domingo, 17 de enero de 2010

Cine para tiempos revueltos y cine para tiempos de ¿calma? No esperaremos más a Godot.


Podrían ser extractos de una conversación en un bar madrileño sobre el cambio social pero es la obra de Samuel Beckett:
VLADIMIRO. -Juntos, hubiéramos sido los primeros en arrojarnos desde la Torre Eiffel. Entonces sí que lo pasábamos bien. Ahora ya es demasiado tarde. Ni siquiera nos dejarían subir.
VLADIMIRO.- A veces me digo que, a pesar de todo, llegará. Entonces todo me parece extraño.
VLADIMIRO. ¿Y si nos arrepintiéramos?
ESTRAGÌN. ¿Y de qué?
VLADIMIRO. Pues...  No hace falta entrar en detalles.
ESTRAGÌN. ¿De haber nacido?
.....
ESTRAGÌN.  Es verdad.  ¿Estás seguro de que es aquí?
VLADIMIRO.- ¿EI qué?
ESTRAGÌN.  Donde hay que esperar.
VLADIMIRO. Dijo delante del árbol.  ¿Ves algún otro?
....
VLADIMIRO.- Así, pues, ¿qué hacemos?
ESTRAGÌN.- No hagamos nada. Es más prudente.
VLADIMIRO.- Esperemos a ver qué nos dice.
ESTRAGÌN.- ¿Quién?
VLADIMIRO.- Godot.
ESTRAGÌN.- ¡Vaya!
VLADIMIRO.- Esperemos, ante todo, para estar seguros.
ESTRAGÌN.-  Por otra parte, más vale hacer las cosas en caliente
VLADIMIRO.- Tengo curiosidad por saber lo que nos va a decir. Eso no nos compromete a nada.
ESTRAGÌN.-   Pero, exactamente, ¿qué es lo que se le ha pedido?
VLADIMIRO.- ¿No estabas allí?
ESTRAGÌN.- No presté atención.
VLADIMIRO.- Pues... Nada en concreto.
ESTRAGÌN.- Una especie de súplica.
VLADIMIRO.- Eso es.
ESTRAGÌN.- Una súplica vaga.
....
ESTRAGÌN. -¿Y nosotros?
VLADIMIRO. ¿Cómo?
ESTRAGÌN.   Decía: ¿y nosotros?
VLADIMIRO.  No entiendo.
ESTRAGÌN.  ¿Y qué representamos nosotros en todo esto?
VLADIMIRO. ¿Que qué representamos?
ESTRAGÌN.   Cógelo con tiempo.
VLADIMIRO. ¿Nuestro papel? Es el del suplicante.
ESTRAGÌN.  ¿Hasta ese extremo?
.......

ESTRAGÌN.  ¿Y si no le hiciéramos caso? ... ¿Si no le hiciéramos caso?
VLADIMIRO.- Nos castigaría.
VLADIMIRO.- Eso


¿Qué esperar? 
A veces, como unos obedientes mendigos del cambio, nos ubicamos a las puertas de la sociedad, esperando el hecho, ese Godot desconocido que nos traería quién sabe qué respuestas y qué acontecimientos que sacudan nuestras vidas.

La espera, si no es activa, se vuelve duda contra nosotros mismos. Los mendigos de Beckett,  inmersos en sus debates llegan a dudar luego de un rato, del sitio y hasta del propio día en el que dicen haber sido convocados llegando a preguntarse si no sería mejor ahorcarse.

***
En los momentos convulsos del 68, el tercer llamamiento de los Estados Generales del Cine, decía: “Cineastas ¿qué hacéis por la revolución?” cómo si aquello fuera un grito entre el ruidaje ambiental, como exigencia, en medio de la revuelta, de un poco de claridad sobre el qué hacer. 
Aquella revuelta y el estado postraumático (o el enganche adrenalínico) de unos sucesos como esos llevaron directamente al planteamiento, quizá por primera vez, en el cine, de forma consciente, a una forma de cooperativismo cinematográfico que se concretó en la formación de los grupos SLON, los Medvedkin, la realización de los CinéTracts, con la consecuente supresión de la firma autoral. Un gesto con intención de diseminar y disolver lo individualista del dispositivo cinematográfico hecho para tiempos estables y monetariamente jerarquizados, para exhibición a personas pasivas y no para la acción política, para la sociedad burguesa y no para para la burguesía estallando.
Aquel período de producción cinematográfico compartida entre cineastas y obreros, dejó una filmografía. Luego se diluyó y poco se nos cuenta de estos procesos a no ser que nos pongamos a profundizar en el tema.
Fue un cine en tiempos de revuelta, un cine al que un proceso social que parecía hacer estallar la estructura estable de la sociedad francesa, no podía menos que hacer estallar también las estructuras de su cine dominante.
Algunos indicios tenemos entonces para saber qué puede pasar cuando el cine de dominación se queda mudo ante los sucesos, porque pierde todo el poder de su aparato de conquista. No se puede preparar la realidad de un proceso social que empieza a reventar ni con los más brillantes guionistas. Menos aún, preparar el escenario para una mejor fotografía. Menos, hacer una buena promoción que asegure determinados beneficios. El cine hegemónico, ante hechos así, queda sencillamente en ridículo.
Otros ejemplos, para nada abundantes, nos llevarían a la incidencia del cine en tiempos de no-revuelta, en tiempos de aparente calma, o de anestesia social (para incluir nuestro particular estado de cosas).
 Hoy, precisamente, cuarenta años después, no nos queda muy claro si de aquellas y otras experiencias hemos aprendido mucho más que la rapidez del proceso facilitado por la nueva tecnología: salimos con nuestras pequeñas cámaras a involucrarnos en alguna movilización, montamos con tremenda rapidez una pieza con lo grabado y lo subimos con urgencia a Internet: videoactivismo informativo. Nada que objetar. Lo hemos hecho y lo hacemos si las circunstancias lo piden.
Pero eso es el video y el cine detrás de los acontecimientos, intentando documentarlos, para que la memoria no se desmorone al segundo o para que no nos la arrasen con videobanalidades.
Ahora bien, cuando los hechos no se nos presentan en forma de movilización visible, cuando no tenemos la revuelta delante sino una parte de la población metida “en sus cosas”, cuando vivimos una aparente calma aunque sintamos la inquietud de que algo de fondo no va nada bien, ¿qué pasa con la relación entre el cine y los hilos latentes de la disconformidad, de la rabia, de ese inquietante malestar que no emerge?
El terreno da pistas, por lo menos a nosotros.
Este viernes nos invitó a su casa un joven arquitecto, Daniel del Olmo, que vive en el barrio de Tetuán,  en la zona próxima a la avenida de Asturias y al lado de la Ventilla donde este 29 de enero retomaremos el proyecto de Cine sin Autor. Instalado allí hace un año y medio, Daniel nos ofreció con amabilidad lo que ha venido investigando y recogiendo fotográficamente en sus tiempos libres sobre el barrio y su gente, sobre la evolución urbánistica del sitio y sobre la actuación que el Ayuntamiento de Madrid está comenzando a hacer como proyecto de urbanización del Paseo de la Dirección para los próximos 6 años, lo que supondrá la demolición de parte del entorno. Mientras nos llevaba por sitios y calles recitaba su airado asombro frente lo que se avecina, señalando asuntos cotidianos que seguramente se perderán. No llevábamos cámara pero volveremos con ella. Por esas milagrosas conexiones de la vida, el cine popular que deseamos hacer en nuestros próximos años, tendrá lugar en este barrio particular donde al parecer el ayuntamiento invertirá más de 176 millones de euros para transformarlo de manera substancial, en el que se anuncia una incidencia de un total de 166.157 metros cuadrados, que en su nueva configuración tendrá 74.891 metros cuadrados de red viaria, 35.010 de zonas verdes, y otros 24.036 de nuevos equipamientos, además de construirse 1.700 viviendas.
Mientras tanto, Daniel sigue retratando los tendederos de ropa, las fachadas típicas de la zona, el cartonero, la gente, las pequeñas cosas cotidianas, por un anónimo acto de rebeldía.
Mientras,  su visita y sus comentarios serán posiblemente un documento fílmico que llevaremos a debate del vecindario. No buscamos nada inmediato, ni hacer una pieza documental que hable de la nostalgia de lo cotidiano contra el urbanismo delirante del ayuntamiento de Madrid. No vamos a hacer rápidamente un documental sensibilizador para subirlo a la red. No nos interesan nuestras tesis. El cine que concebimos supone que el  grabar un testimonio como el de Daniel lo hagamos para elaborar un documento que emerja  entre el vecindario y permita un espacio de diálogo y debate, que refleje su trabajo anónimo, sus preocupaciones, su rabia,, para que se confronte y confronte, para que se vean las imágenes de aquello que está pasando en su entorno.
Este gesto de Daniel nos  empieza a dar pistas sobre las posibilidades de un cine haciéndose en las casas de gente, en las esquinas, en sus locales comerciales, en sus plazas, en su centro de salud. Nos empieza a dar indicios de las posibilidades y la utilidad que puede llegar a tener una filmografía que nazca de una población específica, que sea intervenida por ella y que termine siendo de su propiedad colectiva en la gestión de su uso. Pero aún no son más que sueños. Solo el trabajo duradero nos asegurará que nuestra reacción de cineastas se transforme, aunque sea en una pequeña escala, en algo de conciencia social. 
El cine debe conectar realidades y personas. No puede darse el lujo de no detenerse en cosas como las que escribió Daniel en su blog debajo de dos ventanas fotografiadas donde una está tapiada:
Nuevas ventanas se abren, mientras otras se condenan.
Es el preparatorio fúnebre para las pequeñas y ancianas construcciones que aún resisten, incrustadas dentro del entramado urbano de parcelas, de pequeños terruños.  
Parece como si les taparan los ojos, antes de ejecutarlas, de demolerlas.
Son rostros amordazados, que transmiten al paseante la triste agonía de un modo de vida en vías de extinción.
La sociedad ha decidido; esto es lo que queremos, esto es lo que ya no queremos.
Y yo realmente desconozco eso que rechazamos, pero no puedo evitar sentir una especie de nostalgia ajena... 

Parece claro, que lo que la realidad, muchas veces nos exige, es que ya no esperemos más a Godot bajo ese puto árbol del adormecimiento.

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