domingo, 14 de octubre de 2012

El cine debajo del cine. Diálogos obligados para construir futuro


El viernes nos visitó un señor bastante mayor (omitiremos el nombre) que apareció en nuestro estudio y desde la puerta nos interpeló: ¿por qué “sin autor”?.
Una vez que le invitamos a sentarse y empezar a hablar le preguntamos si era cineasta.
- Si -, contestó austeramente como si no le interesara hablar de ello.
Al final resultó que nuestro visitante lleva toda su vida trabajando en publicidad y televisión. Digamos que es un trabajador de muchos años del sector oficial de la producción. A lo largo de la charla nos mencionaba a directores de cine de los más conocidos recordando cómo entre película y película, muchos de ellos, en sus comienzos, acudían a él para trabajar en su productora haciendo anuncios.
Es que ésto de “sin Autor”... repetía cada poco tiempo, cómo si le costara asimilarlo. Según su relato, incluso había hablado con algunos de sus colegas antes de venir comentándoles que había visto el nombre de Cine sin Autor en Matadero pero todos le habían contestado con un contundente “no me interesa”. Al menos así lo relató.

“Es que el Cine, decía, es un negocio basado justamente en el Autor, si quitan esto, no hay quien vaya a invertir en algo así, es imposible”.
Pero su tono no era censurador  sino respetuosamente abierto. Charlamos por casi dos horas. Nos escuchaba cada explicación con suma atención.
Mas cerca del final comentó:“Me parece bueno que ustedes estén en un lugar como este. Es un espacio para el debate. Seguro que hablaré de ésta investigación que están haciendo y me gustaría que vinieran aquí fulano y mengano...”  (nombres de directores que no vienen al caso”. 

“Claro, ustedes son algo así como una vanguardia romántica”, nos lanzó, en un momento. Me alegra mucho escucharles”.
Nos reímos. Creemos que tenemos tan poco de vanguardia como de románticos. Pero cada uno tiene derecho a vernos como le parezca si media el respeto como lo fue en este caso.
Fue un grato momento de diálogo. Nos dejó una sensación favorable. La experiencia de nuestro visitante seguramente nos acercaría más al oficio al escuchar sus decenas de años trabajando en el sector. El diálogo entre lo viejo y lo nuevo es un camino necesario para crear otras formas de producción.  Es lo que puede salvarnos de caer en el atolladero de la incomunicación, de la competición, de la exclusión de lo otro por pura indiferencia, por considerarlo amenaza.
A nosotros nos terminó interesando conocer más su visión del oficio, una memoria viva de alguien cuyo sueño, a su edad, sería dirigir un largo, ya que ha hecho muchísimo trabajo de todo tipo pero nunca tuvo la oportunidad de dirigir un largometraje.

Pero esta incomunicación entre lo viejo y lo nuevo del cine no es más que otro reflejo de una sociedad cuyas elites se han decidido por la aniquilación de lo que hasta ahora teníamos, al mismo tiempo que por la represión sobre lo que puede traernos novedad. Suicidio y homicidio cultural a la vez, de quienes tiene en sus manos una parte importante de las decisiones que regulan la sociedad.

Es, también, esa distancia entre la cinematografía de arriba y la de abajo, sobre la que veníamos reflexionando hace unas semanas a partir de la lectura del libro Ecuador Bajo Tierra. También se lo comentamos a nuestro visitante.
El cine fuera del cine. 
A raíz de este encuentro volvemos sobre el texto de Miguel Alvear:
 “Resulta que ha habido «otro» cine en Ecuador. No, no es el cine del festival de documentales, ni el que se ve en las salas de cine-arte, ni en el Film and Arts. Es un cine tan diferente, que la palabra otro debería ir en mayúsculas. Por más que busque, no encontrará estas películas en las pantallas de ninguna sala del país. Su lugar, donde pulula y donde se siente como en casa es el mercado de DVD pirata, ahí donde todo vale, todo se vende y se compra, donde las jerarquías de lo culto-comercial, lo bueno-malo, lo gringo-europeo-latino han quedado aniquiladas para siempre. Y, aunque no lo crea, al contrario del otro cine ecuatoriano —el cine semisubsidiado que gana premios en festivales internacionales—, este cine se vende como pan caliente. Este año, los hits del mercado de la Bahía de Guayaquil han sido: Drogas: el comienzo del fin, No me dejes mamá y Cuando los hijos se van. Y posiblemente la más vendida de todo los tiempos no es la película Qué tan lejos —como usted se imagina—, sino Sicarios manabitas. 
¿Reconoce alguno de estos títulos? Seguramente no...

Viejo y nuevo cine. Antiguo trabajador del sector y nosotros. Un abismo y un desconocimiento mutuo  que solo el diálogo puede empezar a derribar. No somos más que gente que de diferentes maneras amamos el cine. Lo sano sería que unas formas respeten a las otras. Pero sabemos que el cine también ha sido “esa guerra” de imposición del modelo de negocio.
Si uno recuerda el nacimiento de la época dorada del cine se encuentra con unos tipos al frente de unas fábricas, inmigrantes en su mayoría, que iban definiendo un modo de producción, de distribución, de exhibición. Unos harían películas más caras y elegantes como  la Paramount, otras, como la Warner Bros, serían más baratas y basadas en noticias de periódicos. Cada una se armaba de sus escuadrones de actores y actrices (Marlene Dietrich, Joseph Von Sternberg, Gary Cooper, Ernst Lubitsh más una larga lista en la primera; Bette Davis, James Cagney, Errol Flynn, Homphrey Bogart y otra larga lista en la segunda). Así podríamos seguir repasando las características de cada una de aquellas primeras fábricas.
Pero en definitiva no eran más que gente montando su negocio, buscándose  la vida, haciendo y vendiendo películas.

Cuando vemos en cualquier programa de televisión a actores o actrices de renombre que promocionan su nueva producción (la mayoría de las veces porque así lo exige su contrato), no son más que gente tratando de vender su producto, motivando al espectador a que le vayan a ver pagando su entrada, es decir, buscándose la vida como cualquier vendedor.
Sin embargo parece que hubiera una gran diferencia entre estos vendedores de films y los ésta otra gente que produce cine desde abajo, desde fuera del cine. 
¿Cuál es esa diferencia?
La cuota de valor histórica y cultural, la importancia y el glamour que se le ha dado a la actividad cinematográfica oficial. No más. Una la tiene historicamente y nos la creemos y la otra no.
Pero no es una diferencia del cine, es una diferencia de la clase social. La una, la oficial, que aunque realizando la misma actividad que la otra, se nos presenta como socialmente legítima frente a una supuesta y declarada clandestinidad, ilegalidad, ilegitimidad de la otra.

“En Ecuador se han producido en los últimos diez años alrededor de cuarenta largometrajes que no han entrado en el circuito comercial de las salas de cine. Los autores y productores de estas películas son autodidactas (muchos tienen un oficio que no se relaciona con la producción audiovisual); las han trabajado con bajísimos
presupuestos (entre mil y quince mil dólares), con actores y técnicos que se han ido formando sobre la marcha... Este fenómeno de producción audiovisual es muy reciente y está en franco crecimiento".
Si volvemos a los ejemplos mencionados, Adolph Zukor (Paramount) fue un inmigrante húngaro que empezó trabajando en la industria de la piel antes de formar con Marcus Loew una pequeña compañía  de distribución  y exhibición, la Automatic Vaudeville Company, con la que según parece se hizo rico. A su vez, M. Loew  venía trabajando en varios sectores como el periodístico y el inmobiliario antes de asociarse con Zukor. Así podríamos seguir con la vida de los pioneros y encontraremos más de lo mismo: gente buscándose la vida, en los albores de un oficio sin glamour ni valor cultural agregado alguno.

Sigue Miguel Alvear diciendo que: “El hecho de que esta vasta producción no haya tenido presencia en los circuitos legitimados de la cultura y del audiovisual, da cuenta de una profunda brecha social, económica y cultural. Por un lado, tenemos un grupo de productores que acceden a fondos públicos, inflan sus películas a 35 mm para presentarlas en salas y festivales, y por otro, a sus espaldas, encontramos una producción abundante, que desestabiliza todos los esquemas estéticos y económicos sobre los que la oficialidad intenta construir una noción de cine ecuatoriano.
El consumo masivo de estas videografías paralelas nos hace pensar que estamos quizás en el momento germinal de una industria audiovisual con otro corte que el fomentado e ideado desde la institucionalidad. Esta industria estaría gestada... desde abajo... Estamos hablando de centenas de miles de copias que se venden además en Perú, Colombia, España, Venezuela, Estados Unidos y otros países destino de la migración ecuatoriana”.

Quizá la misma brecha que podíamos sentir con nuestro visitante antes de dialogar. 
Pero siempre, lo que hay detrás, no es más que gente produciendo, vendiendo y comprando películas. Hace 90 años, en unas circunstancias posiblemente tan inciertas como las de ahora en cuanto al desarrollo posible de la actividad.
¿El segundo origen del cine puede llevarnos a otro estado industrial diferente al primero?
“En Nigeria, esta industria se llama Nollywood, -dice el autor- y produce alrededor de mil quinientos largometrajes de bajo presupuesto cada año. Estas películas se venden en DVD a uno o dos dólares, con todo un entramado de géneros, publicaciones, marketing y un star system de héroes populares que le hablan a la gente en su idioma, en escenarios familiares donde los referentes locales y los tópicos de la industria global se entrecruzan disparatadamente”.

Cuando le hablábamos a nuestro visitante de algunas de estas cosas que desconocía completamente, sentíamos que sería fructífero, como sugería él, que nuestro espacio sirviera para un debate sobre otros modelos de producción que amplíen y enriquezcan el horizonte del futuro del cine. No creemos que se vayan a dar aún. El dinosaurio aún sigue ahí. Nos queda mucho por recorrer. Pero el Estudio Abierto de la Fábrica de Cine sin Autor, empieza  también a estar ahí, en un minúsculo rincón de un centro de Arte de Madrid, operando a ritmo discreto y silencioso. Existir no es poco. Y existir fraguando otro modelo de producción cultural diferente, supone un ejercicio de honestidad, rigor y paciencia. Tenemos muchos defectos y cometemos muchos errores, pero estas tres virtudes, creemos tenerla. ¿Por qué no? Habrá diálogo, seguramente.

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