domingo, 5 de septiembre de 2010

¿Qué es un autor? con apostillas de Daniel Link... ¿cómo le explicamos Foucault al mecánico?

Cuando comenzamos hace algunos años esta reflexión y práctica, el texto de Michel Foucault “¿Qué es un Autor?” aún siendo una reflexión sobre el autor de textos, a partir de lo que allí se definía como “función de autor” nos permitió identificar mejor aquello que queríamos hacer desaparecer: el “dispositivo autor” de discurso, que en nuestro caso se trataba de la representación cinematográfica. Ubicamos así una serie de funciones de autoría que luego nos permitió avanzar en el camino de la sinautoría como ruptura frontal contra la propiedad privada en el proceso creativo. Por eso cuando nos enteramos que había sido publicado otra vez el texto del filósofo francés con apostillas de Daniel Link lo compramos con la ilusión de ver algún comentario que arrojara luz sobre este tema para nuestro hoy.
Pero la publicación es simplemente una reproducción del texto y tales apostillas una cuestión informativa, académica, una ubicación histórica del texto en el desarrollo de la obra de Michel Foucault y en los debates intelectuales del momento en que fue presentado en la Sociedad Francesa de Filosofía en febrero de 1969. Decepción de la que no tiene la culpa el libro sino nuestra expectativa. El tema de la muerte o desaparición del “dispositivo autoral y sus funciones”, desde esta época en que Foucault y Barthes (La muerte del autor) lo enunciaron, parece haber seguido siendo un tema de académicos. A los no académicos, nos cuesta entender y justificar que los temas fundamentales que nos atañen y condicionan, sean tratados siempre con un elitismo expresivo socialmente irresponsable. Cualquiera está en todo su derecho a especializarse en lo que le de la gana. De lo que sospechamos cada vez más maliciosamente es de que tal especialización signifique una campante irresponsabilidad social y política con respecto al común social al que no se le facilita la participación.
¿Cómo le explicamos Foucault o Barthes a Don Luis, el mecánico? ¿O es que creemos que el tipo que tiene su instrucción en mecánica y motores no tiene capacidad para comprender que tenemos un problema con la cultura que posiblemente sea el mismo que tiene el con la industria automotriz, la fabricación de las piezas, el diseño de los motores, la actual división del trabajo en el sector y un largo etcétera? Veamos. Barthes,
“El autor es un personaje moderno, producido indudablemente por nuestra sociedad, en la medida que ésta, al salir de la Edad Media y gracias al empirismo inglés, el racionalismo francés y la fe personal de la Reforma, descubre el prestigio del individuo o dicho de manera más noble, de la “persona humana”. Es lógico, por lo tanto, que en materia de la literatura sea el positivismo, resumen y resultado de la ideología capitalista, el que haya concedido la máxima importancia a la “persona” del autor. Aún impera el autor en los manuales de historia literaria, las bibliografías de escritores, las entrevistas en revistas, y hasta en la conciencia misma de los literatos, que tienen buen cuidado de reunir su persona con su obra gracias a su diario íntimo; la imagen de la literatura que es posible encontrar en la cultura común tiene su centro, tiránicamente, en el autor, su persona, su historia, sus gustos, sus pasiones...”
Pero nosotros que estamos desactivando lo autoral del cine, se lo tenemos que decir a Don Luis:
“¿Cómo va la cosa, Don Luis. Mire, es que somos vecinos y hacemos cine. Estuvimos grabando el otro día en la casa de Doña Berta que le conoce a usted y nos dijo que a lo mejor se animaba. Por eso venimos. Sí, armamos una secuencia con ella y su marido... ¿Le contó? Estuvo bien. Claro, pues eso. Bueno, nosotros hacemos un Cine sin Autor que es otro tipo de cine, películas del barrio que las hacemos juntos. Decimos sin autor porque no viene un tipo a dirigir todo, ¿sabe?, como hacen los cineastas generalmente... ¿Le parece si pasamos un día juntos y vamos grabando lo que le parezca interesante y luego hacemos una reunión entre los conocidos y vemos si quedó bien para seguir luego?...”
Por ahí solemos comenzar...
Y ¿cuál es el punto de unión entre uno y otro texto?, dirá algún neurótico académico. La unión es muy clara, ¿no se ve?
Por ejemplo, uno se entera por Barthes, una tarde cualquiera en que decide leer para mejorar su práctica, de que al final, el Autor, es un invento moderno y encima que consolida su importancia en la literatura con una cosa que se llama “positivismo, resumen y resultado de la ideología capitalista”. De ahí uno se pega un salto (no hay racionalidad que no tenga ruptura) y se cuestiona a sí mismo: ... así que mi noción de autor es un invento construido y encima sofisticado por el puto capitalismo. Pero, ¡si a mi me repugna el capitalismo! ¿Qué hago yo queriendo funcionar como ese tipo de autor? ¿Habrá otra manera de hacerlo?...
Y de ahí sigue un largo derrotero de reflexión y de intentos por hacerlo de otra manera, por desactivar esa figura moderna que, en otra tarde de alimento textual, reencontramos en Foucault: “La función autor es, entonces, característica del modo de existencia, de circulación y de funcionamiento de ciertos discursos en el interior de una sociedad”.
Vamos, que al final el autor es una pieza clave del engranaje social. Menuda ingenuidad la de uno. Michel se pregunta:
¿Cómo se caracteriza en nuestra cultura un discurso portador de la función autor? ¿En qué se opone a otros discursos?
Y propone cuatro rasgos de la función autor de los cuales el primero dice:
“...son objetos de apropiación; la forma de propiedad de la que dependen es de tipo particular; se le ha codificado ahora desde hace algunos años. Hay que señalar que tal propiedad fue históricamente segunda con respecto a lo que podría llamarse la apropiación penal. Los textos, los libros, los discursos comenzaron realmente a tener autores (distintos de los personajes míticos, distintos de las grandes figuras sacralizadas y sacralizantes) en la medida en que podría castigarse al autor, es decir en la medida en que los discursos podrían ser transgresivos. El discurso, en nuestra cultura (y sin duda en muchas otras), no era, originalmente, un producto, una cosa, un bien; era esencialmente un acto --un acto colocado en el campo bipolar de lo sagrado y de lo profano, de lo lícito y de lo ilícito, de lo religioso y de lo blasfemo. Históricamente ha sido un gesto cargado de riesgos antes de ser un bien trabado en un circuito de propiedades (...)”.
¿La aparición del autor es directamente proporcional a la posibilidad de su castigo, al castigo de su transgresión?
Podría ser un asunto del pasado, claro, pero luego sabemos que en la misma Francia de Foucault el 15 de noviembre de 2008 fue encausado Julien Coupat por “terrorismo” junto a otras ocho personas (del grupo Tiqqun, quienes ha publicado una serie de libros de pensamiento radical ) interpeladas en Tarnac (Corrèze) y París, acusados de haber saboteado las catenarias de la SNCF y que uno de los argumentos vinculantes era la escritura del libro La insurrección que viene, y que en su entrevista sobre la autoría de la obra, Julien Coupat respondió aún estando en la cárcel: Desgraciadamente, yo no soy el autor de La insurrección que viene y todo este asunto debería terminar más bien por convencernos del carácter esencialmente policial de la función autor.
Sabemos que los tiempos han cambiado aunque no estamos seguros cuánto. Sabemos que Barthes y Foucault hablaban más del discurso textual. Que nosotros estamos en la materia cinematográfica. Pero sus reflexiones nos permitieron una sospecha nada menor, que luego en la lectura del cine se nos hizo monumental. Porque efectivamente, en el cine -el oficio cultural más capitalista que hemos inventado antes de la era digital- el control, la custodia y la apropiación legal, mercantil y policial han llegado a confluir de una forma determinante en la generación del discurso cinematográfico imperial de las minorías autorales que lo han producido.
Y todo esto subyace en nuestra posible conversación con Don Luis, el mecánico. Y cuando le planteamos compartir un día juntos, no necesitamos instruirlo en los debates de los 60 sobre la figura del autor como primer condición de nuestra relación. Ese es el alimento que nos llevó hasta allí. Pero quizá a lo largo de los días pregunte él de dónde sacamos esta cosa del Cine sin Autor, así como nosotros le preguntaremos de dónde le vino la vocación por la mecánica. Y entonces tendremos oportunidad de decirle, que una tarde leyendo a un tipo que se llama Foucault... nos cuestionamos algunas cosas.
Porque lo importante del conocimiento no es solo el cómo poder reproducirlo para que otros lo entiendan. Lo importante para nosotros es a donde nos lleva ese conocimiento en las posturas ante la vida. Lo desafiante y fascinante del conocimiento no es solo poder repetir con claridad lo que Foucault expuso ante la Sociedad Francesa de Filosofía en febrero de 1969 .... sino también lo que alguna vez algo de su texto, alimentó en nosotros, un viaje sin regreso por la vida y la militancia cinematográfica... nos hizo mejores...nos aportó una dosis de rebeldía... una aliento de ruptura contra aquello contra lo que él batalló a su manera... las mecánicas injustas de los regímenes de poder...en nuestro caso... de los del cine.

1 comentario:

  1. , me lo levo a mi blog, les dejo la dirección por si les dan seguimiento, para mi no es tan diferente aunque salgo de la academia, me gusta el video y voy haciendo, ya me animare a trabajar colectivamente en calle, creo que se necesita tiempo y un fuerte compromiso polìtico. lei el manifiesto hace tiempo, lo encontre en madrid, hay cosas q sigo pensando, ya les cuento saludos
    http://pensamientaon-line.blogspot.com/
    http://www.vimeo.com/brea

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