En el especial Nº 5 de los Cahiers du Cinema se citan algunas notas incompletas de Travis Wilkerson donde hace algunos enunciados interesantes sobre el nuevo cine.
Cabe la posibilidad de reflexionar, entonces, sobre el viejo cine que dejamos atrás, el cine a la antigua, el cine que aún colea sobre todo en la industria pero que estuvo desde los mismos orígenes vinculado a las posibilidades de producción que determinaba el dinero disponible.
La era digital ha echado por tierra un sistema de producción como el que retrata Wim Wenders en el film “El Estado de las Cosas”, donde un grupo de rodaje se paraliza en Portugal por la falta de dinero que su productor ha dejado de insuflar, y a quien, después de un largo periplo que termina en Los Angeles, el director encuentra en una caravana, huyendo de sus deudores. Dinero flotante imposible de localizar, cuyo responsable opta por una vida nómada para no ser capturado, dinero proveniente de ilocalizables fondos especulativos posiblemente. A saber.
Pero es el viejo cine. Viejo por sus antiguos modelos de producción. El que se hizo (y se sigue haciendo) para la rentabilidad de sus accionistas, para la conquista de una masa indefinida de gente, para la exaltación de sus “directores”, para la saturación de las pantallas locales y nacionales del mundo.
El mismo cine del que hablaba en 1929- entre otros -(¡cuánto tiempo!), un poeta y ensayista mexicano Alfonso Junco en El Universal sobre “el cinematógrafo y la invasión pacífica” (en la serie de artículos recogidos en el Libro “Avances de Hollywood “de Jason Borge):
“El poderío fantástico de los Estados Unidos desborda de sus fronteras e inunda todos los continentes, imponiendo sus normas, gustos y maneras por una múltiple expansión -cinematográfica, lingüística, musical, etc-, siempre fácil y penetrante cuando la empuja una mano sagaz y cuajada de dólares.”
Vamos, como si lo escribiéramos antes de ayer.
Pues es este cine a la antigua, el viejo cine para la conquista masiva, el enriquecimiento y salvación de sus inversores, de narratividad folletín para el fácil entendimiento del vulgo, con sus antiguos manuales de estética y relato y etc, etc… Este viejo cine que está más que descrito ya, es el que habría que poner al otro lado de la dicotomía que deja abierta Travis Wilkerson. Por ahí andamos. Seremos más explícitos aún. Tomemos estas líneas como simple mención. Después de todo para disparar, primero habrá que ir apuntando. Pero ¡qué poco originales somos! ¿Cuántos han disparado hacia allí y han dado ya en el clavo? Los conocemos y tenemos en cuenta, claro, pero lo que pasa es que el bicho sigue ahí vivito y coleando y a veces uno no sabe si estudiar o intentar matar, así, sencillamente...ja, ja...¡Cómo somos de exagerados!
¡Cómo somos!...
Cabe la posibilidad de reflexionar, entonces, sobre el viejo cine que dejamos atrás, el cine a la antigua, el cine que aún colea sobre todo en la industria pero que estuvo desde los mismos orígenes vinculado a las posibilidades de producción que determinaba el dinero disponible.
La era digital ha echado por tierra un sistema de producción como el que retrata Wim Wenders en el film “El Estado de las Cosas”, donde un grupo de rodaje se paraliza en Portugal por la falta de dinero que su productor ha dejado de insuflar, y a quien, después de un largo periplo que termina en Los Angeles, el director encuentra en una caravana, huyendo de sus deudores. Dinero flotante imposible de localizar, cuyo responsable opta por una vida nómada para no ser capturado, dinero proveniente de ilocalizables fondos especulativos posiblemente. A saber.
Pero es el viejo cine. Viejo por sus antiguos modelos de producción. El que se hizo (y se sigue haciendo) para la rentabilidad de sus accionistas, para la conquista de una masa indefinida de gente, para la exaltación de sus “directores”, para la saturación de las pantallas locales y nacionales del mundo.
El mismo cine del que hablaba en 1929- entre otros -(¡cuánto tiempo!), un poeta y ensayista mexicano Alfonso Junco en El Universal sobre “el cinematógrafo y la invasión pacífica” (en la serie de artículos recogidos en el Libro “Avances de Hollywood “de Jason Borge):
“El poderío fantástico de los Estados Unidos desborda de sus fronteras e inunda todos los continentes, imponiendo sus normas, gustos y maneras por una múltiple expansión -cinematográfica, lingüística, musical, etc-, siempre fácil y penetrante cuando la empuja una mano sagaz y cuajada de dólares.”
Vamos, como si lo escribiéramos antes de ayer.
Pues es este cine a la antigua, el viejo cine para la conquista masiva, el enriquecimiento y salvación de sus inversores, de narratividad folletín para el fácil entendimiento del vulgo, con sus antiguos manuales de estética y relato y etc, etc… Este viejo cine que está más que descrito ya, es el que habría que poner al otro lado de la dicotomía que deja abierta Travis Wilkerson. Por ahí andamos. Seremos más explícitos aún. Tomemos estas líneas como simple mención. Después de todo para disparar, primero habrá que ir apuntando. Pero ¡qué poco originales somos! ¿Cuántos han disparado hacia allí y han dado ya en el clavo? Los conocemos y tenemos en cuenta, claro, pero lo que pasa es que el bicho sigue ahí vivito y coleando y a veces uno no sabe si estudiar o intentar matar, así, sencillamente...ja, ja...¡Cómo somos de exagerados!
¡Cómo somos!...
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