domingo, 27 de octubre de 2013

Cine sin Autor en el Museo Reina Sofía. Sinautoría y cultura. Dispositivos y Artefactos para una conversación necesaria.


Como algunos sabrán y la mayoría seguramente no, a partir de este mes de octubre seremos una de las cinco residencias de investigación período 2013-2014 de las que concede el Museo Reina Sofía anualmente.
Un viaje más, una serie de puestas en situación, de encuentros, de conversaciones y de acciones posibles en el marco de una institución específica.
Para la investigación nos propusimos fundamentalmente dos retos: volver sobre nuestra memoria para poder compartirla mejor  y segundo, poner en juego el concepto de Sinautoría.
El primer reto consiste en un viaje hacia atrás localizando y entrevistando a una buena parte de aquellas personas que han participado en nuestras experiencias cinematográficas tanto aquí en Madrid, como en Toulouse, como en la localidad de Blanca, en Murcia, los tres lugares donde tenemos actividad.
Volvemos sobre la memoria por el camino empedrado con nombres. A la memoria que es propia porque es compartida y que es compartida porque es propia.
El otro reto es amplificar y poner en relación social la Sinautoría, poblarla de ecos, permitirle dar pasos más allá de lo cinematográfico.
La Sinautoría ha sido el motor de nuestra operativa cuya aplicabilidad la fundimos enteramente en los procesos cinematográficos. Es una noción que no ha hecho más que crecer como crecen las cosas profundas, haciéndose simples y eficaces.
Se trata de una serie de procedimientos que por la vía de los hechos colectiviza un proceso de producción a la hora de hacer y gestionar un film. Quisiéramos ahora, ponerla a dialogar con otras actividades, personas y grupos de la producción cultural en general.
Y aunque aún estamos diseñando las diferentes intervenciones que haremos, una de las primeras labores será extraer y abstraer del ámbito puramente cinematográfico, prácticas, procedimientos y herramientas de la Sinautoría que puedan trasladarse a otro tipo de producción cultural.
La Sinautoría en el cine tiene asuntos muy determinados y determinantes: 
- una subjetividad social que crea un imaginario, 
- unos procesos de manufacturación específicos, de guionización, rodaje, montaje que acaban con la materialización de aquel imaginario inicial en una representación fílmica, una secuencia programada de imágenes y sonidos,
- una gestión del material producido (distribución, exhibición, comercialización, etc) del cual se obtienen diferentes tipos de beneficios.
La Sinautoría consiste en que la autoridad y la propiedad de cada uno de esos pasos, cada uno con sus procedimientos y su tecnología específica, pasen de las manos de los habituales expertos y profesionales a la autoridad del común de la gente. 
En lo cinematográfico nos supuso años de estudio y experiencias diversas para llegar a ver su buen funcionamiento. Que funcione quiere decir  que su aplicación produce alrededor de la producción de cine una experiencia democrática y que, por tanto, donde antes solo había una experiencia productiva de expertos ahora podemos ver una organización social amplia que incluye a personas cualquiera, en el mismo objetivo de hacer una película.
Este viaje de la Sinautoría hacia el terreno general de la cultura, va madurando en medio y a través del territorio convulso e incierto que nos sobrevuela.
Nos invitan también a participar en el mes de noviembre a unas jornadas dentro del trabajo de investigación Horizontes del Arte Contemporáneo en España, una iniciativa del Museo Reina Sofía, Fundación Banco Santander e YGBArt, en el que se intenta afrontar un diagnóstico crítico de la escena artística española, desde distintos puntos de vista y diferentes voces.
Y solo el título y la intención son suficientes para llenarse de preguntas.
En ciertos ámbitos académicos, culturales, intelectuales, artísticos, da la impresión de que cada vez que llegamos a la conclusión de tener que actuar,  la primer reacción refleja es hacer una investigación que diagnostique el terreno donde supuestamente actuaremos. No está mal, pero siempre nos hacemos la misma pregunta: ¿cuánto es necesario saber para poder actuar?
Si la sensación algo extendida en algunos sectores críticos es que los Horizontes de la Cultura pasarán inevitablemente por mayores procesos de democratización, (aunque todo puede ser una perfecta ficción de un reducido grupo) pues, entonces deberíamos ir creando dispositivos, plataformas y artefactos sociales donde se pudieran ir progresivamente experimentando y evaluando formas democráticas de producción de esa cultura. No tanto formas de accesibilidad masiva a todo tipo de exhibición y materiales sino, insistimos, espacios físicos e infraestructuras con métodos decididamente inclusivos, participativos de producción. En ellos,  la autoridad y la propiedad de las decisiones serían un asunto común a resolver entre la ciudadanía no experta, la institucionalidad pública y privada y las personas y  grupos de creadores, profesionales y técnicos. 
Es en este sentido en que queremos que la Sinautoría pase  del territorio cinematográfico en que la hemos ido desarrollando al territorio de la cultura más genérica. Es decir, que si la Sinautoría va produciendo en nuestras experiencias de cine, experiencias de democratización social a pequeña escala, creemos que para acercarnos a unos posibles nuevos Horizontes Culturales, aparte de diagnosticar el estado de las cosas, deberíamos hacer el fascinante y necesario esfuerzo de imaginar dispositivos, artefactos, plataformas, enclaves de “producción cultural”, donde se puedan vivir y ensayar experiencias de democracia cultural verdadera. Cuando decimos verdadera nos referimos a algo diferente a muchos sitios que siendo útiles y necesarios,  no pasan de ser lugares de democratización entre entendidos, expertos, listos universitarios, académicos de medio pelo y otras faunas de la que nosotros mismos somos parte. Es decir, guetos donde una mayoría de perfiles ciudadanos siguen sin encontrar “su lugar en la cultura” a la hora de producirla.
Sabemos que hay diversas iniciativas que se encaminan en esa dirección. Nuestra Fábrica de Cine sin Autor es un prototipo aún en desarrollo de esos lugares de nueva democracia cinematográfica. 
Pero sabemos también responden más bien a intentos de grupos y asociaciones que no cuentan con más apoyo que su propio esfuerzo y a veces son demasiado espontáneos, demasiado efímeros, demasiado transitorios, demasiado lúdicos.  Creemos que se necesita encontrar formatos que involucren a instancias más altas del poder político y cultural tanto públicos como privados. Más conversaciones y acciones conjuntas entre quienes parecen pertenecer a planetas sociales que nada tienen que ver.
Y en este país hay demasiada autocomplacencia, demasiada irritante fragmentación, demasiado gueto cómodo, demasiado enemigo histórico, demasiada militancia imberbe, demasiadas prisiones ideológicas, demasiado seudointelectual colgado de sus suficiencias, demasiado retorcimiento oculto, demasiado anonimato infantil,  demasiada poca disciplina, demasiada poca transparencia y mucha pose de derecha y de izquierda, de centro y de costado, de arriba y de abajo que parecen impedir acciones conjuntas profundas y duraderas. 
Armar dispositivos, artefactos, enclaves, plataformas  de producción supone negociaciones pacientes, escuchas complicadas, acciones planificadas, duraciones poco soportables,  fracasos imprescindibles, frustraciones inevitables, trabajo necesario para asegurar la consolidación de cualquier propuesta que pretenda alguna transformación por pequeña que sea.
¿Qué vamos a hacer, dónde, cuándo y quienes? son obligaciones de cualquier debate que pretenda ser útil. Simple materialismo del sentido común. Del vivir las cosas y atravesar impuramente la realidad. Lo demás ya lo conocemos. 
Si bien son tiempos que necesitan radicalidad también sabemos que no es radical aquel que escribe y dice cosas radicales sino aquel al que se le parte la vida cuando acepta sin contemplaciones  el  juego de vivirlas.
Raoul Vaneigem lo diría mejor: “El deseo irreprimible de una vida distinta, en su brutal sinceridad, es ya esa vida”
¿Estamos dispuestos a un vida distinta? o ¿es que solo nos gusta enunciarlo?
¿Queremos una cultura distinta? o ¿es que nos conformamos con la autista rutina de esos debates brillantemente ineficaces?

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