domingo, 1 de julio de 2012

Soberanía Cultural en el horizonte de otro cine. Sobrevivir imaginando.

Definamos el concepto: por Soberanía Cultural entendemos un estado social de producción cultural donde la población tiene mecanismos para ejercer la responsabilidad activa sobre lo que se produce y gestiona culturalmente. Aquella cuya política cultural le ha hecho consciente (colectivamente y no sólo en sus minorías) de su ser productor y gestor de asuntos culturales.

Digamos que la Soberanía Cultural no existe como hecho total y que es un horizonte hacia donde movernos ya que las Políticas culturales han propiciado otro estado social de producción donde la cultura la controla una minoría creadora, inversora y gestora que dirige su producción a una masa amplia de la población concebida como espectadora-consumidora de lo que ellas ofrecen.
Digamos también, que hay una zona socialmente difusa en el nivel de la creación que va siendo habitada por esa experiencias-islas de soberanía cultural que van poblando el panorama social.

El asunto-problema que nos ocupa en la reflexión es nuestra práctica: hemos puesto a funcionar unas operativas cinematográficas de Fábrica de Cine sin Autor, en una institución pública concreta, Intermediae Matadero Madrid ubicada en una población concreta, la de su entorno. El objetivo es que esta forma de fabricación de películas se convierta en un servicio a la población de este lugar y desde esta institución. Buscamos, entonces, ir creando progresivamente islotes de soberanía cinematográfica en la población de Legazpi cercana al Matadero, valiéndonos de una institución que aloja la coordinación central de la fábrica y valiéndonos de nuestra experiencia de años en este trabajo.
Institución, equipo de realizadores, población.Tres agentes en juego.
En este primer mes y medio las operativas de Fábrica, han comenzado puntualmente su inmersión, entrando en relación con personas, instituciones sociales y negocios de la zona.

Partimos con un capital fílmico: instalaciones, dos equipos de personas (la institución y nosotros), maquinaria, saberes, dinero.

Como siempre, digamos que el dinero ha sido determinante para que la Fábrica comience a funcionar allí y no en otro sitio, ya que el detererioro de nuestra situación en el concierto general de deterioro económico nos hizo imposible continuar toda tarea de autosustento del proyecto luego de unos cuantos años de autoproducción.
El dinero posibilita que entre el equipo de asalariados de la institución y nosotros, los subvencionados parcialmente (por decirlo de alguna forma) ocupemos el tiempo necesario para que la Fábrica empiece su andadura y crezca.
Ya analizábamos la semana pasada el “estado social injusto del que partimos” al remarcar que el tercer agente que se pone en juego, la gente del barrio, no entra aún, aunque debería, en este intercambio monetario. Su tiempo tiene el mismo valor que el nuestro pero no hay política que lo posibilite.
El hecho de que el dinero permita el tiempo de dedicación, siempre parece comprensible para cualquier emprendimiento de negocio que necesita un capital igual al fílmico: instalaciones, profesionales, operarios, saberes, tiempo dedicado a ello para que prospere y una mínima espera razonable para comprobar resultados. En el ámbito cultural no parece entenderse tan claro. La relación responde a la política habitual: unos creadores tienen una idea que interesa, una institución pública o privada ofrece determinados fondos, los creadores pasan de alguna manera la prueba de aceptación institucional, se les da el dinero, los creadores hacen su proyecto, la gente que pasaba por allí o acudió a la o las convocatorias de exhibición o participación vivieron la experiencia artística, se vuelven a su casa con algunas vivencias, emociones, ideas, percepciones y reflexiones que le quedarán en su interior y los creadores emprenden otro proyecto.

En nuestro caso, cuando todo se acaba para la política habitual, comienzan los verdaderos asuntos que hay que morder si queremos avanzar.
En el momento en que no hay dinero para seguir sosteniendo el tiempo de trabajo, la Fábrica entra en cortocircuito, sus operativas no lograrán su objetivo y las tres partes implicadas, institución, equipo de Cine sin Autor y gente, habríamos perdido el tiempo.
Sin dinero nos embarcaremos en las aguas turbulentas del sostenimiento y el periplo es archiconocido: buscar más fondos y apoyos.
¿Cómo encontrar personas e institucionalidades que apuesten por modelos que requerieren otra política cultural que aún no hemos construido?
El vínculo social productivo que se va generando entre los tres grupos, en cambio, señalan la posibilidad de que el trabajo a mayor escala puede dar los frutos esperados.
Todo muy idílico, si. Pero la realidad general es el desamparo generalizado hacia la cultura y lo específico es la ausencia en el horizonte de “otra” política que sustituya a la que se ha derrumbado.
No estamos, nosotros, en una situación de poder en la que podamos decidir la política cultural, así que esa soberanía cinematográfica que buscamos la debemos ir ganando paso a paso en un contexto de políticas ausentes o más que ausentes, dejadas al libre antojo de los despachos mercantiles.
Si uno mira para arriba, no parece nada ilusionante el panorama. Así que mientras tejemos las redes de posibilidades para seguir sustentando esta pequeña utopía de cine, seguimos saliendo a la calle a encontrarnos con el tercer agente en juego: la gente.
El viernes hacíamos nuestra ronda cinematográfica por las calles de Legazpi. Una vez más los encuentros han sido de todos los colores. Ya tenemos bar donde compartir un día de rodaje, una negocio de pinturas donde grabamos un rato de actividad, otro señor que que quiere recuperar su pasado de fotógrafo y quisiera hacer un policial aprovechando los laberintos del mismo Matadero, una señora que piensa hablar del drama intergeneracional en las familias y el abandono de los mayores, por citar algunos de los encuentros.
Con los años, el propio trabajo nos ha ido dando la habilidad de pensar más ampliamente en las estrategias para contaminar con una Política de la Colectividad todos los planos en juego para que permitan ir creando esa soberanía cinematográfica que buscamos para la población. Afinar constantemente nuestra operativa de producción, contaminar a las personas que toman las decisiones y bajar permanentemente al terreno de lo cotidiano, de las vidas, del trabajo, del tiempo y sentir de la gente, sigue siendo, al menos para nosotros, el camino y el aprendizaje.
Y aunque el delirio reinante nos entretenga hiperestimulados entre las imágenes de fútbol y las maniobras especulativas de una panda de tecnócratas de traje, debemos seguir encontrándonos, escuchándonos con el diferente, abriendo posibilidades a la imaginación.
Se nos reitera la escena de personas, sobre todo mayores, que al ser interrogados sobre qué película harían abren espontáneamente el discurso de su vida. Este viernes, un anciano, en plena calle, de repente abordó sin casi darse cuenta algunos momentos de su juventud. Le saltaron las lágrimas y como resignado a que su pasado le hubiera asaltado sin previo aviso, nos miró algo confundido y nos dijo con lágrimas en los ojos: miren, me he emocionado.
La gente encuentra en esta insólita oferta, la oportunidad para sumergirse en su memoria, para hablar de su vida, para imaginarla en una película, para elegir un rol que no siempre es el que viven.
En plena orgía virtual-comunicativa, asistimos a un déficit social de escucha, de encuentros, de relatos contados en directo. Nos cuentan algunos compañeros, que muchas familias desahuciadas prefieren ocultar su situación, no hacerla pública, como si se negaran a construir un relato que seguro aumentaría el dolor de tan perversa situación.
Nuestro aporte con el cine pretende contribuir, sumar condiciones a esa necesidad profunda de saber quienes somos, cuál es nuestra historia, a reconstruir recuerdos, imaginar e imaginarnos en una ficción que nos permita ser otros y otras por un espacio de tiempo.
La soberanía cultural, no debería ser un asunto para después. La escritora e investigadora Mary Louise Pratt, decía en una conferencia titulada “Apocalipsis en los Andes: zonas de contacto y lucha por el poder interpretativo”: “Para los pueblos y las comunidades ... la idea habitual de la cultura que se tiene en Occidente de "la guinda del pastel" suele ser incomprensible. Los occidentales han tendido a funcionar con la idea de que la cultura es lo que se desarrolla una vez que un grupo tiene asegurada la subsistencia, y se define como todo aquello que existe más allá y por encima de la "mera supervivencia". Para los pueblos indígenas contemporáneos, la oposición entre cultura y supervivencia carece prácticamente de sentido. La cultura -el idioma, la religión la cosmología, los hábitos de la vida diaria, la visión histórica, los conceptos del propio ser, la educación, el conocimiento, la sabiduría, las relaciones con la tierra, el espacio, los lugares, los mares, los cielos, las plantas y los animales, la ética de producción y consumo- todo ello forma parte esencial de lo que está en juego en la supervivencia. La cultura es la supervivencia y por consiguiente no puede calificarse de "mera". Es lo que está pasando, lo que uno hace a lo largo de la vida. Desde una perspectiva indígena, no tiene sentido separar la base de la superestructura, o lo económico de lo social.”

Y efectivamente, son tiempos de supervivencia que en cada vez más casos se presenta agónica. Una Política de la Colectividad que busca la soberanía cultural debe desactivar esta separación artificial entre la "vida" y la “cultura”. Junto al sobrevivir deberíamos salvar la salud del imaginario que nos permite permanecer críticos y creativos. Y si bien hay que preocuparse de avanzar en el terreno de las personas e instituciones que pueden decidir una política institucional distinta que asegure el sostenimiento de nuevos modelos de producción como el nuestro, al mismo tiempo debemos seguir rompiendo entre la propia población, esa ineficaz parálisis de creer que algo tan poderoso como el cine, pueda seguir estando encarcelado en la dormida, elitista y conveniente propiedad de unos pocos.

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