domingo, 21 de diciembre de 2008

La confusa validez del “momento cualquiera”. Ecos de Comolli.

Leemos en los escritos de Jean Louis Comolli hablando del cine directo: “La utopía del cine directo, después de la Nouvelle Vague y de los primeros films de Jhon Casavettes es el de (re)familiarizarlo... Los primeros films de los los Lumière ¿no eran acaso primordialmente films familiares?...algo del sueño vertoviano de una vida filmada de improviso...”
En estos últimos meses nos tocó hacer un Documento fílmico de hora y media sobre la okupación de una casa por un grupo de jóvenes en Madrid.
Pegamos la cámara a los simple, al sistema de gestos, al microacontecer cotidiano, a los segundos y luego montamos las secuencias. Cine familiar para uso de sus protagonistas. Pero luego nos encontramos con una especie de resistencia a encontrarle a aquella pequeña película, su validez. Prejuicios a la hora de verlo pensando en exhibirlo.
Posiblemente se trata de una validez comparativa, búsqueda desesperada del valor de secuencias ¿sin historia?¿sin mensaje? ¿sin ideología?. Los y las jóvenes de la okupa, discutieron al verlo sobre su valor político y dudaban de la posible utilidad de una película sin ese "discurso político evidente".
Las preguntas nos surgieron en el propio acto de “ver para montar”: ¿La vida cotidiana tiene historia?. ¿La contemplación de la vida en tiempo real tiene sentido narrativo y discurso ideológico incorporado? ¿No será que le exigimos al acontecer una concordancia con los discursos, relatos, ideologías aprendidas, sentimentalidades narradas, que vienen como espectros despóticos y fantasmas malolientes a exigirnos “el sentido de las cosas” sin dejarnos contemplar el simple acontecer de nuestra “microcotidianidad”?.

Un cine de “momentos cualquiera” ¿no es cine? o ¿estamos entrenados para ver, a veces, estupidamente, lo cotidiano como si fuera una historia, una exposición ideológica, una narración coherente, un relato que cierra?

Volvemos a Comolli: "se trata de quitar la máscara de las convenciones o -mejor- del juego de roles que a través de las expresiones económicas y políticas dominantes parecen haber dejado de lado toda autenticidad en las conductas, las prácticas, los cuerpos, las palabras".

Ahora nos hemos obsesionado. Cada vez pegamos más la cámara al detalle y nos olvidamos del tiempo. “Filmar para ver”, se llama el libro que citamos y que recuerda la máxima godardiana. Pues “montamos para volver a ver”.
Antes, lo que nos interesa es seguir viendo la preparación lenta de un cigarro, el muro que está derribando la italiana en la okupa, el water lleno de mierda que están destapando ahí al lado el otro compañero, el aplauso exitado por el enganche de la luz, el abrazo de cariño en mitad de los escombros, el silencio cansado del que se ha dormido en un sofá lleno de polvo o la policía grabada por un minúsculo agujero cuando aparece en la puerta y nos amenaza por apuntarles con nuestra cámara desde la azotea.

Si para algo nos sirven estas armas del registrar, es para ver cada vez mejor. Para ejercitar la contemplación desprogramada de lo cotidiano sin tanta farsa espectacular e ideológica. Si para algo nos obsesionamos con montar películas sobre el microacontecer de los seres que queremos, es para asegurarnos, por lo menos, de que no nos quiten la validez de nuestros “momentos cualquiera”, la validez del gesto que ¡claro que es político, siempre!, la validez de documentar nuestro cotidiano para tener algo que no nos haga olvidar lo discreto y continuo de nuestra vida.
Después de todo, las formas capitalistas de ser necesitan personas sin memoria y la cámara nos sirve para no seguir ese cínico juego.
Eso... ¡ que estamos grabando!.

domingo, 14 de diciembre de 2008

La diseminación de la Película "insuficiente"

Richard Dyer analiza “Las estrellas cinematográficas” en el libro que lleva este nombre.
Nos quedamos en el capítulo 6 cuando dice que “la imagen de una estrella se crea mediante textos mediáticos” y los enumera: promoción, publicidad, película, crítica y comentarios.
Es cierto que la película tiene en esta “cadena de producción” de la “imagen de algo o de alguien”, un lugar distintivo pero no único.
Hablamos de una imagen fuerte que produce efectos no desestimables y que nos habla con claridad de que aunque es cinematográfica no la produce solo un film que circula. Imagen cinematográfica creada fuera de ella, producida por otra cantidad de textos, en su afuera.
Su afuera, significará, imaginamos, en la mente del espectador conquistable. Si el dinero fluye bien y en gran cantidad, en el sistema industrial: la promoción prepara, la publicidad difunde y repite, llega la película y reafirma, aparece la crítica y la consagra y finalmente coletean los comentarios para dejar su eco. O todo se da simultáneo.
Es un sistema de producción. El canon de la manufactura fílmica.
Dyer cita en páginas anteriores una frase de Edgar Morin: “Las características internas (del sistema del estrellato) son las más importantes del capitalismo financiero e industrial a gran escala. El sistema del estrellato es, ante todo, fabricación... las técnicas industriales han convertido definitivamente a las estrellas en una mercancía destinada al consumo de masas”

Fabricación metafilm, decimos. Exhaustivo trabajo pre y post película. Preventivo y postraumático. “Lo que va a ver usted es esto...¡véalo!....¿vio como lo vio?...pues, eso”.

Pero si nos ponemos a pensar, las películas hechas para la conquista masiva, también responden a los mismos parámetros. Hay que hablar, entonces, de la caducidad de estas maniobras del imperialismo cinematográfico.

¿Y si volvemos a la idea de que una película es todo lo que se hace para producirla, distribuirla y exhibirla y es también los efectos sociales que produce?

Si diseminamos la representación a la complejidad de su elaboración y existencia, quizá rompamos un poco la mirada del espectador pasivo que alucina mirando un film. En la misma película podríamos incluir la negociación del accionista con el productor, la vida del ayudante de producción que gana una mierda por su trabajo, o las reacciones de unos jubilados a la salida de una exhibición que dicen que se lo han pasado pipa. Por decir algo.

Después de todo es la misma industria del cine la que actualmente marca la pauta de que es insuficiente ofrecer a “los consumidores” la sola película. Hay que ofrecer escenas del rodaje, entrevistas, opiniones de expertos, trailer promocional, ruedas de prensa con periodistas. Todo un cine-pack. La propia industria cede ante la incontrolable evidenciación de la información. Y ¿quién ha dicho que una entrevista sobre la película, o el propio rodaje, no son también la película?

Es una manera de liberarnos un poco de tanto batiburrillo y canon productivo. Hay posibilidad de película donde hay una cámara y una firme disposición a hacerla. Las biografías no son la vida del biografiado o la biografiada, son solo una miserable síntesis de la vida que se escapa. Una película son solo los restos ordenados y antojadizos de un sistema de producción, puerta de acceso a un complejo social y económico que lo posibilitó. Pero esto no es nada nuevo. Ya sabemos que hemos abandonado aquella antigua caverna donde las sombras eran el único espectáculo posible. Aquella antigua película está agonizando porque agoniza el sistema de cómo producirlas. Hagamos circular el saber hacer películas. Okupemos el Cine haciéndolas.

sábado, 6 de diciembre de 2008

La Audiovisión de Michel Chion. Algunas preguntas alocadas.

Luego de leer el libro “Audiovisión” de Michel Chion (que no estaría mal releerlo) donde hace una recopilación de sus investigaciones sobre las relaciones entre el sonido y la imagen en la percepción humana, nos queda dando vuelta esa idea de que muchas de nuestras experiencias actuales con respecto al audiovisual ya no se ven, sino que se “audioven” y que el acto se presenta como una percepción específica: la Audiovisión.
El libro por momentos parece un lucidísimo intento de recordarnos algo así como un “había una vez un ser humano que tenía dos sentidos, oído y vista, acostumbrados a contemplar por separado el mundo sonoro y el visual” (exagerando, claro, salvo en caso de invidencia o sordera siempre tenemos los dos activos).
Pero es verdad que hoy día “audiovemos” productos y obras culturales audiovisuales a troche y moche. Es decir, creaciones que se valen de las dos materiales, sonoro y visual, para producir representación discursiva. Al cine le costó lo que le costó capturarlos sincronizadamente y hacer con ellos lo que hizo. De ahí todo lo que siguió o se agregó.
Nos preguntamos si, a base de tanto entrenamiento, nos damos real cuenta de haber desarrollado este Aparato perceptivo específico de la Audiovisión. Que hemos mutado, vamos.
Siempre se enseña el aparato de la vista y el aparato del oído. ¿Pero el aparato de Audiover?.
Las relaciones contaminantes entre ambos sentidos para producir, juntos, determinados efectos en nuestro interior son, de todo, menos simples. Y mucho nos aventajan los que llevan un siglo conquistando dicho aparato (el mismo en que tardó en generarse la mutación).

Y ya, si nos asomamos a las generaciones nacidas en cunas de nuevas tecnologías, pues vamos bien. Ya no leen, se queja bastante el sector docente envejecido, que siempre parece querer introducir a las nuevas generaciones, no al mundo de las herramientas con que conviven, sino al mundo de las herramientas en que han vivido ellos y ellas. El mundo que ya no es.
La alfabetización (aprender a leer y escribir) ha sido la gran batalla de la concientización crítica, cosa entendible pero no menos discutible. La era de la palabra escrita que se hace circular en ese artefacto libro, con su coherencia de signos y lectura. Libros que, aún hoy, ni siquiera, tiene la mayoría de la población de muchos países como se los tiene en el mundo (iba a decir desarrollado pero mejor digo democrático-consumidor capitalista - por no estropearlo y ser educado).

Pero, si ya esto puede ser polémico, ¿qué hacemos con el mundo de la Audiovisión cultural?
Podemos preguntarnos si las generaciones urbanas nuevas que capturan la realidad desde cualquier dispositivo con absoluta rapidez y que, igual de rápido, manipulan, editan y hacen circular sus opiniones mediante elementos audiovisuales (musicas, voces, sonidos, fotografías, videos casi instantáneos) no son tribus que en el futuro se expresarán más con Audioimágenes que con palabras escritas o leídas.
Audioimagen, después de todo, es una buena y útil célula comunicativa, básica para construir abecedarios y movernos por el planeta de la Audiovisión que nos plantea Michel Chion.
Audioimagen: unidad mínima de expresión que combina una imagen con uno o varios sonidos (incluída la voz humana) o un sonido con una o varias imágenes (incluída la palabra escrita) con las cuales se puede crear un discurso audiovisual o cinematográfico.
El cine y el audiovisual en general no son más que flujos, secuencias pensadas de Audioimágenes para expresar nuestras percepciones y concepciones del mundo.
Bueno, cosas que nos ponemos a pensar. Le daremos más vueltas, claro.