Si bien parece claro que estamos presenciando un cambio de modelo en las formas de producción y uso en la cultura, se polarizan por momentos los intereses y los vendedores de cultura se encierran en cierto conservadurismo, sin mucha imaginación para vaticinar el futuro que sigue al cambio de modelo.
Hace unas semanas alguien nos preguntaba sobre nuestro enfoque acerca de las licencias sobre las obras.
Si nos preguntan como creadores activistas qué opinamos sobre las licencias libres, de uso o de distribución diremos, por supuesto, que estamos a favor de su existencia y aplicación.
Pero también tenemos que decir que la práctica del Cine sin Autor nos ha enfrentado a preguntas menos habituales.
La Sinautoría como proceso creativo, que constituye uno de los pilares de nuestra mecánica es sobre la que pivota la relación que entablamos con otras personas a la hora de crear. Esta operativa nos ha sumergido, a la hora de la realización, en la problematización de la propiedad intelectual de las obras en el momento de crearlas, más que en el momento de gestionarlas.
Si se trata de replantearnos “lo cultural” haciendo cine, las preguntas que nos parecen determinantes son tres:
1) ¿quiénes producen objetos, piezas, eventos... culturales?,
2) ¿cómo se producen?
3) ¿cómo y quién gestiona su uso y sus beneficios?
Justamente, en el caso del cine, una revisión crítica de su historia nos llevó a cuestionar la ya sabida estructuración social donde la representación fílmica ha sido siempre producida por minorías corporativas o grupos de profesionales que han heredado o conseguido el privilegio de dedicarse a este oficio.
La estructuración social compuesta por minorías productoras y masas espectadoras, ha sido siempre el sostén de la forma de producción de eso que llamamos cine.
El confuso y ambiguo discurso de Alex de la Iglesia en la última entrega de los Goya no deja lugar a duda sobre la vigencia de este paradigma que parece incuestionable: "Una película no es película hasta que alguien se sienta delante y la ve. La esencia del cine se define por dos conceptos: una pantalla, y una gente que la disfruta. Sin público esto no tiene sentido. No podemos olvidar eso JAMÁS", decía el director.
No sufrió ningún abucheo así que suponemos que todo el olimpo de glamourosos reunidos allí, avalarán esta definición del cine y facilmente sus sucesores y sucesoras darán por bueno este paradigma: cine= pantalla (suponemos que mostrando una película y no en blanco) y gente disfrutándola (sería más adecuado decir mirándola, para dejar al menos un sesgo de libertad para que esa gente que ve la película pueda llegar a “no disfrutarla” si sus gustos e intereses no se lo permiten). El matiz al paradigma sería: cine=pantalla + gente mirándola.
Y hay que decir que esta definición de Alex de la Iglesia, tiene toda la carga de verdad histórica establecida así desde los orígenes del cine. Su maniquea fecha oficial de nacimiento celebra justamente el primer encuentro entre espectadores y películas en un sitio determinado donde los primeros pagaron para poder mirar aquellas imágenes.
Alex actualiza la definición haciendo hincapié en “Pantalla” y no “Sala o lugar de proyección” porque es evidente que asistimos a una verdadera explosión de aquella única pantalla que constituyó el cine. La sala de proyección ha dejado de ser el sitio habitual.
También es verdad que el concepto de película que lanza el director, es la que proviene del negocio del cine, (el cine como negocio). El éxito de una película consiste en reunir a la mayor cantidad de gente dispuesta a pagar para encontrarse con la película en algún lugar de los que se exhiba: película= reunión de gente en el sitio donde se exhibe + acto de pagar para entrar a dicho sitio a verla.
Una película no va bien (en el negocio), o se define como fracaso cuando no logra provocar una reunión de gente suficiente como para originar beneficios a sus inversores.
La subsistencia de esa película fracasada queda a expensas del rescate de la crítica cinematográfica o de la hisotoriografía que puede salvarla de la muerte inevitable: no volver a ser exhibida.
Pero en realidad el cine es una actividad surgida de un grupo de gente que se organiza para fabricarla. En su casi totalidad, son grupos vinculados al negocio de las industrias culturales y profesionales del sector. El discurso de de la Iglesia oculta lo que siempre se oculta, la forma de producción, su cadena de montaje y los beneficios reales de su explotación. Interesa ocultar quién puso allí la pantalla, quién la película que se va ver en ella, quienes, cuántos y cómo trabajaron en su producción para que pueda llegar hasta allí... Su definición es la habitual. Es la definición propia de un profesional pero también la que siempre se ha mantenido de cara al viejo espectador: el cine es eso que ocurre en la pantalla que usted mira.
Ya lo decía Benjamin: "En el objeto de consumo, la huella de su producción ha de ser olvidada...Debe parecer como si nunca hubiera sido hecho".
El cine como una actividad de privilegiados fabricantes y vendedores de films es lo que ponemos en cuestión, entonces, al hacer una revisión crítica del cine. Es un funcionamiento de otra época social y tecnológica que, lo estamos presenciando, ya se ha roto. Nos parece un desperdicio y una injusticia que la gente no goce del placer de participar, protagonizar, pensar y gestionar películas desde sus propios lugares dadas las condiciones actuales.
Nos parece justo practicar un Cine sin Autor, donde con Autor resumimos todo ese dispositivo cinematográfico de privilegios en manos de inversores, productores, gente del negocio y profesionales. Romper el paradigma sería practicar el cine bajo un concepto que diga: existe cine cuando hay un conjunto de personas cualquiera que se organizan para crear sus películas y donde los profesionales aportan su saber como servicio, sin tener el control propietario sobre el proceso cinematográfico. Las razones son políticas. Se trata de democratizar la producción y abrirla a la participación del resto de la población. El acceso masivo a la cultura para nosotros no es el acceso masivo a ver la cultura de los privilegiados que la hacen, sino “EL ACCESO MASIVO A LA PRODUCCIÓN DE NUESTRA PROPIA CULTURA”.
En nuestro caso, lo hacemos creando procesos que llamamos de Sinautoría: práctica que parte de la renuncia de los cineastas a dirigir de manera propietaria la producción de procesos fílmicos y incluyendo la renuncia a la posterior gestión de las obras.
Se trata de romper con la propiedad intelectual sobre la realización del cine, acto que nos ubica en un terreno diferente al de los debates sobre las licencias de uso.
En primer lugar, nuestra obra no es nuestra sino que surge de un grupo que nos llama o al que convocamos para su creación. No tenemos propiedad ninguna que gestionar. Será el colectivo que se organiza para crear films, el que tomará decisiones colectivas de cómo gestionar sus obras. Los realizadores participamos en el debate pero como una opinión más. Al igual que en el resto de la producción, podemos sugerir, dar alternativas que conocemos, plantear nuestras posturas, pero lo que no podemos es imponer una decisión sobre el uso. Si no imponemos ni los temas, ni la estética, ni la narrativa, por qué iríamos a imponer una forma de gestión.
Romper el modelo para nosotros pasa primero por desactivar el privilegio de que en una sociedad solo unas minorías creadoras produzcan obras. Obras que no pueden ser modificadas pero que quedan como representación de un momento de una sociedad.
Arrancamos mal, diría alguno, porque en nuestro caso, los, las realizadoras nos planteamos desde el comienzo, hacer la obra con gente desvinculada de la producción audiovisual. Sin ellas no hay obra de Cine sin Autor. Por lo tanto nunca tenemos obra propia. A lo sumo podemos ilustrar nuestros métodos con imágenes surgidas de ellas, pero no gestionamos la obra cual propietarios de las mismas.
Lo que debe restructurarse, creemos, es el funcionamiento social que lleva a producir obras de esta manera: privilegiados artistas y gente en general que las percibe. Es claro que esto nos llevaría a un replanteo de la estructuración social general que es la que determina el funcionamiento de su cultura. Un replanteo de la ideología, las infraestructuras y las inversiones culturales. Pero mientras eso no suceda, creemos que la mejor tarea que debemos proponernos como creadores culturales, es la de poner en práctica otros modelos asumiendo la complejidad y los obstáculos que eso supone. Liberar pequeñas zonas del modelo dominante con modelos alternativos. Practicar otro paradigma de producción.
Entonces ¿Quién y cómo deben gestionar y gozar de los beneficios de una obra? Pues diríamos que quienes trabajan para producirla. Si nuestro cambio de paradigma cinematográfico pasa por producir películas junto a personas cualquiera en igualdad de valor y opinión, quienes gestionen las obras y gocen de beneficios serán los colectivos en general que hagan películas de Cine sin Autor, sea con nosotros o con otros realizadores y realizadoras que decidan hacerlas.
Cabe la posibilidad en nuestro proceso que un grupo decida oportuno proteger su obra con derechos de autor si estos derechos son gestionados y van a parar al colectivo. Son las paradojas de la autogestión. Si es verdadera, como nos pasa a menudo en la realización, con la deliberación sobre un plano, una escena, un tema, pues la decisión puede resultar ajena a nuestros intereses particulares de cineastas. Lo que parece no caber en las prácticas del Cine sin Autor que vamos teniendo, es que alguien en particular se apropie y privatice la obra colectiva para beneficio particular. La creación colectiva suele tomar tal firmeza cuando se plantea como práctica, que el propio grupo custodia celosamente cualquier intento de apropiación por parte de uno o algunos integrantes y ya no decir por parte de un extraño a la experiencia. No sin que eso pase por una deliberación grupal. Se trata de ir acostumbrándonos, haciendo otro tipo de cine, a un modelo diferente.
Una sociedad con un estado de CULTURA JUSTA, es obvio que solo puede provenir de una estructuración justa de esa sociedad, donde la producción de su cultura estuviera en manos de diversos y diferentes colectividades y agrupaciones sociales.
Volviendo a las preguntas del principio diríamos, muy sinteticamente:
1) ¿quiénes producen las obras?, deberían ser colectividades de gente con realizadores a su servicio
2) ¿cómo se producen esas películas? con metodologías de igualdad participativa como las que realizamos en el Cine sin Autor
3) ¿cómo y quién gestiona su uso? pues los colectivos productores de la manera en que mejor les venga a sus intereses.
No nos preguntamos si ganar o no dinero con una película. Pretendemos acabar en nuestra práctica con la tiranía mercantil de que sean siempre los mismos privilegiados del modelo de negocio los que ganen, haciendo un cine que todos deberíamos poder vivir y gestionar como propio. Hace tiempo le pusimos nombre: industrias populares de cine. Ya sabemos que, al menos en España, estamos lejos de todo esto. Tan lejos, como el hecho de que lo hemos empezado a hacer al igual que nos consta que sucede en otros sitios. Tan lejos como queramos sentir el desplome evidente de las viejas industrias culturales.
Hace unas semanas alguien nos preguntaba sobre nuestro enfoque acerca de las licencias sobre las obras.
Si nos preguntan como creadores activistas qué opinamos sobre las licencias libres, de uso o de distribución diremos, por supuesto, que estamos a favor de su existencia y aplicación.
Pero también tenemos que decir que la práctica del Cine sin Autor nos ha enfrentado a preguntas menos habituales.
La Sinautoría como proceso creativo, que constituye uno de los pilares de nuestra mecánica es sobre la que pivota la relación que entablamos con otras personas a la hora de crear. Esta operativa nos ha sumergido, a la hora de la realización, en la problematización de la propiedad intelectual de las obras en el momento de crearlas, más que en el momento de gestionarlas.
Si se trata de replantearnos “lo cultural” haciendo cine, las preguntas que nos parecen determinantes son tres:
1) ¿quiénes producen objetos, piezas, eventos... culturales?,
2) ¿cómo se producen?
3) ¿cómo y quién gestiona su uso y sus beneficios?
Justamente, en el caso del cine, una revisión crítica de su historia nos llevó a cuestionar la ya sabida estructuración social donde la representación fílmica ha sido siempre producida por minorías corporativas o grupos de profesionales que han heredado o conseguido el privilegio de dedicarse a este oficio.
La estructuración social compuesta por minorías productoras y masas espectadoras, ha sido siempre el sostén de la forma de producción de eso que llamamos cine.
El confuso y ambiguo discurso de Alex de la Iglesia en la última entrega de los Goya no deja lugar a duda sobre la vigencia de este paradigma que parece incuestionable: "Una película no es película hasta que alguien se sienta delante y la ve. La esencia del cine se define por dos conceptos: una pantalla, y una gente que la disfruta. Sin público esto no tiene sentido. No podemos olvidar eso JAMÁS", decía el director.
No sufrió ningún abucheo así que suponemos que todo el olimpo de glamourosos reunidos allí, avalarán esta definición del cine y facilmente sus sucesores y sucesoras darán por bueno este paradigma: cine= pantalla (suponemos que mostrando una película y no en blanco) y gente disfrutándola (sería más adecuado decir mirándola, para dejar al menos un sesgo de libertad para que esa gente que ve la película pueda llegar a “no disfrutarla” si sus gustos e intereses no se lo permiten). El matiz al paradigma sería: cine=pantalla + gente mirándola.
Y hay que decir que esta definición de Alex de la Iglesia, tiene toda la carga de verdad histórica establecida así desde los orígenes del cine. Su maniquea fecha oficial de nacimiento celebra justamente el primer encuentro entre espectadores y películas en un sitio determinado donde los primeros pagaron para poder mirar aquellas imágenes.
Alex actualiza la definición haciendo hincapié en “Pantalla” y no “Sala o lugar de proyección” porque es evidente que asistimos a una verdadera explosión de aquella única pantalla que constituyó el cine. La sala de proyección ha dejado de ser el sitio habitual.
También es verdad que el concepto de película que lanza el director, es la que proviene del negocio del cine, (el cine como negocio). El éxito de una película consiste en reunir a la mayor cantidad de gente dispuesta a pagar para encontrarse con la película en algún lugar de los que se exhiba: película= reunión de gente en el sitio donde se exhibe + acto de pagar para entrar a dicho sitio a verla.
Una película no va bien (en el negocio), o se define como fracaso cuando no logra provocar una reunión de gente suficiente como para originar beneficios a sus inversores.
La subsistencia de esa película fracasada queda a expensas del rescate de la crítica cinematográfica o de la hisotoriografía que puede salvarla de la muerte inevitable: no volver a ser exhibida.
Pero en realidad el cine es una actividad surgida de un grupo de gente que se organiza para fabricarla. En su casi totalidad, son grupos vinculados al negocio de las industrias culturales y profesionales del sector. El discurso de de la Iglesia oculta lo que siempre se oculta, la forma de producción, su cadena de montaje y los beneficios reales de su explotación. Interesa ocultar quién puso allí la pantalla, quién la película que se va ver en ella, quienes, cuántos y cómo trabajaron en su producción para que pueda llegar hasta allí... Su definición es la habitual. Es la definición propia de un profesional pero también la que siempre se ha mantenido de cara al viejo espectador: el cine es eso que ocurre en la pantalla que usted mira.
Ya lo decía Benjamin: "En el objeto de consumo, la huella de su producción ha de ser olvidada...Debe parecer como si nunca hubiera sido hecho".
El cine como una actividad de privilegiados fabricantes y vendedores de films es lo que ponemos en cuestión, entonces, al hacer una revisión crítica del cine. Es un funcionamiento de otra época social y tecnológica que, lo estamos presenciando, ya se ha roto. Nos parece un desperdicio y una injusticia que la gente no goce del placer de participar, protagonizar, pensar y gestionar películas desde sus propios lugares dadas las condiciones actuales.
Nos parece justo practicar un Cine sin Autor, donde con Autor resumimos todo ese dispositivo cinematográfico de privilegios en manos de inversores, productores, gente del negocio y profesionales. Romper el paradigma sería practicar el cine bajo un concepto que diga: existe cine cuando hay un conjunto de personas cualquiera que se organizan para crear sus películas y donde los profesionales aportan su saber como servicio, sin tener el control propietario sobre el proceso cinematográfico. Las razones son políticas. Se trata de democratizar la producción y abrirla a la participación del resto de la población. El acceso masivo a la cultura para nosotros no es el acceso masivo a ver la cultura de los privilegiados que la hacen, sino “EL ACCESO MASIVO A LA PRODUCCIÓN DE NUESTRA PROPIA CULTURA”.
En nuestro caso, lo hacemos creando procesos que llamamos de Sinautoría: práctica que parte de la renuncia de los cineastas a dirigir de manera propietaria la producción de procesos fílmicos y incluyendo la renuncia a la posterior gestión de las obras.
Se trata de romper con la propiedad intelectual sobre la realización del cine, acto que nos ubica en un terreno diferente al de los debates sobre las licencias de uso.
En primer lugar, nuestra obra no es nuestra sino que surge de un grupo que nos llama o al que convocamos para su creación. No tenemos propiedad ninguna que gestionar. Será el colectivo que se organiza para crear films, el que tomará decisiones colectivas de cómo gestionar sus obras. Los realizadores participamos en el debate pero como una opinión más. Al igual que en el resto de la producción, podemos sugerir, dar alternativas que conocemos, plantear nuestras posturas, pero lo que no podemos es imponer una decisión sobre el uso. Si no imponemos ni los temas, ni la estética, ni la narrativa, por qué iríamos a imponer una forma de gestión.
Romper el modelo para nosotros pasa primero por desactivar el privilegio de que en una sociedad solo unas minorías creadoras produzcan obras. Obras que no pueden ser modificadas pero que quedan como representación de un momento de una sociedad.
Arrancamos mal, diría alguno, porque en nuestro caso, los, las realizadoras nos planteamos desde el comienzo, hacer la obra con gente desvinculada de la producción audiovisual. Sin ellas no hay obra de Cine sin Autor. Por lo tanto nunca tenemos obra propia. A lo sumo podemos ilustrar nuestros métodos con imágenes surgidas de ellas, pero no gestionamos la obra cual propietarios de las mismas.
Lo que debe restructurarse, creemos, es el funcionamiento social que lleva a producir obras de esta manera: privilegiados artistas y gente en general que las percibe. Es claro que esto nos llevaría a un replanteo de la estructuración social general que es la que determina el funcionamiento de su cultura. Un replanteo de la ideología, las infraestructuras y las inversiones culturales. Pero mientras eso no suceda, creemos que la mejor tarea que debemos proponernos como creadores culturales, es la de poner en práctica otros modelos asumiendo la complejidad y los obstáculos que eso supone. Liberar pequeñas zonas del modelo dominante con modelos alternativos. Practicar otro paradigma de producción.
Entonces ¿Quién y cómo deben gestionar y gozar de los beneficios de una obra? Pues diríamos que quienes trabajan para producirla. Si nuestro cambio de paradigma cinematográfico pasa por producir películas junto a personas cualquiera en igualdad de valor y opinión, quienes gestionen las obras y gocen de beneficios serán los colectivos en general que hagan películas de Cine sin Autor, sea con nosotros o con otros realizadores y realizadoras que decidan hacerlas.
Cabe la posibilidad en nuestro proceso que un grupo decida oportuno proteger su obra con derechos de autor si estos derechos son gestionados y van a parar al colectivo. Son las paradojas de la autogestión. Si es verdadera, como nos pasa a menudo en la realización, con la deliberación sobre un plano, una escena, un tema, pues la decisión puede resultar ajena a nuestros intereses particulares de cineastas. Lo que parece no caber en las prácticas del Cine sin Autor que vamos teniendo, es que alguien en particular se apropie y privatice la obra colectiva para beneficio particular. La creación colectiva suele tomar tal firmeza cuando se plantea como práctica, que el propio grupo custodia celosamente cualquier intento de apropiación por parte de uno o algunos integrantes y ya no decir por parte de un extraño a la experiencia. No sin que eso pase por una deliberación grupal. Se trata de ir acostumbrándonos, haciendo otro tipo de cine, a un modelo diferente.
Una sociedad con un estado de CULTURA JUSTA, es obvio que solo puede provenir de una estructuración justa de esa sociedad, donde la producción de su cultura estuviera en manos de diversos y diferentes colectividades y agrupaciones sociales.
Volviendo a las preguntas del principio diríamos, muy sinteticamente:
1) ¿quiénes producen las obras?, deberían ser colectividades de gente con realizadores a su servicio
2) ¿cómo se producen esas películas? con metodologías de igualdad participativa como las que realizamos en el Cine sin Autor
3) ¿cómo y quién gestiona su uso? pues los colectivos productores de la manera en que mejor les venga a sus intereses.
No nos preguntamos si ganar o no dinero con una película. Pretendemos acabar en nuestra práctica con la tiranía mercantil de que sean siempre los mismos privilegiados del modelo de negocio los que ganen, haciendo un cine que todos deberíamos poder vivir y gestionar como propio. Hace tiempo le pusimos nombre: industrias populares de cine. Ya sabemos que, al menos en España, estamos lejos de todo esto. Tan lejos, como el hecho de que lo hemos empezado a hacer al igual que nos consta que sucede en otros sitios. Tan lejos como queramos sentir el desplome evidente de las viejas industrias culturales.
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