Quienes nos siguen saben que uno de los proyectos, el primero que comenzó a tener continuidad en la Fábrica, fue la película de Gioacchino Di Blasi, el italiano octogenario que nos encontramos en la plaza de Legazpi del barrio y que desde ese mismo momento comenzó a ser parte de nuestras vidas.
Un imaginario de ochenta años ha visto mucho y en principio podría parecer difícil seleccionar lo que quisiera representar. Aún así, Gioacchino supo introducirse en su memoria con valentía para empezar a extraer de allí, los momentos sustanciales que le conformaron la vida, costara lo que costara. Ante tal actitud, nos prometimos empezar por capítulos, y en enero tenemos que rodar la última escena del primer capítulo.
Cuando el 2 de enero volvimos al estudio para empezar a preparar cosillas mientras compañeros y compañeras regresan de la interrupción navideña y sus etcs, nos pilló la noticia de que Gioacchino llevaba varios días en el hospital diagnosticado con un cáncer terminal. No quiso avisarnos para no interrumpir nuestras vacaciones. Menudo respeto, le dijimos.
Antes de llamarle por teléfono se nos vinieron muchas preguntas sobre qué hacer en este momento. Además de seguir acompañándolo, obviamente, el qué hacer se refería a la película. Luego, su hija Giovanna al teléfono, despejó toda duda. “No hace más que pensar en la película y tiene muchas ganas de verlos porque quiere acabarla como sea”. “Si no fuera por la película, ya se habría dejado morir”, nos dijo una vez salíamos del hospital.
El jueves tuvimos que salir pitando ante otra llamada porque los médicos habían detectado una caída importante de los signos vitales y no daba tiempo a más esperas.
Al final fue un susto solamente aunque su situación es extrema. Nuestras visitas se han convertido en sesiones de trabajo a escondidas en la sala del hospital.