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domingo, 9 de diciembre de 2012

La fábula social del cine, la captación de la vida, la puesta en escena de lo sensible y un consultorio cinematográfico abierto al público


Jaques Rancière abre el libro La Fábula cinematográfica con una cita de Jean Epstein que acaba diciendo que “ el cine es verdad, una historia es una mentira”, una cita de 1921.
Epstein fue un director francés y uno de los primeros teóricos del arte vinculado a la vanguardia  francesa de los años 20.
Rancière utiliza la cita para remarcar que Epstein hecha por tierra en su reflexión la “fábula en el sentido aristotélico... la orquestación de acciones necesarias o verosímiles que, mediante la ordenada construcción del nudo y el desenlace, permite que los personajes pasen de la felicidad a la infelicidad o de la infelicidad a la felicidad. Agrega que “esta lógica de las acciones ordenadas definía no sólo el poema trágico, sino la idea misma de la expresividad en el arte”. Pero - sigue diciendo- “este joven nos dice que esa lógica es ilógica. Que contradice  a la vida que aspira a imitar. La vida no conoce historias. No conoce acciones orientadas hacia un fin concreto, sólo situaciones abiertas en todas direcciones. No conoce progresiones dramáticas, sólo un movimiento largo, continuo, constituido por infinidad de micro-movimientos”.

La reflexión va ubicada en el debate de aquella época, donde este primer movimiento crítico se planteaba si la potencia del cine no estaba más bien en esa capacidad de registro de la realidad de sus orígenes donde el artista “ni engaña ni puede engañar, pues no hace otra cosa que registrar” . Se planteaban si había que resignarse a que el cine tuviera que contar historias, vincularse servilmente a la literatura o, por el contrario, se debía abrir a la exploración de la pura percepción del movimiento y la luz. “ Racionalidad de la trama... o efecto sensible del espectáculo” dice Rancière.

Germaine Dulac, otra de las integrantes de aquel movimiento murmuraba en sus textos con claro malestar que con el cinematógrafo “no se intentó averiguar si en el aparato de los hermanos Lumiére yacía, al igual que un metal desconocido y precioso, una estética original; nos limitamos a domesticarlo convirtiéndolo en tributario de unas estéticas anteriores, despreciando el examen profundo de sus propias posibilidades”

domingo, 2 de septiembre de 2012

Sutil tiranía estética sobre lo social sensible o ¿cómo no perdernos en los laberintos del cine?

Hace unos días tuvimos una nueva sesión con un grupo de jóvenes que están haciendo su corto. Llegaron un día con el interés de hacerlo sobre el tema de “la soledad”. Traían sobre todo imágenes bastante definidas de lo que sería el film. Un corto muy visual que estaría acompañado de algunos textos propios. Un arranque que, de desarrollarse, tendría una narrativa más bien poética. Ahora han comenzado a elaborar un story fotográfico, plano a plano. Una manera muy eficaz de hacer emerger el imaginario, de previsualizarlo con más detalle y que permite planificar mejor el rodaje.

En la última reunión, llegaron con un nuevo miembro y con cierto estado de confusión. El joven que se había integrado es guionista y había hecho ver al resto que a las escenas les hacía falta conclusión, que no decían mucha cosa porque no había una historia clara que contar en ellas.

Habiendo aceptado la carencia que el guionista hizo notar, una parte del grupo entendió que había que replantearse un poco las cosas. Algún comentario lo expresaba con sinceridad y llegando a decir algo así como: está claro que no tenemos idea de cine, así que será mejor revisar lo que tenemos.

El debate se extendió en función de si había necesidad de abordar esas “carencias” claras que remarcaba el compañero guionista.


Luego de un rato de rodear esta discusión y de sentir cierto grado de confusión en el grupo, los miembros del colectivo hicimos un diagnóstico en voz alta de lo que creíamos que estaba pasando. Más allá de las personas, para nosotros se daba una vez más un conflicto habitual entre un saber específico, de especialista y un supuesto “no saber” amateur, profano.

domingo, 8 de julio de 2012

La caja de pandora del imaginario social. Liberar la autoría para liberar el cine.

Escribir de cine siempre ha sido más fácil que hacerlo. Así que decir que “trabajamos con el imaginario social de la gente y no con el imaginario profesional de los guionistas, realizadores o directores” (el equipo de Cine sin Autor en nuestro caso), es una frase fácil de construir pero compleja de materializar. Más bien, la utilizamos como un axioma para recordarnos cuál es el material que detona nuestro trabajo o al servicio de quién estamos. Se trata de su imaginario y no del nuestro - solemos repetirnos -.
Luego, la zona operativa donde termina el mundo mental de unos y otros, de la gente y del equipo de realización es, quizá, imposible de delimitar. Y tampoco hay por qué hacerlo necesariamente.
Llevamos varias semanas llegando a una sensación liberadora que se gestó en estos años de trabajo. Nuestra tarea se parece cada vez más a la de los antiguos directores de fábrica del cine clásico, que debían poner en escena, coordinar y dirigir lo que en el guión estaba escrito. Era un encargo, una función pagada en la cadena de producción.