La semana pasada estuvimos en el programa Una línea sobre el mar de Radio Círculo donde se nos preguntó entre otras cosas ¿qué significa el Otro (social) para nosotros?
Allí respondimos con una breve idea que nos parece oportuno terminar de explicitar.
En el cine, las relaciones sociales estuvieron sujetas a una situación de distancia que hacía que “el otro” y el “nosotros" fueran dos categorías separadas en referencia a la producción, solo unidas durante breves momentos de tiempo reales durante la exhibición de una película y prolongada en el impacto de esas mismas películas en el imaginario personal y social. El cine se acostumbró a ser “un acontecimiento que reunía a extraños” donde los únicos conocidos productivamente entre sí eran los de la corporación productora que generalmente nunca ha estado presente en una exhibición a no ser que sea el estreno del film. La fuerte división entre espectadores y productores suponía la constitución de una circunstancia social que sostenía (sostiene aún) esas dos categorías de gente sin otra vinculación que la experiencia perceptiva de los primeros sobre la obra de los segundos.
Desde su origen y para el caso de los propietarios del cinematográfo y sus derivas empresariales, su forma de concepción vinculada al negocio no dejaría duda alguna sobre la conformación de un “nosotros” social que produciría la ficción cinematográfica del mundo. El Otro, para estos, serían aquellos que pagarían para ver esas películas con las que se sostendría el negocio del cine, el negocio de sus minorías.
El resto de la población, se constituyó casi espontáneamente en un nosotros espectador, no-productor. El Otro, para ésta, serían esos grupos exclusivistas, desconocidos, rodeados de fantasía y glamour, que producen ese flujo espectacular de imágenes a los que se les paga para ver sus films.
El nosotros-productor se conformó como una categoría social de fuerte organización estético-empresarial entre sus miembros. Grupos de personas vinculados fundamentalmente por el dinero y por su oficio profesional. De alguna manera, estos diferentes conjuntos de personas, constituirían colectivos más o menos estables dentro del sector, que irían a lo sumo circulando entre diferentes estructuras empresariales o profesionales, al son de contratos y colaboraciones.
El “nosotros-espectador” habría de conformarse como masa social permanente sin organización, cuya existencia común terminaría siendo repetitivamente efímera: algo así como nómadas que se reunirán en salas oscuras en cada ocasión y para cada película, durante el breve tiempo de exhibición y que podrían prolongar sus débiles vínculos en foros y comentarios particulares sobre los gustos cinematográficos que les unen.
El cine se constituyó así como una actividad entre personas doblemente extrañas: la extrañez de la relación entre productores y espectadores por un lado y la extrañez de los propios asistentes a una exhibición entre sí. El cine, como cualquier gran espectáculo, vincularía de manera muy transitoria y superficial, a multitudes de extraños que no llegarán a establecer más profundidad en sus vínculos, que la epicéntrica y no muy sana relación de los fans con sus películas, directores o actores y actrices..
Una vez arribamos al siglo XXI, en las nuevas cinematografías por las que trabajamos en el Cine sin Autor, planteamos justamente una ruptura de este concepto de cine, definiéndolo como una actividad de producción basada en travesías sociales.
El cine, para nosotros, se ha constituido y lo vamos constituyendo como un territorio de migraciones. Las experiencias de producción marcan un fascinante movimiento de travesías humanas donde los realizadores, productores, realizamos migramos hacia diferentes tipos de personas, grupos y colectivos. Pero a la vez, el cine se va constituyendo en la posibilidad de travesías de personas, grupos y colectivos entre sí a través del propio territorio que construye el cine. Atravesamos la realidad y nos atraviesa la realidad a la vez.
Nuestro trabajo en el plató barrial, comenzó con un tipo de relación social donde las personas, bajo diferentes formatos, fueron participando sobre todo de dos momentos de la producción: los rodajes y los visionados de los montajes sometidos a debate colectivo.
Pero el hecho de haber trabajado con diferentes grupos y personas nos viene complejizando el carácter colectivo de producción.
La realidad nos ha obligado últimamente a repensar la manera de hacer que esas más de doscientas personas que han participado en el proceso de cine, aún de forma puntual en algunos casos y más estable en otros, puedan sentirse parte de los diferentes documentos fílmicos y a la vez parte de una experiencia social, un territorio imaginario local en constante producción: el cine que se hace en su barrio, a su lado, con ellos y ellas, en sus calles, en sus casas, con sus temas, con sus intereses.
El cine como generador de movimientos migratorios de unas vidas a otras, de unos lugares a otros, de unas temáticas a otras dentro de un mismo escenario barrial.
Como siempre decimos, es una tarea compleja. En el momento actual barajamos la posibilidad de comenzar a construir un primer gran relato con todos los encuentros que hemos tenido a lo largo de estos dos años y que están reflejados en los diversos documentos fílmicos que siempre están en proceso de reconstrucción. Eso supondría la identificación personalizada de cada una de las personas que hayan salido alguna vez en los documentos creados en el barrio. Si es así, un tratamiento serio de toda esta realidad social, supone volver a contactar con cada una de estas personas, aumentar la relación con ellas, explicarles el estado del proyecto, las dificultades que ha ido encontrando, los hallazgos, hacer una gira barrial por diferentes sitios de encuentro informal, asociativo o institucional, y dar un paso de afirmación más en la tarea de conexión social de la gente con el proyecto y de la gente entre sí a través del proyecto. Tarea un poco titánica cuando no se poseen más medios que los propios personales del grupo, ni más tiempo que el vocacional-militante.
Pero, justamente, el cine, concebido como travesía social, nos depara esos grandes esfuerzos, lentos y progresivos, meditados y analíticos para ir gestando otro modelo de producción que siente sus bases teóricas y fílmicas en la propiedad colectiva de lo cinematográfico, en la producción colaborativa de la autorepresentación, en el carácter político de la creación conjunta, en la fabricación de nuevas estéticas sociales.
Si no hay un Otro, hay solo un Nosotros: todas las personas que producimos nuestro propio cine.
Pero es importante aclarar que no sostenemos ni creemos en la desaparición total del Otro como espectador remoto. Solo se trata de un desplazamiento obligado. Se trata de que aquel tipo de Otro del viejo cine no rija los criterios de producción. Lo que hacemos es romper con la dinámica del beneficio que condicionó y conformó un modelo de producción que para hacerse, siempre ha necesitado un Otro extraño, consumidor, espectador, ausente, remoto, objetivo primero de su persuasión fílmica. Romper esa esclavitud mercantil, narrativa y estética de pensar en un espectador remoto supone pensar el cine como una producción sin objetivos de rentabilidad, reintegro al inversor o beneficio monetario de sus profesionales por la vía del éxito de venta.
Esto no quiere decir, un cine que se haga sin dinero, sin buena equipación tecnológica, sin buenas infraestructuras, sin pago a sus profesionales, sin preocupación estética, sin comercialización de las propias producciones. Quiere decir que debemos replantear las políticas estatales e incluso de inversión privadas del cine con respecto a sus relaciones de producción con la sociedad. Quiere decir que que cuestionar el modelo actual cinematográfico, poniendo sobre la mesa una propuesta de fondo que sea capaz de hacer viables lo que hemos dicho otras veces: unas “nuevas industrias de cine del siglo XXI”. Suena ostentoso, sí, pero esto ya nos importa bien poco. No queremos las migajas de la cultura, queremos sentarnos en la mesa de los comensales, proponer otro menú accesible y abrir las puertas de la sala a cualquier persona.
Allí respondimos con una breve idea que nos parece oportuno terminar de explicitar.
En el cine, las relaciones sociales estuvieron sujetas a una situación de distancia que hacía que “el otro” y el “nosotros" fueran dos categorías separadas en referencia a la producción, solo unidas durante breves momentos de tiempo reales durante la exhibición de una película y prolongada en el impacto de esas mismas películas en el imaginario personal y social. El cine se acostumbró a ser “un acontecimiento que reunía a extraños” donde los únicos conocidos productivamente entre sí eran los de la corporación productora que generalmente nunca ha estado presente en una exhibición a no ser que sea el estreno del film. La fuerte división entre espectadores y productores suponía la constitución de una circunstancia social que sostenía (sostiene aún) esas dos categorías de gente sin otra vinculación que la experiencia perceptiva de los primeros sobre la obra de los segundos.
Desde su origen y para el caso de los propietarios del cinematográfo y sus derivas empresariales, su forma de concepción vinculada al negocio no dejaría duda alguna sobre la conformación de un “nosotros” social que produciría la ficción cinematográfica del mundo. El Otro, para estos, serían aquellos que pagarían para ver esas películas con las que se sostendría el negocio del cine, el negocio de sus minorías.
El resto de la población, se constituyó casi espontáneamente en un nosotros espectador, no-productor. El Otro, para ésta, serían esos grupos exclusivistas, desconocidos, rodeados de fantasía y glamour, que producen ese flujo espectacular de imágenes a los que se les paga para ver sus films.
El nosotros-productor se conformó como una categoría social de fuerte organización estético-empresarial entre sus miembros. Grupos de personas vinculados fundamentalmente por el dinero y por su oficio profesional. De alguna manera, estos diferentes conjuntos de personas, constituirían colectivos más o menos estables dentro del sector, que irían a lo sumo circulando entre diferentes estructuras empresariales o profesionales, al son de contratos y colaboraciones.
El “nosotros-espectador” habría de conformarse como masa social permanente sin organización, cuya existencia común terminaría siendo repetitivamente efímera: algo así como nómadas que se reunirán en salas oscuras en cada ocasión y para cada película, durante el breve tiempo de exhibición y que podrían prolongar sus débiles vínculos en foros y comentarios particulares sobre los gustos cinematográficos que les unen.
El cine se constituyó así como una actividad entre personas doblemente extrañas: la extrañez de la relación entre productores y espectadores por un lado y la extrañez de los propios asistentes a una exhibición entre sí. El cine, como cualquier gran espectáculo, vincularía de manera muy transitoria y superficial, a multitudes de extraños que no llegarán a establecer más profundidad en sus vínculos, que la epicéntrica y no muy sana relación de los fans con sus películas, directores o actores y actrices..
Una vez arribamos al siglo XXI, en las nuevas cinematografías por las que trabajamos en el Cine sin Autor, planteamos justamente una ruptura de este concepto de cine, definiéndolo como una actividad de producción basada en travesías sociales.
El cine, para nosotros, se ha constituido y lo vamos constituyendo como un territorio de migraciones. Las experiencias de producción marcan un fascinante movimiento de travesías humanas donde los realizadores, productores, realizamos migramos hacia diferentes tipos de personas, grupos y colectivos. Pero a la vez, el cine se va constituyendo en la posibilidad de travesías de personas, grupos y colectivos entre sí a través del propio territorio que construye el cine. Atravesamos la realidad y nos atraviesa la realidad a la vez.
Nuestro trabajo en el plató barrial, comenzó con un tipo de relación social donde las personas, bajo diferentes formatos, fueron participando sobre todo de dos momentos de la producción: los rodajes y los visionados de los montajes sometidos a debate colectivo.
Pero el hecho de haber trabajado con diferentes grupos y personas nos viene complejizando el carácter colectivo de producción.
La realidad nos ha obligado últimamente a repensar la manera de hacer que esas más de doscientas personas que han participado en el proceso de cine, aún de forma puntual en algunos casos y más estable en otros, puedan sentirse parte de los diferentes documentos fílmicos y a la vez parte de una experiencia social, un territorio imaginario local en constante producción: el cine que se hace en su barrio, a su lado, con ellos y ellas, en sus calles, en sus casas, con sus temas, con sus intereses.
El cine como generador de movimientos migratorios de unas vidas a otras, de unos lugares a otros, de unas temáticas a otras dentro de un mismo escenario barrial.
Como siempre decimos, es una tarea compleja. En el momento actual barajamos la posibilidad de comenzar a construir un primer gran relato con todos los encuentros que hemos tenido a lo largo de estos dos años y que están reflejados en los diversos documentos fílmicos que siempre están en proceso de reconstrucción. Eso supondría la identificación personalizada de cada una de las personas que hayan salido alguna vez en los documentos creados en el barrio. Si es así, un tratamiento serio de toda esta realidad social, supone volver a contactar con cada una de estas personas, aumentar la relación con ellas, explicarles el estado del proyecto, las dificultades que ha ido encontrando, los hallazgos, hacer una gira barrial por diferentes sitios de encuentro informal, asociativo o institucional, y dar un paso de afirmación más en la tarea de conexión social de la gente con el proyecto y de la gente entre sí a través del proyecto. Tarea un poco titánica cuando no se poseen más medios que los propios personales del grupo, ni más tiempo que el vocacional-militante.
Pero, justamente, el cine, concebido como travesía social, nos depara esos grandes esfuerzos, lentos y progresivos, meditados y analíticos para ir gestando otro modelo de producción que siente sus bases teóricas y fílmicas en la propiedad colectiva de lo cinematográfico, en la producción colaborativa de la autorepresentación, en el carácter político de la creación conjunta, en la fabricación de nuevas estéticas sociales.
Si no hay un Otro, hay solo un Nosotros: todas las personas que producimos nuestro propio cine.
Pero es importante aclarar que no sostenemos ni creemos en la desaparición total del Otro como espectador remoto. Solo se trata de un desplazamiento obligado. Se trata de que aquel tipo de Otro del viejo cine no rija los criterios de producción. Lo que hacemos es romper con la dinámica del beneficio que condicionó y conformó un modelo de producción que para hacerse, siempre ha necesitado un Otro extraño, consumidor, espectador, ausente, remoto, objetivo primero de su persuasión fílmica. Romper esa esclavitud mercantil, narrativa y estética de pensar en un espectador remoto supone pensar el cine como una producción sin objetivos de rentabilidad, reintegro al inversor o beneficio monetario de sus profesionales por la vía del éxito de venta.
Esto no quiere decir, un cine que se haga sin dinero, sin buena equipación tecnológica, sin buenas infraestructuras, sin pago a sus profesionales, sin preocupación estética, sin comercialización de las propias producciones. Quiere decir que debemos replantear las políticas estatales e incluso de inversión privadas del cine con respecto a sus relaciones de producción con la sociedad. Quiere decir que que cuestionar el modelo actual cinematográfico, poniendo sobre la mesa una propuesta de fondo que sea capaz de hacer viables lo que hemos dicho otras veces: unas “nuevas industrias de cine del siglo XXI”. Suena ostentoso, sí, pero esto ya nos importa bien poco. No queremos las migajas de la cultura, queremos sentarnos en la mesa de los comensales, proponer otro menú accesible y abrir las puertas de la sala a cualquier persona.
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