosas. "Una esquina, dice, la del Sunset Boulevard con Gower Street, (una esquina del poblado, imaginemos), era una línea divisoria social importante. Al oeste, “la respetabilidad y casi la grandeza con el estudio de la Warner Brothers y sus pilares blancos, elevado en medio de un césped tan inmenso como una plantación. Más allá, con United Artists, la aristocracia del cine (... ) mientras que los cuarteles generales de Chaplin en La Brea simbolizaban las cimas de un aislamiento majestuoso, lejos de la gente vulgar de Hollywood”. Pero al este de Grover Street, continúa, “en una superficie de casi dos manzanas, se extendía la colonia leprosa de la industria, ya anatemizada con el nombre de “Poverty Row”, el callejón de la miseria”, como se le llamó en el argot usado en Hollywood hasta mediados de los años cincuenta, a estos pequeños estudios de cine.
Hemos dicho los años 20. Un poblado apartado del que hoy es difícil para cualquier persona imaginarlo en la precariedad de sus comienzos como “un poblado cualquiera, una localidad cualquiera”.
En otras ocasiones hemos mencionado las diferentes experiencias que han surgido tanto en Latinoamérica, como en el caso más monumental de la industria nigeriana de Nollywood y cómo, de muy diversas maneras, éstas experiencias han surgido de localidades específicas hasta levantar su propia cinematografía, modestas o importantes. Para el caso de los más significativos proyectos indígenas latinoamericanos, con una clara vocación de rescate cultural, postura política y creación de una propia expresión audiovisual colectiva. Para el caso de los nigerianos, por el impulso de narrar propias historias con una clara visión de negocio que los ha convertido en la tercera industria del cine.
Ya metidos en el siglo XXI, cuando la semana pasada compartíamos los primeros apuntes de los Estudios Abiertos de Cine sin Autor, lo hacíamos pensando en que tenemos una localidad donde vivimos, un barrio de Madrid, un plató vivo, un gran escenario con sus habitantes, y unas posibilidades tecnológicas totalmente nuevas con respecto a las que se usaron en aquel poblado de Los Angeles en los comienzos del cine.
Cuando titulábamos este artículo como “cualquier lugar puede ser Hollywood”, no estábamos imaginando ni deseando que cualquier lugar debería desarrollarse como un imperio comercial tal como la meca del cine lo hizo ya que su narratividad y estética se fundamentaron en la conquista de los mercados del mundo planteados como una verdadera guerra de imposición.
El modelo de desarrollo de nuestra cineutopía pasa por la convicción de que “cualquier lugar”, con la tecnología actual, tiene la posibilidad de desarrollarse en el camino de generar su propia cinematografía, colectiva y autónomamente. No decimos que es fácil. Decimos que es posible.
Nosotros hemos elegido un camino sencillo: instalados en una localidad madrileña decidimos abrir nuestros procesos cinematográficos al vecindario. Trabajar en abierto y soñar. Permitir que emergan y se repitan personajes, estandarizar procedimientos, buscar con el vecindario las originalidades estéticas del sitio, llevar a secuencia las historias que propongan, convertir cualquier lugar del barrio en escenario de una acción, en fotografía de un plano, permitir que aparezcan nuevas tipologías de personas, abrir campos de estetización de lo cotidiano.
Tenemos más ventajas. Hoy, para que exista el cine, no necesitamos que estas películas acarreen grandes beneficios económicos. Eso lo necesitó la cinematografía industrial en sus orígenes por sus altísimos costos y lo necesita aún hoy el corporativismo de gran escala (de gran conquista) para mantener sus estándares de colonización sobre el imaginario social.
Pero en esta Segunda Historia del Cine que comenzó con la era digital, estamos en condiciones de aspirar a algo más noble: a un mundo donde cohabite una extensa multiplicidad de cinematografías locales cuyos altos beneficios, en todo caso, se busquen en el ámbito social, cultural, reflexivo, político, estético. Aspiramos a que quienes nos rodean pueden convertirse en productores y protagonistas de su propio cine. En que una ferretería, un bar, la casa de unos viejos, la vida de unos chavales, los rincones de un barrio, puedan ir transformándose en los personajes, los escenarios, la acción, las historias de una filmografía local particular, original y propia. Estamos convencidos de que la reflexión y la práctica cinematográfica hecha en colectivo, arraigada en un escenario de vida y en unos habitantes concretos, puede generar conectividad y organización social, entusiasmo y ¿por qué no? ocupación a largo plazo. Creemos honestamente que tenemos el derecho de vivir esa satisfacción histórica que proporcionaría un estado, una conciencia social de producción donde sintamos, realmente, que “cualquier lugar puede ser Hollywood”.
Digamos que no les va mal porque van vendiendo sus películas y aquella población se hace conocida por sus films.
Bueno, digamos que acabamos de entresacar textos de la descripción que hace Jean Louis Leutrat en la segunda parte de La historia general del cine publicada por Cátedra y dedicada a América entre el período entre 1915 y 1928 sobre el Apogeo de los Géneros. Digamos que hemos ocultado en este relato que hablábamos de los años 20, que el poblado se llamaba Hollywood, que el modesto estudio era la Casa Universal en sus comienzos cuando era simplemente una más de las pequeñas compañías independientes, que los extras que deambulaban con sus caballos ofreciendo sus habilidades eran los tan conocidos cowboys y que la estandarización de todos aquellos procedimientos escénicos y narrativos, es lo que constituyó el mismísimo nacimiento del western, el padre de todos los géneros.
El mismo texto habla de que en aquel poblado no solo estaba la Universal. No conocemos Hollywood y menos el de los años 20. Pero la descripción del autor nos deja imaginar cosas. "Una esquina, dice, la del Sunset Boulevard con Gower Street, (una esquina del poblado, imaginemos), era una línea divisoria social importante. Al oeste, “la respetabilidad y casi la grandeza con el estudio de la Warner Brothers y sus pilares blancos, elevado en medio de un césped tan inmenso como una plantación. Más allá, con United Artists, la aristocracia del cine (... ) mientras que los cuarteles generales de Chaplin en La Brea simbolizaban las cimas de un aislamiento majestuoso, lejos de la gente vulgar de Hollywood”. Pero al este de Grover Street, continúa, “en una superficie de casi dos manzanas, se extendía la colonia leprosa de la industria, ya anatemizada con el nombre de “Poverty Row”, el callejón de la miseria”, como se le llamó en el argot usado en Hollywood hasta mediados de los años cincuenta, a estos pequeños estudios de cine.
Hemos dicho los años 20. Un poblado apartado del que hoy es difícil para cualquier persona imaginarlo en la precariedad de sus comienzos como “un poblado cualquiera, una localidad cualquiera”.
En otras ocasiones hemos mencionado las diferentes experiencias que han surgido tanto en Latinoamérica, como en el caso más monumental de la industria nigeriana de Nollywood y cómo, de muy diversas maneras, éstas experiencias han surgido de localidades específicas hasta levantar su propia cinematografía, modestas o importantes. Para el caso de los más significativos proyectos indígenas latinoamericanos, con una clara vocación de rescate cultural, postura política y creación de una propia expresión audiovisual colectiva. Para el caso de los nigerianos, por el impulso de narrar propias historias con una clara visión de negocio que los ha convertido en la tercera industria del cine.
Ya metidos en el siglo XXI, cuando la semana pasada compartíamos los primeros apuntes de los Estudios Abiertos de Cine sin Autor, lo hacíamos pensando en que tenemos una localidad donde vivimos, un barrio de Madrid, un plató vivo, un gran escenario con sus habitantes, y unas posibilidades tecnológicas totalmente nuevas con respecto a las que se usaron en aquel poblado de Los Angeles en los comienzos del cine.
Cuando titulábamos este artículo como “cualquier lugar puede ser Hollywood”, no estábamos imaginando ni deseando que cualquier lugar debería desarrollarse como un imperio comercial tal como la meca del cine lo hizo ya que su narratividad y estética se fundamentaron en la conquista de los mercados del mundo planteados como una verdadera guerra de imposición.
El modelo de desarrollo de nuestra cineutopía pasa por la convicción de que “cualquier lugar”, con la tecnología actual, tiene la posibilidad de desarrollarse en el camino de generar su propia cinematografía, colectiva y autónomamente. No decimos que es fácil. Decimos que es posible.
Nosotros hemos elegido un camino sencillo: instalados en una localidad madrileña decidimos abrir nuestros procesos cinematográficos al vecindario. Trabajar en abierto y soñar. Permitir que emergan y se repitan personajes, estandarizar procedimientos, buscar con el vecindario las originalidades estéticas del sitio, llevar a secuencia las historias que propongan, convertir cualquier lugar del barrio en escenario de una acción, en fotografía de un plano, permitir que aparezcan nuevas tipologías de personas, abrir campos de estetización de lo cotidiano.
Tenemos más ventajas. Hoy, para que exista el cine, no necesitamos que estas películas acarreen grandes beneficios económicos. Eso lo necesitó la cinematografía industrial en sus orígenes por sus altísimos costos y lo necesita aún hoy el corporativismo de gran escala (de gran conquista) para mantener sus estándares de colonización sobre el imaginario social.
Pero en esta Segunda Historia del Cine que comenzó con la era digital, estamos en condiciones de aspirar a algo más noble: a un mundo donde cohabite una extensa multiplicidad de cinematografías locales cuyos altos beneficios, en todo caso, se busquen en el ámbito social, cultural, reflexivo, político, estético. Aspiramos a que quienes nos rodean pueden convertirse en productores y protagonistas de su propio cine. En que una ferretería, un bar, la casa de unos viejos, la vida de unos chavales, los rincones de un barrio, puedan ir transformándose en los personajes, los escenarios, la acción, las historias de una filmografía local particular, original y propia. Estamos convencidos de que la reflexión y la práctica cinematográfica hecha en colectivo, arraigada en un escenario de vida y en unos habitantes concretos, puede generar conectividad y organización social, entusiasmo y ¿por qué no? ocupación a largo plazo. Creemos honestamente que tenemos el derecho de vivir esa satisfacción histórica que proporcionaría un estado, una conciencia social de producción donde sintamos, realmente, que “cualquier lugar puede ser Hollywood”.
felicidades, adelante , excelente página
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