Comentamos la semana pasada que íbamos a grabar el ensayo de una escena que deberá desarrollarse en el escenario de una discoteca. Dos protagonistas de la escena eligieron ser los djs, hermanos mellizos. Tenían mucho entusiasmo por salir en cámara y verse en su personaje imaginado. Finalmente grabamos la trama donde uno de ellos se terminaría líando con dos chicas. Así lo hicimos.
Este miércoles íbamos hacia el instituto con nuestra maleta de cosas para la sesión de trabajo. Veríamos la escena montada para debatirla en el colectivo. Dos calles antes de llegar, encontramos a uno de los hermanos. Se tenía que ir y no podía asistir a la sesión. Y aunque tendría ganas de ver el montaje, no se lamentó mucho. La obligación era mayor que el placer: tenía una entrevista de trabajo en un supermercado. Era una entrevista doble. Su hermano mellizo también debía ir. Ninguno vería la escena.
Aún no sabemos cómo fue.
Hace dos semanas, otro de los jóvenes, uno de los más activos del grupo encontró un trabajo por la mañana y ha dejado de asistir. Se acabó el cine para él, un momento que también vivía apasionadamente, proponiendo guiones, tramas, coordinando incluso las puestas en escena, saliendo delante de cámara con mucha naturalidad.
Romper el privilegio del cine, de la producción de Arte y cultura en general, es una tarea compleja porque cuando uno se traslada a hacer cine al planeta de la realidad, los procedimientos de producción, su operativa, comienzan a hacer cortocircuitos de todo tipo, se confunden, se vuelve un poco locos.
El tiempo, por ejemplo, tan determinante del cine, es uno de los factores que se confunde.
Nuestro primer manifiesto lo abrimos entre otras con una frase de Deleuze, del libro Imagen- tiempo:
El dinero es el reverso de todas las imágenes que el cine muestra y monta por el anverso, a tal punto que los films sobre el dinero son ya, aunque implícitamente, films dentro del film o sobre el film...
Es la vieja maldición que corroe al cine: el dinero es tiempo...
La Imagen cinematográfica fue desarrollada con dinero y para la obtención de dinero. Eso constituyó la primacía del modelo hegemónico: su forma, sus métodos, su modelo de negocio, sus narrativas.
El dinero del cine agrupa profesionales a los que les fabrica un tiempo de producción que interrumpe sus vidas posibilitándoles un escenario laboral dedicado a crear una realidad ajena a la realidad, un tiempo de fantasía, una fatiga laboriosa pero con dejos de ensoñación, quizá, el que todo el mundo como dicen que dirá Godard, desearía: “No hacer nada es el sueño de todo el mundo, y hacer cine es lo más parecido a no hacer nada"
Pero cuando nos encontramos en el territorio no profesional, el de las vidas cualquiera, las personas viven a la inversa y en su mayoría trabajan para la obtención del dinero que les permite subsistir. La relación entre vida y dinero funciona al revés. Sus vidas están inmersas en escenarios de asalariados y los espacios para hacer operar la fantasía son escasísimos. El cine, cuando lo proponemos a estas personas, es la interrupción a sus vidas precarizadas en diversos aspectos .
La imagen que producirán unos y otros, es necesariamente diferente. No es un problema estético o formal, solamente. Es un problema de la estructura de producción. Paguemos a unas limpiadoras de metro o a unas enfermeras “el dinero del cine”, pongámosle profesionales a sus servicios y ya veremos si no imaginan y protagonizan también una película. Para nosotros es más que evidente esto.
El Cine sin Autor ofrece la posibilidad de agruparse, organizarse cual si fueran profesionales, pero no ofrece el “dinero del cine”. El tiempo que fabricamos es un tiempo de encuentro que crea un campo colectivo de experiencia. Pero no aportamos nada a la subsistencia material. Deberíamos contar con los medios. ¿Por qué no pagarle a un electricista o a una costurera para que elabore la película que quisieran hacer?
No existe dinero del cine (aún) para la gente cualquiera, no hay tampoco estructuración cultural alguna que permita fabricar este tiempo privilegiado de materialización de la fantasía y la imaginación de las personas no profesionales.
Deleuze dice en la frase que exponíamos que el dinero “es la vieja maldición que corroe el cine: el dinero es tiempo”.
Pero en realidad, es una maldición que recae sobre el no-productor de cine, sobre la gente común. No sabemos si el autor iba más allá y con esta frase podía darnos a entender que el dinero es maldición porque no le ha permitido ser al cine, en su modo de dominación poco más que un negocio. De todas maneras, desde el punto de vista de la estructuración social, el dinero más bien ha sido una bendición para sus inversores, gestores y profesionales, ya que les ha permitido desarrollar su imaginario y su visión del mundo. Al mismo tiempo, el dinero ha sido la gran maldición para el espectador que se encontró desde su origen con una actividad, atracción de feria, entretenimiento, evento espectacular, del que no pudo hacer otra cosa que mirarlo por largo tiempo en una pantalla y, hasta hace unas décadas atrás, hacerlo solo mediante pago.
El tiempo de los productores y profesionales que financia el dinero del cine les costea a estos sus vidas fuera de el.
El tiempo del cine de la gente no productora, es otra categoría de tiempo, cuya mayor parte está dedicado a conseguir el dinero de la subsistencia. La función del cine aquí no puede seguir los procedimientos que han desarrollado los productores. La realidad es otro planeta, como decíamos hace algún tiempo. Cuando el cine llega a instalarse allí, es como una nave que empieza a temblar y a destartalarse. Debemos reajustar completamente la nave si queremos que funcione bien en este otro territorio de la gente común.
La solución nos parece clara. Romper el privilegio de los vinculados al cine que realizan la propia representación, que gozan de esos tiempos de fantasía y materializan sus imaginaciones, pasa por crear infraestructuras de producción de cine que fabriquen ese mismotiempo para la creación de la gente inmersa en su trabajo, precarizada en sus vidas, agobiada en sus horarios.
Alex de la Iglesia decía en el discurso de los Goya: somos más de 30.000 personas que tienen la suerte de vivir fabricando sueños.
Ellos mismos reconocen su privilegio. 30000 personas que forman una industria piramidal de la cual solo unos pocos realizan sus sueños porque el resto de profesionales es asalariada de los pocos que han sabido hacer bien su negocio. Las películas de un director como el confundido expresidente de la Academia, no creemos que sean los sueños de sus asalariados sino solo de los de su director. ¿Cuántos son los que realizan sus sueños entre esas más de 30000 personas vinculadas al cine? Por las listas que aparecen informalmente quizá no llegan ni a 300 los directores en activo. Para los 47 millones de personas que habitan en España, parecería que, cinematográficamente hablando, en este país, son poquísimos los que fabrican sus sueños.
No seremos tan cínicos de pensar que la gente no tiene sueños, suponemos. Lo que no tiene es aquello con qué fabricarlos, en todo caso.
Cuando hemos puesto en marcha métodos de creación en el lugar social donde lo habitual es no-producir cultura (esa cultura), el sitio de los nadie, vemos otras cosas muy diferentes. Vemos que se lanzan sin tapujos a protagonizar y crear sus propios films, a participar de debates para construirlos, a seguir la deriva de un proceso creativo.
Volvemos a una vieja verdad: el asunto que sostiene la injusta creación cultural corresponde a la injusta estructura de la trama social y laboral de una sociedad como esta en que estamos operando e intentando vivir.
Es la “circunstancia social de producción cultural” la que determina en principio quién puede hacer cine y quién no. No hay enclaves que permitan la vinculación cercana a procesos de creación cinematográfica. La actividad de creación de películas está reducida a guetos corporativos altamente cerrados. Sus profesionales guardan sus prácticas en sus recintos o estudios privados y la producción fílmica (captar, procesar, proyectar imágenes y sonidos) parece un ritual secreto muy lejano a un servicio público. Luego, la transmisión del saber se deja fluir por lugares muy específicos y controlados a la vez (universidades, productoras, escuelas de formación) cómo destinado a quien pague o a quien esté dispuesto (si su circunstancia de privilegio le permite ) a seguir ciertos “altos estudios”.
Algo no está bien.
Vivimos como en una especie de orgía audiovisual permanente donde a pesar de la aparente sobreproducción de fragmentos de imágenes y sonidos, todo parece librado a las mismas condiciones y circunstancias de producción capitalistas de siempre. A lo sumo, “hazlo tú mismo”, pero hazlo sólo, por favor. Como eco habitual flota la fórmula: déjanos seguir haciéndolo a nosotros, las minorías que de eso vivimos.
Los jóvenes de los que comenzamos hablando abandonan nuestra experiencia, posiblemente. La circunstancia socio-laboral les increpa: ey, tú, déjate de fantasías cinematográficas y a currar, ¡ingenuo!, ¡que eres un ingenuo!
¡Cómo no se va a cabrear uno!
En la presentación que hicimos hace poco en el MediaLab Prado, nos preguntaban por qué nos acercamos a las instituciones si tenemos una visión crítica de ellas. Allí respondimos que para difundir y buscar apoyos a un proyecto que ha crecido demasiado en cuanto a posibilidades que hemos hecho emerger. Pero también, agregamos ahora, porque creemos que debemos trabajar con grupos de personas cualquiera, y al mismo tiempo, minar con nuestros procedimientos las propias instituciones que podrían hacerlo y no lo hacen. Queremos mostrar caminos de producción diferentes, propositivamente y como respuesta a la crítica institucional que hacemos.
El cine político de los años 60 identificaba a la producción capitalista de Hollywood como enemigo a combatir, del que protegerse y del cual descolonizarse.
Hoy día, como estos últimos meses en España con respecto a la Ley Sinde lo demuestran, los grupejos del sistema industrial de las producción cultural han estado nerviosos y alborotados entre ellos. Ofendidos por los huevos y gritos que les llovieron en la gala de los Goyas. El confuso Alex decía "Se necesita una crisis, un cambio, para poder entender una nueva manera de hacer cine”. La patética imitación de los patéticos Oscars ya no fue un desfile vanal. Cierta realidad lo ha manchado con huevos y el sonido se contaminó de gritos desafiantes. Es un nuevo tiempo. Hoy es mañana. Amanece. Levantemonos temprano y hagamos bien nuestro trabajo. El día se presenta a nuestro favor. Hay sonidos de derrumbe.
Este miércoles íbamos hacia el instituto con nuestra maleta de cosas para la sesión de trabajo. Veríamos la escena montada para debatirla en el colectivo. Dos calles antes de llegar, encontramos a uno de los hermanos. Se tenía que ir y no podía asistir a la sesión. Y aunque tendría ganas de ver el montaje, no se lamentó mucho. La obligación era mayor que el placer: tenía una entrevista de trabajo en un supermercado. Era una entrevista doble. Su hermano mellizo también debía ir. Ninguno vería la escena.
Aún no sabemos cómo fue.
Hace dos semanas, otro de los jóvenes, uno de los más activos del grupo encontró un trabajo por la mañana y ha dejado de asistir. Se acabó el cine para él, un momento que también vivía apasionadamente, proponiendo guiones, tramas, coordinando incluso las puestas en escena, saliendo delante de cámara con mucha naturalidad.
Romper el privilegio del cine, de la producción de Arte y cultura en general, es una tarea compleja porque cuando uno se traslada a hacer cine al planeta de la realidad, los procedimientos de producción, su operativa, comienzan a hacer cortocircuitos de todo tipo, se confunden, se vuelve un poco locos.
El tiempo, por ejemplo, tan determinante del cine, es uno de los factores que se confunde.
Nuestro primer manifiesto lo abrimos entre otras con una frase de Deleuze, del libro Imagen- tiempo:
El dinero es el reverso de todas las imágenes que el cine muestra y monta por el anverso, a tal punto que los films sobre el dinero son ya, aunque implícitamente, films dentro del film o sobre el film...
Es la vieja maldición que corroe al cine: el dinero es tiempo...
La Imagen cinematográfica fue desarrollada con dinero y para la obtención de dinero. Eso constituyó la primacía del modelo hegemónico: su forma, sus métodos, su modelo de negocio, sus narrativas.
El dinero del cine agrupa profesionales a los que les fabrica un tiempo de producción que interrumpe sus vidas posibilitándoles un escenario laboral dedicado a crear una realidad ajena a la realidad, un tiempo de fantasía, una fatiga laboriosa pero con dejos de ensoñación, quizá, el que todo el mundo como dicen que dirá Godard, desearía: “No hacer nada es el sueño de todo el mundo, y hacer cine es lo más parecido a no hacer nada"
Pero cuando nos encontramos en el territorio no profesional, el de las vidas cualquiera, las personas viven a la inversa y en su mayoría trabajan para la obtención del dinero que les permite subsistir. La relación entre vida y dinero funciona al revés. Sus vidas están inmersas en escenarios de asalariados y los espacios para hacer operar la fantasía son escasísimos. El cine, cuando lo proponemos a estas personas, es la interrupción a sus vidas precarizadas en diversos aspectos .
La imagen que producirán unos y otros, es necesariamente diferente. No es un problema estético o formal, solamente. Es un problema de la estructura de producción. Paguemos a unas limpiadoras de metro o a unas enfermeras “el dinero del cine”, pongámosle profesionales a sus servicios y ya veremos si no imaginan y protagonizan también una película. Para nosotros es más que evidente esto.
El Cine sin Autor ofrece la posibilidad de agruparse, organizarse cual si fueran profesionales, pero no ofrece el “dinero del cine”. El tiempo que fabricamos es un tiempo de encuentro que crea un campo colectivo de experiencia. Pero no aportamos nada a la subsistencia material. Deberíamos contar con los medios. ¿Por qué no pagarle a un electricista o a una costurera para que elabore la película que quisieran hacer?
No existe dinero del cine (aún) para la gente cualquiera, no hay tampoco estructuración cultural alguna que permita fabricar este tiempo privilegiado de materialización de la fantasía y la imaginación de las personas no profesionales.
Deleuze dice en la frase que exponíamos que el dinero “es la vieja maldición que corroe el cine: el dinero es tiempo”.
Pero en realidad, es una maldición que recae sobre el no-productor de cine, sobre la gente común. No sabemos si el autor iba más allá y con esta frase podía darnos a entender que el dinero es maldición porque no le ha permitido ser al cine, en su modo de dominación poco más que un negocio. De todas maneras, desde el punto de vista de la estructuración social, el dinero más bien ha sido una bendición para sus inversores, gestores y profesionales, ya que les ha permitido desarrollar su imaginario y su visión del mundo. Al mismo tiempo, el dinero ha sido la gran maldición para el espectador que se encontró desde su origen con una actividad, atracción de feria, entretenimiento, evento espectacular, del que no pudo hacer otra cosa que mirarlo por largo tiempo en una pantalla y, hasta hace unas décadas atrás, hacerlo solo mediante pago.
El tiempo de los productores y profesionales que financia el dinero del cine les costea a estos sus vidas fuera de el.
El tiempo del cine de la gente no productora, es otra categoría de tiempo, cuya mayor parte está dedicado a conseguir el dinero de la subsistencia. La función del cine aquí no puede seguir los procedimientos que han desarrollado los productores. La realidad es otro planeta, como decíamos hace algún tiempo. Cuando el cine llega a instalarse allí, es como una nave que empieza a temblar y a destartalarse. Debemos reajustar completamente la nave si queremos que funcione bien en este otro territorio de la gente común.
La solución nos parece clara. Romper el privilegio de los vinculados al cine que realizan la propia representación, que gozan de esos tiempos de fantasía y materializan sus imaginaciones, pasa por crear infraestructuras de producción de cine que fabriquen ese mismotiempo para la creación de la gente inmersa en su trabajo, precarizada en sus vidas, agobiada en sus horarios.
Alex de la Iglesia decía en el discurso de los Goya: somos más de 30.000 personas que tienen la suerte de vivir fabricando sueños.
Ellos mismos reconocen su privilegio. 30000 personas que forman una industria piramidal de la cual solo unos pocos realizan sus sueños porque el resto de profesionales es asalariada de los pocos que han sabido hacer bien su negocio. Las películas de un director como el confundido expresidente de la Academia, no creemos que sean los sueños de sus asalariados sino solo de los de su director. ¿Cuántos son los que realizan sus sueños entre esas más de 30000 personas vinculadas al cine? Por las listas que aparecen informalmente quizá no llegan ni a 300 los directores en activo. Para los 47 millones de personas que habitan en España, parecería que, cinematográficamente hablando, en este país, son poquísimos los que fabrican sus sueños.
No seremos tan cínicos de pensar que la gente no tiene sueños, suponemos. Lo que no tiene es aquello con qué fabricarlos, en todo caso.
Cuando hemos puesto en marcha métodos de creación en el lugar social donde lo habitual es no-producir cultura (esa cultura), el sitio de los nadie, vemos otras cosas muy diferentes. Vemos que se lanzan sin tapujos a protagonizar y crear sus propios films, a participar de debates para construirlos, a seguir la deriva de un proceso creativo.
Volvemos a una vieja verdad: el asunto que sostiene la injusta creación cultural corresponde a la injusta estructura de la trama social y laboral de una sociedad como esta en que estamos operando e intentando vivir.
Es la “circunstancia social de producción cultural” la que determina en principio quién puede hacer cine y quién no. No hay enclaves que permitan la vinculación cercana a procesos de creación cinematográfica. La actividad de creación de películas está reducida a guetos corporativos altamente cerrados. Sus profesionales guardan sus prácticas en sus recintos o estudios privados y la producción fílmica (captar, procesar, proyectar imágenes y sonidos) parece un ritual secreto muy lejano a un servicio público. Luego, la transmisión del saber se deja fluir por lugares muy específicos y controlados a la vez (universidades, productoras, escuelas de formación) cómo destinado a quien pague o a quien esté dispuesto (si su circunstancia de privilegio le permite ) a seguir ciertos “altos estudios”.
Algo no está bien.
Vivimos como en una especie de orgía audiovisual permanente donde a pesar de la aparente sobreproducción de fragmentos de imágenes y sonidos, todo parece librado a las mismas condiciones y circunstancias de producción capitalistas de siempre. A lo sumo, “hazlo tú mismo”, pero hazlo sólo, por favor. Como eco habitual flota la fórmula: déjanos seguir haciéndolo a nosotros, las minorías que de eso vivimos.
Los jóvenes de los que comenzamos hablando abandonan nuestra experiencia, posiblemente. La circunstancia socio-laboral les increpa: ey, tú, déjate de fantasías cinematográficas y a currar, ¡ingenuo!, ¡que eres un ingenuo!
¡Cómo no se va a cabrear uno!
En la presentación que hicimos hace poco en el MediaLab Prado, nos preguntaban por qué nos acercamos a las instituciones si tenemos una visión crítica de ellas. Allí respondimos que para difundir y buscar apoyos a un proyecto que ha crecido demasiado en cuanto a posibilidades que hemos hecho emerger. Pero también, agregamos ahora, porque creemos que debemos trabajar con grupos de personas cualquiera, y al mismo tiempo, minar con nuestros procedimientos las propias instituciones que podrían hacerlo y no lo hacen. Queremos mostrar caminos de producción diferentes, propositivamente y como respuesta a la crítica institucional que hacemos.
El cine político de los años 60 identificaba a la producción capitalista de Hollywood como enemigo a combatir, del que protegerse y del cual descolonizarse.
Hoy día, como estos últimos meses en España con respecto a la Ley Sinde lo demuestran, los grupejos del sistema industrial de las producción cultural han estado nerviosos y alborotados entre ellos. Ofendidos por los huevos y gritos que les llovieron en la gala de los Goyas. El confuso Alex decía "Se necesita una crisis, un cambio, para poder entender una nueva manera de hacer cine”. La patética imitación de los patéticos Oscars ya no fue un desfile vanal. Cierta realidad lo ha manchado con huevos y el sonido se contaminó de gritos desafiantes. Es un nuevo tiempo. Hoy es mañana. Amanece. Levantemonos temprano y hagamos bien nuestro trabajo. El día se presenta a nuestro favor. Hay sonidos de derrumbe.
La televisión une a las personas, el cine las divide.
ResponderEliminaral revés también funciona
ResponderEliminarOui!!!
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