domingo, 6 de enero de 2013

Cine suspendido en el morir. “El derecho de cualquiera a ser Nicholas Ray”


Quienes nos siguen saben que uno de los proyectos, el primero que comenzó a tener continuidad en la Fábrica, fue la película de Gioacchino Di Blasi, el italiano octogenario que nos encontramos en la plaza de Legazpi del barrio y que desde ese mismo momento comenzó a ser parte de nuestras vidas. 
Un imaginario de ochenta años ha visto mucho y en principio podría parecer difícil seleccionar lo que quisiera representar. Aún así, Gioacchino supo introducirse en su memoria con valentía para empezar a extraer de allí, los momentos sustanciales que le conformaron la vida, costara lo que costara.  Ante tal actitud, nos prometimos empezar por capítulos, y en enero tenemos que rodar la última escena del primer capítulo.

Cuando el 2 de enero volvimos al estudio para empezar a preparar cosillas mientras compañeros y compañeras regresan de la interrupción navideña y sus etcs, nos pilló la noticia de que Gioacchino llevaba varios días en el hospital diagnosticado con un cáncer terminal. No quiso avisarnos para no interrumpir nuestras vacaciones. Menudo respeto, le dijimos.
Antes de llamarle por teléfono se nos vinieron muchas preguntas sobre qué hacer en este momento. Además de seguir acompañándolo, obviamente, el qué hacer se refería a la película. Luego, su hija Giovanna al teléfono, despejó toda duda. “No hace más que pensar en la película y tiene muchas ganas de verlos porque quiere acabarla como sea”.  “Si no fuera por la película, ya se habría dejado morir”, nos dijo una vez salíamos del hospital.
El jueves tuvimos que salir pitando ante otra llamada porque los médicos habían detectado una caída importante de los signos vitales y no daba tiempo a más esperas.
Al final fue un susto solamente aunque su situación es extrema. Nuestras visitas se han convertido en sesiones de trabajo a escondidas en la sala del hospital. 
Podría parecer literatura lo que contamos sobre su obsesión por seguir la película pero es así de rotundo. Gioacchino, desde aquel mayo en que nos encontramos por casualidad en el barrio en una de nuestras salidas, se ha hecho un operario en toda regla, un director de su propio film. Hemos trabajado duro en sesiones de guión, en rodajes y en visionados y muchísimas veces  bajo cámaras. Pero aparte, ha asistido a otras reuniones de otros proyectos. La mayoría de la gente que frecuenta al CsA lo conoce y ha entablado relaciones fuertes con unos cuántos y cuántas jóvenes de allí. Un productor se interesó por él para hacer un piloto sobre una serie documental para la televisión. Ha sido protagonista de nuestras presentaciones antes del verano y cuando uno llega al espacio, en varios monitores ve materiales de su película. Su historia es un ejemplo de cómo una historia anónima puede colectivizarse y re-crearse para formar parte de mucha gente. Cómo alguien puede dirigir y protagonizar su propia película.
Por eso, a pesar de la situación tan especial que atravesamos, las sesiones del hospital tienen cierto grado de naturalidad. Seguimos trabajando como siempre.
Pero es verdad que no es como siempre, porque de repente “A ver si contamos la verdad” se va convirtiendo en una consistente verdad sobre la vida... y sobre la muerte. Se ha convertido en el motivo fundamental para que Gioacchino entable una lucha por extender sus días y como siempre, una deriva que no estaba en ninguna planificación que pudiéramos hacer.
Con una Canon y dos móviles improvisamos en la sala hospitalaria un plató durante los ratos que vamos a verle. Es verdad que le ha revitalizado. Meses después de estar trabajando, su familia nos confesó que la película lo había rejuvenecido y había cambiado notablemente ya que poco antes de conocerle, había salido de una  recaída considerable. 
Alguna vez hemos hablado del contrato cinematográfico que entablamos con quienes deciden generar su propia película con nosotros. Los conceptos están ahí y se formulan. Pero luego aparecen situaciones que llenan estos conceptos de tal entidad que nos dejan perplejos y tenemos que reubicarnos hasta poder asumir la vida que desborda lo que fácilmente enunciamos. Porque lo que se ha activado aquí es el contrato que compromete nuestras vidas en el “hacer juntos” una película. 
El vértigo y la superficialidad con la que vivimos hace que las palabras y su significado vivan en un continuo divorcio. Tenemos palabras sin peso, sin densidad, sin consistencia. Por eso, quizá, andamos a la deriva de manipuladores de la palabra. Por eso sufrimos la turbulencia entre lo que decimos y lo que en verdad hacemos. Porque no honramos  la palabra en su conexión profunda con la vida y sus aconteceres. Muchas veces somos espantosamente leves. 
En estos años de trabajo  hemos podido acompañar procesos hasta situaciones muy particulares, pero muchas otras tuvimos que abandonarlos por distintos motivos que la vida y la situaciones interponen. Es decir, muchas veces no pudimos mantener nuestra palabra.
Es la primera vez que se da la circunstancia que un proyecto  se va a seguir hasta el final de la vida de alguien porque ese alguien se tomó nuestra palabra y nuestra forma de hacer cine con tal seriedad, que es capaz de dignificarla queriendo seguir vivo  para mantenerse haciendo... ¡su película! 
No tenemos categoría para entender lo que está pasando cuando encendemos la cámara en el hospital sabiendo que este acto de seguir grabando constituye, ni más ni menos, que mantenernos vivos. Desde un principio Gioacchino mostró una relación especial con la cámara. Y ahora no va a ser menos. Se reactiva como todo experimentado seductor. “Si de esto se trata, te dejamos una cámara encendida todo el tiempo”, le decíamos el viernes entre risas y mientras miraba en la Canon las imágenes recién grabadas.
Al despedirnos, le dijo a David: no la guardes, haz un plano saliendo de la habitación. 
En la noche había estado escribiendo y creía que podía cambiarle el nombre a la película: se podría llamar “Más allá de la verdad”, comentó.  ¿Creen que puede funcionar mejor?, preguntó. “Lo vemos”, le dijimos. “A lo mejor podría ser el nombre de este capítulo. Vamos a darle vueltas”. Siempre ponemos las cosas en común y las pensamos. Esta vez no tiene por qué ser diferente. Ni Gioacchino ni nosotros buscamos en la película complacencias fáciles. La película busca una verdad y la hemos ido encontrando a base de entender y discutir las ideas de cada quien. Seguimos trabajando con la misma exigencia, porque si seguimos trabajando Gioacchino, quizá, siga viviendo.
Pero es curioso el cambio. Ha variado mucho de narrativa pero no había dudado del título. “A ver si contamos la verdad”, fue su primera declaración de propósitos. El quería enfrentarse a su verdad y plasmar en la película todo lo que pudiera. Quizá ya está más tranquilo y ahora puede ir más allá de esa verdad. Quizá su verdad se ha tornado mucho mayor que la reconciliación con su memoria. Quizá porque ahora nos enfrentamos todos a la verdad de que un día desaparecemos.


Y a la memoria se nos viene “Relámpago sobre el agua “ (1980), rodada cuando en 1979  Wim Wenders decide acompañar dos semanas de los últimos  días del director Nicholas Ray, en su apartamento de Nueva York, enfermo también de un cáncer terminal.
Una buena película en fuga donde el film es su construcción y que comienza con las lógicas interrogantes sobre las fronteras de lo que se debe mostrar sobre  los últimos días de la vida de alguien, para que no se vuelva obsceno.
Su forma, como en la primera etapa de Wenders, suponen una tensión entre el cine europeo y el norteamericano. Entre el documento y la ficción preparada. Entre unas imágenes limpias en 35mm y unas de video poco nítidas y desordenadas. “El desenlace de la famosa Política de los Autores” como escribirá Serge Daney sobre esta misma película, “de un lado un film de autor, a la europea, obra abierta, sorprendente, pobre, experimental... del otro lado un film artesano, profesional, minucioso, caro...”
Quizá por la necesidad de romper las formas ya que filmar la muerte de Nicholas Ray, era también, para Wenders, filmar la muerte de un tipo de cine que moría con él. Quizá porque la muerte siempre nos hace dudar de cómo enfrentarla, incluso, formalmente. 

La escena final de “Relámpago sobre el agua” nos enseña a los miembros del equipo de realización de Wenders en un pequeño barco, recordando la situación tiempo después y manteniendo una conversación donde un pequeño fragmento dice:
- Habría muerto antes de no ser por la película
- Siempre estaba actuando, eso le ayudaba.
- Yo diría que también sufría.
- En esos casos pruebas cualquier cosa que pueda funcionar para
  ayudar a alguien.
- Incluso hacer una película.
...
- Según Nick, la muerte no existe en el cine como en la vida.

Y puede ser que la mayoría de las muertes del cine no tengan  mucho que ver con las ocurren en la vida. Ante la muerte, la cámara se hace inútil como inútiles nos hacemos nosotros cuando aparece. Una película puede insinuarla. Puede mostrar, incluso, el deceso de alguien. Pero las imágenes solo pueden remitirnos a un acontecimiento mayor lleno de misterio ante el cual debemos sumergirnos, sin más, intentando vivirlo. Igual que con la vida, a la que el cine solo puede aproximarse, a la que apenas puede merodear, presentárnosla indirectamente, re-presentarla.
Relámpago sobre el agua es el acto cinematográfico de merodear una muerte que no vemos, de aproximarse a quien parece tenerla más cerca por su estado físico. Un intento de dejar una huella, de darle alguna forma al completo desorden que nos supone su misterio.

Como es obvio, ni nosotros somos Wenders ni Gioacchino es Nicholas Ray.
Pero nos asemeja la cámara que filma lo que a todo ser humano nos iguala sin distinción de clase, ni glamour: la muerte. Gioacchino, como Ray, ha decidido que la película esté sujeta al deterioro de su enfermedad, con total lucidez, con especial valentía, con digna alegría y lo que él dure. 
Pero no estamos en 1979. No tenemos tanto dilema estético porque nos valen todas las formas. Es el siglo XXI y esto es Cine sin Autor: una oportunidad para que cualquier persona pueda hacer de los acontecimientos de su vida, o incluso de su muerte, una propia película. 
Quizá no lo sepa, pero Gioacchino se ha tomado el derecho a ser Nicholas Ray. Y ¿por qué habríamos de negárselo?

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