domingo, 16 de mayo de 2010

Nota sobre la intervención social en la proyección y montaje en making- ON. Desactivando la vieja exhibición del cine.


Abrimos una brecha más. Nos juntamos un pequeño grupo para ver la última secuencia de 20 minutos para el visionado mensual de Sinfonía Tetuán que trataba de una pareja mayor, Perucha y Consuelo, que viven en el barrio y que tienen una historia riquísima que aquí no podemos describir por el corto espacio.
Habíamos preparado el montaje para una interrupción que posibilitara explicaciones por parte de ellos al resto de personas que estábamos ya que reconstruimos un momento dramático de sus vidas mediante su relato en off mientras veíamos sus manos sacando fotografías y álbumes familiares de sus cajones. La pieza tenía 5 minutos de introducción hasta un fotograma que planteaba una pregunta que la pareja debía contestar.
A partir de esa oportunidad de intervenir, la exhibición de la secuencia tomó otro carácter. Luego de que ellos explicaran varios asuntos de su historia que el arranque del video no reflejaba, retomamos el visionado. Pero algo nos libero de la costumbre de aquellos espectadores pasivos que solemos ser para convertirnos en comentadores de las imágenes junto con Perucha y Consuelo, al mismo tiempo que seguíamos viéndolas.
Retomamos el visionado que trataba de la reconstrucción de una de sus tardes habituales: prolongadas secuencias sin diálogo alguno de ella en su casa después del almuerzo lavando la cocina y cociendo unas impresionantes mantas artesanales alternadas con imágenes del Perucha en el taller de bicilcletas donde también construye un barco por puro hobby. A partir de este momento comenzamos a simultanear las imágenes con preguntas, comentarios y bromas sobre lo que veíamos.
Nuestras cámaras en ON registraron el momento. Así que estábamos agregando voz colectiva a unas imágenes privadas que podrán ser insertadas en el montaje posterior. Aquella vieja exhibición cerrada que pretende siempre seducir al espectador habitual de cine sin derecho a modificación alguna de lo que ve, fue sustituida por un momento social de encuentro alrededor de lo que estábamos viendo. Llegó un momento en que tuvimos que parar otra vez el visionado porque las preguntas y explicaciones requerían más atención que las imágenes.
Luego retomamos el video hasta el final pero siempre con la libertad de poder comentar y debatir mientras pasaba.
Esta desactivación de la vieja exhibición era una dificultad que arrastrábamos con el visionado desde el principio. De esta manera nos abrimos a un escenario diferente de construcción de un documento fílmico y de la operativa de exhibición.
El desafío que abre desactivar un viejo uso como este supone madurar varias cosas. Por un lado la construcción del montaje debe cambiar ya que el significado no debe estar contenido herméticamente en el documento fílmico con una coherencia narrativa y un guión cerrado. La significación puede ofrecerla el propio espectador o espectadora con sus reacciones o proposiciones y ya no como un foro post-film que es el uso habitual de la palabra del público en una exhibición convencional, sino como verdadera intervención en tiempo real de la exhibición que incluso puede derivar en debate social o llegar a interrumpir la propia proyección.
La narrativa del montaje, que siempre la tiene cualquier pieza fílmica, siempre puede interrumpirse, obviamente, como ante cualquier hecho inesperado, pero lo que vemos como un camino de intervención es justamente que el propio discurso fílmico que se plantea en el documento sea concebido, formalmente con un ritmo y unas características que por sí solo pudiera generar, si no lo hay, la reacción de los o las espectadoras.
Esto podría concebirse como un foro diferente y nada más. Pero la propia mecánica del making ON, de la cámara grabando también estos visionados, es lo que abre la posibilidad de inclusión de opiniones, propuestas y reacciones en el propio transcurrir de un film que se monta posteriormente.
El momento de una exhibición convencional es siempre una interrupción en la relación social de los que acuden a ver la pieza audiovisual. Como mucho, se pueden saludar al llegar, si se conocen, comentar mientras se van o hacer un breve debate posterior, pero sabemos perfectamente que cuando se apaguen las luces y hasta que se enciendan, la relación social se parece mucho a una colectividad de fantasmas seducidos por un gran cuadro de luces con sus correspondientes sonidos venidos de otros rincones de la sala. No se puede interrumpir el film. ¿Por qué no se puede interrumpir una película?. Porque está concebida con los criterios de seducción mercantil. No hay significados fuera de la representación. “¿Qué paso?” pregunta cualquiera que va a un baño o que llega tarde. “Te lo has perdido” contestamos el resto con esa sensación molesta y arrogante de quien no se ha perdido nada y ha cumplido con el ritual. Una película nos deja imbuidos en los significantes, las sensaciones, la audioiconografía en movimiento que crearon otros con su ideológica subjetividad. El contrato supone al espectador digerir lo expuesto para luego dicernir lo digerido. No nos está permitido interrumpir ese costoso edificio audiovisual mientras ocurre para debatir socialmente con los presentes si es un hecho aceptable o no lo que sus productores nos muestran. Ya sabemos que para el avance de la reacción del viejo espectador han “programado” la multimilonaria era de los video juegos: la intervención (interacción) controlada por los productores y sus programadores de la nueva narrativa industrial. Por algo se le dice a su máxima expresión: simuladores.... de la realidad. Intervención, sí, pero en el mundo virtual que se ha simulado.
Ayer, la pregunta que pusimos en el fotograma con que interrumpíamos el visionado era: ¿La derrota del Perucha? Dado que la reconstrucción de los primeros minutos comenzaba con un artículo del diario El Pais que salió cuando a esta pareja le derrumbó la casa el IVIMA, (el brazo mobiliaramente armado de la Comunidad de Madrid) que se titulaba precisamente: La derrota del Perucha. Nosotros abrimos la intervención para que nos respondiera si su historia podía definirse así: como una derrota. El contestó luego de su explicación con una sonrisa: ¿derrota? ¿con veinte años que llevo aún (de pleitos)?... (cargaba para la sesión uno de sus cinco cuadernos lleno de mapas y fotos de su historia de glorias de ciclista y de pleitos por el taller que le tiraron pero que jamás le devolvieron). El IVIMA les dio una casa pero no un sitio para su taller. Los terrenos eran de su familia de toda la vida. Okupó un lugar para poder seguir trabajando. Lo amenazaron muchas veces con echarlo. Aún sigue ahí.
No hay una sola secuencia de las que hemos grabado este año en que no aparezca el escandaloso asunto de la expropiación de viviendas en el barrio donde trabajamos. No lo hemos buscado para nada. Tampoco queremos que el barrio conserve su precariedad folklórica. Pero es una constante que empieza a generarnos una interrogante profunda a medida que registramos: ¿qué putas es este progreso urbanístico y cuál es su verdadero coste social?
A esto le llamamos intervenir las imágenes. A que podamos reaccionar a partir de ellas, contarnos, enterarnos, irritarnos e incluso tomar decisiones mientras corre delante de nosotros un documento fílmico de Cine sin Autor. Hemos renunciado a hacer cine con su vieja operativa. Por eso necesitamos reventar uno a uno todos sus procedimientos.

1 comentario:

  1. Hola Gerardo

    he llegado a tu blog enlazando desde otros y me parece muy interesante lo que haces/ haceis. En este artículo ha dado en el clavo de porqué no se puede interrumpir una película, y en el caso que comentas, con los protagonistas presentes, es de lo más lógico interrumpirlo. Sin ir más lejos, los videoforums o cineforums, que serían propicios para esas interrupciones, no responden a esa premisa tampoco. Yo soy más partidario de un visionado anterior de cada películas/reportaje/secuencia, individual, y ya en grupo porceder aparar cuando sea necesario y cabal, algo más parecido a un club de lectura para discutir un libro que hemos leido anteriormente. Buenos artículos por cierto, como el del Plan Ceibal.

    Un saludo

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