lunes, 21 de diciembre de 2009

Nota: Antropólogos allí, cineastas aquí, donde sea, el asunto es romper con la cultura de dominación.

El cine, esa guerra...

En 1985, el indigenista Marcelo Santos denuncia una masacre de indios cometida por hacendados en la Gleba Columbiara de Brasil y Vincent Carelli filma lo que queda de las evidencias. Tratándose de un caso extremadamente bárbaro, el cineasta fue firmemente desacreditado y la historia cayó en el olvido.
Diez años más tarde, Carelli regresó a la región de Rondônia, en la línea fronteriza del Mato Grosso y Bolivia, encontrando una aldea abandonada e indios aislados. El director está convencido de que "sólo el cine podía rescatar una historia como esa, un crimen de genocidio que el país simplemente ignoró. Es una historia emblemática, una faz oculta de la historia de Brasil".

Vincent Carelli, documentalista, antropólogo visual, ha sido el gestor del proyecto “Video nas aldeias” de Brasil desde 1987, desarrollando un método de enseñanza y talleres de formación que se proponen dar las condiciones necesarias para que las poblaciones indígenas se apropien del lenguaje audiovisual, relaten sus propias historias y dirijan su mirada sobre la realidad y la experiencia que viven.


Este fin de semana no publicamos artículo ya que nos desplazamos a Paris para conversar unas horas con Amandine Goisbault, una de las integrantes de este proyecto, al que hemos seguido de lejos y del que hemos hablado en varias ocasiones.´

Video nas Aldeias, solo cuenta con un equipo pequeñísimo de personas que se saben siempre superados por el abundantísimo trabajo, tiene alrededor de unas 60 películas disponibles aunque son más las hechas, ha desarrollado talleres que les supone que una o dos personas hagan una inmersión de vida de un mes en una comunidad para compartir las herramientas y los saberes con indígenas interesados en desarrollarse como realizadores locales. Pero en el testimonio de esta compañera parecía resumirse en: trabajo, trabajo y trabajo.
El tratamiento habitual del indígena responde, como en otras partes de Latinoamérica, a un indigenismo de Estado donde el discurso sobre lo que son los grupos sociales diferentes, lo que deben ser y cuál debe ser su representación, siempre los hacen esa clase determinada, esos intelectuales determinados, esa minoría política determinada que domina y define las circunstancia sociales, políticas, económicas.
Contaba Amandine, (cuando el proyecto ya tiene más de 20 años de existencia), que lo que más asegura un trabajo como éste, es la resistencia. La penetración del capitalismo cultural “blanco”, occidental, corporativo, en todos los niveles, es constante, una provocación constante. Y cada vez que preguntábamos por sus métodos de trabajo, por los efectos del video, por las reacciones ante las películas propias y ajenas por parte de los indígenas, la respuesta que nos daba era la misma: depende de cada caso, situación, caracterísiticas comunitarias. No hay recetarios de acción social ni formularios standars de lectura de efectos. La originalidad de las experiencias es la que abre las posibilidades de transformaciones en cualquier terreno. Pero esto también hace más difícil la resistencia a un poder agresivamente uniformizador.
Al comienzo, la ruptura de este grupo vinculado al Centro de Trabajo Indigenista, la realizaron los activistas y antropólogos, proponiendo una “Antropología compartida”, alternativa, participada y en el caso de su fundador, Carelli, permitiendo la intervención de los indígenas en la dirección de la cámara y la construcción de los films, haciendo del video un arma de lucha y comunicación intercomunitaria. A veces no importa quiénes son los que, en un momento dado, sienten la necesidad y tienen la capacidad de reaccionar frente al estado de las cosas que se presentan.
Allí, para que hoy exista un proyecto como Video nas Aldeias reaccionaron algunos antropólogos militantes.
Aquí no tenemos poblaciones indígenas a las cuales identificar fácilmente con mirada despreciativa, no tenemos esa especie de Otro fantasmal sobre el que conjeturar académica, política, culturalmente. No tenemos un Otro que nos haga afirmar nuestra débil identidad a través de la invención distorsionada de lo extraño . O eso parece. Porque, en realidad, no nos escapamos del agotador juego de las minorías que nos cuentan, nos analizan, nos revelan sus elucubraciones sobre quienes somos, nos vuelven estadística, dato, informe, gráfica o nos fabrican a su antojo en el cine.
Video en las Aldeas ha conseguido, luego de dos décadas de trabajo, la apropiación de la herramienta audiovisual por parte de indígenas que se van convirtiendo progresivamente en los y las realizadores de sus comunidades, mantener talleres a lo largo del tiempo, colocar su filmografía en escuelas como materiales didácticos para el alumnado y formativos para el profesorado, crear materiales divulgativos sobre temas específicos, utilizar los films como arma de confrontación, documentación política y de rescate de la propia cultura, provocando debates intergeneracionales interesantes, según narraba Amandine. Pero este resumen del proyecto sin sus dificultades solo es válido para estimular lo que más debemos animarnos a hacer: trabajar, trabajar y trabajar.
En todos lados hay reacciones sociales. En todas partes hay personas organizándose. Verlas depende a veces de nuestra sinceridad de lectura. Allí y para este proyecto en el que trabaja Amandine fueron, en su origen unos activistas-antropólogos. Aquí, en nuestro caso, somos cineactivistas que intentamos crear unas circunstancias de crisis para hacer emerger otras sensibilidades, otras razones, otras posibilidades de ser. Reaccionamos para favorecer la acción organizativa a través del cine.

( En estos días nos ponemos al día con el artículo)

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