domingo, 8 de julio de 2012

La caja de pandora del imaginario social. Liberar la autoría para liberar el cine.

Escribir de cine siempre ha sido más fácil que hacerlo. Así que decir que “trabajamos con el imaginario social de la gente y no con el imaginario profesional de los guionistas, realizadores o directores” (el equipo de Cine sin Autor en nuestro caso), es una frase fácil de construir pero compleja de materializar. Más bien, la utilizamos como un axioma para recordarnos cuál es el material que detona nuestro trabajo o al servicio de quién estamos. Se trata de su imaginario y no del nuestro - solemos repetirnos -.
Luego, la zona operativa donde termina el mundo mental de unos y otros, de la gente y del equipo de realización es, quizá, imposible de delimitar. Y tampoco hay por qué hacerlo necesariamente.
Llevamos varias semanas llegando a una sensación liberadora que se gestó en estos años de trabajo. Nuestra tarea se parece cada vez más a la de los antiguos directores de fábrica del cine clásico, que debían poner en escena, coordinar y dirigir lo que en el guión estaba escrito. Era un encargo, una función pagada en la cadena de producción. Los directores debían dar materialidad a una idea que no era de ellos aunque los más grandes cineastas le imprimieron siempre su sello personal. Una idea de cine desarrollada como guión, como forma de planificación anticipada del trabajo que habría de realizarse, históricamente se protocolizó como requisito de producción desde la segunda década del siglo XX. Recordemos que el cine en su origen era hecho por un solo operador de cámara. Luego la narrativa emergió junto al crecimiento del negocio y adaptaciones de novelas, relatos originales, hechos surgidos de la prensa han sido las más habituales fuentes narrativas.
Nosotros, hemos ido probando diferentes maneras de hacer surgir una película desde la gente con la que hemos compartido la producción de un film.
Se puede decir, que la primer tarea compleja, detonar una historia, relato o simple idea, factible de convertirse en película, no es lo más difícil.
Cuando decimos que “trabajamos con el imaginario de la gente”, vale la pena detenerse un momento en el proceso.
Sea individualmente o sea en una reunión de varias personas, no es difícil arrancar los temas generales o el tema de interés con el que plantearse una película.
Podemos mencionar algunos de los asuntos que nos hemos encontrado:

1) “Ríete si puedes” una película con humor que comienza con un hombre que no se puede levantar de la cama porque padece una dolorosa enfermedad pero siempre encuentra el lado positivo de las cosas hasta el punto de hacer reír a los demás. Propuesta por Jesús, un vecino que padece una enfermedad muy dolorosa desde su juventud.
2) “Hasta los güevos": una película que denuncie la corrupción que estamos viviendo. Propuesta por Fernando, un joven que encontramos en la plaza de Legazpi. Película que coincide con al menos 4 personas más que han propuesto el mismo contenido.
3) Otra película (sin nombre aún) sobre la muerte, en cuya primera escena veríamos pasar una ambulancia en un pueblo pequeño que traslada a alguien que está viviendo los últimos momentos de su vida. La propuso un escritor que encontramos en un bar.
4) Un carnicero del mercado nos decía que haría y protagonizaría una película en mitad de la naturaleza, siendo cazador (aunque la escopeta no sea importante) y viviendo una vida tranquila con su mujer de la vida real que haría del mismo papel en la ficción.
5) “A ver si contamos la verdad”: La película que estamos rodando con el joven italiano de 84 años, Gioacchino, sobre determinados momentos claves de su vida. Algunas escenas de ejemplo: a) recorrido emotivo del personaje en el rastro de Madrid en busca de un libro llamado Budapest que será enviado a su primera mujer de la cual no sabe nada desde hace treinta años. b) Una confesión hecha en mitad de la oscuridad, en un ambiente teatral, mientras contempla en una pantalla la proyección de una foto de aquella primera mujer, al tiempo que un fotógrafo la retoca para lograr más nitidez y poder imprimirla. c) Una monja de un colegio religioso italiano de los años 30 que castiga a un niño por ser zurdo.
Solo cinco ejemplos.
Como podrán imaginar, ese “trabajamos con el imaginario de la gente” dicho tan fácilmente se complejiza al abrir esa caja de pandora de la imaginación social. La diversidad temática y narrativa de los temas o sinopsis propuestos suponen sacar fuera del cine, de sus habituales realizadores y profesionales, nada menos que las ideas y la narrativa que sustentará una película.
Cuando el equipo de Cine sin Autor pregunta “Y tú...¿qué película harías? hace un gesto que estructurará el trabajo posterior. Desde el imaginario de las personas aflora una primer idea. Lo siguiente es comenzar a realizarla. Pero entre la idea y la realización se producen una serie de cortocircuitos en las operativas del cine: el tiempo social, la gente no tiene incluido en su cotidianidad el tiempo para “hacer películas”, aunque muchas veces quieren, se les agrega una tarea no planificada que les obliga a tomar decisiones sobre el uso de su tiempo. Cortocircuito en sus hábitos de relación con lo cinematográfico teniendo que superar sus muy instalados condicionamientos de espectador: yo no sé nada de eso, nunca participé de una película, los que saben son ustedes, no soy actor o actriz, no sabría cómo hacerla. Los diferentes oficios del cine le son ajenos. Hay que superar la barrera, los muros, que la profesionalización cinematográfica durante un siglo y que insiste en mantener.
Pero al mismo tiempo ocurren cortocircuitos en nuestra profesión. Por un lado, la propiedad y desarrollo de la idea o guión de la película está fuera de nuestro alcance. Para poder seguir el trabajo dependemos de las ideas, la imaginación y la disposición de las personas. No se puede programar un tiempo de producción sino que debemos abrirnos a una relación que nos permita ver qué tiempo social real de las personas. Necesitamos una relación que rompa los condicionamientos del “yo no sé, yo no puedo, nunca lo hice” que en el fondo quiere decir: ¡si yo en el cine soy solo un espectador!
Dada la política cultural que mencionábamos la semana pasada, no hay dinero para compensar su trabajo el cua, quizá, nos permitiría darle a su participación la dignidad de una labor extra. Porque trabajo es. Por otro lado, los saberes de cómo hacer un film hay que compartirlos y transmitirlos mientras se hace, abriendo las decisiones al diálogo y debate constante entre profesionales y no profesionales.
Y aunque todo parezca obstáculo, es importante remarcar que el proceso también libera y termina siendo altamente estimulante.
En cuanto a la gente que participa y en no pocos casos, las personas encuentran un canal de expresión y elaboración de su propio mundo sensible, de sus experiencias y de su potencial imaginario. Se abre la posibilidad de conocer los mecanismos del cine haciéndolo, viendo por dentro las mecánicas que ocurren para llevar a cabo un registro de imagen y sonido, el trabajo de captura y el progreso del montaje, la forma de organización de las ideas para ponerlas en escena, la reflexión sobre un espacio y una localización. Pueden escuchan y participan del lenguaje cinematográfico en los debates prácticos con los técnicos, opinando y aportando el propio punto de vista por ser quienes portan las ideas que sustentan la película.
En cuanto al equipo de técnicos y profesionales, una de las cosas importantes de destacar, es que esa caja de pandora de la imaginación social, lejos de frustrar el oficio, lo que hace, al menos en nuestra experiencia, es activarlo, revitalizarlo, desafiar imaginativamente, ya que se hace constante el tener que dar solución cinematográfica a las ideas que se nos presentan.
El trabajo fundamental del oficio cinematográfico tomado como servicio, hace que nos olvidemos de esa obligación a tener “una buena idea de guión” que deberíamos desarrollar o encargar a un guionista, para adentrarnos en el trabajo puramente de realización, técnico, estético que resuelva las ideas que constantemente encontramos.
En realidad, nos sumerge directamente en nuestro interés que es el cine y nos libera de esa tarea de generar narrativa e historias cuando en realidad vemos que éstas abundan en el imaginario de la gente que lo comparte.
Cuando vemos constantemente esa dificultad recurrente del sector cinematográfico de encontrar “buenas historias”, vemos el filón que supone abrir la caja reprimida del imaginario social como una fuente casi inagotable de “motivos y asuntos para hacer cine”.
No estamos diciendo que cualquier película surgida del imaginario social vaya a llenar las salas y alimente de ganancias de sus inversores, aunque honestamente, no descartamos que con una planificación adecuada de la circulación y uso de las obras que surjan del imaginario, la memoria y la narrativa social de la gente, eso puede también ocurrir.
Si realmente nos sumergimos en un cambio de paradigma, el cine podría revitalizar su agónico remake y su constreñida riqueza limitada al mundo interior y las capacidades de unos pocos directores o guionistas de cine y enfocar sus esfuerzo a cambiar profundamente las fuentes de las que toda la vida se ha alimentado.
Lo quiera o no lo quiera el cine, la cada vez más masiva producción audiovisual social surgida tanto de la gente como incluso de las jóvenes generaciones profesionales que trabajan cada vez colectivamente y con bajos costos, forzarán las fronteras de este maravilloso oficio. Si algo ha tenido el cine en su corta historia de poco más de un siglo, es que la tecnología y los movimientos de sociedad se han ido dando la mano para forzar la democratización de su producción. Sin caer en la ingenuidad de pensar que el corporativismo industrial pueda desaparecer, parece claro que el siglo XXI sufrirá un demoledor proceso democratizador del sistema audiovisual. Así que sabemos que trabajamos para el futuro... que evidentemente ya está aquí.

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