lunes, 28 de junio de 2010

El cine descontrolado y ese estado social de rodaje.. en que puede convertirse un barrio. Plató-realidad.


No nos cuesta mucho imaginar un plató de televisión, o igualmente, unos estudios de grabación, con ese hormigueo de operadores y profesionales de la industria televisiva o cinematográfica. No deja de despertarnos interés cualquier making off de la producción que sea, que nos permite ver ese momento especial en que se origina el simulacro de la vida que supone cualquier interpretación. Aquel film de 1952 de Vincent Minelli, Cautivos del Mal, gran retrato del Hollywood de los grandes estudios nos mostraba una escena donde la cámara comienza encuadrando a la actriz y el actor en un momento de tensión dramática para luego irse fijando lenta y progresivamente en todo el equipo de producción que como primeros espectadores privilegiados miran la escena que se está desarrollando delante de ellos como si de la vida misma se tratara.
Maquinaria, luces, asistentes, actores y actrices, profesionales de todo tipo, visitantes, curiosos, pueblan cualquier plató, estudio o escenario natural elegido para la ficción. Multitud que de pronto se paralizará para dejar paso a la simulación de una acción concreta en medio del aparente caos dejando paso a esos segundos o minutos de espera en que se interpretará una situación para que las cámaras la capturen, para que luego sea o no sea material de montaje.
Generalmente todo este ritual fílmico lo gozan (o lo padecen) los profesionales de estos medios. Generalmente está sustentado en una inversión de dinero que le da sentido a todo aquello.
No quita que sean experiencias realmente únicas porque pocas veces el acto de creación de representación, incluso de un solo plano, una sola acción , suponen tanto trabajo organizado.
Aquí afuera (del viejo cine), en cambio, pues siempre empezamos todo al revés ya que nos hemos empeñado en seguir los devenires de un cine del siglo XXI, impuro e incorrecto.
Nosotros tenemos un plató-real y vivo que no hace más que crecer en posibilidades pero que, al mismo tiempo, se nos está volviendo incontrolable.
El jueves pasado reunimos a algo más de 30 vecinos y vecinas para el visionado de un documento-resumen con pasajes de lo grabado durante los últimos 6 meses. Esta vez, en el marco del Festival Tetuanarte, acudieron personas de otros barrios que después de un debate, propusieron e invitaron para que Sinfonía Tetuán pudiera operar en otros lugares de los que grabamos habitualmente, con nuevas historias, nuevos escenarios, situaciones y personas posibles.
Los vecinos y vecinas que van visionando o protagonizando los documentos de Sinfonía Tetuán, van rompiendo lentamente esa expectación pasiva del que solo mira, para volverla intervención propositiva del que también produce, sugiere, guía, recomienda o protagoniza lo que propone. Es solo el primer semestre de trabajo constante.
Tenemos, entonces, un inmenso plató de la realidad donde se está disparando la posibilidad de grabar, documentar vidas, ficcionarlas incluso, retratar escenarios y situaciones. Cada vez vemos más disposición de personas que con entusiasmo y espíritu colaborativo permiten entrar unas cámaras en su intimidad, en su trabajo, en sus relaciones. Varias caras se repiten ya, otras por primera vez y otras aparecen después de tiempo, como dos vecinas que no habían acudido desde el primer visionado (hace más de un año) y que venían dispuestas a disculparse y a prometer engancharse de esta experiencia. ¡Un año después!. Permanecer permite disfruar de estos lujos que da la espera: vuelva cuando lo crea conveniente, que este cine seguirá aquí.

Esta multiplicación de “lo posible fílmico” sumado al “nomadismo de la proyección” (nos empieza a estimular el hecho de exhibir donde grabamos), hacen de este proyecto y por su propio método un “cine realmente descontrolado”, desbordado por la misma realidad.
Y si las personas de esa realidad son las que nos ponen el desafío que podría llevarnos dentro de un tiempo a un “estado social de rodaje” permanente, a nosotros lo que nos hace falta es lo que la vieja producción tiene como primero: los profesionales y el equipamiento a disposición.
Este estado general de rodaje que podría instalarse en el tiempo en las y los habitantes de la zona, esta “propensión a ser registrados”, creemos que son gérmenes (muy tímidos, claro) de “nuevas actitudes del espectador-productor” que se va sintiendo dentro de la producción que acaba de ver, y reacciona proponiendo y proponiéndose para ser parte o guía de algunas de sus secuencias futuras.
No tenemos ni los operarios ni el material de rodaje suficientes como para atender tal demanda.
Nos gusta imaginar el futuro con pequeños equipos de rodajes compuesto por diferentes personas que durante la semana realizan en sus esquinas y lugares del barrio sus propios films. Nos viene a la memoria la imagen que transmiten los nigerianos que cuentan así su Nollywood. Pero es evidente que frente a tal “estado social de rodaje” no tenemos un “tal estado infraestructural de producción” como para atenderlo en su justa medida.
Escenario y demanda. Operarios y material técnico.
Operarios. La próxima temporada, comenzaremos el camino hacia un laboratorio permanente de Cine sin Autor en el Centro de Adultos de Tetuán. No sabemos como irá. Un nuevo estado social de producción no aparece por un acto espontáneo. Debemos compartir con diferentes grupos y generaciones la visión de este trabajo que pretende desarrollar otra mirada de lo audiovisual y lo cinematográfico. Intentamos sustituir los operarios del viejo cine con la emergencia de cineactivistas locales que cinematografíen a su manera su entorno inmediato. Discutir y ofrecer herramientas para crear el hábito de otra mirada. También habría que hacerlo en el nivel escolar.
Un barrio que se quiera grabar, más cineactivistas que quieran trabajar no sería totalmente suficiente. Siempre queda esa materia pendiente, la parte más privatizada de cualquier historia social: los medios de producción, la maquinaria y su conocimiento técnico.
De esto podemos hablar con un ejemplo que el lector o la lectora pensará, seguro, que es puro recurso literario para cerrar el artículo, pero juramos que los testigos confirman que hablamos de la realidad.
Este jueves al que nos referimos, a la misma hora en que nos reuníamos en la asociación para hacer el visionado, justo al lado de nuestra puerta, desembarcaban dos camiones con operarios y material técnico de producción audiovisual. Operarios que hablaban por sus walkie talkies, que bajaban cables, luces y aparatos y generaban la típica expectación de un rodaje. Mientras, un grupo de curiosos y curiosas se aproximaba al lugar.
Con ello descrubrimos que en el barrio existe una productora de alto standing de cine y televisión que tiene al lado mismo de la asociación, un local.
A la salida de nuestro visionado le preguntamos a un joven que estaba en uno de los camiones y nos reveló el secreto: van hacer un plano de noche en esa esquina para un anuncio publicitario y están esperando que se vaya la luz.
Y... lógico, a uno le funciona la cabecita: ¿Dos camiones con arsenal de producción para un plano nocturno de un anuncio publicitario? ¡Lo que haríamos nosotros con esos dos camiones!¡Por favor!
Pero no hay asombro. Ese es “el estado de las cosas”. En la misma calle y a la misma hora, a menos de 100 metros, en un barrio de Madrid, estaban conviviendo dos modelos de producción. Uno, donde la gente se ofrecía como historia para protagonizarla y guiarla, espectadores y espectadoras que están abandonando su condición pasiva para convertirse lentamente en productores de sus imágenes con la colaboración de unos realizadores.
Otro, con dos camiones de medios técnicos a su disposición utiliza el escenario real para la elaboración de un plano de un anuncio publicitario.
Uno, con las imágenes devolviéndose a sus protagonistas para su continuación. El otro, que se lleva ese plano a un laboratorio secreto que lo incluirá en los breves segundos de un anuncio, seguramente televisivo y en el que nadie ha podido decir ni mu.
Uno, que se va haciendo parte del barrio. El otro que se mueve dentro de su tiempo-apuro marcado por el mercado y sus ritmos y que aunque fisicamente son vecinos, son parte de ese tiempo agresivo que solo sabe huir.
Claro está que nuestra desventaja en medios es evidente. Pero algunas cosas nos dieron plena satisfacción. Una, que ya podemos hablar en este barrio de dos modos de producción. Dos, que descubrimos que los camiones son muy grandes y entorpecen la vida del cine y el cine de la vida. Esto ya nos lo enseñó con valentía Pedro Costa. Tres, que su agitación dura unos instantes y nuestra relación sociocinematográfica se afirma con el tiempo....
Eso, y que siempre los veremos marcharse. Como José, al que retrataron los colegas de Tetuánfotoacción, que dicen que muchas tardes saca su silla a la puerta del bar jabugo-madrid situado en la calle Bravo murillo y contempla la vida del barrio...desde hace décadas...
Sí, sí. En esas estamos, porque nos hemos empeñado en salirnos del tiempo... capitalista... del cine.

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