Hace unas semanas escribíamos sobre una frase de Charles Chaplin una reflexión acerca de la ocultación de los procesos de producción. A partir de ahí nos quedamos reenganchados durante estas semanas a lo inabarcable de su figura volviendo sobre diferentes aspectos de su trayectoria.
En el prólogo que escribiera François Truffaut como introducción al libro Chalie Chaplin que reunía textos de André Bazin sobre la historia de su transformación, encontramos esta reflexión: “Desde sus inicios el cine lo han hecho gentes privilegiadas, si bien hasta 1920 su práctica apenas era considerada un arte. Sin entonar la cantinela, famosa desde mayo de 1968, a propósito del “cine como arte burgués”, quisiera hacer hincapié en que existe siempre una gran diferencia, no sólo cultural sino también biográfica, entre aquellos que hacen las películas y aquellos que las ven.... Cuando Chaplin entre en la Keystone (compañía cinematográfica para la que trabajaba Mack Sennett, quien le ofreciera el primer contrato) para rodar sus películas de persecuciones correrá más deprisa y llegará más lejos que sus colegas del music-hall, pues si bien no es el único cineasta que ha descrito el hambre, sí es el único que la ha conocido; y es esto lo que comprenderán los espectadores de todo el mundo cuando las bobinas empiecen a circular a partir de 1914”.
Y efectivamente, según se dice, Chaplin fue un pequeño mendigo que vagabundeaba por su barrio de Londres, abandonado por su padre alcohólico, alternando en orfanatos y sumido en la angustia de que su madre fuera llevada a un asilo, y más tarde, cuando efectivamente la llevaron, abrumado por el miedo de ser atrapado por la policía.
Estamos en esa Primer Historia del Cine tal como nos gusta nombrarla. Lo dice Truffaut con sus palabras, la historia de ese cine que “fue hecho por gentes privilegiadas”, minorías con el control exclusivo de la producción, solemos decir nosotros. Pero aún así, si damos como cierta la otra afirmación del director francés, emergerá desde la figura de este niño vagabundo el único cineasta que habiendo padecido hambre y miseria, será capaz de hacer de dicha experiencia una de las más contundentes filmografías de la historia del cine.
Y podría ser un simple dato histórico surgido de los interminables relatos del sueño americano: alguien que desde la nada, con empeño y tesón logra convertirse en un hombre rico y famoso y todo ese bla bla bla bla tan infame que solo alimenta falsos sueños.
Pero si realmente vamos a los hechos que se narran sobre la vida de Charlie Chaplin, no deja de asombrarnos, que no es un cineasta, unas películas y una trayectoria cualquiera sino, lo decíamos en el anterior artículo, la inigualable catarsis de un marginado que utilizó para dicho exorcismo personal algo tan complejo como el cine.
Estamos ante la excepción. Y es de la excepción de dónde alimentamos nuestros sueños y nuestras prácticas.
Cuando uno ve los films de Charlot, si uno ha tenido la desgracia de vivir en escenarios de miseria y pobreza, encuentra en ellos una extraña precisión de la descripción de la marginalidad. Hay un algo más allá de la imagen que lo hace extremadamente real.
Charles Chaplin llega a dominar y apropiarse enteramente de los medios de producción hasta el punto de tener el control total de lo que hacía. Habiendo comenzado su carrera en Keystone, logrando un contrato único con la Essanay, pasando por la First National, fue a cada paso logrando la autonomía de su producción que alcanzará con la creación de la United Artists, junto a Mary Pickford, Douglas Fairbanks y David W. Griffith tres de las más importantes figuras del cine mudo de ese momento.
Lo popular de Charlot que despertara la reacción de identificación planetaria a partir de 1915 fue posiblemente debido a lo que afirmaba Truffaut, el reconocimiento de que aquel personaje marginal y sus aventuras escondía las vivencias de un hombre que había vivido lo que plasmaba en la pantalla. Que la lógica social que se desataba en aquel humor desbordante, provenían de una rebeldía, de una resistencia y una inventiva sin límites por sobrevivir ante la catástrofe de la marginación social.
Chaplin fue una gran indigestión para el capitalismo cinematográfico y la misma sociedad americana. Los films de Charlot pondrían de manifiesto al mismo tiempo el diagnóstico y la burla sobre una sociedad, a sus normas y sus convenciones. Este personaje conquistaría el mundo y lograría la admiración unánime. Pero como diría el escritor irlandés George Bernard Shaw: si vas a contarle la verdad a la gente, hazles reír; porque de lo contrario te matarán.
Y algo así sucederá con Chaplin. No lo matarán pero lo expulsarán de la tierra que contempló su ascenso. Mientras ilustres coetáneos como como Buster Keaton o Harold Lloyd asistieron inermes al imparable declive de su popularidad en su tránsito al sonoro, Chaplin evolucionará de una manera autónoma, mutando de esa filmografía de transgresión hacia una obra personalísima pero cada vez más ofensiva contra la sociedad de su tiempo.
Luces de la ciudad, Tiempos modernos, El gran dictador hasta llegar a Monsieur Verdoux. El material explosivo de su persona se haría indigerible tanto para el cine como para la sociedad americana que lo adoraba. Que un pequeño vagabundo logre inmiscuirse en las entrañas del cine, pasaría. Que ese pequeño vagabundo creara un personaje poderosísimo a nivel comunicativo a partir de su propia experiencia, también pasaría. Que se convirtiera en el hombre más popular de la tierra demostrando un dominio total de la técnica cinematográfica se aplaudiría. Que se haga rico y famoso sería admirable. Pero que una vez llegado a la cumbre se vuelva en sus películas ofensivo hacia esa propia sociedad y que lo haga una vez más con éxito, eso será lo insoportable que le valdrá la expulsión de la tierra desde la que conquistó el mundo. Las excusas serían varias.
Chaplin es esa excepcionalidad que hizo posible que en el poderoso sistema cinematográfico de la industria, un marginal con gran talento, sensibilidad y firme actitud crítica, llegara a apropiarse de los medios de cinematográficos para contar las historias que las minorías medias y altas del cine no contarían jamás.
Hollywood premió a Charles Chaplin en 1971 con un Oscar honorífico. Fue el último gesto para tratar de digerirle, para curar sus remordimientos, para deglutir en la vejez a quien resultó indigesto durante un largo tiempo de su trayectoria cinematográfica.
Si algo podemos entender con su travesía es lo que puede llegar a hacer un vagabundo pobre, con talento y con auténtica firmeza al utilizar el cine como un arma de expresión de su propia experiencia.
A la luz de nuestro presente, de otro siglo, de una realidad muy diferente a la que viera emerger la figura de Charlot, desde este insignificante lugar en que hablamos de una Segunda Historia del Cine, de la emergencia de filmografías colectivas, de un presente tecnológico tan explosionado, de la posibilidad de un cine popular entendido como aquel que puede surgir de la apropiación colectiva del saber y las técnicas del cine, su figura nos hace pensar mucho. Si queremos trabajar en la transformación de lo social a través del cine, debemos apropiarnos y entender también su historia y su funcionamiento.
Hoy ya no es un solo hombre el que desde su marginalidad social se empodera del cine para hacer visible su propia realidad. Son las propias colectividades marginadas por el discurso dominante las que están lentamente expresándose.
Pretender repetir “el sistema fílmico chaplin” es sencillamente aberrante. Chaplin nos deja la certeza de que en el cine siempre habrá grietas que permitan la emergencia de una visión social popular, vagabunda, marginal, excluida, reprimida. Los Charlots de hoy siguen vagabundeando en mitad del desprecio social. Y ni siquiera se trata ahora de la categoría tópica de “los marginados” ya que el capitalismo galopante nos lleva, a la gran masa social a ser objeto de su desprecio.
Chaplin nos dejó la potencia del humor que revelaba en Charlot ese creativo extrañamiento frente al orden social e, incluso, ante los objetos que le rodeaban, a los que nunca reconocía en su funcionamiento dado, en su rol establecido.
La vida y filmografía chapliniana nos interpela a tener que reaccionar contra un estado de cosas que solo nos reserva el deber de someternos a su pervertido ordenamiento. A buscar mil maneras de desconocer, desobedecer, burlar, trasgredir y golpear una dinámica social que nos desprecia. A sentirnos extraños en un mundo que no aceptamos. A convertirnos como Charlot en inatrapables vagabundos que hacen del cine el lugar privilegiado donde poner a operar su rebeldía.
En el prólogo que escribiera François Truffaut como introducción al libro Chalie Chaplin que reunía textos de André Bazin sobre la historia de su transformación, encontramos esta reflexión: “Desde sus inicios el cine lo han hecho gentes privilegiadas, si bien hasta 1920 su práctica apenas era considerada un arte. Sin entonar la cantinela, famosa desde mayo de 1968, a propósito del “cine como arte burgués”, quisiera hacer hincapié en que existe siempre una gran diferencia, no sólo cultural sino también biográfica, entre aquellos que hacen las películas y aquellos que las ven.... Cuando Chaplin entre en la Keystone (compañía cinematográfica para la que trabajaba Mack Sennett, quien le ofreciera el primer contrato) para rodar sus películas de persecuciones correrá más deprisa y llegará más lejos que sus colegas del music-hall, pues si bien no es el único cineasta que ha descrito el hambre, sí es el único que la ha conocido; y es esto lo que comprenderán los espectadores de todo el mundo cuando las bobinas empiecen a circular a partir de 1914”.
Y efectivamente, según se dice, Chaplin fue un pequeño mendigo que vagabundeaba por su barrio de Londres, abandonado por su padre alcohólico, alternando en orfanatos y sumido en la angustia de que su madre fuera llevada a un asilo, y más tarde, cuando efectivamente la llevaron, abrumado por el miedo de ser atrapado por la policía.
Estamos en esa Primer Historia del Cine tal como nos gusta nombrarla. Lo dice Truffaut con sus palabras, la historia de ese cine que “fue hecho por gentes privilegiadas”, minorías con el control exclusivo de la producción, solemos decir nosotros. Pero aún así, si damos como cierta la otra afirmación del director francés, emergerá desde la figura de este niño vagabundo el único cineasta que habiendo padecido hambre y miseria, será capaz de hacer de dicha experiencia una de las más contundentes filmografías de la historia del cine.
Y podría ser un simple dato histórico surgido de los interminables relatos del sueño americano: alguien que desde la nada, con empeño y tesón logra convertirse en un hombre rico y famoso y todo ese bla bla bla bla tan infame que solo alimenta falsos sueños.
Pero si realmente vamos a los hechos que se narran sobre la vida de Charlie Chaplin, no deja de asombrarnos, que no es un cineasta, unas películas y una trayectoria cualquiera sino, lo decíamos en el anterior artículo, la inigualable catarsis de un marginado que utilizó para dicho exorcismo personal algo tan complejo como el cine.
Estamos ante la excepción. Y es de la excepción de dónde alimentamos nuestros sueños y nuestras prácticas.
Cuando uno ve los films de Charlot, si uno ha tenido la desgracia de vivir en escenarios de miseria y pobreza, encuentra en ellos una extraña precisión de la descripción de la marginalidad. Hay un algo más allá de la imagen que lo hace extremadamente real.
Charles Chaplin llega a dominar y apropiarse enteramente de los medios de producción hasta el punto de tener el control total de lo que hacía. Habiendo comenzado su carrera en Keystone, logrando un contrato único con la Essanay, pasando por la First National, fue a cada paso logrando la autonomía de su producción que alcanzará con la creación de la United Artists, junto a Mary Pickford, Douglas Fairbanks y David W. Griffith tres de las más importantes figuras del cine mudo de ese momento.
Lo popular de Charlot que despertara la reacción de identificación planetaria a partir de 1915 fue posiblemente debido a lo que afirmaba Truffaut, el reconocimiento de que aquel personaje marginal y sus aventuras escondía las vivencias de un hombre que había vivido lo que plasmaba en la pantalla. Que la lógica social que se desataba en aquel humor desbordante, provenían de una rebeldía, de una resistencia y una inventiva sin límites por sobrevivir ante la catástrofe de la marginación social.
Chaplin fue una gran indigestión para el capitalismo cinematográfico y la misma sociedad americana. Los films de Charlot pondrían de manifiesto al mismo tiempo el diagnóstico y la burla sobre una sociedad, a sus normas y sus convenciones. Este personaje conquistaría el mundo y lograría la admiración unánime. Pero como diría el escritor irlandés George Bernard Shaw: si vas a contarle la verdad a la gente, hazles reír; porque de lo contrario te matarán.
Y algo así sucederá con Chaplin. No lo matarán pero lo expulsarán de la tierra que contempló su ascenso. Mientras ilustres coetáneos como como Buster Keaton o Harold Lloyd asistieron inermes al imparable declive de su popularidad en su tránsito al sonoro, Chaplin evolucionará de una manera autónoma, mutando de esa filmografía de transgresión hacia una obra personalísima pero cada vez más ofensiva contra la sociedad de su tiempo.
Luces de la ciudad, Tiempos modernos, El gran dictador hasta llegar a Monsieur Verdoux. El material explosivo de su persona se haría indigerible tanto para el cine como para la sociedad americana que lo adoraba. Que un pequeño vagabundo logre inmiscuirse en las entrañas del cine, pasaría. Que ese pequeño vagabundo creara un personaje poderosísimo a nivel comunicativo a partir de su propia experiencia, también pasaría. Que se convirtiera en el hombre más popular de la tierra demostrando un dominio total de la técnica cinematográfica se aplaudiría. Que se haga rico y famoso sería admirable. Pero que una vez llegado a la cumbre se vuelva en sus películas ofensivo hacia esa propia sociedad y que lo haga una vez más con éxito, eso será lo insoportable que le valdrá la expulsión de la tierra desde la que conquistó el mundo. Las excusas serían varias.
Chaplin es esa excepcionalidad que hizo posible que en el poderoso sistema cinematográfico de la industria, un marginal con gran talento, sensibilidad y firme actitud crítica, llegara a apropiarse de los medios de cinematográficos para contar las historias que las minorías medias y altas del cine no contarían jamás.
Hollywood premió a Charles Chaplin en 1971 con un Oscar honorífico. Fue el último gesto para tratar de digerirle, para curar sus remordimientos, para deglutir en la vejez a quien resultó indigesto durante un largo tiempo de su trayectoria cinematográfica.
Si algo podemos entender con su travesía es lo que puede llegar a hacer un vagabundo pobre, con talento y con auténtica firmeza al utilizar el cine como un arma de expresión de su propia experiencia.
A la luz de nuestro presente, de otro siglo, de una realidad muy diferente a la que viera emerger la figura de Charlot, desde este insignificante lugar en que hablamos de una Segunda Historia del Cine, de la emergencia de filmografías colectivas, de un presente tecnológico tan explosionado, de la posibilidad de un cine popular entendido como aquel que puede surgir de la apropiación colectiva del saber y las técnicas del cine, su figura nos hace pensar mucho. Si queremos trabajar en la transformación de lo social a través del cine, debemos apropiarnos y entender también su historia y su funcionamiento.
Hoy ya no es un solo hombre el que desde su marginalidad social se empodera del cine para hacer visible su propia realidad. Son las propias colectividades marginadas por el discurso dominante las que están lentamente expresándose.
Pretender repetir “el sistema fílmico chaplin” es sencillamente aberrante. Chaplin nos deja la certeza de que en el cine siempre habrá grietas que permitan la emergencia de una visión social popular, vagabunda, marginal, excluida, reprimida. Los Charlots de hoy siguen vagabundeando en mitad del desprecio social. Y ni siquiera se trata ahora de la categoría tópica de “los marginados” ya que el capitalismo galopante nos lleva, a la gran masa social a ser objeto de su desprecio.
Chaplin nos dejó la potencia del humor que revelaba en Charlot ese creativo extrañamiento frente al orden social e, incluso, ante los objetos que le rodeaban, a los que nunca reconocía en su funcionamiento dado, en su rol establecido.
La vida y filmografía chapliniana nos interpela a tener que reaccionar contra un estado de cosas que solo nos reserva el deber de someternos a su pervertido ordenamiento. A buscar mil maneras de desconocer, desobedecer, burlar, trasgredir y golpear una dinámica social que nos desprecia. A sentirnos extraños en un mundo que no aceptamos. A convertirnos como Charlot en inatrapables vagabundos que hacen del cine el lugar privilegiado donde poner a operar su rebeldía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario