En estos días de inactividad impuesta por el calendario, se suceden los balances, bastante ridículos por cierto, ya que si la maquinaria del vivir va a tope y no encontramos ni mínimos resquicios en la vida diaria para pensarnos con distancia, serenidad y cierta disciplina, de poco vale un relato anual que nos contamos entre turrones, desajustes emocionales y cuentas familiares generalmente irresolubles. Pero vamos a ser optimistas y a pensar que hay gente que se la pasa muy bien en este berenjenal de cortocircuitos sanguíneos.
Si tenemos que hacer ese ejercicio evaluativo de lo que fue el año 2012 del Cine sin Autor, que por suerte hacemos cada semana pero sin tanto turrón, pues destacaríamos la sucesión de encuentros.
Hace un año, justamente, quienes iniciamos el colectivo, nos encontrábamos bastante solos y dispersos, acosados por el estallido de este homicidio social al que le llaman crisis.
El año 2012, lo comenzábamos con una reunión, justamente, de crisis, donde el tema central era la ineficacia que provocaba nuestra dispersión. Posiblemente lo comentamos aquí. Cada quien estaba inmerso en su propio autismo de precariedad.
Luego de esa reunión apareció la idea de crear la Fábrica de Cine sin Autor, que se planteó como un nuevo objetivo grupal, una revitalización del cuidado mutuo, y un horizonte de exigencia en el trabajo para la amplificación de la acción cinematográfica. Solos, decíamos, nos disolveríamos en el padecimiento de la agresión social, en la desarticulación de lo que nos había dado coherencia y en la pérdida, en definitiva, del sentido común, del sentido que habíamos elaborado por años, en común.
Decir “vamos a poner a funcionar una Fábrica de Cine sin Autor”, fue un ilusionante acuerdo aún cuando ni sabíamos si era posible, ni dónde, ni cuánto esfuerzo podía suponer. Coincidir en el hablar es muy fácil.