Charles Chaplin ha creado el personaje posiblemente más conocido de la historia del cine. El cuento de su historia lo encontramos en cualquier parte. No es necesario extendernos en ello. Ese cuento habla de un niño nacido en la pobreza que se convirtió en un millonario actor, director y productor de sus propias películas. Para la creación de la vestimenta que lo hiciera famoso en todo el mundo cogió directamente aspectos de un tipo de vagabundo inglés que buscaba en ese traje un disimulo de su miseria. Sus clásicos pies abiertos también los copiaría de la costumbre de estos pobres que para poder llevar sus zapatos demasiado grandes debían arrastrarlos de esa manera. Iconización no solo de un aspecto sino de toda una visión de la vida.
En realidad, toda la ascensión de Chaplin podría verse como una vital y poderosa autocatarsis por medio de la cual se desclasó para siempre del sitio social en el que había nacido.
Sus herramientas fueron primero la actuación teatral y luego, definitivamente, el cine.
Tempranamente buscó la independencia como director y productor de sus propias películas.
Años después de su muerte, su viuda permitió a los documentalistas Kevin Brownlow y David Gill acceder a sus almacenes de películas y estos pudieron revelar que “ya que no tenía guión y él era el actor, ensayaba delante de la cámara 50 o 60 veces. Nunca realizaba tomas numeradas. Tan solo improvisaba sin importarle el tiempo que podrían perder ... -¿Por qué preocuparse si el resultado final sale bien?” - solía decir.
Pero Charles Chaplin no habló ni escribió sobre su manera de hacer películas. Dicen que le gustaba comentar que “si la gente sabe cómo se hace la magia desaparece”.
Ni siquiera en la autobiografía que publicara en septiembre de 1964, un éxito rotundo que llegó a tener una tercera reedición en un mes, reveló cosas del arte de la cinematografía o de su propia carrera sino más bien de su vida y de los personajes famosos que conoció.
Hoy nos parece revelador que alguien que supo construir prematuramente una carrera independiente en el seno de la industria de cine y que creara uno de sus personajes más imponentes, haya tenido siempre claro que “la magia” de éste, o por lo menos unos de los aspectos de esa magia, esté en la ocultación consciente de su proceso a la masa espectadora.
“Si la gente sabe cómo se hace la magia desaparece”. Es la historia del viejo cine que pocas veces ha explicitado conscientemente el ocultamiento de su proceso de producción, sus técnicas, saberes e intereses.
Y aunque parezca una frase más, esconde y evidencia ese viejo paradigma que para esta Segunda Historia del Cine de la que solemos hablar, está cambiando. ¿Qué pasa si el conocimiento de la realización cinematográfica se democratiza, se naturaliza, se habitualiza en la población en general?
Perder la magia, según la expresión de Charles Chaplin, revela un punto de apoyo fundamental en la relación de propiedad con el saber y el hacer cinematográfico que siempre estuvo en manos de minorías. El espectador del viejo cine, lo decíamos hace poco, era un ser conectado a la intermitente exhibición de la pantalla cinematográfica desconociendo lo que su producción suponía. El espectador del siglo XXI, si es que lo hay, se va pareciendo más al usuario de las nuevas tecnologías que al comprador de entradas para la sala fantasmal.
Esa capacidad potencial del uso sobre el cine, no creemos que se trate solamente, de la posibilidad de uso de películas hechas por otros, sino de su capacidad y posibilidad de convertirse en “habitante de entornos cinematográficos vivos”: eso que nosotros buscamos abrir con nuestros “estudios abiertos”.
No se trata de “entornos virtuales de simulación interactiva” para ese nuevo usuario inmerso en el mundo de la nueva tecnología, sino de “entornos sociales de creación fílmica”, escenarios de realidad.
Habitamos siempre en algún sitio. La presencia de una cámara que se enciende y la disposición a hacer del uso de dicho registro un proceso organizativo entre personas, es lo que marca la diferencia entre un “entorno social en estado natural” y un “entorno social en estado cinematográfico”. Es decir, un sitio donde la gente ya tiene que pensar y pensarse como gestores de un proceso de representación que no formaba parte de su cotidianidad.
No se trata, quizá, volviendo a la frase inicial, de que el cine pierde su magia cuando la población sabe ciertos secretos de la realización. Se pierde, en todo caso, aquella Vieja Magia basada en el espectador cautivado por las élites productoras. El futuro de lo cinematográfico parece pasar por tener que aprender y encontrarle “una nueva magia”. Aquella que origine o debiera originar un cine naturalizado, un cine-aquí, un cine entre-nosotros, un cine-en cualquier parte.
No se trata solo de encender una cámara sin más, sino fundamentalmente de encenderla con una determinada actitud política, un sentido creador y unos métodos de realización nuevos que reinventen el gesto originario de los Lumière.
Perder la Magia del cine, hoy, significa desplazar la potencia organizadora de su producción, del terreno del privilegio social al ámbito de la participación popular.
Y la culpa de que no ocurra así no la tiene Charles Chaplin. El pequeño vagabundo que este hombre fue primero en su propia vida y que luego plasmó magistralmente en el cine, logró su gran catarsis individual al poder atravesar la complejidad política, social y creativa que supone la maquinaria cinematográfica y utilizarla para sus propios intereses biográficos e ideológicos.
¿Alguna vez haremos del cine beneficiosas y políticas catársis colectivas al estilo Chaplin?
Es bueno decir que, al parecer, ya en su madurez, había dejado de lado la identificación con su mítico personaje. De un desclasamiento de tal magnitud nunca se sale inmune, suponemos.
Serán, entonces, las nuevas máquinas sociales de cine que están emergiendo por aquí y por allá, como la que proponemos aquí con el Cine sin Autor, las que tengan que reinventar esa magia del cine que “se pierde” ante la democratización de su saber y su hacer.
Una nueva magia que no debería surgir a estas alturas del ocultamiento de su proceso de producción, del hermetismo de su negocio, de la persuasión mercantil de su narratividad, del individualismo y elitismo creativo de sus elites o de solo interés de beneficio económico.
La nueva magia del cine, la tenemos que buscar fuera de la pantalla que nos fabrican las decadentes y agotadas minorías que siguen obsecadamente en busca de sus rentables Charlots.
Nueva magia que, en nuestro caso, buscamos en cualquier lugar, en cualquier grupo de personas que quiera organizarse para hacer lo que hacía Chaplin: encender la cámara y comenzar a trabajar obsesivamente para expresar de la mejor manera posible la complejidad de su biografía, la profundidad de sus experiencias, la revivencia de su historia, la visión crítica del mundo que le tocó vivir, la fuerza de sus ilusiones.
La nueva Magia del cine está sin duda en la fascinación que nos otorga el poder realizarlo como vivimos nuestra propia vida: ¡viviéndola!. Si no solemos conformarnos con ser meros espectadores de nuestra historia particular ¿por qué habríamos de ser meros espectadores de un cine que da la posibilidad de hacerlo, comprenderlo, disfrutarlo... y todo esto... ¡viviéndolo!?.
Salud Charlot... nos seguiremos viendo.
En realidad, toda la ascensión de Chaplin podría verse como una vital y poderosa autocatarsis por medio de la cual se desclasó para siempre del sitio social en el que había nacido.
Sus herramientas fueron primero la actuación teatral y luego, definitivamente, el cine.
Tempranamente buscó la independencia como director y productor de sus propias películas.
Años después de su muerte, su viuda permitió a los documentalistas Kevin Brownlow y David Gill acceder a sus almacenes de películas y estos pudieron revelar que “ya que no tenía guión y él era el actor, ensayaba delante de la cámara 50 o 60 veces. Nunca realizaba tomas numeradas. Tan solo improvisaba sin importarle el tiempo que podrían perder ... -¿Por qué preocuparse si el resultado final sale bien?” - solía decir.
Pero Charles Chaplin no habló ni escribió sobre su manera de hacer películas. Dicen que le gustaba comentar que “si la gente sabe cómo se hace la magia desaparece”.
Ni siquiera en la autobiografía que publicara en septiembre de 1964, un éxito rotundo que llegó a tener una tercera reedición en un mes, reveló cosas del arte de la cinematografía o de su propia carrera sino más bien de su vida y de los personajes famosos que conoció.
Hoy nos parece revelador que alguien que supo construir prematuramente una carrera independiente en el seno de la industria de cine y que creara uno de sus personajes más imponentes, haya tenido siempre claro que “la magia” de éste, o por lo menos unos de los aspectos de esa magia, esté en la ocultación consciente de su proceso a la masa espectadora.
“Si la gente sabe cómo se hace la magia desaparece”. Es la historia del viejo cine que pocas veces ha explicitado conscientemente el ocultamiento de su proceso de producción, sus técnicas, saberes e intereses.
Y aunque parezca una frase más, esconde y evidencia ese viejo paradigma que para esta Segunda Historia del Cine de la que solemos hablar, está cambiando. ¿Qué pasa si el conocimiento de la realización cinematográfica se democratiza, se naturaliza, se habitualiza en la población en general?
Perder la magia, según la expresión de Charles Chaplin, revela un punto de apoyo fundamental en la relación de propiedad con el saber y el hacer cinematográfico que siempre estuvo en manos de minorías. El espectador del viejo cine, lo decíamos hace poco, era un ser conectado a la intermitente exhibición de la pantalla cinematográfica desconociendo lo que su producción suponía. El espectador del siglo XXI, si es que lo hay, se va pareciendo más al usuario de las nuevas tecnologías que al comprador de entradas para la sala fantasmal.
Esa capacidad potencial del uso sobre el cine, no creemos que se trate solamente, de la posibilidad de uso de películas hechas por otros, sino de su capacidad y posibilidad de convertirse en “habitante de entornos cinematográficos vivos”: eso que nosotros buscamos abrir con nuestros “estudios abiertos”.
No se trata de “entornos virtuales de simulación interactiva” para ese nuevo usuario inmerso en el mundo de la nueva tecnología, sino de “entornos sociales de creación fílmica”, escenarios de realidad.
Habitamos siempre en algún sitio. La presencia de una cámara que se enciende y la disposición a hacer del uso de dicho registro un proceso organizativo entre personas, es lo que marca la diferencia entre un “entorno social en estado natural” y un “entorno social en estado cinematográfico”. Es decir, un sitio donde la gente ya tiene que pensar y pensarse como gestores de un proceso de representación que no formaba parte de su cotidianidad.
No se trata, quizá, volviendo a la frase inicial, de que el cine pierde su magia cuando la población sabe ciertos secretos de la realización. Se pierde, en todo caso, aquella Vieja Magia basada en el espectador cautivado por las élites productoras. El futuro de lo cinematográfico parece pasar por tener que aprender y encontrarle “una nueva magia”. Aquella que origine o debiera originar un cine naturalizado, un cine-aquí, un cine entre-nosotros, un cine-en cualquier parte.
No se trata solo de encender una cámara sin más, sino fundamentalmente de encenderla con una determinada actitud política, un sentido creador y unos métodos de realización nuevos que reinventen el gesto originario de los Lumière.
Perder la Magia del cine, hoy, significa desplazar la potencia organizadora de su producción, del terreno del privilegio social al ámbito de la participación popular.
Y la culpa de que no ocurra así no la tiene Charles Chaplin. El pequeño vagabundo que este hombre fue primero en su propia vida y que luego plasmó magistralmente en el cine, logró su gran catarsis individual al poder atravesar la complejidad política, social y creativa que supone la maquinaria cinematográfica y utilizarla para sus propios intereses biográficos e ideológicos.
¿Alguna vez haremos del cine beneficiosas y políticas catársis colectivas al estilo Chaplin?
Es bueno decir que, al parecer, ya en su madurez, había dejado de lado la identificación con su mítico personaje. De un desclasamiento de tal magnitud nunca se sale inmune, suponemos.
Serán, entonces, las nuevas máquinas sociales de cine que están emergiendo por aquí y por allá, como la que proponemos aquí con el Cine sin Autor, las que tengan que reinventar esa magia del cine que “se pierde” ante la democratización de su saber y su hacer.
Una nueva magia que no debería surgir a estas alturas del ocultamiento de su proceso de producción, del hermetismo de su negocio, de la persuasión mercantil de su narratividad, del individualismo y elitismo creativo de sus elites o de solo interés de beneficio económico.
La nueva magia del cine, la tenemos que buscar fuera de la pantalla que nos fabrican las decadentes y agotadas minorías que siguen obsecadamente en busca de sus rentables Charlots.
Nueva magia que, en nuestro caso, buscamos en cualquier lugar, en cualquier grupo de personas que quiera organizarse para hacer lo que hacía Chaplin: encender la cámara y comenzar a trabajar obsesivamente para expresar de la mejor manera posible la complejidad de su biografía, la profundidad de sus experiencias, la revivencia de su historia, la visión crítica del mundo que le tocó vivir, la fuerza de sus ilusiones.
La nueva Magia del cine está sin duda en la fascinación que nos otorga el poder realizarlo como vivimos nuestra propia vida: ¡viviéndola!. Si no solemos conformarnos con ser meros espectadores de nuestra historia particular ¿por qué habríamos de ser meros espectadores de un cine que da la posibilidad de hacerlo, comprenderlo, disfrutarlo... y todo esto... ¡viviéndolo!?.
Salud Charlot... nos seguiremos viendo.
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