Esta semana hemos presenciado cómo el movimiento 15-M ha desplazado su potencia hacia la acción directa. Acercamiento hacia la zona caliente del poder real.
Luego de ocupar el espacio público que ha permitido el encuentro y la organización, lo que sigue es una reconducción de esa energía, y un desplazamiento físico hacia el sitio donde operan los responsables políticos del gran desahucio popular en que se ha convertido la democracia capitalista española.
En un país tan afín a los encierros de toros, todos y todas sabemos el peligro que conlleva desesperar a estos animales cuando la multitud los persigue para conducirlos a la plaza. Puede haber algún herido.
El encierro de esos toros parlamentarios que estaban tan tranquilos alimentándose a gusto, ha provocado los primeros incidentes violentos, ya no entre la población del 15-M y la policía, sino entre infiltrados y policías.
La España capitalista, conforme con el presente que ha diseñado, sigue en su planeta mientras la España insurreccional crece.
Cada una de estas dos Españas tiene un enfoque de cámara, un relato sobre los acontecimientos.
La cámara de la España capitalista nos tiene acostumbrado a la visión panorámica, externa, impasible con la que retrata los acontecimientos. Una manifestación donde estallaba algún brote de violencia tenía una narración: manifestación violenta que acabó con enfrentamientos entre los manifestantes y la policía. Los medios daban el parte y obviamente se acababa el tema cuando aparecían las imágenes como prueba. Estas se fabricaban para ilustrar el punto subjetivo del poder representado en sus medios corporativos. La masa social espectadora podía o no creer lo visto y oído pero ahí quedaba el relato y la imagen como constancia de los hechos. El espectador no cambiaba su condición de espectador sin más, aunque estuviera contemplando la imagen de unos hechos en los que podía haber participado.
Este estado habitual de las cosas en el que veníamos envueltos, entró en desactivación.
En el siglo de la cámara inmersa, como hemos dicho en muchas ocasiones, esa cámara metida en la multitud, en manos de la gente, conviviendo con ella, naturalizándose a pie de calle, parece haber alcanzado en este último mes, en un amplio sector de jóvenes españoles, su madurez política, al convertirse en una cámara capaz de desactivar el cinismo de la cámara capitalista y sus relatos de poder.
En los episodios de Barcelona, la cámara capitalista buscó dar en el blanco del movimiento en uno de sus más desconcertantes fortalezas: el pacifismo. Rapidamente vimos como los portavoces de diferentes programas pretendían sentenciar infantilmente el carácter violento de este alzamiento popular: ah, ya está claro, ¡son violentos! He aquí la evidencia. Mirad nuestras imágenes.
La patética manipulación por parte de Telemadrid fue otro grotesco caso de manipulación. Directamente, la televisión madrileña quiso largarse al cuello del movimiento poniendo en una sucesión de imágenes su axioma: dicen que son pacifistas, miren (imágenes de violencia entre unos manifestantes y agentes de la policía), ¿han visto? Pues queda demostrado que no lo son. Fin del cuento.
La desactivación de ambos relatos no se hizo esperar. Las cámaras anónimas crearon otro relato que delataba el micro acontecer dentro de la manifestación escribiendo la narración alternativa: miren, fueron un grupo de infiltrados, aquí los tienen, el 15-M es pacifista, ustedes han manipulado. Restitución del relato insurreccional.
Para el caso del cínismo de Telemadrid, bastó el ojo observador de esos operarios anónimos: la imagen que se ofreció de prueba era de una manifestación griega. No hay prueba de violencia. Restitución del relato insurreccional.
Si parece de chiste.
Estos son solo dos ejemplos de los muchos que se han dado y operan permanentemente en el nuevo panorama político español.
La quinta semana acaba con un fortalecimiento del movimiento en unas multitudinarias marchas pacíficas que se saldaron sin ningún incidente violento.
Mucho queda por andar. Esta guerra de imágenes, guerra por el control del imaginario social, no ha hecho más que empezar. Y será desgastante y amenazante para el movimiento.
No hay que olvidar los hechos que sí importan: el parlamento catalán aprobó los recortes que originaron las concentraciones y la clase política sigue en su sarcástica sordera e indiferencia instalada en sus mismos asientos.
Esta semana, como colectivo de Cine sin Autor, tuvimos oportunidad de plantearnos junto a otros realizadores y realizadoras que trabajan en la Comisión de Audiovisual del movimiento, una primer reunión de debate sobre la viabilidad de un cine de naturaleza asamblearia que a la luz del espíritu de un movimiento que pretende remover las estructuras del modelo político, pudiera desactivar también el modelo de producción audiovisual y cinematográfico.
Expusimos algunas de nuestras operativas como arranque para dicho debate y la primera reacción fue de resistencia por parte de varios y varias compañeras con experiencia en la producción de audiovisual y el cine. Consideraban inviable, impensable e incluso hasta irritante, la posibilidad de un asamblearismo popular en la producción.
Un largo y enriquecedor debate fue lentamente venciendo las resistencias iniciales para dar paso a la posibilidad de un cambio radical en los paradigmas de producción, que llevarían a un replanteamiento de todo el sistema que sostiene nuestras actuales maneras de hacer audiovisual y cine. Pero cuesta mucho hacerse a la idea de un modelo diferente al que nos acostumbrado.
Mucho nos queda por andar, como decíamos. Y si bien hacemos notar que la cámara insurreccional y anónima del movimiento comienza a erigirse en un incipiente contrapoder frente a la cámara del capitalismo español y sus relatos, sabemos que el sistema mediático de información sigue gozando de espléndida salud y seguirá tan autoritario como siempre, sostenido por sus inversores. La batalla será larga y tendrá diferentes etapas.
Y si bien, nos hemos embarcado en las aguas de un movimiento ciudadano que pretende remover los cimientos de una democracia capitalista, mucho debemos removernos todos y todas para cambiar profundamente los paradigmas que tenemos metido como el único funcionamiento posible.
En eso estamos. Lentamente desactivando y desactivándonos de las viejas formas para abrirnos a los nuevos horizontes que nosotros mismos tenemos la responsabilidad política de construir. No hay que tener miedo a imaginarnos completamente diferentes a lo que veníamos siendo, porque es contra lo que veníamos siendo contra lo que nos estamos rebelando. Tener sueños es siempre más fácil que tener el rigor, la disciplina autocrítica y la insistencia de materializarlos. No es momento para las tibiezas. Si nos planteamos un cambio, por lo menos no nos privemos de imaginarlo como una ruptura total del modelo vigente. Es la única manera de pensar en un paradigma acorde al estallido social que nos atraviesa.
Luego de ocupar el espacio público que ha permitido el encuentro y la organización, lo que sigue es una reconducción de esa energía, y un desplazamiento físico hacia el sitio donde operan los responsables políticos del gran desahucio popular en que se ha convertido la democracia capitalista española.
En un país tan afín a los encierros de toros, todos y todas sabemos el peligro que conlleva desesperar a estos animales cuando la multitud los persigue para conducirlos a la plaza. Puede haber algún herido.
El encierro de esos toros parlamentarios que estaban tan tranquilos alimentándose a gusto, ha provocado los primeros incidentes violentos, ya no entre la población del 15-M y la policía, sino entre infiltrados y policías.
La España capitalista, conforme con el presente que ha diseñado, sigue en su planeta mientras la España insurreccional crece.
Cada una de estas dos Españas tiene un enfoque de cámara, un relato sobre los acontecimientos.
La cámara de la España capitalista nos tiene acostumbrado a la visión panorámica, externa, impasible con la que retrata los acontecimientos. Una manifestación donde estallaba algún brote de violencia tenía una narración: manifestación violenta que acabó con enfrentamientos entre los manifestantes y la policía. Los medios daban el parte y obviamente se acababa el tema cuando aparecían las imágenes como prueba. Estas se fabricaban para ilustrar el punto subjetivo del poder representado en sus medios corporativos. La masa social espectadora podía o no creer lo visto y oído pero ahí quedaba el relato y la imagen como constancia de los hechos. El espectador no cambiaba su condición de espectador sin más, aunque estuviera contemplando la imagen de unos hechos en los que podía haber participado.
Este estado habitual de las cosas en el que veníamos envueltos, entró en desactivación.
En el siglo de la cámara inmersa, como hemos dicho en muchas ocasiones, esa cámara metida en la multitud, en manos de la gente, conviviendo con ella, naturalizándose a pie de calle, parece haber alcanzado en este último mes, en un amplio sector de jóvenes españoles, su madurez política, al convertirse en una cámara capaz de desactivar el cinismo de la cámara capitalista y sus relatos de poder.
En los episodios de Barcelona, la cámara capitalista buscó dar en el blanco del movimiento en uno de sus más desconcertantes fortalezas: el pacifismo. Rapidamente vimos como los portavoces de diferentes programas pretendían sentenciar infantilmente el carácter violento de este alzamiento popular: ah, ya está claro, ¡son violentos! He aquí la evidencia. Mirad nuestras imágenes.
La patética manipulación por parte de Telemadrid fue otro grotesco caso de manipulación. Directamente, la televisión madrileña quiso largarse al cuello del movimiento poniendo en una sucesión de imágenes su axioma: dicen que son pacifistas, miren (imágenes de violencia entre unos manifestantes y agentes de la policía), ¿han visto? Pues queda demostrado que no lo son. Fin del cuento.
La desactivación de ambos relatos no se hizo esperar. Las cámaras anónimas crearon otro relato que delataba el micro acontecer dentro de la manifestación escribiendo la narración alternativa: miren, fueron un grupo de infiltrados, aquí los tienen, el 15-M es pacifista, ustedes han manipulado. Restitución del relato insurreccional.
Para el caso del cínismo de Telemadrid, bastó el ojo observador de esos operarios anónimos: la imagen que se ofreció de prueba era de una manifestación griega. No hay prueba de violencia. Restitución del relato insurreccional.
Si parece de chiste.
Estos son solo dos ejemplos de los muchos que se han dado y operan permanentemente en el nuevo panorama político español.
La quinta semana acaba con un fortalecimiento del movimiento en unas multitudinarias marchas pacíficas que se saldaron sin ningún incidente violento.
Mucho queda por andar. Esta guerra de imágenes, guerra por el control del imaginario social, no ha hecho más que empezar. Y será desgastante y amenazante para el movimiento.
No hay que olvidar los hechos que sí importan: el parlamento catalán aprobó los recortes que originaron las concentraciones y la clase política sigue en su sarcástica sordera e indiferencia instalada en sus mismos asientos.
Esta semana, como colectivo de Cine sin Autor, tuvimos oportunidad de plantearnos junto a otros realizadores y realizadoras que trabajan en la Comisión de Audiovisual del movimiento, una primer reunión de debate sobre la viabilidad de un cine de naturaleza asamblearia que a la luz del espíritu de un movimiento que pretende remover las estructuras del modelo político, pudiera desactivar también el modelo de producción audiovisual y cinematográfico.
Expusimos algunas de nuestras operativas como arranque para dicho debate y la primera reacción fue de resistencia por parte de varios y varias compañeras con experiencia en la producción de audiovisual y el cine. Consideraban inviable, impensable e incluso hasta irritante, la posibilidad de un asamblearismo popular en la producción.
Un largo y enriquecedor debate fue lentamente venciendo las resistencias iniciales para dar paso a la posibilidad de un cambio radical en los paradigmas de producción, que llevarían a un replanteamiento de todo el sistema que sostiene nuestras actuales maneras de hacer audiovisual y cine. Pero cuesta mucho hacerse a la idea de un modelo diferente al que nos acostumbrado.
Mucho nos queda por andar, como decíamos. Y si bien hacemos notar que la cámara insurreccional y anónima del movimiento comienza a erigirse en un incipiente contrapoder frente a la cámara del capitalismo español y sus relatos, sabemos que el sistema mediático de información sigue gozando de espléndida salud y seguirá tan autoritario como siempre, sostenido por sus inversores. La batalla será larga y tendrá diferentes etapas.
Y si bien, nos hemos embarcado en las aguas de un movimiento ciudadano que pretende remover los cimientos de una democracia capitalista, mucho debemos removernos todos y todas para cambiar profundamente los paradigmas que tenemos metido como el único funcionamiento posible.
En eso estamos. Lentamente desactivando y desactivándonos de las viejas formas para abrirnos a los nuevos horizontes que nosotros mismos tenemos la responsabilidad política de construir. No hay que tener miedo a imaginarnos completamente diferentes a lo que veníamos siendo, porque es contra lo que veníamos siendo contra lo que nos estamos rebelando. Tener sueños es siempre más fácil que tener el rigor, la disciplina autocrítica y la insistencia de materializarlos. No es momento para las tibiezas. Si nos planteamos un cambio, por lo menos no nos privemos de imaginarlo como una ruptura total del modelo vigente. Es la única manera de pensar en un paradigma acorde al estallido social que nos atraviesa.
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