lunes, 29 de agosto de 2011

Cine fantástico para una España hundiéndose. Los desafíos del relato social. (Lecturas < y realidad> de verano 4)

Leemos el capítulo 8 “Universos Paralelos, otras realidades” terminando el libro de Esteve Riambau del que hemos hablado ya: “Gerard Lenne define lo ‘fantástico’ como “el fruto de la invasión más o menos irresistible, de lo Imaginario en lo Real”. La ciencia ficción especula, habitualmente, con el tiempo para trasladarse a universos futuros en los que se amplia el margen de lo posible y el imaginario se impone a lo Real. Otros films pertenecientes a este mismo género recurren a fórmulas alternativas para hablar del Otro, de lo a-normal, en mundos paralelos que no tienen por qué estar situados en un futuro más o menos lejano, más o menos reconocible. Otras vidas posibles...
Ruth Ronen postula que los mundos posibles, considerados como conceptos o metáforas confrontados a los mundos considerados ‘de referencia’, pueden explicar ‘las relaciones entre el actual estado de la situación y otras posibilidades modales’ y, según el criterio de distintos filósofos, ‘se adscriben a diversos grados de realismo’. Concebidos como entidades teóricas, ‘se usan como puntos de partida en lógica, en investigación filosófica y en la deconstrucción o análisis de la ficción’ El cine, en su globalidad, puede ser visto como ‘un mundo posible’"
Intentando seguir con la lectura, nos invadieron otras imágenes ¿ajenas? al cine para perturbarnos productivamente la reflexión. Imágenes y voces de la asamblea de economía de este viernes pasado en la Plaza del Carmen de Madrid, donde no se hablaba de cine aunque nosotros veíamos flotar (vicios del oficio) todo el tiempo, una batalla de imaginarios. Se hablaba de la urgencia de concebir otro modelo de país, otras formas de vida, de salir de ese único país posible que nos ofrecen los matones institucionales del estado condensados en la figura de : José Luis Mariano Alfredo ZapateRajoyBalcaba.
Ya no sabemos donde está la fantasía y la realidad en este país. Si uno se plantea un guión donde un tipo, un día cualquiera, siendo presidente de un país por un partido socialista, decide por sí solo, cambiar la Constitución sin consultar a nadie, ni siquiera a la propia gente de su partido. Si agregamos que ese mismo tipo llama a su mayor opositor político y ambos acuerdan por sí solos reformar la carta magna sin contar con nadie, diríamos que es una idea de guión torpe que merece más profundización.
No es verosímil que dos tipos malos y egoistas, enemigos políticos, se junten por conveniencia personal para dar un golpe de estado financiero.
Cualquier guionista comenzaría a hacer las preguntas adecuadas, mínimas: pero ¿quién es ese tipo que siendo presidente socialista, se le ocurre, a el solo, hacer una reforma nada menos que de la Constitución?¿Cuál es su perfil, qué lo mueve? Y...¿la gente no se rebelaría?¿con qué poder cuenta para hacerlo de esa manera? ¿cómo es que no se lo dice ni a su propio partido? ¿No es más creíble elegir de personaje a un presidente de derechas, neoliberal y con cierto carácter de dictador?...
Lo triste ha sido que un grotesco argumento inicial como este, lo pudimos leer esta semana cuando el País relataba los hechos del presidente: "La inmensa mayoría de los diputados del PSOE se enteró el mismo martes por la mañana, cuando José Luis Rodríguez Zapatero lo anunció desde el estrado, de que su partido iba a impulsar una reforma de la Constitución en dos semanas para fijar un límite al déficit público (y, por tanto, al gasto público), algo a lo que los socialistas siempre se habían negado. Hubo caras de estupefacción y un murmullo que recorrió los escaños socialistas al tiempo que el presidente se explicaba, según cuentan miembros de ese grupo y de otros de la oposición."
Inverosímil pero real.
No cabe duda que los acontecimientos en España, desde hace tiempo ya pero sobre todo desde mayo de este año nos han forzado la imaginación. El estallido del 15-M pondría una altísima dosis de fantasía llegando a cuotas de un 80% de empatía en la población española cuando nos permitió imaginar que era posible cambiar el modelo de gestión política, las formas de convivencia social y la gestión económica de este país. Varios intentos de la mafia politico-mediática no pudieron criminalizar, etiquetar y sobretodo reducir a categorías viejas, anteriores, ya sabidas, esa imaginación desplegada en una buena parte de la población.
Pero esa irrupción se vivió en presente, el 15-M estaba allí para desbordarlo todo. Cualquiera podía ir a verlo en su primer mes de nacimiento, a tocarlo, escucharlo, encontrarlo en la plaza del Sol y en muchísimas plazas de España. Y luego, en un acto de madurez el propio movimiento comienza a recorrer el territorio más difícil buscando germinar en los barrios, arraigándose entre la gente, en las vidas más cotidiana y dejando la exepcionalidad de su aparición. Camino obligado.
En esta otra imaginación estamos ahora inmersos. ¿Cómo lidiar contra un imaginario anclado en las disputas con que el franquismo contaminó el pacto de una transición que parece tocar a su fin, por ineficaz y por vejez de sus protagonistas? Vejez cultural, política y hasta cronológica en muchos casos.
Ahora cualquier novedad social, cultural y política tendrá que hacer su esgrima con esas viejas disputas originadas muchas en el rencor y el dolor de una larga guerra.
Por momentos aflora con lapidaria fuerza que ataca cualquier movimiento reivindicativo que enfrente asuntos concretos, sean cuales sean (ley electoral, hipotecas, transparencia financiera, condena de los bancos) Cada vez que aparecen, se sienten los automatismos de estos ¿adultos? políticos que se ponen a discutir sus riñas históricas provocando un griterío que solo frenan para decir: uy, mejor lo dejamos como está, que estaba más tranquilo. Tranquilo para los que ya han hecho sus vidas bajo este modelo que durante años se vino imponiendo hasta quitarse su careta y desvelar su absoluta sumisión a la tiranía financiera de unos grupos que ni siquiera figuran en las listas de los partidos. Este es el imaginario con el que hemos comenzado a lidiar justo en el momento de que el impulso de una juventud nueva hace el amago de caminar hacia delante.
Todo esto se nos mezclaba en nuestras lecturas de cine con las frases con las que abrimos el artículo.
Si “lo “fantástico” es “el fruto de la invasión más o menos irresistible, de lo Imaginario en lo Real”,
¡cuánta dosis de ese imaginario más o menos irresistible necesitamos para irrumpir en nuestra realidad social!
Si “la ciencia ficción especula, habitualmente, con el tiempo para trasladarse a universos futuros en los que se amplia el margen de lo posible y el imaginario se impone a lo Real”,
¡cuánta ciencia ficción necesitamos para ampliar el estrecho margen de lo posible que nos están imponiendo estos cínicos payasos de lo político!
Si en la fantasía cinematográfica lo necesario son “fórmulas alternativas para hablar del Otro, de lo a-normal, en mundos paralelos que no tienen por qué estar situados en un futuro más o menos lejano, más o menos reconocible".
¡cuánta a-normalidad necesitamos inventar para ensayar en el mundo paralelo de la fantasía social lo que esta sociedad se merece!
Si lo posible de la ciencia ficción es acercar “Otras vidas posibles...”
Debemos “purgar nuestra imaginación y forzar nuestra fantasía”, la de todos los bandos si fuera posible, para poder salir de la parálisis a la que una parte de la memoria dolorida y rencorosa nos paraliza. Para nada se trata de olvidar, sino de forzar al máximo la exigencia de “esa gran conversación que es toda Revolución” como dicen. De eso se habló este viernes en la asamblea de economía entre otras cosas: de ser capaces de de crear un relato nuevo que responda a las necesidades mayoritarias. No es un desafío fácil pero sí nos urge desbordar de fantasía la decadente vida de la política institucional, conducida por paletos de poca monta alucinados por el espectáculo mercantil, las formas millonarias de vida de las elites financieras, los delirios especulativos y el marketing de sus votantes.
Necesitamos forzar la imaginación porque seremos lo que nos atrevemos a soñar y nunca algo mayor.
Necesitamos nutrir nuestra fantasía de historia, alimentarla de reparaciones, poblarla de diálogo. Lo tenemos que hacer al mismo tiempo que reforzamos nuestras acciones de convicción, de rapidez, de precisión, de información, de violento pacifismo.
Muchas personas no tienen ningún interés en que este país salga del petrificado bucle de su alternancia bipartidista y el imaginario que esto supone. Escuchamos a un periodista de primera linea esta semana, hablar de que el pacto entre PP y PSOE para la reforma de la Constitución era una muestra de que se puede llegar a un acuerdo rápido y que el único problema del resto de minorías parlamentarias es que pierden su poder de influencia en el debate frente a los dos partidos mayoritarios y así comprueban que estos no los necesitan. Lo decía con sórdida alegría, el cabrón. Parece increíble que el hecho de que las minorías de este país ya no tengan influencia sea una buena noticia. Repugna el descaro. Que gobiernen no ya dos partidos sino dos tipos y sus colegas. Y todo más fácil.
Estos payasos egoístas no entrarán, obviamente, en una gran conversación nacional. Seguirán revolcándose en sus intereses, enviando policías a la calle para apalear disidentes, firmando apresuradamente leyes decididas en sus cuartos de baño, sin importarles en absoluto el deterioro social de este país.
Y nosotros, pequeñas hormigas utópicas que soñamos con hacer funcionar un cine entre la gente, tomamos estos desafíos como obligaciones de acción. Se termina este agosto convulso lleno de enfrentamientos y debemos comenzar el año con propósitos más claros en el terreno de nuestras prácticas, en el barrio, con la gente que nos rodea. Tenemos que tener el valor, la tenacidad y la disciplina suficiente para que el cine pueda ser ese espacio de utopías donde ensayar otras formas de vida, donde encontrarse, donde dialogar para crear justamente nuestro propio guión, nuestra propia ciencia ficción. Queda todo por hacer en este sentido y hemos de confesar que este estado de situación sencillamente nos parte el cuerpo, nos provoca en nuestras tibiezas, en nuestra fantasía y nos devuelve a la calle, donde parece que se juega, indefectiblemente, el futuro inmediato y lejano de este país.
El cine que hacemos, debe ayudar a imaginarnos de otra manera, a poder fantasear con un futuro distinto, a salirnos del relato mediocre que nos imponen estos cínicos guionistas de la vida política.
Lo nuestro son distancias y tiempos largos, pero a veces quisiéramos acelerar la historia, o por lo menos nuestra pequeña historia, un poco al menos.









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