domingo, 9 de septiembre de 2012

Cine entre caníbales. Encontrarnos para producir otra cultura.

“Ninguna civilización, cultura o arte ha podido evitar la destrucción de millones de personas. Ni la iglesia Ortodoxa. ni el cristianismo, ni el arte, ni la educación, Nadie pudo evitar, que millones de rusos murieran a manos de sus compatriotas”

Con éstas palabras del director ruso Alexander Sokúrov, acaba el último de los quince capítulos de la Historia del Cine de Mark Cousins.

Una declararción sin duda tan lapidaria como real que nos permite expresar una sensación que impregna éste nuevo comienzo de año.

La Historia del Cine de Mark Cousins (Serie documental y libro), es una mirada sobre la historia de su constante innovación técnica y narrativa. Una especie de repaso sobre los momentos en el que en diferentes películas se produjeron cambios sustanciales en el oficio, al menos bajo la mirada de su autor.

La frase de Sokúrov nos ha remitido al canibalismo político que nos está tocando asumir y que parece no tener límites. ¿Será verdad su tesis, que cada cierto tiempo un grupo bastante reducido de seres humanos de una determinada sociedad se vuelve sobre el resto en una acción depredadora y conducidos posiblemente por su feroz ansiedad por conservar su vida y su situación de vida, hasta provocarles directamente la inanición, cuando no la muerte?

Porque cada día se nos confirma más que aquí se está produciendo algo muy semejante al desahucio generalizado para mandar a una parte importante de la población a la miseria.

El desahucio que comenzó vinculado a la expulsión de gente de sus viviendas, se ha extendido como plaga a la mayoría de sectores y situaciones de la población. No hace falta ennumerarar tan macabro despropósito. La “destrucción de millones de personas... a manos de sus compatriotas” que dice Sokúrov.

Los que nos pasamos una parte del día perdiendo el tiempo en intelectualizar la situación desde el ámbito de la cultura (ni preguntemos qué puede ser eso en éste momento y en este país), pues en alguna de esas perdidas de tiempo alguien nos remarcaba que se notaba una relación positiva entre aquellos proyectos culturales en los que detrás había un grupo de personas con fuertes lazos de vida. Incluso planteábamos que deberíamos hacer emerger ese tipo de vínculos sociales, de organización, que alimentan y muchas veces sostienen diferentes proyectos, como una base necesaria que permita pensar en la producción de otra cultura. Una manera de dibujar posibilidades frente a la destrucción que no ofrece más horizonte que la deriva hacia una cultura decorativa en manos de aquellos artistas que aún puedan colgarse de la reducida élite que se mantendrá en pie.

Los sistemas políticos depredadores, en muchas ocasiones fueron contestados por el cine por medio de películas que abrieron, al menos, un universo narrativo y simbólico que contribuyó, como válvula de escape, a poder imaginar rasgos de un nuevo diseño de sociedad.

La pantalla, en manos de sus innovadores o innovadoras pudo abrir, en los escasos momentos que dura el film, a emociones, ideas, formas de relación humanas, canalizaciones de sentimientos, de rabia, de pudor, de fantasía, de sueño.

Pero todo esta mecánica relacional del cine parece ineficaz y dinosáurica cuando la vivimos en su oxidada forma. Esperar a que algunos o algunas cineastas nos conformen una película que nos permita vivir por un breve momento, alguna salida.

La película que detona la reflexión de Sokúrov se llama “El arca rusa”. Una película cuya intensa novedad es que toda ella, 96 minutos, son un solo plano secuencia “en la que un viajero europeo del siglo XIX recorre del museo Hermitage, en San Petersburgo, acompañado de una voz en off que va repasando 300 años de la historia de Rusia”. Plano único rodado el 23 de diciembre del 2001 y que implicó a 2000 actores y actrices, se filmaron 867 personas y 3 orquestas tocando en directo.

Mark Cousins muestra en su documental los momentos posteriores al final del rodaje del único plano, al final de la segunda toma que fue la buena (la primera se interrumpió apenas empezar) y las cámaras muestran el momento en que cortan y la emoción contenida por los centenares de personas que habían compuesto la escena.

Un momento de cine.

Vuelve a pasarnos de quedarnos con la mirada y la emoción en ese momento social fuera de la película pero dentro del cine, donde tanta gente a formado parte de la realización de una complejísima idea para llenar la pantalla. Vuelve a surgirnos la necesidad de que no sea solo un director, por brillante y profundo que sea Alexander Sokúrov el que tenga la propiedad de llenar la pantalla de forma y contenido. Vuelve a fascinarnos ver que una colectividad de gente puede organizarse durante meses bajo el fascinante ritual cinematográfico para que una cámara plasme ese trabajo.

Canibalismo político, guerra económica, catástrofe social, Sokúrov y su afirmación inapelable, centenares de gente organizados para que Tilman Büttner, el portentoso cámara pueda filmar una película memorable, nosotros y nuestras obsesiones de formar colectividades de cine en medio de una tormenta desatada por un grupo de caníbales políticos.

No hay mucho que decir. Asociamos cosas. Nos apasiona el cine. Hemos puesto en marcha una Fábrica para ofrecer a cualquiera y hasta donde podamos un modelo diferente de producir películas. Teorizamos. Buscamos la réplica. Quizá no sea mucho.

Esta semana nos han escrito desde Oviedo y desde Bilbao. Dos experiencias distintas. Desde Oviedo nos escriben del centro autogestionado La Madreña que nos decían cómo veíamos el hecho de que importaran nuestra idea de Cine sin Autor para su actividad audiovisual. Desde Bilbao, la Asociación Askabide nos cuentan que quieren utilizar conceptos y estrategias de Cine sin Autor para hacer su trabajo. Esta semana nuestro compañero Daniel Goldmann se va a Bogotá para atender la invitación que nos hizo el Festival de Cine Ojo al Sancocho para impartir un taller de 4 días ya que tenían interés en conocer nuestra manera de trabajo. Una realizadora chilena y otra española nos han visitado también ésta semana para ofrecernos su colaboración desinteresada.

Mientras, en la fábrica, este viernes avanzábamos con la colectividad del corto “Entrenosotros” donde se han sumado más personas, ya somos diez y vendrán más.

Un debate fuerte, también de ésta semana, giró entorno a los roles entre especialistas de cine y no especialistas. Llevamos tiempo no logrando una idea precisa para escribir en nuestro manifiesto y nuestra normativa metodológica, una manera de enunciar algo que no anule inútilmente a un profesional por ser profesional, pero tampoco a una persona amateur que se vea arrasada por el saber profesional. Luego de acalorados debates, nos parecía que la clave estaba en la ruptura frontal con el individualismo, pero no solo el profesional sino el de cualquier persona. Lo colectivo tiene que ser capaz de neutralizar cualquier postura autoritaria, decíamos, sin distinción de si es o no profesional de cine. Y otra vez volvía a emerger la necesaria apuesta porque la base de nuestro planteo es erradicar en el proceso creativo, en la producción y gestión de las películas, cualquier atisbo de autoritarismo, de prepotencia técnica, emocional, estética, racional, venga de quien venga.

Pensando en el panorama que nos rodea, nos acecha la pregunta: ¿qué se puede hacer en mitad del canibalismo político desde la cultura y el cine? Quizá nuestra experiencia no aporte espectaculares respuestas, pero no vemos otro camino que el de encontrarnos vitalmente, profundamente, humanamente. Encontrarnos para sentirnos pero también para organizarnos. Al menos en nuestro caso, en nuestro pequeño colectivo, cuanto más nos hemos sabido encontrar, más hemos producido, cuánto más nos hemos respetado, esperado y comprendido, mejor hemos imaginado, cuánto más nos cuidamos, más fuertes nos sentimos.

Uno nunca sabe todas las razones por las que hace las cosas. Nosotros nos acostumbramos a transitar por los terrenos movedizos de la sinautoría, de la destrucción de la propiedad individual de las ideas y los modos de hacer, del autoritarismo personal que no escucha e impone. El camino de todos estos años no es más que una sucesión de encuentros profundos con mucha gente. Encuentros de los que algunos se desvanecen en mitad de las duras circunstancias y otros crecen. Encuentros de los que van quedando cada vez con más nitidez, unas huellas de cine...en el cine...desde el cine... para el cine. La cultura debería ser una celebración estética de profundos, intensos y frecuentes encuentros sociales... encuentros que lleven a una organización activa para representarnos, para crear imaginario, para debatir acaloradamente con qué contenidos llenar el espacio simbólico y expresivo del arte.

La película Entrenosotros de ésta primer colectividad de la Fábrica, es una reflexión sobre la soledad... de eso hablamos cada vez que trabajamos... de cómo representarla, cómo sugerirla.

La afirmación de Sokúrov es cruelmente cierta. Pero su película es una reacción a su propia reflexión. Un espejo donde quiso mostrar una visión particular de la historia de Rusia.

Por aquí y “Entrenosotros”, más allá del film que logremos, el asunto fundamental es que nos hemos organizado para ocupar la pantalla, que nos empezamos a conocer, que ya no somos extraños, que empiezan a abundar las preguntas sobre el otro y la otra, sobre nuestras vidas, que aunque sea poco, estamos llenando de encuentro un pequeñísimo espacio de este perverso desierto diseñado por el canibalismo político de un grupo de gente que ha perdido el sentido de lo humano.

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