lunes, 18 de abril de 2011

Derivas entre lo racional y lo escencial sensible de lo cinematográfico. ¿Cómo puede liberarnos el cine?

Uno de los debates que se planteó en la presentación de "¿De qué?" casi al final, fue sobre la diferencia que plantea la película entre su primera y su segunda parte.
En la primera, el film está planteado como una continua interacción entre una ficción que quieren filmar y las reuniones continuas de debates sobre qué filmar, cómo y su validez.
Una vez agotadas estas discusiones, en la última, deciden grabar un día de sus vidas y eligen el viernes en que un compañero del grupo tenía un concierto en la casa de la cultura del pueblo.
El tiempo de la película, entonces cambia y se acerca más al tiempo real y al transcurrir de una de sus tardes de verano. Lo que se ve es cómo llegan a la casa de una de las chicas, cómo se preparan en el baño de su casa depilándose las cejas, como deambulan por el pueblo, cómo se van encontrando con los demás a lo largo del camino, pasan por la casa de otro, se sientan, conversan sobre su futuro, se van a su parque habitual a pasar la última hora y finalmente llegan al concierto de su amigo del grupo del que solo aparecen unos breves momentos.
La interesante discusión se generó entre dos posturas: una que afirmaba que la segunda parte perdía interés al desaparecer los debates y terminar grabando un concierto y una segunda que rescataba que la parte final mostraba la apropiación del dispositivo lanzándose a mostrar sus vidas tal cual con momentos cargados de poesía visual.
La duda parece ser si la elección de los chicos y chicas por grabar una de sus tardes tiene valor discursivo: algo así como que deberían haber grabado un asunto más interesante y no un concierto plagado de convención.
Son dos visiones con respecto al cine que están en tensión y que realmente creemos que deberían sumarse y no contraponerse. La crítica al solo mostrar su tarde de verano parecía acusar de falta de interés temático al no aparecer un debate sobre su deriva barrial de un viernes.
Mientras transcurría el debate a nosotros nos surgía pensar en dos tipos de sensibilidades cinematográficas o, más bien, dos tipos de acercamientos al cine.
¿Qué se estaba afirmando, pensábamos? ¿Que cuando alguien se apropia del dispositivo técnico de las cámaras y decide grabar lo más inmediato y lo que más le motiva contar, eso carece de interés si no revela algo crítico? ¿Que lo conflictivo problemático que se explícita de las vidas o las situaciones en un debate es por algún motivo el mejor terreno para definir la validez “política” de unas imágenes? Porque en principio la mayoría de los que debatíamos estábamos tratando de reconocer o hacer notar la falta de lo político, en un proyecto que sustenta una fuerte carga política como es el Cine sin Autor. O así preferiríamos que fuese.
Para nosotros, independiente de ser parte de esta película, cuando hemos visto secuencias en otros (escasos) films, hemos disfrutado de los dos tipos de apuestas. Parecía dividirse la discusión entre cinéfilos empedernidos y espectadores racionales-críticos. Nosotros somos las dos cosas, para ser honestos y no hacemos esa distinción.
En este caso: esa tarde de verano de unos amigos y amigas que acaba en un concierto puede abstraerse para el espectador-racional-crítico como una cadena de conceptualizaciones que diga: “tarde de verano- mirar televisión- preparativos en un baño- deambular por el barrio-ir al concierto de un amigo” igual a valor relativo casi intrascendente. Causas: un concierto es un tópico, un espectáculo. Siempre terminamos grabando un espectáculo, decía alguien. Hecho excepcional cargado de irrealidad. En general si. De ahí que se podría sospechar la sugerencia: un proceso de debate como el de la primera parte debería haberlos hecho madurar la reflexión para filmar otra cosa..."más interesante”. ¿Más políticamente crítico, diríamos? ¿Más reveladoramente conflictivo?
Mmmm.
Seguía el debate y parecía aprobarse la apropiación de la cámara. Bien. Aprobarse que estuvieramos ahí debatiendo. Bien. Peeeroooo. Faltaba esa elección o evidenciación crítica de la segunda parte: "deberían haber elegido otra cosa..." y es verdad que falta...pero es verdad que se aceptó colectivamente sin discusión.
Y seguíamos pensando. Que un grupo de señoras, o de adolescentes, o de viejos, se convierta en sujeto productor, sujeto director, sujeto guionizador es para nosotros el acto político por excelencia con el que comenzamos la valoración de resultados. Si comenzamos a tomar decisiones horizontalmente y se agarra la cámara y se dirige. Vamos por buen camino. Y está claro que nuestros gustos “crítico- izquierdistas”, que los hemos tenido permanentemente al hacer la película, nos creaban la ansiedad de evidenciar otras realidades que iban apareciendo a medida que nos conocíamos todos y todas. Nosotros como equipo hubiéramos hecho otra película, no cabe duda, si estos jóvenes fueran objeto de nuestra creación autoral. El tema es que no hacemos un cine militante de autor que extrae o evidencia de la realidad aquello que su proceso de reflexión le hace sacar a la luz, sino un Cine sin Autor donde el autor crítico no es más que uno más en el camino de la clarificación colectiva que un grupo hace por medios cinematográficos. Nuestro criticismo está en ser capaces de desaparecer como propietarios de un saber y unas técnicas y entrar en una dinámica no impositiva sino colaborativa. El silencio autoral no es fácil porque la imposición de un contenido cuando uno sabe que tiene las riendas que le otorga el hábito cultural, “somos los que sabemos y en el fondo decidiremos”, está ahí, en todo el proceso. Basta con una opinión contundente y todo se reconduce. Basta con montar y justificar con mediana elocuencia y quedará la preferencia autoral. De hecho siempre hay mano autoral en el proceso de desaparición de la firma autoritaria-autoral. En esta película tuvimos varias veces la tentación de evidenciar la conflictiva laboral y precariedad que le suponía a uno de los jóvenes trabajar en los alcantarillados de Madrid. Ahí estaba. Un tema jugoso. Pero no es un tema que él haya necesitado evidenciar en ese momento ni que alguien más lo haya sacado aunque lo mencionamos. En ese sentido no queda más que esperar el proceso de su vida, su proceso de concientización propio sobre su realidad. El que haremos juntos o no haremos si se trata de crear un film de Cine sin Autor. Ese es un tema. La espera, el silencio activo y provocador. Eso sí, lejos de ese silencio evangelizador que practican los curas: "Te acepto todo porque en algún momento te convertirás". No, no. "Te acepto. Es lo que quieres y puedes contar. Es válido. No hay más que discutir. Ya lo hemos debatido y lo has decidido. Construyamos esa idea juntos. Es tu vida. Yo te prometí que sería un servidor técnico".
Pero podría extraerse del debate de posiciones otro asunto que nos parece importante enunciar: hubiéramos jurado que había un conflicto entre el material del discurso pensado e incluso escrito y el material cinematográfico.
La relativa desvalorización de una secuencia donde uno muestra lo cotidiano de un baño, una depilación entre amigas, la deriva por su propio pueblo o el mismo concierto de un amigo, merece análisis.
Los cinéfilos empedernidos decían una cosa que compartimos. No! No es un concierto es su concierto. No están siguiendo un tópico cinematográfico (que en la primera parte sí lo hicieron al filmar un accidente de coche), ellos no han visto otro tipo de cine como para querer copiarlo, grabaron sus vidas de ese viernes.
Claro. Porque ¿qué es el cine sino secuencias de imágenes y sonidos que nos revelan algo? Como por ejemplo un viernes veraniego. "Ah, sí claro. Solo imágenes y sonidos, dirá algún racional." Pues... es que no lo decimos nosotros... el cine es eso. Y es ese algo que nos revela el que nos interpela y al que aceptaremos o no. Y eso, por supuesto está librado a los hábitos del cine que vemos, pero también a los hábitos generales del ver y el valor de lo que solemos ver, donde solemos fijar la atención, también en nuestra vida corriente. A lo mejor es que el baño, el caminar, el encontrarse, no solemos verlo ni valorarlo. Si las secuencias de imágenes y sonidos las fabrica un cineasta magnate o aprendiz de magnate, nos mostrará su imaginario. Es su cine. Si le damos la cámara un viejo que vive con su perro y se atreve a grabar, quizá nos muestre a su perro que es lo que más quiere. Al cine, al menos nosotros en nuestra parte cinéfilo-empedernida, primero lo vemos y escuchamos. A veces vemos secuencias maravillosas dentro de una infame estructura narrativa. De hecho, la memoria cinematográfica es fragmentaria y no memoriza la estructura de un film, esa hay que reconstruirla al contarla. El proceso de contacto del espectador con una película” es complejo. Pero la narrativa dominante, el paradigma clásico que nos colonizó nos acostumbró a pensar en el cine discursivamente, como una historia que se cuenta. Y aquí no nos da espacio para exponerlo pero es que el cine disidente justo ahí puso su punto de queja más radical. Repasemos si no desde los textos de Vertov o los de la primera critica francesa comandados por Louis Delluc de los años 20 en adelante. Y esto no quiere decir que no tuvieran una ideología claramente de choque. Quiere decir que partían de la esencia del cine para hacerla. Otro día hablaremos de esto.
Así que esa segunda parte de la película obligó a preguntarse a algunos asistentes, sobre ¿qué valor le vemos a unas secuencias, dirigida por unos jóvenes que nos revelan la vida de un viernes en sus vidas. La crítica en voz de una de las asistente decía como defecto: es que “de pronto estamos viendo una realidad que no se distingue de la realidad”. Y pensábamos: pero si las imágenes de unos chicos y chicas debatiendo qué filmar tienen la misma escénica: es un símil audiovisual de la realidad de chicos y chicas debatiendo. ¿De qué se trata? -pensábamos, para aclararnos- si de dos flujos audiovisuales, uno genera discurso racional sobre la propia película y la otra genera realidad sensible desde sus vidas, son diferentes, pero ambos tienen valor.
Lo peor es que si estuviéramos quitando valor al segundo, por su valor sensible, estaríamos leyendo mal el cine, porque esa es su esencia. Nosotros trabajamos con gente común. No era ¿De qué? un Cine sin Autor hecho con un grupo de jóvenes rebeldes tunecinos porque de ahí saldrían, seguramente, otro tipo de imágenes.
Y pensábamos que, en realidad, esa deriva física de los chicos sin discurso, no es que revele un problema de la película si no un problema revelado por la película a un tipo de espectador, que no es lo mismo. Es simplemente el gusto: ¿tengo ganas de ver esto ahora? Y a lo mejor no, claro, puro ánimo de los instantes. Alguien decía con total sinceridad “les aseguro que si no puedo dormir a las dos de la mañana me pongo a Tarantino y no esta película”. Totalmente cierto. Decimos ésto más que nada por distinguir entre gusto y análisis crítico.
Y un apunte más. Se decía también en el debate que “había que hacer cine con la naturalidad con que uno agarra un lápiz y un papel para garabatear o escribir”. Luego se replicaba que ese acto de agarrar el lápiz y el papel debía liberarnos. Y nos preguntábamos: ¿cómo libera el hacer cine? Aunque no se dijo, parecía que el cine debía liberarnos como el lápiz y el papel al escritor que a medida que escribe adquiere una mirada crítica sobre sí mismo y su realidad. Aunque hay escritores que por más que escriben no hay liberación que se posesione de ellos.
Parece lógico pensar que el cine es un material muy diferente al papel y el lápiz: flujos de imágenes y sonidos decíamos. El hacer cine debe liberar nuestro ejercicio de ver y de escuchar primero y de ahí también nuestro raciocinio y criticidad que ha de movilizarse. Y nos libera siempre y cuando nos amplía el horizonte perceptivo que nos permite una mirada más compleja y profunda de la realidad. Es más libre aquel que mira y escucha una gama más amplia audiovisual que otro. También hay cinéfilos que por más diversificado que tengan el gusto, tampoco les llega la liberación, todo hay que decirlo. Pero sí que es bueno darse cuenta que muchas veces anteponer lo discursivo-narrativo-ideológico al acto de ver y oír, anticiparlo frente a lo que se nos exhibe es desperdiciar la experiencia cinematográfica en su escencia. Y esa desactivación que la tiene más un cinéfilo que mira y escucha muchas películas, debería ser un beneficio que gozara la mayoría de la sociedad. Permitir hacer Cine y hacerlo en colectivo es para nosotros la apuesta por compartir este hábito de hacer cine para ver y oír mejor la propia realidad. Hace apenas una semana un joven de Tetuán nos dio una lección al discernir la validez de unos fotogramas que dabamos por malos dada la incoherencia que veíamos en el racord entre dos imágenes. ¡No, dijo, mira, funciona!. Se paró y demostró con gestos los movimientos del personaje en la secuencia filmada. Tenía razón. A estos jóvenes les va gustando cada vez más el análisis fotograma a fotograma casi en cámara lenta. Eso es algo propio de montadores no de la gente común. Ven muchos detalles de las imágenes, sobre todo cuando hay acción y se exigen grandes dosis de coherencia sobre lo real. Sin duda que por lo menos ven mucho mejor que antes el cine que estamos haciendo juntos. Es un principio. Luego de ver y oir, seguimos con un caluroso debate muy racional por cierto... Si es que, lo decíamos, por qué separar facultades cuando juntas nos liberan mejor. Cortamos con ¿De qué?

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