domingo, 8 de enero de 2012

¿Pensar en cine en mitad de la crisis? Recuperar el tiempo, el espacio, el territorio.

Arranca el año 2012 y nos lo arrancan también, con impunidad y alevosía. Presenciamos casi estupefactos en estos primeros días la legalización de la estafa a gran escala como sentido común de lo político.

Mañana lunes comenzamos con la primera de las Jornadas de Cine sin Autor en Medialab Prado.

Hace algunos años ya, cuando iniciamos este camino, no hubiéramos imaginado que para comenzar unas jornadas sería de recibo situar el cine dentro de una crisis global causada por los delirios financieros especulativos.

Si damos por hecho que estamos ante un cambio de paradigma, es necesario poder definir tanto el paradigma del que venimos como el paradigma al que queremos llegar o al menos plantearnoslo con igual agudeza, con igual precisión.

Preparando material para las jornadas leíamos las conclusiones de un libro que citamos hace tiempo: El Nuevo Hoolywood, del imperio cultural a las leyes del Marketing (Toby Miller, Nitin Govil, John MaMurria, Richard Maxwell)

Nos llamó la atención un relato. El libro es ya desde hace una década.

“Tomb Raider, se rodó en Angkor Watt, las ruinas de un templo camboyano de piedra arenisca del siglo IX. Poco después, se rodaron en ese lugar otras cuatro películas de Hollywood. Los productores buscaban terrenos nuevos y baratos (solo pagaban 10.000 dólares diarios por rodar en una de las maravillas del mundo, el dinero iba a parar a una compañía petrolífera que heredó las funciones del departamento de conservación medioambiental como consecuencia de una privatización; y la gente del cine tuvo incluso a los militares a sus servicio para que les abrieran carreteras). El Gobierno buscaba promoción para la producción de cine concertada con Tailandia (con el eslogan de ‘dos países, una película local’ y ‘Destino Tailandia’) y publicidad turística que mostrara que el suyo era un país seguro en su encarnación post khmers rojos. Los críticos temían la destrucción de los tesoros de la antigüedad del país de manos de los visitantes y la asociación de las ruinas con la hiperviolencia de Tomb Rider (El Estado permitió que los extranjeros llevaran armas -algo que normalmente va en contra de la ley- para garantizar que la actriz Angelina Jolie se sintiera segura)... Mientras tanto, los activistas, actores y directores coreanos se estaban afeitando las cabezas, manifestándose en las calles e iniciando huelgas de hambre para protestar por el trato que su Gobierno había firmado con Estados Unidos para rebajar las cuotas de pantalla...”

Nos quedamos pensando una vez más en el contraste tan enorme entre las dos, digamos, “manifestaciones del cine” que hace una década, como hace tanto tiempo ya, atraviesan nuestra realidad.

Las estrategias del poder y las estrategias de la población. Los pactos y complicidades permanentes allí arriba y las manifestaciones del gentío y sus trabajadores locales. La historia está atravesada de estos movimientos.

Ponerse hablar de cine hoy, si lo queremos hacer con un mínimo de seriedad y si lo queremos hacer desde abajo, pasa inevitablemente por abocarnos a la construcción de otro modelo u otros modelos de producción.

Los autores reflexionan con bastante rigor, sobre las transformaciones que ese mundo corporativo de los poderosos (tan vinculado al cine desde el principio) y sobre cómo esta actividad ha ido adapatándose a las NICL (Nuevas División Internacional del Trabajo Cultural según sus siglas en inglés) a lo largo del siglo.

Cuando hablan de estas situaciones, en su conclusión, lo hacen con cierta ironía sobre el impacto de la acción del rodaje de Tomb Rider y el impacto que podían tener las protestas de los activistas.

Desde el año pasado hemos asistido casi diariamente a este tipo de desfases entre las dinámicas del poder y sus estrategias de estafa a gran escala y los diferentes actos de resistencia ciudadana.

“La globalización se presenta -decían los autores hace diez años- como algo real, una sensación que trasciende el tiempo, el espacio y la nación de que esas categorías están en peligro”.

Más que trascender, diríamos, cómo impactan sobre ellas.

Más que nación diríamos, un cierto territorio unido a cierta identidad de la población identificada con sus formas de vida y sus lugares, sus cosas.

Podrían ser estos tres elementos un punto de arranque para iniciar el debate. Hablar de estas tres categorías que están, hoy, sensiblemente, en peligro: el tiempo, el espacio y esas nociones locales que consideramos propias.

¿Qué es el cine sino una organización de gente que se dedica a crear y gestionar películas que en su conjunto determinan e intentan representar el imaginario audiovisual social?

En el viejo paradigma, el cine ha tenido y tiene siempre su propio tiempo. Su medida ha sido la de sus productores, los plazos de sus proyectos, la duración de su dinero, la duración con la que sus diseñadores han querido determinar espacios audiovisuales encapsulados en películas.

El espacio siempre se ha visto y se ve restringido, manipulado, adaptado o artificialmente determinado por el imaginario creador y propietario.

Y el territorio, la vinculación con una localidad y unas formas de vida, generalmente han sido abordados desde subjetivismos sin territorio, despachos, estudios, productoras, o el simple cuarto de un guionista o un director que diseña los límites y funcionamiento que va a tener su creación.

Incluso quitando toda carga moralizadora o condenatoria, el cine hecho bajo los parámetros conocidos demuestra siempre unas claras limitaciones en su relación con el mundo, digamos, real.

Cuando pensamos en un cambio de paradigma pensamos justamente en un cambio profundo de su operativa referidas al tiempo, al espacio y al territorio con sus gentes. Y por tanto una necesidad urgente de pensar en su forma de organizarse como producción social bajo otros procedimientos, que construyan y, su vez, se vea determinados por otros paradigma.

Todo el diseño de un modelo de cine desde abajo, va unido para nosotros a un gran desplazamiento que su operativa debe hacer para naturalizarse en el tiempo de la vida social, en la posibilidad de un dispositivo que permita la inclusión progresiva de personas que lo ocupen con sus imaginaciones y realidades y que todo eso siempre constituya lo que el cine fue: un acontecimiento social productivo.

Pensamos en organizaciones y asociaciones de gente que encuentre en el cine un espacio para el desarrollo de su propia ficción y documentación desde sus espacios de vida.

Al profesionalismo cinematográfico le queda el fascinante y complejo camino de hacerse servicio entre la gente, no separado de ella, no encapsulado en los corredores del negocio o el subjetivismo elitista solamente sino inmerso en la sociedad.

Y al cine le queda la posibilidad de convertirse en acontecimiento social participativo donde diferentes colectividades se vean involucradas con entusiasmo en la construcción de todo tipo de obras audiovisuales.

Así como parece obvio para muchas personas que la salida del capitalismo solo es posible si nos salimos de sus dinámicas opresivas, vertiginosas y desumanizantes, nuestro imaginario social debe plantearse un tipo de producción que salga lentamente de las rutinas que el cine ha marcado de manera opresiva e incluso estéticamente y formalmente limitadas a unas minorías.

Vemos en crisis muchas formas de la producción, distribución, circulación, uso y explotación de objetos y obras culturales. Vemos su relativo derrumbe.

Pero no está claro que la caída de estos edificios sea solo una cuestión de caducidad e inoperancia sin más a la que sus magnates y propietarios se rendirán. Todo lo contrario.

Decíamos al principio que los autores del libro citado, demostraban con claridad que Hollywood absorbió desde su nacimiento las maneras industriales fordistas para desarrollar su imperio. Pero de igual forma se adaptó a las condiciones globales actuales de una producción capitalista a gran escala basada en la deslocalización de sus cadenas de producción, en la búsqueda de condiciones productivas que aseguren el constante abaratamiento de la mano de obra y el aumento de beneficios para sus inversores, en las complicidades con el alto poder para seguir sus negocios.

El derrumbe de las industrias es una situación relativamente transitoria de falta de control, si así puede llamarse, de ciertos procedimientos que la población en general está sabiendo aprovechar para democratizar, apropiarse, inventarse otras maneras de producción.

Si bien hay enfrentamientos y luchas urgentes e inmediatas totalmente necesarias, hay que entender que si queremos realmente funcionar bajo otro paradigma, hay que abocarse a la fría, meditada, ensayada manera de probar esas otras formas de producción que tanto decimos necesitar. Hay que huir también de toda urgencia, de toda prisa, de todo nervio por resultados evidentes en los cortos plazos. Hay que huir de esa maniática costumbre que hemos incorporado de “competir” en no se sabe que mercados como si eso fuera a darle alguna validez social y política a nuestro trabajo, cuando sabemos que entrar en los escaparates de la mercancía, no es más que el acto común de convertirse en mercancía. Hay que huir de tanto ruidaje y tanta palabrería incluso rebelde para dedicarse a la construcción paciente de otros refugios, de otros encuentros, de otros contactos en el terreno de lo próximo.

Nos debe mover el ensayo constante, el trabajo serio, la autocrítica responsable y eficaz, el hacer, el hacer, el hacer mundos a nuestra medida. La vida está de nuestra parte, aunque unos pervertidos hijos de puta se empeñen en destruírnosla y nos quieran hacer creer que estamos muertos. Estamos sobradamente vivos y con la cordura suficiente para seguir construyendo en medio de sus crímenes.

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