La historia del viejo cine no dejó de ser y sigue siendo aún en su mayoría, una sucesión de ensayos mercantiles de congregación de espectadores en salas oscuras alrededor de unos films.
El éxito de público, justamente, fue edificando diferentes sistemas de producción a medida que tocaba determinadas películas con su vara mágica de rentabilidad.
Esa reunión de espectadores y espectadoras durante la proyección de una película se constituyó en el acontecimiento social por excelencia: congregaciones de gente desconectadas entre si comenzaron a ser convertidas en cercanos fantasmas de butaca que durante unas dos horas aproximadas, se expondrían a una secuencia audiovisual altamente diseñada por un equipo de oficio.
Vínculo social de público, físicamente transitorio y algo más duradero en sus imaginarios: lo que les unirá es el hecho de haber visto la misma o las mismas películas, el hecho de que algo de su memoria quedara fijado al imaginario de sus productores.
Serán los espectadores de Hitchcock, o los fanáticos de Las guerras de las galaxias, o los devotos de Godard o los seguidores de Tarantino o las masas conmovidas por Charlot. Verdaderas multitudes de fantasmas que en su más organizada conexión se podían parecer a los devotos del cuento de Cortázar Queremos tanto a Glenda, una especie de secta de seguidores de una actriz llamada Glenda Garson en la narración cortazariana.
El vínculo social entre los espectadores y espectadoras del viejo cine podría llegar hasta allí.
El negocio no quiso, no quiere crear otro tipo de relación social entre el público, más allá de aquel que les permita seguir consumiendo películas. El sistema de estrellas se convertiría en el modo operativo más eficaz para el estimulo comercial de este tipo de reacciones en cadena.
La dinámica social de aquel viejo cine, es, entre otras cosas, esa inagotable carrera por conectar películas con públicos y hacerlo de manera rentable para sus inversores y productores.
De la dinámica social que deriva de ese vínculo entre productores, películas y perceptores salen todas las experiencias sociales que en el cine podemos encontrar. Escasísimas veces ha podido escapar a este ensayo de gestión estético-empresarial.
Cuando pensamos, desde nuestra experiencia, en un cambio profundo de la dinámica social que produce el cine, hablamos de un cambio en la concepción de este vínculo: vínculo de relación con la producción y de la relación social entre esos antiguos fantasmas del cine.
Esta semana mostrábamos parte del trabajo de Cine sin Autor a un grupo de profesores cuyas primeras preguntas insistían en ¿quién nos financia todo esto? , si lo hacemos sin esperar nada a cambio? o ¿qué pretendemos con este tipo de cine?
Creemos que si en lugar de nosotros apareciera cualquier director a mostrar su película, todas las preguntas y comentarios se dirigirían a el film mostrado y nadie le interrogaría sobre sus formas de financiación, sus ganancias o su ruina: qué bien, eres un director, nos muestras tu película, opinamos de ella, muchas gracias, que sigas con tu trabajo. Todo estaría en su sitio.
Otra chica nos preguntó al final si teníamos algún premio con algún corto. ¿Buscaría nuestra validez técnico-profesional?
En el último documento que creamos el año pasado, mientras grababamos el día de un bar, un hombre bien amable se nos acercó y luego de preguntarnos con bastante interés cómo funcionaba todo esto del Cine sin Autor, nos hizo las mismas preguntas que mencionábamos arriba: pero ustedes, ¿por qué hacen esto? ¿Les paga alguien? ¿Ustedes lo pagan? Al final de nuestras explicaciones se despidió con una palmadita de ánimo en la espalda y un lastimoso: me parece muy bien pero no les envidio para nada.
Vamos, que le dimos pena y todo al caballero.
Todas estas actitudes y preguntas responden a un imaginario sobre el cine y al tipo de vinculo social habitual que se ha asentado como comprensión de lo que supone este oficio.
Nadie le pregunta a los directores quién le financia sus neuróticos, personales o industriales films. En realidad, nadie pregunta sobre el dinero en el cine. El dinero solo se menciona como elemento de promoción, para impresionar con sus altísimos (o bajísimos) presupuesto. Vende también una película con irrisorios costos.
El ocultamiento del proceso es ley del cine, como es ley del capitalismo en general hacer desaparecer el rastro de los procesos productivos de cualquier fabricación. Un objeto de consumo es un objeto al que se le ha ocultado su historia.
Entonces, cuando hablamos del vínculo social que el cine crea, sabemos que es un asunto mucho más complejo que cuatro enunciados teóricos y un poco de ruido social videoactivista.
No deja de resultar curioso que aunque en el terreno solemos hablar poco de todo esto parece que despedimos alguna aroma particular para que ciertas personas nos pregunten sobre las manera de sustento y las intenciones profundas que nos mueven a hacer un cine participadamente colectivo. Parece difícil asentar otro imaginario.
La ruptura con este tipo de vínculo social que ha instalado el cine, es, también, para nosotros, un reto metodológico, porque nos obliga a un esfuerzo mayor para alcanzar otro tipo de relación con las personas que participan en las experiencias de Cine sin Autor, si es que realmente queremos lograr procesos incluyentes desde la actividad cinematográfica.
No estamos buscando espectadores que rentabilicen nuestro esfuerzo profesional sino desarrollando un cine que produzca encuentros, conexiones sociales, reacciones organizativas para su producción.
Pero, a pesar de todo, ahí siguen los fantasmas de butaca sentados al lado de otras decenas de fantasmas de butaca pensando que el cine es eso.
Por suerte, a la par de estas incomprensiones para hacer del cine algo diferente, la práctica sobre el terreno espanta esos viejos fantasmas.
En la segunda sesión que tuvimos con los jóvenes del Instituto CEPA Tetuán donde iniciamos el Estudio Abierto, el alumnado que se reunió para empezar la experiencia no tuvo mucha duda. Luego de que nos respondieran sobre el cómo se suele hacer una película (debe haber un guión, una historia, un presupuesto, rodajes, montajes, etc -decían-) les preguntamos qué se imaginaban que podría significar nuestra propuesta: un Cine sin Autor. Sin demasiado esfuerzo respondieron que no hay historia, que no hay guión y por lo tanto que lo tendrían que hacer entre todos y todas, participando activamente en las diferentes tareas...
Y así ocurrió en la siguiente hora. Que no hubo problemas operativos, que circularon las cámaras, que cada vez que pasaba un o una compañera a protagonizar su primer retrato fotográfico y su primer plano sobre el tema de la película, a las palabras ¡cámara, acción!, el excitado ruidaje de conversaciones se convertía en silencio respetuoso, en entendimiento colectivo, en aceptación de un funcionamiento grupal.
Por eso, muchas veces, preferimos los procederes a las excesivas teorizaciones.
Este fin de semana estuvimos con las compañeras que han empezado una experiencia de Cine sin Autor en un bloque de edificios del barrio de Bourrassol, en Toulouse, Francia y el tema del vínculo social ha tomado aquí otro carácter.
Una de las compañeras vive actualmente en estos edificios y a partir de la sensación de falta de conexiones sociales y encuentros, decidieron tomar como herramienta el cine para operar sobre esa carencia.
Luego de unas primeras grabaciones en los lugares públicos que rodean a estos edificios, una señora de origen argelino a la que grabaron con su permiso, a los pocos días de que esto ocurriera, abordó a nuestras compañeras para saber si podría ver “aquellas fotos”. El encuentro que posteriormente tuvieron con ella en su casa derivó en un primer retrato de la familia argelina, que amablemente se dejó grabar en situaciones cotidianas mientras contaba la realidad de su arribo en Francia y su vida actual. Uno de los argumentos recurrentes de Nabaouia, la señora de la casa, es el shock que le supuso su inmersión en la vida francesa en cuanto al aislamiento social que supone. Confesaba haber aprendido en Toulouse a que nadie entre con facilidad a su casa. De alguna manera manifestaba la carencia de relaciones sociales y lo difícil que resulta vivirlo viniendo de una cultura que es justamente lo opuesto. El proyecto de nuestras compañeras pretende justamente utilizar los documentos fílmicos como vehículo entre las y los habitantes de los bloques y apartamentos herméticamente cerrados de este barrio con la intención de ir generando una película que habra conexiones entre esa gran cantidad de personas que habitan detrás de las puertas cerradas.
Vínculos sociales del cine. Cine como ruptura del aislamiento. Cine para ciudades desconectadas.
Sí. No nos gustan los fantasmas del viejo cine. Huelen demasiado a quietud. Son como una multitud agazapada en las oscuridades de unas viejas salas. Los fantasmas que quieran, pueden quedarse. Pero preferimos que sepan que alguien ha abierto las jaulas de sus butacas.
El éxito de público, justamente, fue edificando diferentes sistemas de producción a medida que tocaba determinadas películas con su vara mágica de rentabilidad.
Esa reunión de espectadores y espectadoras durante la proyección de una película se constituyó en el acontecimiento social por excelencia: congregaciones de gente desconectadas entre si comenzaron a ser convertidas en cercanos fantasmas de butaca que durante unas dos horas aproximadas, se expondrían a una secuencia audiovisual altamente diseñada por un equipo de oficio.
Vínculo social de público, físicamente transitorio y algo más duradero en sus imaginarios: lo que les unirá es el hecho de haber visto la misma o las mismas películas, el hecho de que algo de su memoria quedara fijado al imaginario de sus productores.
Serán los espectadores de Hitchcock, o los fanáticos de Las guerras de las galaxias, o los devotos de Godard o los seguidores de Tarantino o las masas conmovidas por Charlot. Verdaderas multitudes de fantasmas que en su más organizada conexión se podían parecer a los devotos del cuento de Cortázar Queremos tanto a Glenda, una especie de secta de seguidores de una actriz llamada Glenda Garson en la narración cortazariana.
El vínculo social entre los espectadores y espectadoras del viejo cine podría llegar hasta allí.
El negocio no quiso, no quiere crear otro tipo de relación social entre el público, más allá de aquel que les permita seguir consumiendo películas. El sistema de estrellas se convertiría en el modo operativo más eficaz para el estimulo comercial de este tipo de reacciones en cadena.
La dinámica social de aquel viejo cine, es, entre otras cosas, esa inagotable carrera por conectar películas con públicos y hacerlo de manera rentable para sus inversores y productores.
De la dinámica social que deriva de ese vínculo entre productores, películas y perceptores salen todas las experiencias sociales que en el cine podemos encontrar. Escasísimas veces ha podido escapar a este ensayo de gestión estético-empresarial.
Cuando pensamos, desde nuestra experiencia, en un cambio profundo de la dinámica social que produce el cine, hablamos de un cambio en la concepción de este vínculo: vínculo de relación con la producción y de la relación social entre esos antiguos fantasmas del cine.
Esta semana mostrábamos parte del trabajo de Cine sin Autor a un grupo de profesores cuyas primeras preguntas insistían en ¿quién nos financia todo esto? , si lo hacemos sin esperar nada a cambio? o ¿qué pretendemos con este tipo de cine?
Creemos que si en lugar de nosotros apareciera cualquier director a mostrar su película, todas las preguntas y comentarios se dirigirían a el film mostrado y nadie le interrogaría sobre sus formas de financiación, sus ganancias o su ruina: qué bien, eres un director, nos muestras tu película, opinamos de ella, muchas gracias, que sigas con tu trabajo. Todo estaría en su sitio.
Otra chica nos preguntó al final si teníamos algún premio con algún corto. ¿Buscaría nuestra validez técnico-profesional?
En el último documento que creamos el año pasado, mientras grababamos el día de un bar, un hombre bien amable se nos acercó y luego de preguntarnos con bastante interés cómo funcionaba todo esto del Cine sin Autor, nos hizo las mismas preguntas que mencionábamos arriba: pero ustedes, ¿por qué hacen esto? ¿Les paga alguien? ¿Ustedes lo pagan? Al final de nuestras explicaciones se despidió con una palmadita de ánimo en la espalda y un lastimoso: me parece muy bien pero no les envidio para nada.
Vamos, que le dimos pena y todo al caballero.
Todas estas actitudes y preguntas responden a un imaginario sobre el cine y al tipo de vinculo social habitual que se ha asentado como comprensión de lo que supone este oficio.
Nadie le pregunta a los directores quién le financia sus neuróticos, personales o industriales films. En realidad, nadie pregunta sobre el dinero en el cine. El dinero solo se menciona como elemento de promoción, para impresionar con sus altísimos (o bajísimos) presupuesto. Vende también una película con irrisorios costos.
El ocultamiento del proceso es ley del cine, como es ley del capitalismo en general hacer desaparecer el rastro de los procesos productivos de cualquier fabricación. Un objeto de consumo es un objeto al que se le ha ocultado su historia.
Entonces, cuando hablamos del vínculo social que el cine crea, sabemos que es un asunto mucho más complejo que cuatro enunciados teóricos y un poco de ruido social videoactivista.
No deja de resultar curioso que aunque en el terreno solemos hablar poco de todo esto parece que despedimos alguna aroma particular para que ciertas personas nos pregunten sobre las manera de sustento y las intenciones profundas que nos mueven a hacer un cine participadamente colectivo. Parece difícil asentar otro imaginario.
La ruptura con este tipo de vínculo social que ha instalado el cine, es, también, para nosotros, un reto metodológico, porque nos obliga a un esfuerzo mayor para alcanzar otro tipo de relación con las personas que participan en las experiencias de Cine sin Autor, si es que realmente queremos lograr procesos incluyentes desde la actividad cinematográfica.
No estamos buscando espectadores que rentabilicen nuestro esfuerzo profesional sino desarrollando un cine que produzca encuentros, conexiones sociales, reacciones organizativas para su producción.
Pero, a pesar de todo, ahí siguen los fantasmas de butaca sentados al lado de otras decenas de fantasmas de butaca pensando que el cine es eso.
Por suerte, a la par de estas incomprensiones para hacer del cine algo diferente, la práctica sobre el terreno espanta esos viejos fantasmas.
En la segunda sesión que tuvimos con los jóvenes del Instituto CEPA Tetuán donde iniciamos el Estudio Abierto, el alumnado que se reunió para empezar la experiencia no tuvo mucha duda. Luego de que nos respondieran sobre el cómo se suele hacer una película (debe haber un guión, una historia, un presupuesto, rodajes, montajes, etc -decían-) les preguntamos qué se imaginaban que podría significar nuestra propuesta: un Cine sin Autor. Sin demasiado esfuerzo respondieron que no hay historia, que no hay guión y por lo tanto que lo tendrían que hacer entre todos y todas, participando activamente en las diferentes tareas...
Y así ocurrió en la siguiente hora. Que no hubo problemas operativos, que circularon las cámaras, que cada vez que pasaba un o una compañera a protagonizar su primer retrato fotográfico y su primer plano sobre el tema de la película, a las palabras ¡cámara, acción!, el excitado ruidaje de conversaciones se convertía en silencio respetuoso, en entendimiento colectivo, en aceptación de un funcionamiento grupal.
Por eso, muchas veces, preferimos los procederes a las excesivas teorizaciones.
Este fin de semana estuvimos con las compañeras que han empezado una experiencia de Cine sin Autor en un bloque de edificios del barrio de Bourrassol, en Toulouse, Francia y el tema del vínculo social ha tomado aquí otro carácter.
Una de las compañeras vive actualmente en estos edificios y a partir de la sensación de falta de conexiones sociales y encuentros, decidieron tomar como herramienta el cine para operar sobre esa carencia.
Luego de unas primeras grabaciones en los lugares públicos que rodean a estos edificios, una señora de origen argelino a la que grabaron con su permiso, a los pocos días de que esto ocurriera, abordó a nuestras compañeras para saber si podría ver “aquellas fotos”. El encuentro que posteriormente tuvieron con ella en su casa derivó en un primer retrato de la familia argelina, que amablemente se dejó grabar en situaciones cotidianas mientras contaba la realidad de su arribo en Francia y su vida actual. Uno de los argumentos recurrentes de Nabaouia, la señora de la casa, es el shock que le supuso su inmersión en la vida francesa en cuanto al aislamiento social que supone. Confesaba haber aprendido en Toulouse a que nadie entre con facilidad a su casa. De alguna manera manifestaba la carencia de relaciones sociales y lo difícil que resulta vivirlo viniendo de una cultura que es justamente lo opuesto. El proyecto de nuestras compañeras pretende justamente utilizar los documentos fílmicos como vehículo entre las y los habitantes de los bloques y apartamentos herméticamente cerrados de este barrio con la intención de ir generando una película que habra conexiones entre esa gran cantidad de personas que habitan detrás de las puertas cerradas.
Vínculos sociales del cine. Cine como ruptura del aislamiento. Cine para ciudades desconectadas.
Sí. No nos gustan los fantasmas del viejo cine. Huelen demasiado a quietud. Son como una multitud agazapada en las oscuridades de unas viejas salas. Los fantasmas que quieran, pueden quedarse. Pero preferimos que sepan que alguien ha abierto las jaulas de sus butacas.
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