En cada proyecto de los que hemos hecho o tenemos en marcha, la figura del equipo técnico y sobre todo de quien coordina la realización, se siente atravesada por la tensión que da el poder socialmente otorgado a la figura del director en cine: el que manda, el que sabe, el que tiene el guión, el responsable de las decisiones, el que controla el oficio.
Como en cualquier organización humana orientada a un objetivo, el poder de ejercer la autoridad y la propiedad sobre lo que ese grupo hace, siempre está ahí como valor y operativa de intercambio, como potencia en disputa.
Quizá lo más difícil para un planteo de funcionamiento horizontal a la hora de hacer el cine, no es la propia realización técnica, que también, sino la capacidad que se tenga para gestionar el poder, la autoridad y la propiedad de decidir lo que allí ocurra, y hacerlo de forma justa y particpada.
Conversábamos de esto esta semana con el equipo de ¿Hacemos una peli? en la localidad de Blanca, en Murcia y Helena de Llanos, la compañera que coordinó el proyecto desde el principio, nos hablaba de esta tensión.
Luego de 8 meses de un agotador, intenso y fascinante desgaste para terminar la etapa de rodajes, con decenas de personas, localizaciones de las más diversas en lugares públicos y privados de toda la localidad, y una amplia participación de habitantes del lugar, analizábamos algunos aspectos del trabajo y nos preguntábamos, al fin y al cabo ¿qué es un cineasta o un profesional cualquiera de Cine sin Autor entonces? ¿cual es su verdadera función?
Decimos cineasta para englobar a aquellos que desempeñan por su formación y saberes los aspectos puramente técnicos de un proceso cinematográfico pero también específicamente lo que en cine es la figura del director. La pregunta más bien sería: ¿qué es un NO-director en nuestro caso?