No pensar el cine como en el siglo pasado.
No organizarlo como los del siglo pasado,
No rodar como en el siglo pasado,
No montar como en el siglo pasado,
No exhibir como en el siglo pasado,
No vender como en el siglo pasado
No construir mercado como el del siglo pasado.
No montar fábricas de cine como las del siglo pasado.
Revolucionar el sistema cine del siglo pasado.
Saber que es una suma de grandes esfuerzos como el del siglo pasado.
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La realidad no tiene raccord, es un continuo. No podemos cortar el amor y el dolor a nuestro antojo. Ni la anécdota, ni el frío, ni el disparo, ni el beso. Cuánto más acercas la cámara a la respiración y el montaje a la vida, el racord se hará más verdadero. La escena pueden estar en cualquier parte. Solo el profesionalismo no lo sabe. El profesionalismo que corta el material bajo el tutelaje fantasmal de sus dueños históricos.
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Lo profesionales en el cine son una histórica disfunción narrativa, un elitismo que restringe historias. Solo cabe cambiar los histéricos manejos de la autoridad para que éstos huyan como fantasmas al rincón de lo efímero. Necesitamos una profesionalidad funcional a la imaginación de toda la sociedad, para que se narre la gente y no solamente sus élites mortuorias.
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Toda teoría es sospechosa de inservible mientras no se demuestre que produce transformaciones vivas.
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La imaginación social del cine fue sometida a procedimientos empresariales y terminó construyéndose como una imaginación privada emergida de un monumental ejercicio de negocio privado. Parece obvio que la imaginación social debería ser un negocio público. Los malos tiempos no deben impedirnos planificar con precisión los imposibles.
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