Esta semana, dentro de la serie de encuentros que estamos teniendo con Franco Ingrassia, nos dedicó todo el día jueves para ver nuestro trabajo.
Es imposible reproducir todas las líneas de reflexión, los intercambios, ejemplos y prácticas que fuimos repasando tanto de nuestra experiencia como de la de él.
En un momento determinado nos planteó la pregunta con la que abrimos el artículo: ¿qué sería una imagen fecunda?
Fecunda nos remite en su significado a algo que ha tenido la capacidad de procrear o reproducir otra cosa y que lo hace con facilidad e incluso con abundancia.
Es la constatación de una capacidad.
Fecundar, lo sabemos todos, refiere a la unión las células masculina y femenina para dar origen a un nuevo ser. Es justamente la capacidad, la potencia de originar algo realmente nuevo, a partir dos realidades reconocibles.
Trasladada a nuestra práctica del Cine sin Autor, esta pregunta, nos hizo repasar y examinar, sin darnos cuenta en ese momento, en qué consiste o consistiría la fecundidad (virtud y facultad de producir algo nuevo) de nuestros procesos de cine.
¿Cuales serían las dos realidades reconocibles en nuestro caso?
- Por un lado la tecnología y el saber del cine en manos de minorías profesionales y por otro la gente no productora de audiovisual. Los/las cineastas y las personas cualquiera. Ésas son las dos realidades reconocibles que nosotros ponemos en relación de coproducción, de cocreadores para formar un campo de experiencia inédito, en busca de una fecundidad que origine una imagen fílmica distinta.
Muchas veces diversos directores y directoras de cine han utilizado ( y utilizan cada vez más), actores y actrices no profesionales, gente común, para realizar sus películas. Podríamos decir que es una forma de participación de la gente alejada de la producción a la que le abren un espacio de participación.
Bajo la dirección del o la directora, siguiendo sus planes y sugerencias, o incluso improvisando y aportando, participan de la creación de una película, de una parte de su cadena de montaje, en este caso, del rodaje. Se produce una sustitución de actrices y actores (profesionales del oficio dramático) por personas sin oficio. Práctica tan antigua como el cine pero que a veces se vende como novedad.
Vemos actualmente otras rupturas con la cadena de montaje cinematográfico, por ejemplo, cuando equipos de cineastas buscan romper con su modelo de financiación o exhibición de sus películas. Experiencias que plantean en el primer caso, que los espectadores de cine entablen con una producción otro tipo de relación que la establecida por el cine convencional: pago de entrada a cambio de visionado.
Buscan en la red una vía de financiación directa, por ejemplo, buscando usuarios donantes a quienes prometerles a cambio, exhibición gratuita en internet y figuración en los créditos y otras instancias de reconocimiento.
La ruptura con la cadena de montaje se ubicaría aquí en la explotación comercial y en la forma de financiación de la producción.
Así podríamos enumerar viejos y nuevos intentos de hacer partícipes a personas cualquiera dentro del modelo de producción cinematográfico. Pero lo que parece no cuestionable es ese modelo de producción en su totallidad, como un modelo hecho por y para minorías extremas y su beneficio profesional y económico.
Para un oficio tan poderoso y tan instalado en el imaginario como el cine, en que la participación de gente no productora siempre estuvo y está pensada como terminal de consumo solamente (mercantil, ideológico o meramente estético), le es difícil romper esa gran costumbre de no-participación de los y las espectadoras en el proceso de gestación de películas, base para su sostén, ademas.
Nosotros solemos decir que el tema estético de las obras es un asunto de producción, y un asunto político.
La forma de producir del arte es un juego entre extremas minorías de productores y extensas mayoría de perceptores.
Cuando ponemos en juego las dos realidades que forman la dinámica de nuestro dispositivo (las tecnologías y los saberes de los profesionales del cine y las personas no productoras) lo planteamos como una ruptura no solo en una parte de la cadena de montaje, sino en todo el modelo de producción.
Este es un asunto sustancial para responder a la pregunta que Franco nos hacía ¿qué es para nosotros una imagen fecunda?
Pues es aquella en la que todo el proceso de su producción, está atravesado, intervenido por un tipo de población que nunca participa en ello y cuya participación la planteamos otorgandole todo el poder de la propiedad intelectual sobre la obra que está co-gestando.
Creemos insuficiente si hablamos de una ruptura radical, como solemos leer a veces, romper solo con algunos momentos de la cadena productiva, porque solo planteará variantes experimentales sobre un proceso hegemónico. No decimos que esté mal, decimos que es un quiebre insuficiente.
Nuestra ruptura para la exploración de una nueva estética pasa por el acto político de la sinautoría, renuncia a toda propiedad exclusiva por parte de los creadores respecto a los supuestos no creadores, o en caso sumo, una autoría privada que ha devenido colectiva. La sinautoría es un atentado a la propiedad intelectual y no solamente a la propiedad de uso, comercialización y circulación. Es también la explosión que genera un gran vacío de propiedad profesional desde el cual comienza a emerger la potencia colectiva de participación.
En el taller que teníamos con la gente de Medialab Prado, volvió a aparecer otra vez la interrogante: ¿a qué le llamamos participación dentro de la generación de proyectos creativos en el terreno de la cultura digital?
A que cualquiera puede acercarse al Medialab y plantear sus ideas para llevarlas a cabo, por ejemplo.
Pero está claro, se comentaba allí, que esos cualquiera suelen ser perfiles muy específicos que tanto saben de la existencia del proyecto, como que por trayectoria personal tienen una idea que desarrollar en las nuevas tecnologías. Pero es difícil que sea un vecino o vecina cualquiera de un barrio cualquiera.
Para nuestro caso, si en lugar de un Medialab tuviéramos un local que se llamara Estudio Abierto de Cine sin Autor para la zona, es decir, con tecnología y cineastas al servicio de las demandas fílmicas sociales, el potencial de la participación apropiativa sería enorme. Cualquier grupo de personas podría acercarse a utilizar herramientas, saberes y profesionales del cine, para construir su film, del tipo que éste sea. Allí se le orientaría sobre cómo organizarse y empezar el proceso fílmico con toda la propiedad sobre la producción y los beneficios. Una película no tiene limitación alguna de contenidos ni de forma, no hay que saber nada, no hay que tener un perfil de nada para participar en una. Cualquier rincón del barrio es escenario posible, cualquier persona, sin diferenciación alguna, es portadora y protagonista de su propia historia, de todas las historias que le atraviesan y de todas las que se pueden inventar a partir de ella.
El sistema de producción del cine permite justamente poder integrar activa y propietariamente a cualquier persona en la gestación de las ideas y el contenido (el guión), del rodaje (siendo las personas mismas protagonistas), del montaje abierto (diseñado para la participación de un público que puede opinar sobre lo que el montador hace en su oficio); de los visionados sobre cortes de película (donde se discute estructura y narrativa general de un documento), de las decisiones de gestión sobre su explotación, distribución, circulación y beneficios (si se genera entre cineastas y no-productores de cine un grupo gestor en horizontal que tome las decisiones sobre esa última etapa de la producción convencional).
En el Cine sin Autor, la participación de personas cualquiera no es un asunto que pase por su inclusión en el dispositivo cinematográfico sino la esencia misma de ese dispositivo. Sin personas no productoras de cine, es imposible hacer Cine sin Autor.
Intentábamos responder a la pregunta de Franco sobre la imagen fecunda, sobre esa capacidad de engendrar otro tipo de ser audiovisual, sabiendo, además, que esta surge de un largo camino a recorrer en cada proceso social, en cada film. Que el desafío es que nuestro método de realización, que se ha ido desarrollando en estos años, alcance un nivel de precisión que permita a cualquier grupo de personas, entrar en nuestro sistema fílmico y ser conducido hasta alcanzar realizar su propia autorepresentación. Lo deseable es que el cine, como una organización de gentes cualquiera y profesionales a su servicio puedan levantar el edificio de una multiplicidad de filmografías diferentes surgidas de la gente de a pie. Seguramente, la imagen más fecunda que podrían dar las filmografías del siglo XXI.
Es imposible reproducir todas las líneas de reflexión, los intercambios, ejemplos y prácticas que fuimos repasando tanto de nuestra experiencia como de la de él.
En un momento determinado nos planteó la pregunta con la que abrimos el artículo: ¿qué sería una imagen fecunda?
Fecunda nos remite en su significado a algo que ha tenido la capacidad de procrear o reproducir otra cosa y que lo hace con facilidad e incluso con abundancia.
Es la constatación de una capacidad.
Fecundar, lo sabemos todos, refiere a la unión las células masculina y femenina para dar origen a un nuevo ser. Es justamente la capacidad, la potencia de originar algo realmente nuevo, a partir dos realidades reconocibles.
Trasladada a nuestra práctica del Cine sin Autor, esta pregunta, nos hizo repasar y examinar, sin darnos cuenta en ese momento, en qué consiste o consistiría la fecundidad (virtud y facultad de producir algo nuevo) de nuestros procesos de cine.
¿Cuales serían las dos realidades reconocibles en nuestro caso?
- Por un lado la tecnología y el saber del cine en manos de minorías profesionales y por otro la gente no productora de audiovisual. Los/las cineastas y las personas cualquiera. Ésas son las dos realidades reconocibles que nosotros ponemos en relación de coproducción, de cocreadores para formar un campo de experiencia inédito, en busca de una fecundidad que origine una imagen fílmica distinta.
Muchas veces diversos directores y directoras de cine han utilizado ( y utilizan cada vez más), actores y actrices no profesionales, gente común, para realizar sus películas. Podríamos decir que es una forma de participación de la gente alejada de la producción a la que le abren un espacio de participación.
Bajo la dirección del o la directora, siguiendo sus planes y sugerencias, o incluso improvisando y aportando, participan de la creación de una película, de una parte de su cadena de montaje, en este caso, del rodaje. Se produce una sustitución de actrices y actores (profesionales del oficio dramático) por personas sin oficio. Práctica tan antigua como el cine pero que a veces se vende como novedad.
Vemos actualmente otras rupturas con la cadena de montaje cinematográfico, por ejemplo, cuando equipos de cineastas buscan romper con su modelo de financiación o exhibición de sus películas. Experiencias que plantean en el primer caso, que los espectadores de cine entablen con una producción otro tipo de relación que la establecida por el cine convencional: pago de entrada a cambio de visionado.
Buscan en la red una vía de financiación directa, por ejemplo, buscando usuarios donantes a quienes prometerles a cambio, exhibición gratuita en internet y figuración en los créditos y otras instancias de reconocimiento.
La ruptura con la cadena de montaje se ubicaría aquí en la explotación comercial y en la forma de financiación de la producción.
Así podríamos enumerar viejos y nuevos intentos de hacer partícipes a personas cualquiera dentro del modelo de producción cinematográfico. Pero lo que parece no cuestionable es ese modelo de producción en su totallidad, como un modelo hecho por y para minorías extremas y su beneficio profesional y económico.
Para un oficio tan poderoso y tan instalado en el imaginario como el cine, en que la participación de gente no productora siempre estuvo y está pensada como terminal de consumo solamente (mercantil, ideológico o meramente estético), le es difícil romper esa gran costumbre de no-participación de los y las espectadoras en el proceso de gestación de películas, base para su sostén, ademas.
Nosotros solemos decir que el tema estético de las obras es un asunto de producción, y un asunto político.
La forma de producir del arte es un juego entre extremas minorías de productores y extensas mayoría de perceptores.
Cuando ponemos en juego las dos realidades que forman la dinámica de nuestro dispositivo (las tecnologías y los saberes de los profesionales del cine y las personas no productoras) lo planteamos como una ruptura no solo en una parte de la cadena de montaje, sino en todo el modelo de producción.
Este es un asunto sustancial para responder a la pregunta que Franco nos hacía ¿qué es para nosotros una imagen fecunda?
Pues es aquella en la que todo el proceso de su producción, está atravesado, intervenido por un tipo de población que nunca participa en ello y cuya participación la planteamos otorgandole todo el poder de la propiedad intelectual sobre la obra que está co-gestando.
Creemos insuficiente si hablamos de una ruptura radical, como solemos leer a veces, romper solo con algunos momentos de la cadena productiva, porque solo planteará variantes experimentales sobre un proceso hegemónico. No decimos que esté mal, decimos que es un quiebre insuficiente.
Nuestra ruptura para la exploración de una nueva estética pasa por el acto político de la sinautoría, renuncia a toda propiedad exclusiva por parte de los creadores respecto a los supuestos no creadores, o en caso sumo, una autoría privada que ha devenido colectiva. La sinautoría es un atentado a la propiedad intelectual y no solamente a la propiedad de uso, comercialización y circulación. Es también la explosión que genera un gran vacío de propiedad profesional desde el cual comienza a emerger la potencia colectiva de participación.
En el taller que teníamos con la gente de Medialab Prado, volvió a aparecer otra vez la interrogante: ¿a qué le llamamos participación dentro de la generación de proyectos creativos en el terreno de la cultura digital?
A que cualquiera puede acercarse al Medialab y plantear sus ideas para llevarlas a cabo, por ejemplo.
Pero está claro, se comentaba allí, que esos cualquiera suelen ser perfiles muy específicos que tanto saben de la existencia del proyecto, como que por trayectoria personal tienen una idea que desarrollar en las nuevas tecnologías. Pero es difícil que sea un vecino o vecina cualquiera de un barrio cualquiera.
Para nuestro caso, si en lugar de un Medialab tuviéramos un local que se llamara Estudio Abierto de Cine sin Autor para la zona, es decir, con tecnología y cineastas al servicio de las demandas fílmicas sociales, el potencial de la participación apropiativa sería enorme. Cualquier grupo de personas podría acercarse a utilizar herramientas, saberes y profesionales del cine, para construir su film, del tipo que éste sea. Allí se le orientaría sobre cómo organizarse y empezar el proceso fílmico con toda la propiedad sobre la producción y los beneficios. Una película no tiene limitación alguna de contenidos ni de forma, no hay que saber nada, no hay que tener un perfil de nada para participar en una. Cualquier rincón del barrio es escenario posible, cualquier persona, sin diferenciación alguna, es portadora y protagonista de su propia historia, de todas las historias que le atraviesan y de todas las que se pueden inventar a partir de ella.
El sistema de producción del cine permite justamente poder integrar activa y propietariamente a cualquier persona en la gestación de las ideas y el contenido (el guión), del rodaje (siendo las personas mismas protagonistas), del montaje abierto (diseñado para la participación de un público que puede opinar sobre lo que el montador hace en su oficio); de los visionados sobre cortes de película (donde se discute estructura y narrativa general de un documento), de las decisiones de gestión sobre su explotación, distribución, circulación y beneficios (si se genera entre cineastas y no-productores de cine un grupo gestor en horizontal que tome las decisiones sobre esa última etapa de la producción convencional).
En el Cine sin Autor, la participación de personas cualquiera no es un asunto que pase por su inclusión en el dispositivo cinematográfico sino la esencia misma de ese dispositivo. Sin personas no productoras de cine, es imposible hacer Cine sin Autor.
Intentábamos responder a la pregunta de Franco sobre la imagen fecunda, sobre esa capacidad de engendrar otro tipo de ser audiovisual, sabiendo, además, que esta surge de un largo camino a recorrer en cada proceso social, en cada film. Que el desafío es que nuestro método de realización, que se ha ido desarrollando en estos años, alcance un nivel de precisión que permita a cualquier grupo de personas, entrar en nuestro sistema fílmico y ser conducido hasta alcanzar realizar su propia autorepresentación. Lo deseable es que el cine, como una organización de gentes cualquiera y profesionales a su servicio puedan levantar el edificio de una multiplicidad de filmografías diferentes surgidas de la gente de a pie. Seguramente, la imagen más fecunda que podrían dar las filmografías del siglo XXI.
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